12 de septiembre de 2018
Cada
vez que un partido etiquetado como de extrema derecha cosecha un buen resultado
electoral captura de forma desproporcionada el interés mediático (lo que amplifica
la percepción de su influencia) y genera una supuesta alarma que alimenta
precisamente lo que supuestamente se pretende frenar o combatir.
Hay
que observar cierta tendencia a confundir los grupos descaradamente extremistas
y violentos (neonazis, neofascistas, skin
heads, gamberros racistas, etc.) con las formaciones nacional-populistas,
cercanas pero no idénticas. Estos nacionalistas xenófobos han duplicado sus
resultados electorales desde 2013: del 12,5% al 25% (1). Algunos se han
convertido ya desde hace tiempo en opciones desigualmente sólidas de gobierno: el
PiS polaco, el FIDESZ húngaro, la Lega
italiana, el Partido del Pueblo danés, el Partido de la Libertad austríaco)
mientras otros se han consolidado, pero parecen aún lejos del poder ejecutivo
(la AfD o Alternativa por Alemania, el otrora Frente
Nacional (hoy Reagrupamiento Nacional) francés, el Partido de la Libertad de
Holanda, los Demócratas de Suecia, etc.
Los
nacional-populistas suecos han vivido una experiencia similar a la de otros de
sus análogos europeos, en las elecciones legislativas del pasado domingo.
Fueron tan altas las expectativas de un resultado espectacular, casi sísmico,
que el resultado al final se resolvió en una sensación de engañoso alivio. Los
Demócratas de Suecia han mejorado notablemente su porcentaje con respecto a
2014 (del 12,9% al 17,6%), pero no franquearon el listón psicológico del 20%
como predecían no pocos sondeos. De haber sido así, la presión sobre el bloque
de centro-derecha para aceptarlos como aceptarlos como king-makers (garantes de una coalición estable de gobierno) hubiera
sido muy fuerte. La sensación poselectoral es que el nacional-populismo en
Suecia ha venido para quedarse, pero no para determinar, aún, el futuro
político del país, a pesar de la habilidad de su carismático y astuto líder,
Jimmy Akesson.
No
será fácil encontrar una fórmula de gobierno en Suecia. Los dos bloques
clásicos de centro-izquierda (socialdemócratas, verdes y excomunistas) y
centro-derecha (moderados o conservadores, centristas, democristianos y
liberales) quedaron casi empatados en torno al 40%, con unas décimas de ventaja
para los primeros. Ante este panorama, Ivar Ekman, un analista de la radio
pública sueca, ha pergeñado tres referencias como opciones: alemana, danesa y norteamericana (2).
La
fórmula alemana sería una gran coalición entre los principales partidos de cada
bloque tradicional (socialdemócratas y moderaten). No parece posible, porque no existe esa
tradición en Suecia. La polarización izquierda-derecha no es dramática, pero
está consolidada. Además, se teme que esa solución alimentara el crecimiento de
los extremos. La opción danesa, es decir la coalición de facto de los
nacional-populistas con los conservadores, es hipotética, porque ya ha sido
rechazada por el bloque centro-derechista. Finalmente, el modelo USA
consistiría en un esfuerzo de los socialdemócratas por dividir el bloque opuesto,
atrayendo a los elementos más centristas, como intentaron hacer los demócratas
de Hillary con los republicanos moderados en las presidenciales de 2016.
EL
TRIUNFO DE LAS IDEAS
Más
allá de este análisis sobre combinaciones políticas, lo más relevante es el
cambio profundo de sistema social en Suecia, un fenómeno que trasciende el auge
del nacional-populismo. Es evidente que la inmigración ha sido el elemento acelerador
de la crisis sistémica. Suecia ha acogido a casi medio millón de peticionarios
de asilo esta década. En la actualidad, el 18,5% de la población sueca ha
nacido en el extranjero, frente al 14,7% en 2010 o el 11,4% al comenzar el
siglo. El pico más alto se registró en 2015, con 163.000 demandantes. Poco
después, el primer ministro Lofven declaró que Suecia estaba saturada y, como
hiciera Merkel al poco tiempo en Alemania, se echó el freno. El año pasado sólo
se admitieron algo más de 25.000 personas. Suecia ha dejado de ser uno de los
paraísos del asilo europeo (3).
El
éxito de los Demócratas de Suecia no se expresa en su auge electoral, por
notorio que resulte, sino en cómo han conseguido inocular su agenda ideológica (y
psicológica) en el resto de las formaciones políticas. Algo parecido a lo que
consiguió Marine Le Pen al colonizar el programa y los reflejos políticos de la
derecha conservadora francesa durante el mandato de Sarkozy. Es una victoria
sorda en la “guerra de las ideas” (4).
Pero,
aparte de la inmigración hay otros factores que explican la “liquidación” del
modelo sueco. Nima Sanandaji, un investigador sueco de origen iraní, autor de
una veintena de libros sobre el sistema social sueco, afirma que el emblemático
estado de bienestar sueco, otrora ejemplo mundial de desarrollo y justicia
social, es insostenible. Esta tesis es discutible y no está exenta de
contaminación ideológica y política. Pero ciertos síntomas merecen detenida
atención, como acaba de recordarlo en un artículo escrito al calor de las
elecciones (5).
La
situación es paradójica porque, aún con sus problemas, Suecia goza de una salud
envidiable para muchos países europeos. Disfruta del mayor porcentaje de
trabajadores más cualificados del continente (brain business jobs), el 9% de la masa laboral sueca. Los estudios
sobre calidad de vida y valores siguen situando a Suecia en el grupo más
avanzado de países. Y, pese a este brote antimigratorio, basado en la
manipulación de las cifras de criminalidad y otras imposturas, Suecia continúa
siendo un país bastante abierto y generoso.
En
contraste con estos indicadores positivos, Suecia presenta datos inquietantes.
El país soporta un alto endeudamiento privado (185%, el doble que a comienzos
de siglo), debido a la expansión del crédito a interés cero o negativo con el
que se quiso compensar los rigores de la austeridad. En parte como consecuencia
de estas políticas financieras orientadas al consumo, pero también del
mantenimiento de una fiscalidad robusta para mantener en cantidad y calidad los
servicios públicos, la inversión de capital ha disminuido. Muchas empresas de
alta tecnológica y fuerte valor añadido se han desplazado hacia países del
centro y este de Europa, donde se practican políticas de atracción de
inversores extranjeros (lugares, por cierto, de notable auge
nacional-populista).
Estas
tendencias hace años que dispararon las alarmas sobre la sostenibilidad del
modelo sueco de bienestar. El centro-derecha inició una política de
privatización en la salud y las pensiones. Más de 600.000 suecos (un 6% de la
población) han optado por la sanidad privada. Se augura que en los próximos
siete años sólo se crearán nuevos puestos de trabajo en el sector público. Las
arcas de los ayuntamientos (grandes suministradores de servicios a la
comunidad) están bajo mínimos. El envejecimiento de la población incrementará
las tensiones presupuestarias. La juventud que aportan los inmigrantes no se
percibe ya como una garantía de solvencia del problema, sino como un elemento
perturbador. Se cita con frecuencia el ejemplo de Malmö, donde se registra una
cifra de criminalidad similar al de Nueva York.
La
próxima batalla del nacional-populismo será las elecciones europeas de mayo.
Para ese combate aparece, como un suerte de Dark
Vader contratado, el gran druida Steve
Bannon, después de que el Jefe Trump
lo expulsara de su manto protector. Salvini, Orban y otros populistas se han
encomendado a sus pócimas (6). A la vista de cómo suelen terminar sus
experimentos, quizás sea algo indeseable que bien traerá.
NOTAS
(1) “Right-wing
anti-inmigrant parties continue to receive support in Europe”. THE ECONOMIST,
10 de septiembre.
(2)
“Swedish Unexcepcionalism. Sweden’s election shows that a strong far right is
Europa’s new normal“. IVAR EKMAN. FOREIGN
AFFAIRS, 10 de septiembre.
(3) “Suéde:
l’extrême droite toujours persona non grata pour le moment en tout cas”. ANNE-FRANÇOISE
HIVERT (corresponsal en los países nórdicos). LE MONDE, 10 de septiembre.
(4)
“Sweden’s far right has won the war of ideas”. EMILY SCHULTHEIS. FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.
(5) “So
long, Swedish welfare state”. NIMA SANANDAJI. FOREIGN POLICY, 5 de septiembre.
(6) “Steve
Bannon’s ‘movement’ enlists Italy’s most poweful politician”. JASON HOROWITZ. THE NEW YORK TIMES, 7 de septiembre.
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