EL SANGRIENTO PRECIO DE LA DERROTA DEL DAESH

4 de Julio de 2016
                
Tres atentados brutales en apenas una semana  confirman la desesperación del Daesh tras las sucesivas derrotas en los frentes militares de  Irak y Siria. Estambul (éste todavía sin atribuir, por diversas razones), Dacca y Bagdad han sido los lugares escogidos por el grupo extremista para demostrar que aún puede hacer mucho daño.
                
Los tres escenarios guardan una significación singular, y el método y el estilo de sus golpes parecen atestiguarlo.
                
AMBIGÜEDAD SINIESTRA EN TURQUÍA
                
Estambul es el de mayor alcance, por sus implicaciones. El Daesh sigue sin querer firmar sus acciones en Turquía. Parece  refugiarse en una ambigüedad calculada, no tanto porque tema la respuesta del Estado turco, cuanto porque quizás pretenda enviar el mensaje de que hay aún  un camino de rectificación. Turquía ha sido un lugar esencial para el desarrollo logístico del Califato: un depósito de financiación, un sendero de ingreso y extracción de sus militantes y un espacio de refugio en momentos de repliegue, si no con la connivencia turca, al menos con cierta negligencia.
                
Cuando Turquía ponía la derrota del régimen de Assad por encima del debilitamiento de las fuerzas islamistas radicales en Siria, el Daesh aparcó su repugnancia por el gobierno de Erdogan. Pero las presiones occidentales, la insostenible situación de los refugiados sirios y la fortaleza militar creciente de los kurdos en la frontera obligaron al líder turco a cambiar de dirección. Erdogan puso a disposición de Estados Unidos la base de Incirlik para destruir las posiciones, vías de aprovisionamientos, centros de mando y otras instalaciones localizadas de los extremistas islámicos en Siria.
                
Todo indica que el Daesh ya no confía en la capacidad de Erdogan para mantener una línea ajena a la ofensiva occidental. Y lo castiga por ello, aunque no lo proclama, con una intención suplementaria: sembrar la duda sobre la autoría de los atentados, alentar la mínima pero no imposible conjetura de que los atentados sean obra de los kurdos del PKK. Por si el líder turco quiere utilizarlo como baza de propaganda, como pretexto, para seguir golpeando a las milicias kurdas y alejarse de la presión que Washington ejerce contra el Califato.
                
Las organizaciones cívicas y progresistas de Turquía temen que el atentado en el aeropuerto de Estambul sirva a Erdogan para reforzar su deriva autoritaria. No importa a qué terrorista proclame combatir. Hay razones para temer que lo haga con escaso respeto a derechos y libertades, una vez que ha consumado la depuración de los elementos más razonables de su propio partido y parece tener bajo control a los poderes del Estado.
                
BANGLADESH, COMO ENSAYO DE TEATROS ALTERNATIVOS
                
El atentado de Dacca puede ser el más inesperado, de alguna manera. Sin embargo, Bangladesh es un escenario propicio en el que el Daesh puede ejecutar sus venganzas por las derrotas en sus feudos. Este misérrimo país del sur de Asia sufre, desde hace tres años al menos , una especie de terrorismo de goteo, por así decirlo, que ha causado decenas de muertos, entre las comunidades de blogueros, intelectuales, minorías religiosas, etc.
                
Una franquicia del Daesh, la Jamaat Ul-Muhaideen (Asamblea de combatientes) pasa por ser el grupo más activo, pero no es el único. Existen grupúsculos de dudosa afiliación, la posición del gobierno no está clara, y mucho menos la responsabilidad de Pakistán, cuyos tentáculos parecen moverse con plena agilidad por su antiguo dominio de Bengala oriental. 
                
Con sus 160 millones de habitantes, la inmensa mayoría musulmanes, y un partido islámico y autoritario en el poder, con pocos escrúpulos a la hora de mantener a raya a la oposición, el panorama en Bangladesh no puede ser más inquietante. Las protestas de firmeza de la Primera Ministra no son convincentes. No pocos temen que, como en Turquía, el gobierno aproveche el terrorismo para reforzar su control.
                
EL INFIERNO IRAQUÍ
                
Finalmente, en Irak, es el infierno de siempre. Aquí no hay novedades, giros, dobles juegos o ambigüedades. Es el terror por el terror. Pura venganza, sectarismo y odio. La reciente caída de Fallujah, uno de los últimos bastiones del Daesh, tras una prolongada y sangrienta batalla (nunca se puede decir que esté concluida del todo), pone en evidencia el debilitamiento imparable del Califato.
                
Se evitó el protagonismo de las milicias chiíes en la reconquista de Fallujah, con el propósito de no favorecer represalias. Es indiferente. Los extremistas sunníes acogidos al credo del Daesh no iban a perder la oportunidad de replicar a la derrota perpetrando la mayor salvajada posible.
                
Las circunstancias del atentado del domingo son espeluznantes. Frente a la heladería más popular de Bagdad, en uno de los barrios de mayoría chiíes, ya en horas de la madrugada, cuando los ciudadanos cierran el ciclo de ayuno del Ramadán y tratan de encontrar un consuelo a las cálidas noches de la ciudad, el Daesh hizo detonar un camión cargado de explosivos y segó la vida de un centenar y medio de personas.  Es el enésimo atentado de este tipo. Habrá muchos más.
                
Entretanto, se hace esperar el asalto a Mosul, cuna y estandarte del Califato en Irak. Hay consideraciones militares, políticas y , por supuesto, comunitarias. Ese cuidado extremo que Washington recomienda y que el gobierno Abadi intenta practicar sirve de poco. Son muchos años de destrucción de la convivencia, de corrupción, de represalias, de venganzas, para que unos esfuerzos bienintencionados reviertan una dinámica infernal. Ni siquiera el Ayatollah Ali Al-Sistani, líder máximo de la comunidad chií pero de talante probadamente conciliador, parece capaz de sujetar las fuerzas destructoras que, desde todas las latitudes, parecen haberse apoderado del destino del país.

                
El fracaso norteamericano parece difícil de revertir. La invasión de 2003 no trajo la democracia: sembró las semillas del caos, que ahora brota con un vigor destructivo imparable. Obama, con su política prudente, combinando responsabilidad y firmeza, aplazando la despedida total y definitiva del país, se irá de la Casa Blanca sin ver un proceso de estabilidad en marcha. Bastante será que, en los próximos meses, no se abra paso la temida, pero para algunos inevitable, división de Irak.

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