25 de enero de 2017
Donald
Trump ha tenido un inicio horrible como Presidente: acusando a los periodistas
de mentir por no comprar sus falsedades y manipulaciones, puestas tan
palmariamente en evidencia que produce sonrojo y vergüenza ajena.
En un torpe
intento por remedar el ridículo, una de sus principales consejeras calificó de
“hechos alternativos” la falsa pretensión de su patrón sobre la asistencia
récord de gente a la ceremonia de inauguración. Un reflejo orwelliano que puede
convertir la proyección pública de su mandato en una pesadilla mediática. La
primera comparecencia del portavoz de la Casa Blanca fué un desastre: como
ejercicio de relaciones públicas y como producto informativo.
Poca o nula
definición estratégica, por ahora. Quizás por este arranque fallido, sus
primeros días en la Casa Blanca parecen dominados por el empeño de demostrar
lealtad a ciertos compromisos de campaña, para recuperar una popularidad
malgastada en torpezas.
A GOLPE DE
IMPACTO
Trump está
actuando como acostumbraba como candidato: a golpe de impacto. Por un lado,
pretende afianzar su agenda proteccionista:
insistencia en levantar un muro para detener la inmigración ilegal desde
México, endurecimiento de los controles de entrada en el país de inmigrantes y
refugiados, posible reapertura de prisiones opacas para sospechosos de
terrorismo, vagas promesas de protección de la industria e insinuación de
castigos fiscales a las empresas deslocalizadoras.
El otro
impulso inicial de Trump está consagrado a desmontar, con más prisa que tiento,
políticas emblemáticas de Obama: el modelo de atención sanitaria, el Tratado de
libre comercio, las ayudas a grupos extranjeros de planificación familiar en el
mundo en desarrollo o la protección medio-ambiental, simbolizada en la
prohibición de dos polémicos oleoductos.
LA AMÉRICA
CONSCIENTE
Frente a esta
desagradable realidad, se ha alzado la América consciente, una sociedad civil
comprometida con la defensa de los derechos de las minorías… y de las mayorías.
Las manifestaciones promovidas por distintos colectivos feministas y
multirraciales es la respuesta correcta e imprescindible. Se preguntaban estos
días no pocos científicos sociales si estamos ante un movimiento estable y
sólido o sólo ante una expresión momentánea y efímera de desagrado y protesta.
El tiempo lo dirá.
La
confirmación de una presidencia extremista o lesiva con derechos y libertades,
despectiva en el exterior y agresiva en el interior puede ser el mejor cemento
para la consolidación de un frente de resistencia activo. El Partido Demócrata,
que gobierna en numerosos estados muy hostiles al actual Presidente, tiene una
responsabilidad especial en articular una defensa inteligente del legado de
Obama y resolver algunos de sus aspectos más vacilantes y contradictorios.
Después de
todo, parte de esa América que no ha votado a Trump, tampoco respaldó la
alternativa demócrata, o ni siquiera entregó su voto a una causa perdida de
antemano, como la representada por la candidata verde. El voto es una
asignatura pendiente en EE.UU. El voto de los pueden y no quieren y el voto de
los que quieren y no pueden.
ALIENTO A LOS EXTREMISTAS DEL MUNDO
En el mundo,
impera la cautela. Con una excepción: el apresuramiento de los radicales
israelíes en aprovecharse del momento para embarcarse en proyecto de
colonización de tierra palestina ocupada, contraviniendo escandalosamente la
legalidad internacional.
En los
márgenes del extremismo europeo cunde cierta euforia por el efecto Trump,
reforzado con el impulso Brexit. Las formaciones ultranacionalistas y xenófobas
se sienten alentadas por el resultado de las elecciones norteamericanas y hacen
una lectura oportunista. Así lo han proclamado en una especie de mini-cumbre de
Coblenza, aunque se hayan cuidado de no unir su suerte a la deriva de la Casa
Blanca.
Más que otra
cosa, esta cita ha tenido un evidente componente electoralista. En Holanda,
Francia y Alemania (Italia podría ser la siguiente) se juega este año el
porvenir inmediato de estas propuestas demagógicas. Pero es improbable, y hasta
desaconsejable para sus intereses, que pueda surgir una especie de
internacional xenófoba o internacional ultra-nacionalista, porque sería una
contradicción in-terminis. Las
dificultades para forjar una estrategia común en el Parlamento europeo han
puesto en evidencia sus debilidades ideológicas y programáticas.
Esa Europa de
las naciones que proclama la francesa Le Pen, o libre de contaminación
cultural, como airea el holandés Wilders o, con otra retórica, la alemana Petry
es un eslogan incompatible con la realidad mundial. Una cosa es corregir o
encauzar los efectos de la globalización y otra es negar el fenómeno.
En realidad,
el verdadero peligro de estos partidos extremistas reside tanto en su fuerza propia
cuanto en la capacidad para contaminar el discurso de los demás. Lo estamos
viendo en Holanda, donde el primer ministro conservador, Mark Rutte, ha
empezado a adoptar mensajes de tono xenófobo, al denunciar ciertos
comportamientos de los inmigrantes “que abusan de nuestra libertad”. El
candidato de la derecha francesa, François Fillon, gusta de otro tono, pero no
esconde su intención de acercarse a las destempladas propuestas de su presunta
rival en la ronda final de las presidenciales de mayo.
Y en este panorama,
la izquierda europea sigue atrapada en la perplejidad y el desconcierto. Los
socialistas franceses se aprestan a señalar un candidato que, salvo aplicación
concienzuda e inspiración monumental, está condenado a una derrota humillante.
El triunfo provisional del crítico Benoît Hamon por delante del continuista
Manuel Valls debe confirmarse o revertirse el domingo. Parece improbable que el
exprimer ministro pueda remontar, a tenor de las recomendaciones de voto de los
descartados a sus seguidores.
Hamon fue uno
de los líderes de los “frondeurs”, los contestatarios de Hollande en la
Asamblea Nacional. Sus orígenes de líder contestatario estudiantil y juvenil
aporta cierta frescura ingenua a su perfil. Si afianzara su victoria interna,
podría convertirse en una versión francesa, más light, más ambigua, del corbynismo
laborista.
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