EUROPA, EN LA TRAMPA BÉLICA

16 de octubre de 2024

Los ecos de la guerras que llegan del Este se hacen más inquietantes a medida que transcurren las semanas. No hay perspectivas de conclusión en Ucrania, mientras que en Oriente Medio la vengativa y desproporcionada campaña israelí apunta a un nuevo ciclo de guerras locales, respuestas guerrilleras urbanas y amenazas de abrasamiento regional o estallidos localizados.

Europa está fuera de la gestión de la crisis bélica en Palestina y Líbano,pero sufre sus consecuencias. De forma inmediata, los ataques israelíes sobre la FINUL (fuerza de la ONU en Líbano), integrada por soldados españoles e italianos, entre otros. Estos cascos azules, como tantos otros, protegen poco, influyen menos e intimidan nada. Les aceptan los más débiles y les desprecian los más fuertes. Es una historia que se repite, con pocas excepciones, en el historial de las misiones internacionales mal llamadas de paz. Las airadas protestas de los ministros de exteriores difícilmente cambiarán el rumbo de las cosas.

A medio plazo, esta escalada bélica, más controlada de lo que parece, puede crear aún más complicaciones a Europa, si hubiera alteraciones en la circulación del petróleo procedente de esa zona. Incluso el riesgo de que eso suceda podría provocar un pánico que elevaría los precios.

El estancamiento de la guerra de Ucrania, con avances lentos pero mantenidos de las fuerzas rusas en Donetsk, ataques simultáneos contra infraestructuras civiles y militares e incrementos de armas entregadas por terceros dibujan un panorama sombrío del futuro cercano. Si la guerra afectara a los suministros de gas ruso, de una u otra manera, Europa sentiría sin duda la sacudida.

OTRA CURA DE AUSTERIDAD A LA VISTA

Los gobiernos europeos aprietan los dientes para hacen tragar a los ciudadanos otra cura de austeridad, la llamen como la llamen. Si se pone el foco en las tres grandes economías europeas (Alemania, Francia y Gran Bretaña), que influyen notablemente sobre el rumbo de las demás, lo que vemos son horizontes de crisis.

Alemania, si no hay sorpresas poco probables, cerrará 2024 con recesión, por segundo año consecutivo (-0,3% en 2023). La producción industrial ha caído, en particular la del sector de automoción (1). El pulso comercial europeo con China (la tercera guerra actual, ésta comercial) ha puesto a la primera potencia europea en estado de alarma. Berlín se ha desmarcado de la UE, pero no puede evitar el daño. Pekín sabe que los alemanes son el eslabón más débil de una guerra de nervios en el peor momento posible (2).

China es formalmente neutral en la guerra de Ucrania, pero se sabe que favorece a Rusia mediante una política de exportaciones de productos de doble uso (civil y militar) que alivia el bloqueo occidental a Moscú. El enfrentamiento comercial en forma de aranceles y tasas extras de aduana es otra forma de combate que deja víctimas por doquier.

El gobierno alemán está contra las cuerdas. La derecha democristiana ha puesto al frente a un dirigente que lleva años deseando romper con la herencia de Merkel y acabar con cualquier forma de restricción de la austeridad. Friedrich Merz puede ser canciller a finales del año próximo y, si en estos meses no se suaviza el clima político interno y externo, con mayoría absoluta. La extrema derecha, tras avanzar sus peones en el Este, podría ofrecerse como fuerza de reserva en caso de que las crisis bélicas se prolongasen y la base de la derecha se erosionara.

FRANCIA: COALICIÓN BAJO TENSIÓN

En Francia, también hay clima de alarma. Los indicadores macroeconómicos no pueden ser peores, en particular, los de déficit y deuda. El gobierno de derechas es minoritario en el ánimo de la nación, pero ha sido cocinado a partir de una receta inspirada desde el Eliseo, con los ingredientes autoritarios tradicionales de la V República. El primer ministro Barnier ha terminado colocando a sus correligionarios, antiguos gaullistas, conservadores de toda hora, en puestos clave del gobierno, en especial el Ministerio del Interior. Bruno Retailleau no ha dejado pasar mucho tiempo antes de anunciar que, pese al rechazo de los macronistas, va a proponer una nueva Ley de Emigración, más restrictiva aún que la aprobada por decreto en diciembre. Como responsable de la policía se espera de él mano dura, si la austeridad anunciada por Barnier y sus ministros liberales del área económica provoca respuestas sociales contundentes.

Hay que “sacar” 60 mil millones de francos imperativamente para reducir el déficit, rebajar la deuda y cumplir con las promesas de corrección que París ha hecho a Bruselas. Barnier plantea un recorte de 40.000 millones en gastos y obtener los 20 mil millones restantes de una mayor presión fiscal (2). En este punto aparecen las contradicciones de la actual alianza de gobierno. Los liberales y centristas próximos a Macron no quieren subidas importantes de  los impuestos y presionan a favor de reducción de gastos, pero el primer ministros y sus colegas conservadores son tradicionalmente renuentes a políticas demasiado liberales (3).

A cuenta de este debate sobre fiscalidad y déficit, tiene mucho interés la propuesta de Thomas Piketty. Bastaría con imponer una tasa excepcional de un 10% a las 500 mayores fortunas del país, para obtener 100.000 millones de euros, lo que resolvería el agujero en las arcas públicas. Las resistencias, que Piketty examina y desautoriza, reflejan las trampas políticas de la economía.

Desde la izquierda se protesta con la debilidad propia de una unidad cogida con alfileres, asaltada por continuas presiones del ala derecha del Partido Socialista y sobreactuaciones innecesarias de los insumisos frente a sus socios de coalición. No está claro que la izquierda controle la calle, en caso de desbordamiento social. O que sepa orientar esa presión hacia un desgaste insoportable de una derecha, cuya legitimidad para gobernar se encuentra desde un principio en entredicho. La beneficiaria de esta crisis política sin solución a la vista es la extrema derecha, que ha puesto un precio muy preciso a su apoyo exterior al gobierno: postulados migratorios y de orden público sin concesiones. Las huestes de Le Pen adoptan discursos equívocos contra la austeridad y la “preferencia nacional” en el reparto de las ayudas sociales.

EL LABORISMO, ATASCADO

En Gran Bretaña, el nuevo gobierno laborista no termina de arrancar. A finales de mes debe presentar sus Presupuestos al Parlamento. Lo que se ha filtrado hasta la fecha no cumple con la expectativas de una amplia base social que le devolvió la confianza electoral el pasado verano. Los indicios son tan claros que decenas de diputados laboristas se han anticipado en sus reservas y han pedido a la canciller (Ministra de Economía), Angela Reeves, que no se desvíe de las promesas hechas a los electores, en particular sobre el reforzamiento de los servicios públicos, ahora bajo mínimos. Pero el programa laborista exigiría 25 mil millones de libras suplementarios anuales, que sólo podrían obtenerse de una subida impositiva.

El primer ministro Starmer no termina de definirse. Para complicar la cosas, le ha estallado uno de esos mini escándalos tan habituales en la política británica. Se le acusa de haber aceptado regalos y prebendas, menores pero inapropiados y sobre todo muy incómodos en este momento de definición. Por lo demás, ese centrismo -que supuestamente le sirvió para desterrar de nuevo las tentaciones izquierdistas cíclicas en el laborismo- ha virado hacia una posición derechista en materias como inmigración o relaciones exteriores. 

Los elogios de Starmer a su colega italiana, Giorgia Meloni, por la “eficacia” de su política migratoria han causado una profunda irritación en sectores laboristas. Se teme que el primer ministro esté preparando a su base electoral para que asimile medidas muy restrictivas en la materia, sólo diferentes en estilo, que no en sustancia, de las aplicadas por los tories.

En política exterior, el primer ministro laborista ha confirmado sus posiciones proisraelíes, ya desplegadas durante la campaña contra el supuesto antisemitismo en su partido, lo que permitió purgar a cargos y dirigentes críticos con Israel.  Starmer se ha alineado con Biden, en esa reedición invariable de la “relación especial”, que convierte a Downing St. en  la sucursal europea de la Casa Blanca.

ESPERANDO A NOVIEMBRE

En la guerra de Ucrania, los laboristas británicos también adoptan el libreto que se escribe en Washington: apoyo firme al gobierno de Kiev, pero con el claro límite de no provocar a Moscú, lo que se traduce en la prohibición de usar las armas para atacar objetivos sensibles dentro del territorio ruso. El resto de los países europeos, salvo bálticos y polacos, comparten esta línea.

Las contradicciones británicas sobre Ucrania no son distintas a las europeas. El interés general empuja hacia alguna forma de solución negociada, pero, en las actuales circunstancias, esa opción favorecería con matices a Rusia, y eso es algo que los gobiernos europeos, presos de su retórica, no se pueden permitir. Ciertamente, ese opaco “Plan de la Victoria” que Zelenski ha presentado en las principales capitales occidentales no ha despertado mucho entusiasmo, pero no se reconoce abiertamente. De ahí que se apriete el nudo de las sanciones a Moscú y  se aumenten los préstamos a Kiev:  otros 35 mil millones de euros en 2025.  Para no agravar más las finanzas europeas, se tirará de los intereses que han generado los fondos rusos congelados en bancos e instituciones financieras europeas (7). De esta forma se ayuda a Biden a mantener abierto el grifo de asistencia a Ucrania, frente a las resistencias crecientes de los republicanos. Al menos en lo que resta de año.

Después de las elecciones de noviembre, se verá. Si gana Harris, se prevé continuismo en política exterior; es decir, más guerra, contenida en Ucrania y barra libre rebajada con regañinas a Israel en Oriente Medio. Pero se trata de previsiones inciertas: las encuestas predicen que los republicanos recuperarán el control del Senado y, aunque pierdan la Cámara Baja, ganarán espacio político para obligar a reconsiderar la política ucraniana de Estados Unidos y ampliar aún más el respaldo a Israel.

¿Y si gana Trump? Nadie quiere formularse ahora esa pregunta... públicamente al menos.


NOTAS

(1) “An Existential Crisis in the German Auto Industry”. DER SPIEGEL, 27 de marzo.

(2) “The EU hits China’s carmakers with hefty new tariffs”. THE ECONOMIST, 12 de junio.

(3) ”Le gouvernement promet 40 milliards d’économies dès 2025”. LE MONDE, 2 de octubre.

(4) ”Les propositions de Gabriel Attal, une mise en garde à Michel Barnier”. LE MONDE, 10 de octubre.

(5) ”L’imposition des milliardaires est un débat politique et non juridique”. THOMAS PIKETTY. LE MONDE, 12 de octubre.

(6) “Labour needs £25bn a year in tax rises to rebuild public services”. THE GUARDIAN, 10 de octubre.

(7) “Les Européens s’accordent sur une nouvelle aide financière à l’Ukraine”. LE MONDE, 10 de octubre.

 

LA AUSENCIA EUROPEA EN ORIENTE MEDIO

 9 de octubre de 2024

Un año después del ataque de Hamas contra territorio israelí fronterizo con la banda de  Gaza, se ha producido un esperado aluvión de reportajes, análisis y prospectivas sobre ese acontecimiento y sus consecuencias. El espectro de una guerra general en la región es más intenso cada día. Además de Israel y los palestinos, otros países se han visto involucrados de forma directa, con mayor o menor intensidad: Líbano, Irán, Irak, Yemen y Siria. Las grandes potencias no han podido, sabido o querido frenar la escalada, por complicidad con Israel (Estados Unidos), por falta de instrumentos efectivos o por cálculo estratégico (China y Rusia). En el caso de Europa, por una combinación de factores.  

Esta semana, el Alto representante para la política exterior europeo, ya saliente, Josep Borrell, lamentaba ante el Parlamento de los 27 la “ausencia” de Europa ante la nueva catástrofe en Oriente Medio. “Es fundamentalmente por la división”, dijo. Las palabras de Borrell son acertadas, pero obvias. Aunque se encuentre en retirada, se supone que aún tiene responsabilidades que le obligan a ser prudente.

Los contrastes europeos reflejan las contradicciones de las políticas oficiales, pero también el pluralismo de opiniones ciudadanas. La división, en realidad, es una constante de la política exterior europea. Esto viene determinado menos por las diferentes posiciones políticas de los partidos gobernantes en cada país que por los intereses no siempre convergentes. En el caso de Israel, Palestina y Líbano se ha podido apreciar claramente.

Los socialdemócratas alemanes coinciden con sus socios de gobierno, verdes y liberales, sin apenas problemas, pero también con la derecha francesa y los ultraconservadores italianos que mandan en Roma. Incluso fuera de la UE, pero europeos al fin, los laboristas ahora gobernantes en Londres no tienen fricciones con los tories recientemente expulsados del poder. Todos ellos han mantenido una posición marcadamente proisraelí, aunque se hayan mostrado un tanto compungidos por la abrumadora dimensión ante la muerte, la destrucción, el hambre y las enfermedades que asolan Gaza.

Europa arrastra aún la vergüenza del holocausto. En el caso alemán, el apoyo a Israel ha sido acrítico, y costoso (1). En otros países europeos enemigos del III Reich en la segunda guerra mundial, la pasividad cuando no la complicidad ante la persecución, la desposesión y la masacre de los judíos es menos conocida o ha sido menos aireada.

La división de Palestina, la creación del Estado sionista y las sucesivas guerras árabe-israelíes con sus secuelas de “terrorismo” y crisis energéticas han ido moldeando pero no necesariamente unificando la posición europea ante el conflicto.

Sin duda, se han hecho esfuerzos, como por ejemplo la ya muy lejana Declaración de Venecia (1980), que pretendía equilibrar la defensa de los derechos derechos palestinos e israelíes.  En esa línea se ha venido trabajando hasta ahora, pero desde una posición subsidiaria de Estados Unidos, como superpotencia decisoria, formalmente mediadora pero en la práctica completamente alineada con las posiciones israelíes. Hasta los noventa, Washington tuvo que pactar su política con Moscú, que se erigió en defensor de la “causa árabe”, más por la lógica de los bloques que por convicción.

Desde la desaparición de la URSS , la pax americana (es decir, el enquistamiento del problema palestino en una región sacudida por guerras sin fin) ha sido una constante. Europa ha puesto mucho dinero y apoyo técnico y civil para endulzar la amargura palestina. Estados Unidos ha dado cobertura política, diplomática y militar a Israel, sin importarle demasiado que éste haya minado sistemáticamente la viabilidad de ese futuro Estado palestino multiplicando sin cesar las colonias. Desde Oslo hasta aquí, la falacia de la convivencia asimétrica ha quedado definitivamente enterrada en Gaza.

En Europa, esa sensación de impotencia que Borrell expuso en la tribuna del PE ha tenido su lado menos malo. Habría sido peor ser cómplice activo de las equívocas negociaciones de alto el fuego en Gaza (2). Privada de influencia relevante, la energía europea se ha consumido en aplacar los contrastes provocados por las distintas sensibilidades.

España ha mantenido una posición destacada en la crítica de la actuación sin medida de Israel y su defensa de los derechos palestinos con el anuncio del reconocimiento de su Estado. Pero se trata de un gesto simbólico, solo acompañado por Irlanda y, fuera de la UE, por Noruega, por falta de consecuencias prácticas. Israel se ha despachado a gusto con falsas acusaciones de antisemitismo y la retahíla de descalificaciones vertidas contra quienes rechazan sus venganzas o se oponen a sus designios de poder absoluto.

Francia ha emitido señales contrarias, pero tardías. No es casualidad que el Presidente Macron haya levantado la voz después de los feroces bombardeos israelíes sobre Líbano. Paris todavía opera allí con un lógica neocolonial. Ese país sigue siendo un coto francés para sus socios europeos. Estados Unidos le consulta habitualmente, aunque sirve de muy poco. En esta ocasión, el Presidente francés se ha mostrado irritado por la nula disposición norteamericana para frenar a Israel en su fiebre militarista, al reprochar a su socio americano que siga proporcionándole armas con las que ejecuta la masacre (3). Ningún otro socio europeo, salvo los mencionados, ha hecho coro al Presidente francés.

En la escala de complicidad occidental sobre el tormento palestino, Estados Unidos ocupa el lugar preeminente, no solo por el citado suministro de armamento, sino también por una práctica negociadora hipócrita. La candidata demócrata, en su línea de calculada ambigüedad, ha tratado de desmarcarse tímidamente del apoyo férreo e incondicional de Biden a Israel. Este lunes, en la CBS, Kamala Harris evitó considerar a Netanyahu como un “aliado cercano” (4). Pero no parece suficiente para despejar dudas y disolver el malestar entre sus propios ciudadanos de origen árabe, con cuyos portavoces se ha reunido varias veces. El descontento es tan grande que, en un estado tan decisivo como Michigan, en el Medio Oeste, la falta de respaldo de esta minoría puede costarle las elecciones en noviembre (5).

NOTAS

(1) “Berlin's Support for Israel Is Damaging Its International Standing”. DER SPIEGEL, 5 de abril.

(2) “Guerre à Gaza: la faillite diplomatique de l’Union européenne”. LE MONDE, 2 de junio.

(3) “Emmanuel Macron se prononce en faveur de l’arrêt des livraisons d’armes à Israël pour la guerre à Gaza”. LE MONDE, 5 de octubre.

(4) https://www.cbsnews.com/video/kamala-harris-us-israel-relatioinship-60-minutes-video/

(5) “The Mideast War Threatens Harris in Michigan as Arab Voters Reject Her”. THE NEW YORK TIMES, 7 de octubre

¿HASTA DÓNDE LLEGARÁ ISRAEL?

 2 de Octubre de 2024

Oriente Medio se encuentra ya en otro de sus estados de alarma internacional, recurrentes desde hace décadas. Los supuestos esfuerzos diplomáticos para evitar que se desatara una “espiral bélica” han quedado sepultados por una lógica militarista que se ha vuelto a imponer desde el 7 de octubre del año pasado. Los bombardeos israelíes de Beirut y del sur del Líbano para asesinar al jefe de Hezbollah, Hasan Nasrallah, y descabezar el aparato militar de la organización se han desarrollado con la misma brutalidad empleada en Gaza, pese al discurso oficial judío. La incursión terrestre en el sur del Líbano, para favorecer el regreso de los 70.000 israelíes evacuados puede prolongarse tanto como sea necesario para eliminar la infraestructura bélica de la milicia (1). Finalmente, la respuesta iraní, en forma de lanzamiento de casi dos centenares de misiles hipersónicos sobre territorio israelí parece un gesto obligado, por cuestiones de imagen y prestigio, pero contenido, de manera similar al efectuado en abril, tras el asesinato del líder político de Hamas, en Teherán. A Israel le toca ahora mover ficha, sin duda.

Hasta aquí, todo encaja en el libreto de esa escalada que se dice querer contener. La cuestión clave, ahora y siempre, es la impunidad de Israel, la única potencia regional realmente capaz de alterar a su conveniencia, o la de sus dirigentes, los mal llamados equilibrios en la región (2). 

EL FIN DEL MITO DE SALADINO

Las guerras entre árabes e israelíes acabaron a mediados de los setenta. Lo que vino después fue la hostilidad entre una resistencia palestina cada vez más dividida (por las manipulaciones árabes de sus distintas ramas) y un estado judío fosilizado, radicalizado, militarizado y, últimamente, entregado a la tentación religiosa.

El mito de Saladino, es decir, el líder árabe capaz de liderar a toda una comunidad frente al enemigo conquistador (cristianos medievales o contemporáneos sionistas) se diluyó poco a poco. Pero en esa agónica derrota de las aspiraciones árabes medró, desde comienzos de los ochenta, una potencia exterior pero unida por la conexión religiosa del Islam. Irán, la antigua Persia, tomó el relevo del liderazgo contra el proyecto hegemónico de Israel en la región, al principio con reservas y dificultades por la renuencia árabe, y luego con determinación y fiereza.

Irán rompió con los moldes árabes. Ciertamente, hurgó en la brecha existente entre las dos corrientes político-religiosas, chiíes y sunníes (a favor, obviamente, de los primeros), pero sin dejar que el sectarismo perjudicara sus intereses estratégicos. Por ejemplo, a finales de los ochenta, favoreció e impulsó la creación de Hamas, a pesar de ser un grupo de confesión sunní, cuando la OLP empezaba a ceder ante la presión de la vía diplomática. Protegió y dio refugio a destacados dirigentes de Al Qaeda, también sunníes, en plena “guerra contra el terror” de EE.UU tras el 11 de septiembre. Esta flexibilidad se transformó en duplicidad en la Irak post-Sadam, al colaborar con los sunníes yihadistas en su guerra sin cuartel contra los ocupantes americanos, no sin combatirlos a muerte para defender a sus protegidos chiíes, cuando éstos se vieron amenazados por el proyecto mesiánico del Daesh.

La irrupción de Irán como rival esencial -en realidad, único- de Israel en la región ha transformado la naturaleza de la causa palestina. La lucha de los palestinos, una de las causas determinantes de la guerra civil en el Líbano desde los años setenta hasta la actualidad, se ha insertado en la realidad estratégica regional, que configura a este país como el peón adelantado del designio de los ayatollahs contra el Estado sionista. 

En los estados árabes más vinculados con Occidente, la narrativa militar palestina se ha ido diluyendo a favor de una institucionalización impotente y cada vez más corrupta.  En los estados árabes hostiles, la vieja retórica combativa se ha subsumido en los intereses de las castas gobernantes, sin apenas perfiles propios.

Se ha dicho que el 7 de octubre de 2023 cambió la historia en Oriente Medio, porque Israel, después de 50 años, se volvió a sentir vulnerable. Es una tentación recurrente exagerar la dimensión de los acontecimientos inmediatos, debido al impacto de sus consecuencias inmediatas. La realidad es más compleja. 

Israel fue humillada en lo que más fuerte se sentía: su conocimiento preciso y eficaz de las amenazas. Pero el ataque de Hamas, por audaz que fuera, no quebró, ni de lejos, la superioridad militar y diplomática del estado israelí. Al contrario, sirvió para reforzar una tendencia autoritaria, militarista, sectaria y, desde hace algún tiempo, fanática. 

Lo ocurrido en este año último ha desnudado las corrientes profundas que determinan el devenir histórico de Oriente Medio como zona sensible para el poder mundial. Estados Unidos no ha modificado sus percepciones, por la sencilla razón de que sus intereses no están sujetos a acontecimientos siquiera excepcionales. El genocidio de los palestinos en Gaza se está aplicando con brutalidad y consentimiento de las élites norteamericanas. Los aireados intentos diplomáticos por “pausar la masacre” son poco más que propaganda, cuya eficacia se difumina ante la continuidad pavorosa de la matanza. Se atribuye la responsabilidad del fracaso a la intransigencia de Hamas y de Israel como si fueran fuerzas simétricas. Se implica en la farsa a los estados árabes dóciles o colaboracionistas, atrapados en la lógica de la pax americana.

LÍBANO, DE NUEVO FACTOR DETERMINANTE

La única preocupación de Israel a lo largo de este último año ha sido la reactivación de la hostilidad de Hezbollah en el frente norte. O eso se ha querido transmitir. Quizás haya sido parte de la estrategia. Se decía que Israel estaba demasiado tensionado como para afrontar dos frentes de guerra. Pero es una falacia hablar de guerra para definir lo que está ocurriendo. Israel se enfrenta a rivales incapaces siquiera de amenazar su poder. 

El ataque cauteloso de Irán, obligado por una cuestión de prestigio, no modifica esta percepción. El daño para Israel ha sido ínfimo y su respuesta seguramente tampoco será desproporcionada. Estaríamos ante una repetición de lo ocurrido tras al asesinato del líder de Hamas en Teherán.

Los tan resaltados ataques de la milicia chií libanesa contra las poblaciones del norte israelí han obligado a evacuar a casi 70.000 personas de las poblaciones más por precaución que por riesgo real de catástrofe. La cúpula defensiva proporcionada por Estados Unidos ha conseguido desactivar el 99 por ciento de los misiles de Hezbollah. Las victimas israelíes de esta supuesta guerra son menores que las registradas en accidentes semanales de tráfico. El terror que sufren los habitantes de la frontera quedan empequeñecidos por las escenas cotidianas de las represalias de la aviación israelí. Sólo la propaganda o el seguidismo informativo puede seguir comparando realidades tan dispares.

Por todo ello, cabe preguntarse si Israel en vez de temer deseaba realmente una excusa creíble (o de apariencia creíble) para la enésima agresión contra el Líbano. La precisión con la que se ha empleado estos días invita a pensar lo segundo, en cada uno de los episodios: el alarde tecno-militar del episodio de los buscas, la eliminación de dirigentes de Hezbollah como si se tratara de un ejercicio de tiro al plato, el bombardeo de ciudades del sur y del cinturón meridional de Beirut, el asesinato de Hasan Nasrallah y de otros líderes de Hezbollah y Hamas y, ahora, la invasión terrestre. Demasiado para no pensar en un guion preestablecido desde hace tiempo.

Estos “éxitos” militares han estado acompañados de una arrogancia exhibicionista: Netanyahu, desde la misma ONU, ninguneando a una institución impotente a la que odia y desprecia por igual; el ministro de Defensa, presumiendo de la mano alargada de David; la supuesta oposición liberal, inclinándose ante la nueva exhibición de fuerza (3).

EL PADRINO NORTEAMERICANO

Algunos analistas con muchos años de experiencia en este conflicto se preguntan si la moribunda administración Biden ha quedado irremisiblemente dañada por este desdén israelí a la diplomacia americana. Estamos ante un juego de espejos deformantes. Una cosa es la presentación del conflicto ante la opinión pública mundial y otra las actuaciones estratégicas.

Biden ayudó poco a su propio discurso de moderación y contención, al reafirmar este martes lo que viene diciendo cuando la situación se aproxima al límite: que Estados Unidos estará siempre “y completamente” (tres veces utilizó este término) con Israel. ¿Quién lo dudaba? De hecho, desde Washington se avisó a Tel Aviv de la inminencia del ataque iraní y enseguida se activó la protección frente a los misiles balísticos iraníes del martes (4). 

Se vuelven a hacer ahora todo tipo de conjeturas sobre el pulso entre duros y pragmáticos en Irán, sin dejar de recordarnos la amenaza fantasma del programa nuclear, para que no bajar la guardia. Si Israel responde a este obligada represalia de Teherán y se da un paso más hacia esa temida guerra directa entre ambas potencias, está claro lo que hará esta administración demócrata en retirada y cualquiera que le suceda en enero. Por eso, no conviene prestar demasiada atención a los denominados “esfuerzos diplomáticos”. La lógica es militar.

Así las cosas, la pregunta clave es: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Israel en la instrumentalización de su venganza para imponer sus designios hegemónicos?


NOTAS

(1) “Killing of Nasrallah Pushes Mideast Conflict Into New Territory”. THE NEW YORK TIMES, 29 de septiembre.

(2) “A Beyrouth, le choc et la peur d’une guerre généralisée”. HÉLÈNE SALLON. LE MONDE, 30 de septiembre.

(3) “Can Israel Kill Its Way to Victory Over Hezbollah”. DANIEL BYMAN. FOREIGN POLICY, 29 de septiembre.

(4) “US looks unable to talk Netanyahu out of planned invasion of Lebanon”. ANDREW ROTH. THE GUARDIAN, 30 de septiembre; (4) “America Needs a New Strategy to Avert Even Greater Catastrophe in the Middle East”. ANDREW MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 29 de septiembre.