BRASIL Y URUGUAY: LA IZQUIERDA TENDRÁ QUE DEFENDER DURAMENTE SU TRIUNFO

27 de Octubre de 2014

                
El ajustadísimo triunfo de Dilma Roussef en Brasil y la esperada victoria en primera vuelta de Tabaré Vázquez en Uruguay confirma el respaldo de la mayoría social a la propuesta de una izquierda moderada en Suramérica. Pero ambos (si Vázquez se impone definitivamente, lo que no está claro aún) tienen por delante un camino difícil para evitar el regreso de políticas neoliberales, aunque no se atrevan a denominarse como tales.
                
BRASIL, UN PAÍS DIVIDIDO
                
Las elecciones brasileñas reflejan un panorama ciertamente inquietante: el país está dividido en un eje norte-sur, más claramente que nunca y la atomización política se consolida. Dilma Roussef ha ganado por algo más de tres puntos (51,68% frente a 48,36%), gracias al apoyo masivo recibido en el norte y nordeste y el triunfo en Minas Gerais. Éste es el único estado de los llamados "ricos" que la han apoyado, en parte porque es el suyo... pero también el de su competidor; de hecho, "más suyo", por así decirlo, ya que Aecio Neves fue su gobernador y donde impulsó su carrera política.
                
La derrota de la presidenta en el sur era esperada. Y aunque en Sao Paulo, el estado más poblado y próspero del país, haya obtenido un resultado decente, parece evidente que las grietas sociales afloradas hace dos años y el escándalo de las cuentas del Mundial de fútbol han pasado factura. En el sur viven millones de personas que esperan más soluciones de la izquierda, pero no confían lo suficiente para votar y superar el sufragio liberal-conservador.
                
Dilma tiene por delante una tarea especialmente complicada por el deterioro de la situación económica, debido al estancamiento de la producción y la amenaza de una inflación creciente, que pone en peligro la sostenibilidad de los programas sociales, clave del éxito de la izquierda moderada en la última década.
                
El otro elemento perturbador es la persistencia reforzada de un Congreso hostil, fragmentado, caótico y pasto de maniobras perversas e ilícitas. Hasta 28 partidos o formaciones políticas tendrán representación en el legislativo. El PT, de Dilma y Lula, sólo cuenta con 70 de los 513 diputados de la Cámara baja, aunque mantiene acuerdos con varios partidos, lo que le permite reunir el apoyo de unos trescientos parlamentarios. El precio que tendrá que pagar por ello es motivo de preocupación, como lo indica la historia reciente. En el Senado, la situación de la presidente es aún más frágil, ya que ni siquiera dispone de una cuarta parte de los escaños (12), frente a los 28 de la oposición, de un total de 53.
                
Este panorama no es fruto simplemente de la pluralidad política, sino de un sistema partidario y político poco racional y de difícil gestión. No es de extrañar que, en su primera alocución tras confirmarse su reelección, Dilma Roussef haya prometido acometer la reforma política y, naturalmente, la corrupción, estrechamente ligada a las disfunciones del sistema.
                
En definitiva, una reelección que aleja el fantasma de la revisión de los avances sociales y otorga a la izquierda brasileña una oportunidad adicional para consolidar su proyecto político, pero que le apremia a no demorar otros cambios imprescindibles para conjurar peligros futuros.  Síntoma de las dudas: ya se ha airea en el PT la candidatura de Lula para 2018. De confirmarse, habría fracasado otra tarea pendiente: la renovación.
                 
URUGUAY: DEBATE SOBRE EL LEGADO DE MUJICA
                
En Uruguay, los resultados de la primera vuelta confirman en líneas generales las previsiones. Ventaja del ex-presidente y candidato del Frente Amplio, Tabaré Vázquez, pero resultado aceptable de su oponente de la derecha, el joven aspirante Luis Lacalle Pou pueda tener opciones en la ronda definitiva. La diferencia de doce a trece puntos parece suficiente, pero podría evaporarse si las discrepancias en la izquierda uruguaya no se gestionan adecuadamente.
                
La presidencia de 'Pepe' Mujica, valorada de forma entusiasta por los sectores progresistas europeos por su honradez, austeridad, sinceridad y 'originalidad' suscita, sin embargo, un debate no resuelto en la propia izquierda uruguaya. Aunque las virtudes personales del presidente no se cuestionan, algunas de sus políticas (y, sobre todo, su estilo personalista y descuidado de las habituales exigencias políticas), han terminado aflorando en la campaña. La polémica por la legalización de la marihuana es el ejemplo más citado, pero en otros asuntos de mayor calado, la incomodidad del candidato Tabaré con "su" Presidente ha sido demasiado patente.
                
Las opciones de la derecha uruguaya no residen en  sus méritos de gestión en los noventa, apegada a las recetas neoliberales del 'consenso de Washington'. Por no hablar del mal olor que aún desprende su pasividad durante los gobiernos militares. A pesar de sus conquistas innegables en materia social, el aumento de la igualdad y la reducción de la pobreza, el principal pasivo del gobierno del Frente Amplio explotado por la oposición liberal-conservadora es el incremento de la inseguridad ciudadana, un fenómeno relativamente reciente en Uruguay.  En este asunto, como siempre, hay parte de verdad y parte de percepción o de demagogia, pero es cierto que la población es sensible al aumento de la delincuencia y muy especialmente, al aumento del robo a mano armada.
                
El candidato de la oposición, Luis Lacalle, ha diseñado una campaña moderada, en cierto modo elegante, en la que no ha regateado reconocimientos a Mujica, pero sin dejar de mostrarse incisivo en este asunto de la inseguridad;  y, para más escarnio del presidente, en el "fracaso" del que era su principal objetivo declarado: la mejora de la educación. El propio Mujica ha admitido que no se siente satisfecho.
                
Para seguir gobernando, el Frente Amplio puede necesitar los votos de pequeñas formaciones externas, de centro o de izquierda, para contrarrestar el seguro realineamiento de la derecha en torno al candidato del Partido Colorado. Como Aecio Neves, el candidato uruguayo es hijo de presidente. Pero el joven Lacalle al que ha preferido mantener a su padre (del mismo nombre) al margen de su campaña, para conjurar la herencia económica neoliberal y afirmar la imagen de renovación y rejuvenecimiento. Este factor podría tener cierta importancia entre las clases medias profesionales. Lacalle quiere poner énfasis en las dificultades de la izquierda para "producir" nuevos líderes. No en vano, si regresara a la presidencia, Vázquez gobernaría con más de setenta años. Como en Brasil, la izquierda necesita en Uruguay demostrar que es capaz de mantener las ideas fundamentales, pero también renovar mensajes y personas.
                                

                                

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