2 de Octubre de 2024
Oriente Medio se encuentra ya en otro de sus estados de alarma internacional, recurrentes desde hace décadas. Los supuestos esfuerzos diplomáticos para evitar que se desatara una “espiral bélica” han quedado sepultados por una lógica militarista que se ha vuelto a imponer desde el 7 de octubre del año pasado. Los bombardeos israelíes de Beirut y del sur del Líbano para asesinar al jefe de Hezbollah, Hasan Nasrallah, y descabezar el aparato militar de la organización se han desarrollado con la misma brutalidad empleada en Gaza, pese al discurso oficial judío. La incursión terrestre en el sur del Líbano, para favorecer el regreso de los 70.000 israelíes evacuados puede prolongarse tanto como sea necesario para eliminar la infraestructura bélica de la milicia (1). Finalmente, la respuesta iraní, en forma de lanzamiento de casi dos centenares de misiles hipersónicos sobre territorio israelí parece un gesto obligado, por cuestiones de imagen y prestigio, pero contenido, de manera similar al efectuado en abril, tras el asesinato del líder político de Hamas, en Teherán. A Israel le toca ahora mover ficha, sin duda.
Hasta aquí, todo encaja en el libreto de esa escalada que se dice querer contener. La cuestión clave, ahora y siempre, es la impunidad de Israel, la única potencia regional realmente capaz de alterar a su conveniencia, o la de sus dirigentes, los mal llamados equilibrios en la región (2).
EL FIN DEL MITO DE SALADINO
Las guerras entre árabes e israelíes acabaron a mediados de los setenta. Lo que vino después fue la hostilidad entre una resistencia palestina cada vez más dividida (por las manipulaciones árabes de sus distintas ramas) y un estado judío fosilizado, radicalizado, militarizado y, últimamente, entregado a la tentación religiosa.
El mito de Saladino, es decir, el líder árabe capaz de liderar a toda una comunidad frente al enemigo conquistador (cristianos medievales o contemporáneos sionistas) se diluyó poco a poco. Pero en esa agónica derrota de las aspiraciones árabes medró, desde comienzos de los ochenta, una potencia exterior pero unida por la conexión religiosa del Islam. Irán, la antigua Persia, tomó el relevo del liderazgo contra el proyecto hegemónico de Israel en la región, al principio con reservas y dificultades por la renuencia árabe, y luego con determinación y fiereza.
Irán rompió con los moldes árabes. Ciertamente, hurgó en la brecha existente entre las dos corrientes político-religiosas, chiíes y sunníes (a favor, obviamente, de los primeros), pero sin dejar que el sectarismo perjudicara sus intereses estratégicos. Por ejemplo, a finales de los ochenta, favoreció e impulsó la creación de Hamas, a pesar de ser un grupo de confesión sunní, cuando la OLP empezaba a ceder ante la presión de la vía diplomática. Protegió y dio refugio a destacados dirigentes de Al Qaeda, también sunníes, en plena “guerra contra el terror” de EE.UU tras el 11 de septiembre. Esta flexibilidad se transformó en duplicidad en la Irak post-Sadam, al colaborar con los sunníes yihadistas en su guerra sin cuartel contra los ocupantes americanos, no sin combatirlos a muerte para defender a sus protegidos chiíes, cuando éstos se vieron amenazados por el proyecto mesiánico del Daesh.
La irrupción de Irán como rival esencial -en realidad, único- de Israel en la región ha transformado la naturaleza de la causa palestina. La lucha de los palestinos, una de las causas determinantes de la guerra civil en el Líbano desde los años setenta hasta la actualidad, se ha insertado en la realidad estratégica regional, que configura a este país como el peón adelantado del designio de los ayatollahs contra el Estado sionista.
En los estados árabes más vinculados con Occidente, la narrativa militar palestina se ha ido diluyendo a favor de una institucionalización impotente y cada vez más corrupta. En los estados árabes hostiles, la vieja retórica combativa se ha subsumido en los intereses de las castas gobernantes, sin apenas perfiles propios.
Se ha dicho que el 7 de octubre de 2023 cambió la historia en Oriente Medio, porque Israel, después de 50 años, se volvió a sentir vulnerable. Es una tentación recurrente exagerar la dimensión de los acontecimientos inmediatos, debido al impacto de sus consecuencias inmediatas. La realidad es más compleja.
Israel fue humillada en lo que más fuerte se sentía: su conocimiento preciso y eficaz de las amenazas. Pero el ataque de Hamas, por audaz que fuera, no quebró, ni de lejos, la superioridad militar y diplomática del estado israelí. Al contrario, sirvió para reforzar una tendencia autoritaria, militarista, sectaria y, desde hace algún tiempo, fanática.
Lo ocurrido en este año último ha desnudado las corrientes profundas que determinan el devenir histórico de Oriente Medio como zona sensible para el poder mundial. Estados Unidos no ha modificado sus percepciones, por la sencilla razón de que sus intereses no están sujetos a acontecimientos siquiera excepcionales. El genocidio de los palestinos en Gaza se está aplicando con brutalidad y consentimiento de las élites norteamericanas. Los aireados intentos diplomáticos por “pausar la masacre” son poco más que propaganda, cuya eficacia se difumina ante la continuidad pavorosa de la matanza. Se atribuye la responsabilidad del fracaso a la intransigencia de Hamas y de Israel como si fueran fuerzas simétricas. Se implica en la farsa a los estados árabes dóciles o colaboracionistas, atrapados en la lógica de la pax americana.
LÍBANO, DE NUEVO FACTOR DETERMINANTE
La única preocupación de Israel a lo largo de este último año ha sido la reactivación de la hostilidad de Hezbollah en el frente norte. O eso se ha querido transmitir. Quizás haya sido parte de la estrategia. Se decía que Israel estaba demasiado tensionado como para afrontar dos frentes de guerra. Pero es una falacia hablar de guerra para definir lo que está ocurriendo. Israel se enfrenta a rivales incapaces siquiera de amenazar su poder.
El ataque cauteloso de Irán, obligado por una cuestión de prestigio, no modifica esta percepción. El daño para Israel ha sido ínfimo y su respuesta seguramente tampoco será desproporcionada. Estaríamos ante una repetición de lo ocurrido tras al asesinato del líder de Hamas en Teherán.
Los tan resaltados ataques de la milicia chií libanesa contra las poblaciones del norte israelí han obligado a evacuar a casi 70.000 personas de las poblaciones más por precaución que por riesgo real de catástrofe. La cúpula defensiva proporcionada por Estados Unidos ha conseguido desactivar el 99 por ciento de los misiles de Hezbollah. Las victimas israelíes de esta supuesta guerra son menores que las registradas en accidentes semanales de tráfico. El terror que sufren los habitantes de la frontera quedan empequeñecidos por las escenas cotidianas de las represalias de la aviación israelí. Sólo la propaganda o el seguidismo informativo puede seguir comparando realidades tan dispares.
Por todo ello, cabe preguntarse si Israel en vez de temer deseaba realmente una excusa creíble (o de apariencia creíble) para la enésima agresión contra el Líbano. La precisión con la que se ha empleado estos días invita a pensar lo segundo, en cada uno de los episodios: el alarde tecno-militar del episodio de los buscas, la eliminación de dirigentes de Hezbollah como si se tratara de un ejercicio de tiro al plato, el bombardeo de ciudades del sur y del cinturón meridional de Beirut, el asesinato de Hasan Nasrallah y de otros líderes de Hezbollah y Hamas y, ahora, la invasión terrestre. Demasiado para no pensar en un guion preestablecido desde hace tiempo.
Estos “éxitos” militares han estado acompañados de una arrogancia exhibicionista: Netanyahu, desde la misma ONU, ninguneando a una institución impotente a la que odia y desprecia por igual; el ministro de Defensa, presumiendo de la mano alargada de David; la supuesta oposición liberal, inclinándose ante la nueva exhibición de fuerza (3).
EL PADRINO NORTEAMERICANO
Algunos analistas con muchos años de experiencia en este conflicto se preguntan si la moribunda administración Biden ha quedado irremisiblemente dañada por este desdén israelí a la diplomacia americana. Estamos ante un juego de espejos deformantes. Una cosa es la presentación del conflicto ante la opinión pública mundial y otra las actuaciones estratégicas.
Biden ayudó poco a su propio discurso de moderación y contención, al reafirmar este martes lo que viene diciendo cuando la situación se aproxima al límite: que Estados Unidos estará siempre “y completamente” (tres veces utilizó este término) con Israel. ¿Quién lo dudaba? De hecho, desde Washington se avisó a Tel Aviv de la inminencia del ataque iraní y enseguida se activó la protección frente a los misiles balísticos iraníes del martes (4).
Se vuelven a hacer ahora todo tipo de conjeturas sobre el pulso entre duros y pragmáticos en Irán, sin dejar de recordarnos la amenaza fantasma del programa nuclear, para que no bajar la guardia. Si Israel responde a este obligada represalia de Teherán y se da un paso más hacia esa temida guerra directa entre ambas potencias, está claro lo que hará esta administración demócrata en retirada y cualquiera que le suceda en enero. Por eso, no conviene prestar demasiada atención a los denominados “esfuerzos diplomáticos”. La lógica es militar.
Así las cosas, la pregunta clave es: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar Israel en la instrumentalización de su venganza para imponer sus designios hegemónicos?
NOTAS
(1) “Killing of Nasrallah Pushes Mideast Conflict Into New Territory”. THE NEW YORK TIMES, 29 de septiembre.
(2) “A Beyrouth, le choc et la peur d’une guerre généralisée”. HÉLÈNE SALLON. LE MONDE, 30 de septiembre.
(3) “Can Israel Kill Its Way to Victory Over Hezbollah”. DANIEL BYMAN. FOREIGN POLICY, 29 de septiembre.
(4) “US looks unable to talk Netanyahu out of planned invasion of Lebanon”. ANDREW ROTH. THE GUARDIAN, 30 de septiembre; (4) “America Needs a New Strategy to Avert Even Greater Catastrophe in the Middle East”. ANDREW MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 29 de septiembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario