29 de Septiembre de 2016
Con
la muerte de Shimon Peres se extingue la generación de padres fundadores y
artesanos iniciales del estado de Israel. Su desaparición es casi un símbolo de
algo que viene siendo una tendencia imparable desde hace años: el fin de la
última utopía del siglo XX.
Peres
significa “águila” en hebreo. No es su verdadero nombre, sino la traducción a
ese idioma del polaco Persky, su nombre original. El cambio se lo sugirió un
amigo, mientras se encontraban cumpliendo una misión de vigilancia en el Sinaí,
en 1948, durante la guerra originada por la proclamación del Estado de Israel.
El
histórico dirigente fallecido ha hecho honor al significado de su nombre. Audaz,
astuto y resistente, su vida ha
sobrepasado el lapso temporal de sus creencias. Como otros muchos líderes de su
generación, Peres ha sido un pensador visionario, un político calculador y un
hombre de acción. Pero, por encima de todo, un estratega.
UNOS
INICIOS TÉCNICOS
Criado al amparo
de Ben Gurion, el padre fundador de Israel, cumplió misiones muy delicadas de
reconocimiento, vigilancia y logística de la defensa nacional en esos momentos
iniciales en que la continuidad de Israel como estado parecía más comprometida.
Como consecuencia de su buen hacer, terminó convirtiéndose en el creador de la
industria militar defensa del país. Negoció acuerdos y contratos de armamentos
con las principales potencias mundiales. No fue militar, pero sabía de la
defensa de su país, de sus fortalezas y debilidades, tanto o más que cualquier
de sus históricos y legendarios generales.
Muchas
veces se ha dicho que las fuerzas armadas son la institución más importante de
Israel. Y es muy cierto. No sólo debido a que sobre ellas ha descansado la
supervivencia del joven Estado. También porque, al tener un servicio militar
obligatorio y universal, la institución castrense es la más popular, la más
respetada y apoyada. Como me dijo un intelectual israelí en los ochenta, el
Ejército es el que sabe realmente lo que pasa en el país.
Ejército
y política son vasos comunicantes en Israel. Más aún: un buen curriculum militar es una plataforma
irresistible para forjar un porvenir político sólido. Peres no ganó batallas ni
atesora honores de héroe de guerra, pero contribuyó decisivamente a hacer de
Israel el estado militarmente más poderoso de la región, en un entorno
totalmente hostil.
Por
eso resultó un proceso natural su salto a la política pura, por así decirlo. Se
afilió al laborismo, una elección práctica, al ser el partido de su padrino
político. Pero nunca fue un doctrinario ni un dirigente muy apegado a convicciones
socialistas. Algo que comparten muchos dirigentes de su generación. La etiqueta
política era entonces una divisa de referencia que una lealtad ideológica.
En
su trayectoria política, Peres ha conocido todas las estaciones. En las 18
veces en que ha sido ministro le tocó ocuparse de Defensa, la cartera más
conectada con sus orígenes, de Exteriores, la más acorde con su sensibilidad,
pero también asumió otras con contenido más tecnocrático o funcional, fruto de
las circunstancias o del juego de alianzas políticas.
Como
jefe de gobierno, Peres se empeñó más en tender puentes que en afilar
posiciones. En ese empeño, sin embargo, cosechó más frustraciones que
satisfacciones. No en vano, en su madurez política coincidió con el auge del
nacionalismo y de irrendentismo religioso judío.
LA
PAZ CON LOS PALESTINOS, EL GRAN MOMENTO
A esta última
gran figura del panteón de hombres ilustres de Israel se le puede recordar por
muchos méritos. Pero, en estas horas de homenajes y obituarios, quizás el más
destacado es la firma del acuerdo de paz con los palestinos, del que fué
artífice imprescindible. Sin embargo, como ministro de exteriores, cedió el
protagonismo principal a su jefe de gobierno y correligionario, Isaac Rabin. De
ahí que no apareciera en el lugar central de aquella foto de un soleado día de
mediados de septiembre de 1993 en el jardín trasero de la Casa Blanca, junto al
enemigo histórico, el líder de la OLP, Yasser Arafat. Los tres personajes se
ganaron el Premio Nobel de la Paz por aquel logro, conocidos como los acuerdos
de Oslo, hoy apenas respetados por nadie, denostados por casi todos y casi
reducidos a cenizas.
En
esa foto, Peres lució más sonriente que Rabin. La relación entre ambos, herederos
naturales del liderazgo laborista personificado inicialmente por Ben Gurion y
Golda Meir, fue siempre tormentosa y dolorosa. Rabin dejó escrito en sus
memorias que Peres era un “conspirador infatigable”. En la mecánica de identificación
de las corrientes laboristas tan propia de esos años, Rabin pasaba por ser “halcón”
y Peres “paloma”. En cierto modo, era verdad, pero resultaba engañoso, como
todas las simplificaciones políticas.
UNA
ESPLÉNDIDA DECADENCIA
Tras el
asesinato de Rabin por un extremista judío enemigo de la paz, Peres parecía
destinado a disfrutar en exclusiva del liderazgo laborista. Pero la edad, la
emergencia de nuevos y más jóvenes aspirantes, el pragmatismo del veterano
referente y sus escasas habilidades para resultar popular lo fueron debilitando.
Peres no compartió la hostilidad que demostraron otros de sus más jóvenes
correligionarios hacia la derecha israelí, quizás por motivos generacionales. La
convergencia hacia el centro pero desde polos opuestos llevó a Peres a
entenderse y colaborar con un antiguo rival, el bombástico ex-general Sharon,
en una muestra más de su pragmatismo político.
Luego
le llegó, ya como figura más simbólica del Estado, la oportunidad de coronar su
vida política con la responsabilidad de la Jefatura del Estado. Cumplió con la
tarea de manera elegante y brillante. Dio altura, lustre y significación al
cargo, como persona capaz de recorrer todos los senderos políticos sin
incomodidad. La dignidad del puesto confirió solemnidad a sus aficiones
literarias y filosóficas, le permitió explotar el prestigio internacional del
que gozaba y ofrecer una imagen más amable de Israel, castigada duramente por
sus excesos, su arrogancia y el alejamiento de sus aspiraciones originarias.
“Sin
Peres, Israel dejará de ser definitivamente joven”, titulaba un politólogo
israelí, Shamuel Rosner, un artículo dedicado hace unos días a su figura,
anticipando su inminente desaparición (1). En realidad, Israel ha perdido su
juventud hace mucho tiempo. Con el debido respeto, Peres se mantenía como
notario del fin de la inocencia, de la disolución de la originaria idea de
nación democrática, igualitaria y experimental en la pura razón de Estado.
(1)
NEW YORK TIMES, 19 de
septiembre.
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