RATZINGER, EN ENTREDICHO

31 de Marzo de 2010

Por un capricho del destino, en estos días de penitencia para los católicos su principal Jefe espiritual se ha visto envuelto en un intenso escrutinio sobre su credibilidad. El escándalo de los abusos sexuales le ha salpicado directamente por las dudas que han surgido acerca de su compromiso en la lucha contra el delito.
Benedicto XVI quiso despejar el ambiente sofocante que había creado la acumulación sobre casos de pedofilia, en una Carta a los católicos de Irlanda, país donde se han producido algunos de los casos más graves, pero ni mucho menos el único. Pero después de esta iniciativa, otras revelaciones y denuncias no sólo han cuestionado la eficacia del intento, sIno que han puesto en entredicho la propia credibilidad del actual Papa.

PECADO Y DELITO, ENCUBRIMIENTO Y RESPONSABILIDAD

En su pastoral a los obispos irlandeses, Ratzinger condenó con aparente claridad y contundencia los abusos sexuales a menores y afirmó la obligación ética y legal de colaborar con las autoridades civiles en el esclarecimiento de los hechos y en la depuración de responsabilidades. En un gesto sin precedentes, anunció la creación de una delegación para investigar la situación en Irlanda.
Y, sin embargo, causó un profundo malestar en círculos cristianos y laicos la ambigüedad manifestada en algunos aspectos críticos, a saber…
- No abogó claramente por una condena ejemplar, ni defendió medidas sancionadoras rotundas. Como jefe de un Estado, Ratzinger desarrolló un discurso impecable de colaboración con la justicia y persecución del delito. Pero en su calidad de líder espiritual, opuso la exigencia doctrinal del perdón y la redención del pecado.
- Ratzinger no mencionó la colusion entre la jerarquía católica irlandesa y las autoridades policiales en el mantenimiento del silencio y la ocultación de los hechos. Como consecuencia de la publicación del Informe gubernamental irlandés sobre los abusos sexuales de sacerdotes, cuatro obispos aludidos expresamente por posible responsabilidad en el ocultamiento de los hechos, presentaron su renuncia al cargo, pero el Papa sobre aceptó una de ellas.
- El mensaje se centró exclusivamente en Irlanda y las referencias a la extensión de la lacra fueron vagas o generales, sin menc ionar países ni señalar responsabilidades con nombres y apellidos, incluso de aquellos que han sido sancionados o incluso condenados.
Esta percibida ambigüedad ha despertado un rechazo muy apreciable en medios laicos y en círculos cristianos críticos. Es particularmente agudo el comentario de Terrence McKierman, fundador y presidente de una iniciativa ciudadana llamada Responsabilidadepiscopal.org, dedicada a rastrear el historial de los abusos: “Existe una fuerte tendencia a abordar este asunto como un problema de fé, cuando se trata en realidad de un problema de gestión eclesial y de incumplimiento de la obligación de dar cuenta de los actos”.
Varios expertos vaticanistas han rastreado la labor realizada por Ratzinger en la persecución y depuración de los delitos de abusos. En 1982, tres años y pico después de la entronización de Wojtila en Roma, Ratzinger asciende al cargo de Prefecto para la Doctrina de la Fé, una especie de Alto Comisariado doctrinal. Desde esta posición, y por su influencia decisiva en su antecesor papal, Ratzinger ejercía el puesto más determinante en la Curia. Pero no sólo eso. En el año 2001, el Vaticano aprobó una directiva queatribuía a la Congregación para la Doctrina de la Fé la competencia para tratar el espinoso asunto de los abusales sexuales cometidos por clérigos. Por tanto, el Papa polaco depositó en Ratzinger, su cardenal favorito, la máxima responsabilidad de la Iglesia en esa polémica materia. De ahí su responsabilidad. De ahí que Ratzinger se encuentre en el ojo del huracán.
La directiva de 2001 establecía otro principio, que ahora se revela devastador para la credibilidad de la jerarquía eclesiástica: la observación de un estricto secreto en el manejo de los casos de abusos sexuales. Se aducía entonces que con esta medida se pretendía proteger a las víctimas. Algunos analistas han resaltado la contradicción que supone recomendar la práctica del secreto y, cuando han comenzado a acumularse los escándalos, pedir a las diócesis locales que cooperen con la justicia.
Esta contradicción genera sospechas de hipocresia. En las páginas de LE MONDE, el director de su suplemento dedicado a las religiones, Frederick Lenoir, al referirse al silencio de los obispos durante décadas, emplea el término omertá, el que se utiliza en el código de la Mafia para mantener la ocultación de los delitos. Lenoir admite que, “desde 2001, Ratzinger ha sido impecable”. ¿Pero y antes?, “Antes –añade-es un misterio”.

¿RATZINGER, ENCUBRIDOR?

Según el NEW YORK TIMES, ni lo uno, ni lo otro. En una serie de artículos dedicados a calibrar la responsabilidad de Ratzinger en el encubrimiento de los delitos sexuales, el diario neoyorquino desvela actitudes y posiciones del actual Papa que resultan sumamente comprometedoras, desde luego sobre su credibilidad, y quizás algo más.
Lo más dañino es la revelación de que Ratzinger accedió a proteger al clérigo Lawrence Murphy, de Milwaukee (Winconsin, Estados Unidos), quien, según informes acreditados, había abusado de 200 niños con discapacidad auditiva ¡durante un cuarto de siglo! Después de frustrantes intentos fallidos de impedir que Murphy siguiera en contacto con niños de los que podía abusar, el asunto llegó a Ratzinger en 1996, en su calidad de máxima autoridad vaticana en la materia. El cardenal alemán se enfrentó entonces a un dilema tremendo: castigar al culpable, expulsandolo de la Iglesia, o atender a la suplicas del abusador que, en una carta personal, le rogaba que se le permitiera “vivir el tiempo que le quedaba en la dignidad del sacerdocio”. No hay prueba documental de la respuesta de Ratzinger. Pero Murphy murió dos años después, todavía como sacerdote en activo, lo que inclina a pensar que el futuro Papa optó por el perdón. Desde los ámbitos más críticos, se ha reprochado a Ratzinger que se haya autoexcluido de las admoniciones pronunciadas a los irlandeses.
Pero no es ésta la única mancha en el historial de Ratzinger. Otra no menos inquietante se refiere a su etapa como cabeza de la Iglesia en Munich. En aquellos años, entre 1977 y 1982, el Arzobispado de la capital bávara autorizó la acogida del cura Peter Hullermann, que había sido expulsado de Essen por haber abusado sexualmente de menores. El pedófilo fue sometido a terapia pero al cabo de poco tiempo volvió a ser encargado de un trabajo pastoral que incluía el trato con niños, a pesar de numerosos informes psiquiátricos que lo desaconsejaban rotundamente. Seis años después, el sacerdote Hullermann fue condenado a dieciocho meses de cárcel por delito de abuso sexual, una pena que no llegó a cumplir por beneficios penitenciarios.
Desde el Vaticano se explica que Ratzinger delegó la gestión de ese asunto en su Vicario General , Gerhard Gruber, quien asumió la completa responsabilidad. Pero es imposible que, dada la gravedad del caso, el entonces Arzobispo de Munich permaneciera en completa ignorancia sobre los hechos o se inhibiera.
En el Vaticano sentaron muy mal las revelaciones del Times. El OBSERVATORE ROMANO afirmó que los medios han actuado “con el claro e innoble intento de intentar golpear a Benedicto XVI y a sus más próximos colaboradoes a cualquier precio”.
En una línea de defensa más templada, otros expertos y periodistas del clrculo vaticano como Andreas Englisch y otros, alegan que, en su etapa alemana, manifestaba una completa desatención por los asuntos de personal o administrativos, lo que explicaría su falta de celo con los sospechosos de abuso. Sin embargo, el propio NEW YORK TIMES y otros medios han recordado estos días cómo Ratzinger si se implicó activamente en otros asuntos de personal, como el veto el nombramiento de un profesor de teología por sus inclinaciones progresistas o el castigo de un sacerdote que ofició una misa durante una de las numerosas misas pacifistas de primeros de los noventa. “Como Arzobispo –sentencia el TIMES- Benedicto empleó más energía en perseguir a los teólogos disidentes que a los delicuentes sexuales”. DIE ZIET afirma que “en 1980, Joseph Ratzinger fue parte del problema que le preocupa a él mismo hoy”. O sea, el silencio, el encubrimiento, el fomento, negligente o activo, de la impunidad.

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