COREA: EL SEGUNDO TEATRO DE LA NUEVA GUERRA FRÍA EN ASIA

3 de mayo de 2023

Estados Unidos afina su doble estrategia de confrontación en Europa y Asia contra la enemiga Rusia y la rival China. Mientras los servicios de inteligencia, militares, diplomáticos y políticos se preparan para encajar la anunciada contraofensiva ucraniana de primavera, en Asia se van retocando y afinando las alianzas tradicionales.

La reciente cumbre entre los presidentes norteamericano y surcoreano ha recibido menos atención en los medios españoles de lo que merece su importancia. Biden y Yoon Suk-yeol han elevado el rango de una relación bilateral al llevar la cooperación militar al plano nuclear. Se trata de una novedad importante. En este caso, no se trata de una respuesta al refuerzo militar chino, sino, evidentemente, a la escalada del programa atómico norcoreano. Pero, en caso de un deterioro de las condiciones de seguridad en Extremo Oriente, no es descartable que se acumulen dos crisis paralelas en la región: Taiwán y Corea.

La Declaración de Washington, suscrita hace unos días, Estados Unidos y Corea del Sur anuncia la creación del denominado Grupo Consultivo Nuclear, en virtud del cual el primero se compromete a “consultar” con su aliado asiático antes de tomar una decisión sobre el uso de armas nucleares, en respuesta a una eventual ofensiva atómica del régimen norcoreano. Esta novedad excede el plano técnico o puramente militar y supone una elevación del estatus estratégico de Corea del Sur a un nivel similar al que tienen los aliados europeos de EE.UU.

Durante décadas, Estados Unidos ha mantenido un sistema militar de protección de Corea del Sur un tanto paternalista. Además de desplegar casi 30.000 hombres en territorio surcoreano, Washington afirmaba el compromiso adicional de cubrir con su paraguas nuclear cualquier decisión extrema de la dinastía Kim. Pero las autoridades de Seúl no tenían capacidad para decidir sobre el uso del arma atómica (1).

UN DILEMA SIN RESOLVER

La aceleración del programa nuclear norcoreano en los últimos tres o cuatro años ha erizado el debate sobre la seguridad nacional en Seúl, hasta el punto de que, en estos momentos, un 70% de sus ciudadanos se muestran partidarios de dotarse de armamento nuclear propio. Esto ha alarmado al establishment norteamericano, porque supondría una ruptura de Seúl con el TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear) y el riesgo de un mayor descontrol en caso de crisis grave.

El origen de esta inestabilidad en la alianza bilateral reside en las dudas sobre la solidez del compromiso protector norteamericano, una vez que Pyongyang se encuentra en el umbral de poder alcanzar el suelo norteamericano con sus misiles nucleares de largo alcance. En términos sencillos: ¿Washington pondría en riesgo Los Ángeles o Seattle para salvar Seúl? (2).

Este dilema existencial replica el generado en la década de los 50 en Europa. Y para encauzarlo, Estados Unidos ha acudido ahora a la misma solución  de entonces: involucrar a su aliado en la planificación de la respuesta nuclear.

El problema es que este mecanismo puede resultar insuficiente, como lo fue parcialmente en Europa. Británicos y franceses no se conformaron con el paraguas participativo de Washington y desarrollaron sus propios arsenales atómicos, aunque Estados Unidos pudo asegurar el control de la panoplia táctica, que culminó con el despliegue de los misiles de medio alcance a primeros de los ochenta, en el último repunte de la guerra fría, bajo el mandato de Reagan.

El presidente surcoreano abandonó Estados Unidos visiblemente satisfecho, y con él una parte de las élites de su país y de los estrategas y expertos norteamericanos (3). Pero lo cierto es que la opinión surcoreana sigue dividida. Este mecanismo de participación en la cooperación nuclear no resuelve decisivamente la duda fundamental, es decir, si los “protectores norteamericanos” estarían dispuestos a arriesgar la seguridad nacional para responder a una agresión norcoreana.

Las críticas o recelos más acerados provienen de la derecha surcoreana, que insiste en proponer la creación de un arsenal nuclear propio, para reforzar la disuasión frente al enemigo del norte. Esta opción es apoyada por ultraconservadores norteamericanos como Doug Bandow (4).

Las relaciones intercoreanas viven otra fase de deterioro, tras la breve distensión que se produjo durante el mandato de Trump. Nunca se sabrá si Kim Jong-un llegó a pensar en algún momento en una coexistencia pacífica con su vecino y, correlativamente, en una neutralización de su programa nuclear. La actuación del anterior presidente fue una chapuza diplomática basada en su presuntuoso instinto de hombre de negocios (¿?), pero careció de disciplina, método y calendario. Nunca pasó del contacto personal. Kim dio cuerda a Trump y facilitó cierto clima de cooperación con el Sur con la esperanza de obtener ciertas ventajas económicas que podrían quitar presión a país empobrecido y generar cierto alivio en su atribulada población. Pero cuando llegó el momento de plasmar en medidas concretas la sucesión de encuentros mediáticos, todo quedó en nada. El espejismo de una solución milagrosa entre Estados Unidos y Corea del Norte se desvaneció y la ilusión de un acercamiento entre los dos vecinos se disolvió en la amargura. El programa nuclear de Pyongyang está en máximos históricos (5).

EL PAPEL DE CHINA

En la coyuntura actual, con el acercamiento instrumento chino-ruso y la sustanciación de la rivalidad estratégica entre China y Estados Unidos, una eventual crisis coreana cobra una dimensión algo diferente a la de las últimas décadas. La ambición nuclear norcoreana era rechazada, aunque en distinta medida, por todas las grandes potencias internacionales. De hecho, ante el régimen de Pyongyang, Pekín cumplía el rol de poli bueno en el denominado grupo 6+2 (seis potencias internacionales y las dos Coreas), debido a su poder de generar incentivos económicos si desistía del programa atómico. La dependencia norcoreana de China es muy intensa. Moscú colaboraba en este empeño, aunque, obviamente, con menor peso.

Ciertamente, algunos estrategas occidentales sospechaban que Pekín practicaba un doble juego. Si bien no le interesaba una Corea del Norte nuclear, la amenaza que representaba para Estados Unidos tenía un valor de presión nada desdeñable.  Por otro lado, China estaba y sigue estando muy interesada en desarrollar sus relaciones comerciales y económicas con Corea del Sur, por razones intrínsecas, pero también como posible factor de debilitamiento, o al menos de compensación del vínculo surcoreano con Washington.

Esto último también está pesando en el debate estratégico actual en el país. La izquierda y en particular los jóvenes no están muy convencidos de incorporarse a la dinámica de confrontación con Pekín inspirada por Washington, según sostiene John Delury, un académico norteamericano de la Universidad Yonsey (Seúl). Un deterioro de las relaciones chino-surcoreanas, se cree en esos círculos, no sólo desestimularía de Pekín de cumplir un rol moderador de Pyongyang; además, tendría efectos económicos perniciosos para el país y hacer crecer el desempleo (6). Esta aprensión se añade a la motivada por las iniciativas proteccionistas de la administración Biden en materia tecnológica y comercial. El mensaje tranquilizador que el presidente norteamericano ha transmitido a su colega surcoreano en su reciente encuentro no ha convencido del todo en empresas y trabajadores de las industrias de automoción y electrónica.

NOTAS

(1) “South Korea’s nuclear options”. JENNIFER LYND y DARYL G. PRESS. FOREIGN AFFAIRS, 19 de abril; “South Korea could get way with the bomb”. RAMÓN PACHECO PARDO. FOREIGN POLICY, 18 de marzo¸“Nuclear energy should be at the forefront of Biden and Yoon’s cooperative agenda”. KAYLA ORTA. WILSON CENTER, 25 de abril.

(2) “America’s ironclad Alliance with South Korea is a touch rusty”. ADAM MOUNT y TOBY DALTON. FOREIGN POLICY, 27 de abril; “Inside the renewed promise to protect South Korea from the nuclear weapons”. DAVID SANGER y CHOE SANG-HUN. THE NEW YORK TIMES, 26 de abril.

(3) “South Korea-American pie: unpacking the US-South Korea summit”. ANDREW YEO y HANNA FOREMAN. BROOKINGS, 28 de abril; “Why Biden and Yoon’s agreement is a big deal”. GRAHAM ALLISON. FOREIGN POLICY, 27 de abril.

(4) “Washington might let South Korea have the bomb”. DOUG BANDOW. FOREIGN POLICY, 17 de enero.

(5) “The new North Korea threat”. SUE MI TERRY. FOREIGN AFFAIRS, 19 de enero.

(6) “After warmth from Biden, South Korea’s leader faces a different tune at home”. CHOE SANG-HUN. THE NEW YORK TIMES, 29 de abril.

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