EL GRAN ERROR ESTRATÉGICO DEL PARTIDO LABORISTA

 9 de Mayo de 2015
                
La catástrofe laborista en las elecciones británicas del 7 de mayo resulta sorprendente si se atiende a las encuestas electorales, que predecían un resultado mucho más ajustado, aunque nunca apuntaron con claridad al cambio en Downing Street.
                
Sin embargo, en el ánimo y en la maquinaria electoral de los laboristas se presentía la tragedia política como una sombra insidiosa. Los nubarrones cargados de presagios oscuros soplaban fuertemente desde el norte (Escocia) sin que la siembra realizada en el sur de Inglaterra y Gales terminara de resultar convincente. El Partido Laborista ha sido destrozado por una contradicción ideológica que se ha materializado en una hostilidad territorial.
                
LA SANGRÍA ESCOCESA
                
La oposición a la política austeridad del gobierno conservador-liberaldemócrata sólo parece haber prendido clara y rotundamente en Escocia. Pero en este territorio el giro a la izquierda no le ha servido al laborismo para capitalizar el descontento social, porque la fuerza emergente, como se esperaba, han sido los nacionalistas. El SNP no es el típico partido nacionalista de derechas, conservador, apegado a tradiciones sociales o religiosas. Aunque su gestión en el gobierno local ha sido moderada, su discurso político ha ido claramente evolucionando hacia la izquierda. No es de extrañar que desde hace años, muchos laboristas cambiaran de bando, abandonaran su partido de toda la vida y recalaran en el SNP.
                
Tras la derrota en el referéndum de independencia de septiembre, los nacionalistas no se derrumbaron ni se desanimaron. Por el contrario, emprendieron una concienzuda tarea de fortalecimiento orgánico y rearme ideológico. La militancia se ha duplicado con creces. Mientras, la confianza en los laboristas, entre trabajadores y sectores populares, disminuía.
                
Los laboristas sabían que iban a perder en Escocia. Incluso se contaba con un resultado similar al finalmente registrado. La nueva líder nacionalista escocesa, consciente de su fortaleza, ofreció reiteradamente a los laboristas un pacto para impedir un nuevo mandato conservador en Londres. Pero Miliban lo rechazó, incluso de forma intemperante, con una arrogancia que ha resultado ruinosa.
                
Algunos estrategas laboristas confiaban en que esta estrategia de rechazo del pacto con quienes siguen aspirando a romper la unión nacional podía resultar provechosa en otras regiones del país, en particular aquellas de Inglaterra donde más negativamente se han sentido las políticas de austeridad de los tories. No ha sido así. Los laboristas no han ganado a los conservadores prácticamente en ninguna de las circunscripciones en las que parecían tener opciones. Incluso han perdido algunas que parecían seguras.
                
El gran error de Miliban ha sido proclamar un discurso ideológico de giro a la izquierda, de superación del centrismo o 'nuevo laborismo' de Tony Blair y luego desplegar una estrategia de rechazo de alianza con la única fuerza progresista alternativa, el SNP, por una cuestión de unidad nacional o de nacionalismo inverso.
                
La paradoja es que fue precisamente un líder laborista, precisamente el denostado Blair, quien cambió la dinámica centralista que durante siglos había reprimido la aspiración nacionalista escocesa. Tras su aplastante victoria, en 1997, el flamante primer ministro laborista hizo uso de su amplia mayoría parlamentaria para aprobar la ley que instituyó, dos años después, un Parlamento y un Gobierno autónomos en aquel territorio. Esa iniciativa, de gran audacia política, propició la consolidación del liderazgo laborista en Escocia. No pocos dirigentes del partido eran originarios de Escocia, entre ellos el segundo de Blair y luego su rival y sucesor, Gordon Brown.       Posteriormente, las políticas económicas y sociales de tinte neoliberal  y su alianza desventurada con Bush en la guerra de Irak arruinó la popularidad de Blair en Escocia y arrastró al partido hacia la decadencia.
                
El SNP llenó el vacío político que las políticas de Blair habían creado. La independencia no se planteó sólo como una cuestión nacionalista, sino como una respuesta política frente a la austeridad y las recetas neoliberales. Los laboristas no lo entendieron o creyeron que la expresión de simpatía con la tendencia secesionista les costaría cara en el resto del país y optaron por oponerse tajantemente. Se aferraron a la opción autonomista expresada en el lema Better Togheter (Mejor juntos). Ganaron el referéndum al precio de aliarse con los conservadores.      Esa estrategia, que pareció exitosa a corto plazo porque sirvió para neutralizar el "peligro separatista", ha resultado  fatal a la postre, porque los laboristas han perdido ahora gran parte de su base social en Escocia, en beneficio de los nacionalistas.
                
Ciertamente, no puede afirmarse con rotundidad que si el Partido Laborista hubiera sido menos beligerante con la tendencia de autogobierno reforzado en Escocia habría conseguido retener parte de sus apoyos políticos y aplacar el auge nacionalista.
                
NI EL VOTO OBRERO NI EL DE LA CLASE MEDIA
                
La estrategia patriótica y la recuperación de un discurso más tradicional de izquierda no han servido para recuperar por completo la confianza del voto trabajador en el centro y sur del Reino Unido.  En efecto, muchos obreros y empleados se han sentido atraídos por el mensaje anti europeo y anti-inmigración del UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido), aunque esta opción no esté tan consolidada como en Francia con el Frente Nacional. En todo caso, los resultados son engañosos, porque aunque el partido el ultra Nigel Farage sólo haya obtenido un escaño, debido al sistema electoral mayoritario por circunscripciones pequeñas, este partido ha obtenido el 13% de los votos, no mucho menos del registro consolidado de Marine Le Pen. Por otro lado, al afianzar ese giro programático a la izquierda, el laborismo ha perdido el respaldo de ciertos sectores de las clases medias que se sintieron confortadas o más identificadas con el discurso de Blair.
                
Otros factores han influido, sin duda, en la derrota laborista. La debilidad del liderazgo de Miliban ha sido muy analizada antes y en el arranque de la campaña, pero la mayoría de los observadores creen que a medida que se acercaba la cita electoral el papel del candidato fue mejorando y sus propuestas parecían más convincentes. En todo caso, no ha sido suficiente.

                
El proceso de soul-searching, es decir, de búsqueda de la identidad ya ha comenzado. Se habla de aspirantes al liderazgo, pero sobre todo se pone el acento en la necesidad de encontrar un modelo de partido y una propuesta de gobierno que conecte de nuevo con la base social. La gran pregunta es: ¿está identificada la base social del laborismo?

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