DEMASIADO TARDE

22 de julio de 2024

La retirada de Biden puede haber llegado demasiado tarde. La rendición final del candidato y presidente en ejercicio difícilmente conseguirá evitar la victoria de Trump en noviembre, aunque, como suele decirse, en política casi todo puede pasar. El giro radical de acontecimientos que se precisa es improbable. Por varios motivos:

1) Falta de tiempo. 

Los procesos políticos americanos requieren de maduración salvo en momento de alta tensión nacional e internacional. Ciertamente, el regreso a la Casa Blanca de un expresidente tan disruptivo como el candidato republicano puede ser merecedor de esa consideración. Pero más para los analistas que para el ciudadano no partidista que vota. Trump espanta a los moderados, desde luego a los progresistas, pero resulta indiferente o al menos no tan repugnante a amplias capas de las clases medias que se muestran más desinteresadas (o escépticas) por las rivalidades políticas.

2) Escasa capacidad movilizadora de la candidata alternativa favorita. Kamala Harris.

Aunque propuesta por el propio Biden en su carta de renuncia, no es aún ni siquiera candidata. A esta hora, se baraja incluso el mecanismo de “entronización”: o consulta exprés o ceremonia de designación en la Convención de agosto. 

Su principal baza es ser la “segunda”, la sucesora institucional y, como tal, depositaria legal de los millones acumulados por la campaña demócrata. No es posible conocer con detalle el ánimo de los donantes, aunque algunos se hayan expresado a favor.

Harris no despierta entusiasmo alguno. Fue escogida por Biden por ser mujer y negra. Se trataba, en 2020, de ampliar la base electoral demócrata, es decir, de alcanzar los llamados públicos objetivo. La elección no fue muy audaz, ni despertó la ilusión de los sectores progresistas en auge dentro del Partido. Kamala Harris es una representante del establishment demócrata, aunque en segunda línea. Su trayectoria como Fiscal General en California y luego como Senadora de ese Estado así lo avalan. Fue una gris candidata en 2020. Si destacó por algo fue por lanzar un acerado ataque contra Biden en el primero de los debates entre los candidatos demócratas, no tanto por motivos ideológicos o políticos, sino por tacticismo: ya se transparentaba la debilidad de reflejos del entonces exvicepresidente. Después de aquella arremetida, Harris se disolvió. Que Biden la escogiera precisamente a ella como compañera de candidatura se interpretó como un gesto cínico más de la política norteamericana, basado en el cálculo más que en la afinidad o la confianza.

El desempeño de Kamala como Vicepresidente ha sido también pálido. En la posición en que se ha colocado a lo largo de su vida política: una moderación a prueba de riesgos, celosa de obtener el apoyo de los ajenos sin molestar demasiado a los propios más moderados difícilmente puede despertar adhesiones de una base que suele movilizarse en torno a figuras más audaces, como ocurrió en 2008 con Obama. Harris está muy lejos de representar ese papel. 

3) La torpeza del liderazgo del Partido Demócrata. 

Se daba por seguro anoche que los “pesos pesados” del partido apoyarían a Kamala Harris, no tanto por su estatura política, cuanto por las razones institucionales y económicas que arrastra. Al ya mencionado peaje de las donaciones de campaña, se une un ligero sentimiento de culpa por haber empujado a Biden hacia la puerta de salida y la hipocresía tradicional de fingir lealtad hacia los compañeros de partido mientras se participa en todo tipo de maniobras para propiciar su caída si ello resulta conveniente para el grupo o para uno mismo. Sin embargo, los endorsements (apoyos) se están produciendo con cuentagotas. Han dado ya el paso los Clinton, pero, a la hora de escribir estas líneas, faltan por pronunciarse figuras tan influyentes como Barack Obama o Nancy Pelosi o la plétora de aspirantes señalados. 

Por lo demás, muchos de esos “grandes electores” demócratas querrán apuntarse el tanto de haber “convencido” a Biden de que se retirara. Pero lo hicieron demasiado tarde. Han mantenido un doble lenguaje basado en la recurrente corrección política. Debieron haberse expresado mucho antes, cuando se inició la carrera electoral. Quizás entonces pensaron que Trump se hundiría bajo el peso de la justicia. O de sus errores. Craso error. Los líderes demócratas han llegado demasiado tarde a casi todo.

4) El impulso aparentemente irrefrenable de Trump

Favorece a Harris que ninguno de sus potenciales rivales parezca animado a dar un paso percibido como una inmolación. Aunque no lo admitan en público, la mayoría, si no todos, considera pérdida la elección. O, en el mejor de los casos, difícilmente ganable. Haría falta una conjunción muy favorable de factores. La parcialidad con que la mayoría del Supremo ha fallado en su favor, blindándolo de la responsabilidad sobre los actos de dudosa legalidad cometidos durante su mandato, lo exonera de someterse a la justicia. Y a ello se suma el regalo de victimismo propiciado por el fallido atentado de Pensilvania. La derecha religiosa ya tiene la unción divina que siempre persigue en la justificación de sus opciones políticas. Y los conservadores menos atrevidos no osan cuestionar semejante guiño de la providencia. El propio Trump se regodea en la figura.

5) La indiferencia inalterable de una gran parte de la población

Por mucho que los líderes de opinión cercanos a los demócratas se empeñen en proclamar el peligro que Trump 2.0 representa para la democracia, es dudoso que millones de ciudadanos ajenos al círculo de intereses políticos rompan con su indiferencia. Consciente de que poco o nada cambiarán sus vidas gane quien gane, los abstencionistas contemplan con desdén este circo de la democracia americana. Incluso los que se resisten a participar por motivos críticos, es decir, por considerar, y con razón, que el sistema es escasamente representativo y está secuestrado por intereses minoritarios, difícilmente se alinearán detrás de una candidata como Harris o por cualquier otro/a que pertenezca a la misma nómina restringida. 

El Partido Demócrata tiene una base plural, en términos económicos, sociales, raciales y culturales. Esa es su fuerza, pero también su debilidad. No es posible contentar o satisfacer a todos. Hace tiempo que se viene evocando la necesidad de un tercer partido que defienda de verdad, y no solo con propósitos electoralistas de bajo vuelo, un proyecto más ambicioso de justicia social. No son pocos quienes piensan que esa es la tarea de los demócratas de izquierda, y no empeñarse en seguir atrapados en la dialéctica binaria de la política americana. 

 


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