EGIPTO: EL TRIUNFO DE LA REPRESIÓN

19 de agosto de 2013
                 
Se acabó la representación en Egipto. Sea cual sea la apariencia que adopten los hechos en los próximos días, semanas o meses. El episodio de más alcance de la ‘primavera árabe’ se ha disuelto en el ácido de la represión. La jerarquía militar, de forma directa o interpuesta –eso resulta de todo punto secundario- se hace con las riendas y determina el rumbo político. Que será el de siempre: los militares mandan, el aparato burocrático-institucional ejecuta, la élite económica se beneficia y la mayoría obedece y se resigna.
                 
Cada día que pasa, resulta más impensable una vuelta atrás. Las cartas ya están jugadas. Y hay planes y estrategias adaptados a los posibles escenarios.

Si los Hermanos Musulmanes y sus seguidores se allanan a lo que el principal consejero del presidente-marioneta ha denominado pomposamente como “marcha pacífica hacia el futuro”, es decir a la consolidación del golpe de Estado; si aceptan su histórica condición de fuerza mayoritaria pero en la oposición, el régimen se vestirá de seda: es decir, adoptará formas institucionales pretendidamente participativas y democráticas.

Si los derrotados, por el contrario, se empeñan en combatir a policías, militares y secuaces y exigen el restablecimiento de la ‘legalidad conculcada’, serán puestos fuera de la ley. Algunos especialistas regionales consultados estos días por THE NEW YORK TIMES creen incluso que los militares egipcios están provocando respuestas violentas de los Hermanos Musulmanes para justificar la intensificación de la represión. Represalias adicionales contra cristianos coptos y sus iglesias por parte de supuestas bandas islamistas frustradas podrían resultar de gran “utilidad” para esa estrategia.
                 
POLARIZACIÓN Y PROPAGANDA

No obstante, si la represión continúa y/o aumenta, podría aumentar el riesgo de que se resquebraje el frente interno contra los islamistas, como ya está ocurriendo. Muchos adversarios de los Hermanos se han desgajado del actual gobierno y se declaran espantados por lo que está ocurriendo.

Para combatir ese peligro, se cuenta con una poderosa maquinaria de propaganda. Los aparatos militar, burocrático y mediático de las autoridades egipcias ya llevan semanas haciendo circular el mensaje que los islamistas son todos “terroristas”. Uno de los periodistas occidentales que mejor conocen la zona, el británico Robert Fisk, lo ha escrito en un artículo para su periódico, THE INDEPENDENT: los seguidores de la hermandad musulmana  han dejado de ser hijos de Egipto y se han convertido simplemente en “terroristas”. ¿Qué musulmán volverá a creer en el discurso occidental de la democracia?, se pregunta Fisk.

La propaganda oficial se ha intensificado con gran descaro estos días en los medios egipcios, no ya estatales (con eso ya se contaba), sino tanto o más aún en los privados, vinculados a los intereses económicos protegidos en la etapa de Mubarak. En parte como efecto de esta propaganda, se ahonda la fractura ideológica y social en el país, como dan cuenta periodistas occidentales destacados en El Cairo. Buena parte de la población aprueba las acciones de los militares y de la policía. Querían el aniquilamiento de los Hermanos Musulmanes y ahora aplauden que se haya puesto en marcha.

El líder de Tamarrod, esa organización manipulable y manipulada por los poderosos aparatos del poder real, ha defendido con entusiasmo la represión.  “Lo que Egipto atraviesa actualmente –ha dicho Mahmud Badr- es el precio, un elevado precio, que debemos pagar para librarnos de la organización fascista de los Hermanos antes de que se hiciera con el control de todo y nos aplastara a todos”.  Y por si acaso la brutalidad policial no resultara suficiente, este joven dirigente, ampliamente promocionado por los medios occidentales en las semanas anteriores al golpe, hace un llamamiento a la población para que organice “comités populares” de lucha contra los islamistas. Es una convocatoria tardía: ya se han detectado grupos de civiles armados colaborando con las fuerzas de seguridad en las tareas represoras. Es difícil ver en estos instintos una defensa de los valores democráticos.

LA COMPLICIDAD EXTERIOR

No demos mucha importancia a la presión exterior. Estados Unidos aceptará más pronto que tarde la nueva situación (más bien la vieja: la de siempre), con el apoyo entusiasta de Israel, de sus aliados árabes y, a la postre, también de los socios europeos.

El NEW YORK TIMES cuenta con todo detalle este domingo cómo Al-Sisi y otros miembros del gobierno hicieron creer a los enviados norteamericano y europeo que podía haber una vía de reconciliación o apaciguamiento, cuando en realidad se estaba preparando la disolución de los campamentos. De nada sirvió que el Secretario de Defensa Hagel llamara 17 veces a su colega y único hombre fuerte de Egipto, el general Al Sisi, para rogarle contención.

Después de todo, los militares egipcios ofrecen mejor que ningún otro actor en el país lo que Washington y el resto de capitales amigas más desean, a saber:
          -garantías de un tráfico fluido y sin sobresaltos del petróleo y de cualquier otro tipo de mercancías por el Canal de Suez;
          -libertad de paso, circulación y sobrevuelo de la maquinaría de guerra de Estados Unidos, fundamental para atender las necesidades de conflictos por terminar (o por venir) en los mares cálidos del Oriente Próximo y Medio;
-mantenimiento de la paz con Israel y de un buen número de acuerdos de control militar en el Sinaí, considerado como uno de los escenario-riesgo de un rebrote jihadista.

Obama lo dijo claramente el otro día. No se puede atender solamente a los valores humanitarios; deben tenerse en cuenta los intereses nacionales.

Sin embargo, algunos analistas, como Fred Kaplan y Steve Cook, son partidarios de no soportar la brutalidad de Al-Sisi y sus oficiales. Ambos creen que Estados Unidos puede intentar algo más que medidas limitadas, como las anunciadas por Obama desde su residencia vacacional. Cook, del Consejo de Relaciones Exteriores, cree que merece la pena ensayar la interrupción de la ayuda militar a Egipto. Kaplan, experto en asuntos militares y seguridad, argumenta que las garantías mencionadas no corren peligro, porque resultan igualmente vitales para Egipto. Suez tiene que seguir siendo una pista rápida y abierta porque proporciona importantes beneficios al Estado egipcio. No menos el turismo, que huirá del país si sus autoridades adoptasen una posición de hostilidad hacia Occidente. Pero, mucho más inmediato aún, el ejército egipcio no se puede permitir una guerra con Israel, ni siquiera una carrera de armamentos. Finalmente, las facilidades militares a Estados Unidos también convienen a los propios generales egipcios, que lo último que quisieran ver es un triunfo, o incluso un avance, de los radicales islámicos en otros lugares de Oriente Medio.

No le falta razón a Kaplan. Pero si resulta muy improbable que Estados Unidos ‘castigue’ en serio al ‘nuevo-viejo régimen’ en El Cairo, no es por temor a las represalias egipcias, sino porque Washington no sacará beneficio alguno de humillar a Al-Sisi. ¿Es necesario demostrar a sus aliados de cuatro décadas  que no tiene sentido alguno golpearse el pecho y proferir amenazas estériles?
 

Tampoco cabe esperar mucha presión de las opiniones públicas occidentales, más o menos escandalizadas por el baño de sangre de estos últimos días. Los ciudadanos en esta parte del mundo estamos agobiados por las consecuencias abrumadoras de una crisis económica y social a la que todavía no se ve un final (pese al optimismo forzado de algunos de nuestros dirigentes). Pero peor aún: la repugnancia ante las escenas recientes de la brutal represión se disolverán como un azucarillo en cuanto se produzca un atentado reivindicado por los islamistas en una ciudad norteamericana o, más probablemente europea.
Por lo tanto, estamos ante un más que previsible consolidación del golpe militar, de consecuencias más o menos inmediatas en el resto del mundo árabe, de reversión del proceso abierto por las ‘revoluciones’ de 2011 y de una vuelta maquillada al status quo anterior. Lo que podría desencadenar, seguramente, un incremento de las acciones violentas de los sectores más radicales del movimiento islamista y, en consecuencia, una espiral de la violencia.

A la postre, como bien es sabido, los muertos se olvidan más pronto que tarde; los intereses, nunca.

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