7 de junio de 2017
Gran
Bretaña celebra este jueves unas elecciones anticipadas. El sobresalto
terrorista es sólo el último de una serie de factores que convierten a estas
elecciones en una prueba dramática para la democracia británica, porque están
sometidas a la presión de múltiples imposturas.
1)
El falso dilema entre seguridad y
libertades. El terror y la libertad no son compatibles. Es un axioma
demasiado obvio sobre el que no hace falta debatir. Más controvertido es, en
cambio, el falso dilema entre seguridad y libertades. No está resuelto el
debate. Y no sólo por su complejidad. Hay un interés político es dejarlo
abierto para favorecer la degradación democrática.
La
reacción de la Primera Ministra May es todo menos sorprendente. Forma parte de
la identidad conservadora apoyarse en el desafío terrorista para restringir
derechos y recortar libertades. Su afirmación de que “un exceso de tolerancia
ha favorecido el extremismo” no sólo es discutible. Resulta sorprendente escuchárselo
a alguien que ha sido durante seis años Secretaria del Interior. O que ha
prometido recortar la plantilla policial. Para abundar en el doble lenguaje, prometió
luego reformas legales para acelerar deportaciones y reducir garantías en el
tratamiento de sospechosos. Pero hay algo más que doctrina tradicional en este
discurso de mano dura.
2)
El oportunismo antes que los principios.
La conducta de la Premier británica ha estado dictada por el oportunismo tanto
o más que por la ideología. Defendió con pocas ganas la permanencia en Europa
durante la campaña porque creyó que sería la opción triunfadora. Cuando la
manipulación y las mentiras propiciaron el resultado contrario, transitó calculadoramente
entre esas dos posiciones habituales en los tories: la euroresignación y el euroescepticismo.
Más
tarde, ya al frente del gobierno, la primera fase de la gestión del Brexit puso en evidencia su limitada
estatura política. Su ambigüedad y sus vacilaciones no fueron inocentes. Más
que asumir el riesgo de defender ideas propias, May trató de aprovechar el
viento favorable de la intoxicación mediática para fortalecer sus posiciones
políticas: tanto fuera, frente a los socios europeos, con una pose de firmeza
nacional, como dentro, en su partido y ante los ciudadanos.
La
tentación electoralista era demasiado fuerte para dejarla pasar. Aunque había
dicho que no convocaría elecciones, bastó que las encuestas le auguraran una
mayoría abrumadora para proceder a uno más de sus oportunistas giros de
actuación.
Para
aprovechar la decadencia de sus principales rivales, los laboristas, May
rescató el recurso del conservadurismo
compasivo. Un discurso recubierto de pálidas resonancias sociales para
amortiguar propuestas que profundizan en el recorte de derechos y prestaciones
a los sectores más vulnerables de la sociedad como pensionistas, dependientes,
infancia, etc.
Todo
parecía encarrilado hacia el dominio más abrumador de los tories en una
generación. Pero la campaña de May ha sido altamente decepcionante, incluso
teniendo en cuenta los antecedentes mencionados. Eludió el debate con los
líderes del partido y puso en evidencia sus debilidades en una entrevista con
uno de los principales sabuesos periodísticos del país. Poco a poco los sondeos
han ido reflejando un acortamiento progresivo de la ventaja tory en las
intenciones de voto.
El
reciente atentado de Londres, sumado al sufrido en abril y al de mayo en
Manchester, le brindó una nueva oportunidad de apoyarse en una impostura para
rectificar una tendencia en la opinión pública, muy variable, volátil y
desconcertada.
3)
Britannia,
First. Gran parte del electorado británico se encuentra bajo el efecto
de una gigantesca intoxicación política, que consiste en desplazar sobre la UE
la responsabilidad de su fracaso como país. Sin duda. Europa, el modelo tecno-económico
fallido de construcción europea, ha contribuido notablemente al retroceso de derechos
sociales, el aumento de la desigualdad y la degradación de la calidad de vida
de los ciudadanos. Pero las políticas conservadoras británicas, no han sido muy
diferentes, ni han aliviado estos azotes. La respuesta tory ni ha sido ni puede
ser social. Es nacionalista. May se ha subido al mismo carro que ha propulsado
a Trump, aunque sus representaciones públicas sean diferentes. Estridente y
bordeando el ridículo, el norteamericano; taimada y engañosa, la británica.
Este
discurso de la preeminencia nacional confunde al electorado que no profesa convicciones
políticas o ideológicas muy sólidas, que se identifica con pulsiones primarias,
ancladas en imaginarios culturales e historicistas de dudosa autenticidad. Pero
que funcionan electoral y socialmente.
Cada
vez es más claro que May se ha envuelto en la bandera del Britannia First como atajo presentido para escapar del laberinto en
que su propio partido se metió para disimular el agotamiento de sus posiciones
políticas.
4)
El autoengaño laborista. En este
panorama de confusión, propaganda e impostura, las opciones de una
recomposición racional eran prácticamente inexistentes. Ni siquiera una opción
alternativa sólida lo hubiera garantizado. Pero ni siquiera había eso al otro
lado. Los laboristas llevan años empeñados en dinámicas autodestructivas, alejados
de su base social, arruinados por debates estériles disfrazados de modernidad,
eficacia y pragmatismo. El denominado giro al centro se ha convertido en un
viaje al vacío ideológico, una deriva ética y una irrelevancia electoral.
Corbyn
es la respuesta inconformista a ese desastre. Su triunfo en el duelo partidario
interno nunca fue aceptado por los moderados de las diversas tendencias. Los tenores
parlamentarios minaron su liderazgo desde el principio. No se le perdonó el
apoyo que recibió de sectores ajenos a las estructuras consolidadas. El año
pasado en cenáculos laboristas se apostaba por el deceso político ineludible de
Corbyn. Cuando May convocó las elecciones, algunos dirigentes laboristas respiraron
aliviados al creer que la agonía se acortaba.
Pero
no es eso lo que parece que vaya a ocurrir. Contrariamente a la Primer
Ministra, el líder de la oposición ha hecho una campaña más que notable. Corbyn
ha movilizado a la juventud como hacía tiempo que un candidato laborista no lo conseguía.
Ha defendido con pasión y convicción sus ideas, en vez de refugiarse en las
conveniencias de algunos de sus antecesores. Ha proyectado una idea de país más
cohesionado y solidario, una crítica más solvente y honesta del modelo europeo.
Seguramente,
no le servirá para evitar la derrota. Pero, al menos, si obtiene un resultado
digno, Corbyn habrá logrado combatir la impostura de que la izquierda tiene que
proponer ideas y propuestas propias de la derecha para recuperar confianza y
reconstruir el apoyo social. Para los progresistas, ésta puede ser la única consecuencia
positiva de estas elecciones bajo la presión de múltiples imposturas.
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