PAKISTAN: EL GOLPE MAESTRO

18 de febrero de 2010

La impresión de que algo importante está cambiando en el conflicto de Afganistán parece abrirse paso. Estos últimos días, dos importantes acontecimientos han contribuido a reforzar esta tendencia: la ofensiva anglo-norteamericana en la provincia de Hellmand (uno de los feudos talibanes), en cooperación con fuerzas afganas (simbólicas militarmente, pero políticamente relevantes), y la detención del supuesto número dos talibán, el Mullah Baradar, efectuada por el servicio de inteligencia militar pakistaní.
El primer acontecimiento ha sido profusamente difundido en los medios occidentales y también en los españoles. Se ha presentado, en términos generales, como un éxito. Los talibanes se han visto obligado a retroceder. Lamentablemente, se han vuelto a provocar víctimas civiles, ya sean por error en las operaciones o por el uso, por parte de los taliban, de escudos humanos. Pero, el control informativo parece haber sido eficaz. Y, ¡por fin!, estamos ante resultados prácticos de la nueva estrategia norteamericana en Afganistán. No deberíamos llamarla “doctrina Obama”, sino más bien “doctrina McChrystal”, puesto que la operación responde con escrupulosa fidelidad al memorándum que el general norteamericano sometió al presidente el año pasado, obligándolo a acelerar una definición que se hacía esperar.Lo que el Pentágono, con el aval de la Casa Blanca, parece intentar ahora es demostrar que se puede hacer retroceder militarmente a los talibán; pero resulta para ello imprescindible ir estabilizando zonas mediante la consolidación de una administración civil potente y creíble, una fuerza armada disuasoria y una policía eficaz. Estamos, por tanto, ante una ofensiva combinada, militar y civil, internacional y local: la última baza para conjurar un fracaso que tendría incalculables consecuencias en la zona.El otro acontecimiento de la semana resulta menos transparente. El arresto del supuesto brazo derecho del enigmático Mullah Omar no ha provocado análisis coincidentes en los principales medios anglosajones. La detención se habría producido en Karachi, la gran ciudad portuaria meridional de Pakistán, de mayoría pashtun, rodeada por gigantescos poblados de chabolas abarrotadas de refugiados afganos, terreno muy propicio para alimentar la resistencia. Un lugar aparentemente seguro, después de la intensificación de las operaciones militares pakistaníes en los territorios fronterizos y, sobre todo, de la sabuesa persecución de líderes talibanes por los aviones norteamericanos pilotados a distancia.La gran cuestión es por qué ha decidido Pakistán detener ahora al mullah Baradar. En los medios occidentales circulan tres interpretaciones, no necesariamente excluyentes:1) Los militares pakistaníes han optado por ceder a la presión norteamericana, a sabiendas de que Washington se ha hartado de excusas o dilaciones. 2) La relación entre talibanes afganos y pakistaníes estaba empezando a convertirse en un quebradero de cabeza para Islamabad, con atentados y desafíos crecientes, y convenía un golpe de autoridad.3) Pakistán habría querido dejar claro que no se le puede marginar en la negociación con los talibanes, amparada por Washington, como actuación de reserva o complemento.En todo caso, estas interpretaciones están plagadas de numerosas incógnitas y contradicciones. Incluso, algunas consideraciones previas como la propia significación del Mullah Baradar. Es considerado unánimemente el número dos, el principal estratega militar y también político, encargado de coordinar la Shura de Quetta, una especie de Gobierno talibán en el exilio. Su fidelidad al Mullah Omar sería absoluta, en tanto Líder carismático y religioso, algo parecido a lo que es el ayatollah Jamenei en Irán. La detención habría supuesto un duro golpe a los talibanes. La presión para negociar podría convertirse en irresistible. Los militares pakistaníes conseguirían varios objetivos a la vez. Por un lado, demuestran a los radicales islámicos que tienen poder sobre ellos. Al mismo tiempo, mandan el mensaje a Washington de que no se les puede marginar de cualquier arreglo. Y, de paso, humillan un poco a Karzai, el más interesado en ignorar a sus vecinos. Con Baradar en una celda de alta seguridad pakistaní, los militares pakistaníes se aseguran el control. Sin embargo, otras fuentes, se atreven a sugerir que Baradar habría caído en desgracia ante su jefe religioso, por varias causas: no la menor, su apuesta por abrir la vía negociada, precisamente cuando arrecia la ofensiva del enemigo. Su condición de máximo responsable militar no sería contradictorio con esto, sino todo lo contrario: puede que sea el que disponga de la visión más realista, informada y pragmática de las posibilidades de resistencia, frente a la ofensiva decidida del Pentágono. En ese caso, o bien Pakistán quiere abortar su papel, o bien quiere controlarlo, para estar bien informado de los propósitos de Washington y Kabul.Pero si Baradar no ha caído en desgracia, entonces es posible que Pakistán esté haciendo un doble juego. Ante Washington, ofrece pruebas de que no compadrea con los talibanes , y que si no ha desarticulado antes su cúpula dirigente es porque no ha podido. Pero, al mismo tiempo, al detener a Baradar lo está protegiendo. Se asegura de que los aviones fantasma de Estados Unidos no lo cacen en cualquier momento, privando a los talibanes de su principal estratega. Y aunque los norteamericanos tendrán acceso a lo que pueda contar, no podrán eliminarlo. Pero, además, con Baradar neutralizado, la dependencia de los talibán con respecto a los militares pakistaníes se incrementará. Si en algún momento, han pretendido desarrollar una estrategia más autónoma, ahora les será más difícil. Si se reservaban datos importantes, ahora estarán a su alcance, porque Baradar no podrá resistir la imaginable presión a la que estará siendo sometido. Y algo más: aunque protesten, en privado y en público, a los militares pakistaníes les conviene que Washington crea que pueden hacer más de lo que hacen, que tienen más poder del que demuestran, que son imprescindibles. Por tanto, en cualquier lugar que se ponga el foco del análisis, parece que los militares pakistaníes han ejecutado un golpe oportuno, en el momento exacto. Naturalmente, habrían sopesado la evolución de los acontecimientos en Afganistán y las amenazas internas. Pero también otro factor que tienen permanentemente en la cabeza, en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia: la rivalidad con la India. El arresto de Baradar se produce en víspera de la reanudación de las negociaciones bilaterales. Los atentados de Bombay arruinaron la ronda anterior. Estos días, otro atentado de similares características en la localidad india de Pune, puede desencadenar problemas, si aparecen indicios de oscuras complicidades de los servicios secretos de Islamabad. Los pakistaníes están interesados en negociar, porque les inquieta el acercamiento entre Washington y Nueva Delhi y les alarma que India incrementa su influencia en la zona cuando Estados Unidos se retire militarmente.

PD. Al cierre de este comentario, los servicios de inteligencia pakistaní han confirmado la detención de otros dos altos cargos talibanes afganos residentes en Pakistán. Se trata del Mullah Abdul Salam, el líder del grupo en la ciudad septentrional de Kunduz, y del Mullah Mohammed, responsable de la provincia de Baghlan.

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