LA LETRA PEQUEÑA DE LAS ELECCIONES ALEMANAS

26 de febrero de 2025

Las elecciones del 23 de febrero han consagrado el cambio previsto en Alemania. El país volverá al carril derecho. Ma non troppo. La crisis que azota el país -quizás la más profunda de las grandes potencias europeas- ha alterado los equilibrios políticos. Sin embargo, la estabilidad del sistema hace que raramente las elecciones provoquen un terremoto (Gráfico 1).


                                                                      Gráfico 1

Las sacudidas estratégicas desde 2022 han condicionado decisivamente los resultados electorales. La guerra de Ucrania ha sido el factor pivotal, que ha provocado el desenganche parcial de la dependencia energética alemana de Rusia, como consecuencia de las sanciones. El encarecimiento de los combustibles ha lastrado los resultados de la industria y los servicios, hasta el punto de provocar dos años de recesión económica, por primera vez en la segunda guerra mundial. A esto hay que añadir el efecto de la competencia automovilística china, que ha deprimido la capacidad exportadora del sector. Estos condicionamientos han castigado seriamente a la coalición gobernante. Socialdemócratas, ecologistas y liberales retroceden y todos los partidos de la oposición (Die Linke, CDU-CSU y AfD) mejoran sus porcentajes (Gráfico 2).

                                                                                                   Gráfico 2

LA VICTORIA DEMOCRISTIANA ES MÁS QUE DISCRETA

La victoria de la CDU es más discreta de lo esperado. Obtiene 4,4 puntos, pero se ha quedado muy lejos de obtener el apoyo que disfrutó en la era de Merkel y de Kohl. De hecho, se trata del segundo triunfo más reducido desde 1949. La impresión es que han sido los errores ajenos lo que le permitirá a la suma de partidos democristianos volver a la Cancillería (Gráfico 3).

                                                                           Gráfico 3

LA GRAN COALICIÓN NO ESTÁ ASEGURADA

En Alemania, para formar una coalición de gobierno que tenga mayoría, se necesita la mitad más uno de los diputados del Bundestag (630); es decir, 316 (Gráfico 4).

                                                           Gráfico 4

Nada más conocer su triunfo, Merz volvió a descartar la alianza con la ultraderecha (columna más a la derecha del gráfico). Ambos  sumarían 352 diputados, 36 más de los necesarios. Por tanto,  sólo hay tres opciones a día de hoy para formar una coalición de gobierno.

Los analistas alemanes predicen que se impondrá la fórmula clásica de la Gran Coalición (GROKO). Pero no hay garantías de que pueda funcionar. Democristianos (CDU-CSU) y socialdemócratas (SPD) suman 322 diputados (202-120) en el Bundestag, sólo seis más de los necesarios para tener mayoría. Bastaría por tanto que media docena de diputados del SPD votaran en contra de alguna ley o decisión del Gobierno para que la Gross Koalition colapsara.

Quizás no sea muy probable, pero no es descartable. La iniciativa de Merz para endurecer la  política migratorio hace pocas semanas fracasó y provocó grandes manifestaciones en todo el país. Un sector del SPD no se fía del instinto ultraconservador del futuro canciller. De ahí que las dudas sobre la viabilidad futura de esta colaboración entre los dos grandes partidos, empleada en cuatro ocasiones desde 1949 (tres de ellas durante el mandato de Merkel, por cierto). No estamos ahora en este último escenario, ni mucho menos. Merkel se situaba en la izquierda de la CDU y nunca se planteó cuestionar los avances sociales impulsados por el SPD en los años de esplendor de Brandt. Merz fue un rival interno muy ácido de la excanciller y está alineado con la derecha del partido. Merkel lo mantuvo a raya e incluso hizo que abandonara la primera línea de la política. Ahora ha conseguido colmar su aspiración de ser canciller, pero el entorno no puede ser más problemático.

La opción tripartita (KENIA, por los colores de la bandera de ese país) resulta aún más incierta, ya que democristianos y verdes se encuentran muy alejados en política migratoria y económica, aunque tienen puntos de encuentro en el tema internacional del momento, que es la guerra de Ucrania.

EL DILEMA SOCIALDEMÓCRATA

El derrumbe socialdemócrata no ha sido el primero en los últimos treinta años. Ni siquiera el más acusado (Gráfico 5).

                                                Gráfico 5

Este año ha perdido 9,3 puntos, un enorme correctivo, pero en 2009,  después del fracaso del modelo liberal que quiso implantar Schröeder, amigo y socio de Putin ya por entonces, retrocedió 11,2 puntos y perdió el 40% de su electorado (más de siete millones de votos).

El debate en el SPD sobre su participación en el nuevo gobierno como socio menor no será académico. Hay muchos reproches a la forma en la que Scholz ha gestionado la guerra de Ucrania. Si bien al principio fue cauteloso, luego comenzó a volar todos los puentes con el Kremlin, convencido de que Putin tenía un objetivo maximalista. No ha sido tan contundente sobre el programa de rearme y el considerable aumento de los gastos en defensa, promovido por el ministro del ramo y uno de sus posibles sucesores en el gobierno y en el partido, Boris Pistorius.

Aunque los tiempos en que el reforzamiento militar del país constituían un tabú ya pasaron, hay todavía un amplio sector en la militancia del SPD que no quiere sacrificar los programas sociales para gastar más en defensa. Ese debate, que es hoy la clave de la política europea, será decisivo a la hora de fijar la participación en una gran coalición.

LOS LÍMITES DEL AUGE ULTRADERECHISTA

El éxito de la ultraderecha es incontestable, Sin embargo, el avance de la AfD fue más pronunciado en 2013, cuando triplicó su porcentaje de votos: pasó de 4,70 a 12,6. De no tener representación parlamentaria se encontró con casi un centenar de diputados en el Bundestag (Gráfico 6).


                                                      Gráfico 6

La dirigente ultraderechista quizás tuviera razón cuando, en la noche electoral, predijo que ni la gran coalición ni otras fórmulas más amplias (con los verdes) conseguirán la estabilidad del país, por lo que el país está abocado a otras elecciones muy pronto. Alice Weidel sabe que conforme vaya pasando el tiempo y la situación económica sea tan deprimente, sus posibilidades de convertirse verdaderamente en “alternativa” de poder aumentarán.  

El apoyo que la AfD recibirá de Trump en su estrategia de desgaste de un hipotético gobierno de gross koalition no necesariamente será un activo. La AfD está aislada del resto de la ultraderecha europea por su coqueteo con los eslóganes, símbolos y referencia del nazismo. Marine Le Pen expulsó a los ultras alemanes de su antiguo grupo parlamentario europeo. No parece que, de momento, ni ella ni sus compadres ultras estén por la labor de admitirla en el nuevo grupo de ‘Patriotas’ que se ha constituido en la Cámara de Estrasburgo.

LA SORPRENDENTE RECUPERACIÓN DE LA IZQUIERDA

El avance de la izquierda inconformista. Die Linke K (La Izquierda) sube 4 puntos con respecto a 2021 y aumentará su representación parlamentaria en 25 diputados, un 80% más de los que tenía hasta ahora (Gráfico 7).

                                                 Gráfico 7

El crecimiento podría haber sido mayor si no hubiera sido por la escisión liderada por Sarah Wagenknecht, que hasta hace sólo unos meses aspiraba a convertirse en hegemónica en esa franja izquierdista del electorado. A pesar de sus buenos resultados en la europeas, sus seguidores se han llevado ahora una gran decepción al no alcanzar el umbral estipulado del 5% ni colocar a ninguno de sus candidatos en la ronda nominal y quedarse, por tanto, fuera del próximo Bundestag . Die Linke, una formación que nació de la fusión entre los herederos del antiguo partido comunista del Este y la izquierda del partido socialdemócrata, experimenta una revitalización con la que nadie contaba, ni siquiera ellos mismos, hasta hace sólo unas semanas. Baste decir que ha ganado en Berlín, con el 19,9% de los votos.

DOS ALEMANIAS

La tendencia divergente entre el Este y el Oeste de Alemania, treinta y cinco años después de la unificación sigue sin estrecharse. Y esa realidad empuja a los länder orientales hacia los llamados “extremos”. AfD ha ganado en los cinco länder del Este, y de forma contundente: Turingia (38,6%), Sajonia (37,3%), Alta Sajonia (37,1%), Meklemburgo-Pomenaria (35%) y Brandenburgo (32,5%). Die Linke queda por detrás de la CDU en los cinco länder. Pero supera al SPD en Turingia y Sajonia, está a la par en Alta Sajonia y ligeramente por debajo en Meckemburgo-Pomerania. Por supuesto, en todos ellos supera ampliamente a los Verdes (Gráfico 8).


                                                                             Gráfico 8

ALEMANIA, EN EL CRUCE DE LAS PARADOJAS EUROPEAS

La paradoja de la política alemana es que, siendo la gran defensora de la presencia militar norteamericana en Europa (desde el bloqueo de Berlín, pasando por la crisis de los euromisiles de los primeros años sesenta o las azarosas negociaciones sobre la unificación), se ve abocada ahora a promover la autonomía estratégica, debido a la hostilidad con que se está comportando la administración Trump.  Esta inesperada confrontación aleja aún más una reconciliación pragmática con Rusia, que aparece más próxima a la Casa Blanca que la propia Europa, por vez primera en la Historia.

 

¿HACIA EL FINAL DE LA OTAN? (TAL Y COMO LA CONOCEMOS)

19 de febrero de 2025

La Alianza Atlántica es una organización militar, pero por encima de ello, política. El sustento de cualquier entidad de ese tipo, reside en la confianza y la adopción de decisiones con un cierto grado de acuerdo. Al menos sobre el papel. El socio mayor de cualquier alianza es el garante de su continuidad y vitalidad. ¿Qué pasa cuando el socio principal no sólo actúa por su cuenta, sino que lo hace en contra de los intereses de sus aliados? La respuesta es sencilla.

En apenas un mes, el gran patrón ha hecho trizas ese activo fundamental de la Alianza, de la que sus miembros presumían (quizás con cierta candidez) hasta hace apenas unos meses. Peor aún: se ha convertido cómplice del adversario (1).

Cuando en campaña Trump prometía acabar de un plumazo con la guerra de Ucrania, los aliados oponían gestos de escepticismo más que de desconfianza. La mayoría pensaba que el Presidente retornado experimentaría otro ejemplo de momento norcoreano: por exceso de vanidad y arrogancia, por falta de seriedad.

Trump ha superado sus desatinos. No sólo se embarca en una operación incierta, sino que desprecia a sus aliados, los reprende y pretende imponerles una “solución”. Y más escandaloso resulta todavía que, al menos en este arranque de la operación, margine a uno de los bandos en guerra. Ucrania no ha sido invitada a los prolegómenos; si acaso, informada de que se le consultará más adelante. Pero ya se le ha advertido que se olvide recuperar los territorios invadidos. Esto es algo que impone la realpolitik, pero si se obvia de entrada, ¿qué se negociará en realidad?  También se anticipa que Ucrania no será admitida en la OTAN (o lo que sea en que se convierta después de esto). Ninguna novedad, es cierto. Pero tampoco se deslizan alternativas de seguridad creíble para prevenir nuevas violaciones de soberanía (2). El estilo despótico de la administración norteamericana hace empalidecer el de Kissinger en el cénit de su misiones viajeras.

Otro factor de malestar ha sido el comportamiento amateur de los escuderos de Trump en este desbaratamiento de los fundamentos de la Alianza Atlántica. El emisario especial para Ucrania, el exgeneral Kellogg, no se cortó en descartar el papel de Europa. El Secretario de Defensa, sobre cuya idoneidad pesan todo tipo de dudas, apuntó que pedirían a sus socios europeos esfuerzos militares de estabilización de una paz en cuyo diseño no habrían participado. Con posterioridad, el Secretario de Estado, Marco Rubio, en tanto político avezado, corrigió un tanto esos disparates, pero sin anularlos por completo. Una cacofonía muy propia del caos que caracteriza el estilo de gobierno del Presidente emprendedor. Este también ha puesto de su parte, al calificar de “groseramente incompetente” al gobierno ucraniano y reprocharle el mal uso de la ayuda recibida. Zelenski tendrá que navegar a vista, en un tiempo de suma debilidad y creciente autoritarismo. Muchos creen que su destino está sellado (3).

Europa no puede quejarse de haber sido cogida por sorpresa. Durante el primer mandato de Trump aprendió cómo se las gastaba el personaje. Que entonces tuviera que dar marcha atrás no garantizaba un amortiguamiento de sus instintos.  Trump ha vuelto con ánimo de revancha, y no se preocupa por ocultarlo: más bien al contrario. Está por ver qué tiene en la cabeza Trump en sus negociaciones incipientes con Rusia. A tenor de lo que ha dejado traslucir y de su estilo de tratante de bazar, lo más probable es que pretenda obtener minerales y recursos existentes en los territorios ocupados por Rusia: un 20% de la superficie nacional (4).

Putin debe estar disfrutando del momento, por varias razones. Primero, porque le facilita la salida de una situación que complicaba aunque no amenazaba la estabilidad de su régimen, como sostuvieron numerosos comentaristas liberales desde el inicio de la guerra. En segundo lugar, y esto es lo que quizás más interesa al Presidente de Rusia, la irrupción de Trump desbarata la estrategia occidental de aislamiento de Moscú: pase lo que pase a partir de ahora con Ucrania, la normalización de relaciones entre el Kremlin y la Casa Blanca es ya un hecho (5). Y el relanzamiento del Orden Liberal Internacional queda a beneficio de inventario.

UCRANIA YA HA PERDIDO LA GUERRA; LOS DEMÁS, TAMBIÉN

Antes de que Trump pateara el tablero internacional era una evidencia que Ucrania ya había perdido la guerra. No sólo por los avances lentos pero constantes del ejército ruso en territorio ucraniano. También por la creciente escasez de recursos de Kiev para revertir la situación. Ucrania se queda poco a poco sin hombres, pese a los intentos más o menos razonables de mantener la conscripción. El apoyo militar occidental que le ha permitido mantenerse a flote ha estado lastrado por el retraso, los condicionamientos y las limitaciones de uso. Sin Occidente, Ucrania habría perdido la guerra hace mucho tiempo. Con Occidente, simplemente ha prolongado la agonía.

Pero la derrota de Ucrania no equivale a la victoria de Rusia. Putin, diga lo que diga públicamente, no puede estar satisfecho. Ciertamente, ha conquistado terreno, pero sus objetivos eran más ambiciosos. La dimensión de la “operación militar especial” indicaba la voluntad de controlar el país vecino, forzar la caída de su gobierno y precipitar otro más amigable. Eso no lo ha conseguido, de momento al menos. Tampoco ha alejado a Kiev de los aliados, aunque a día de hoy no se sepa que garantías de seguridad y en qué condiciones puedan proporcionarle.  Ucrania, aún derrotada, seguirá siendo un vecino hostil, y ahora quizás aún más resentido y vindicativo. Cuando Trump desaparezca de la escena lo más probable es que otro Estados Unidos intente reparar los destrozos. En la Alianza y en Ucrania. Pero eso es política ficción, en estos momentos.

También ha perdido Europa, que ha visto sus economías sacudidas por el desenganche energético de Rusia. Alemania lleva tres años en recesión, algo que no ocurría desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Y con la extrema derecha en las antesalas del poder. Para ese Estados Unidos que lidera el Orden liberal internacional el fracaso es también evidente. Había apostado a una derrota controlada de Rusia, para evitar el derrumbamiento un escenario incontrolado de inestabilidad y caos en un país con arsenales nucleares capaces de destruir el mundo. Rusia se ha debilitado, pero el régimen ha resistido. El Kremlin ha conseguido reforzar su alianza con China, aunque lo haya tenido que hacer en condiciones de debilidad.

Pero con lo que no se contaba, al menos de forma tan cruda y dañina era con este desastre geopolítico que coloca a la OTAN en el momento más delicado de su historia. Un entendimiento entre Washington-Moscú, sea cual sea su alcance, se hará a costa de Europa. Eso lo admiten ya abiertamente los dirigentes de este lado del Atlántico.

Tampoco puede pasar desapercibido que Trump haya elegido Arabia Saudí para iniciar esas supuestas negociaciones de paz. No sólo resulta un lugar ajeno a la comprensión del conflicto. Se trata, además, de un escenario completamente extravagante para un diseño democrático de futuro. El disparate es mayúsculo.

EUROPA, SIN RESPUESTA

A pesar de ello, no se vislumbra una respuesta europea coherente y fiable. Hace un par de semanas se reclamaba desde estas líneas una cumbre europea para afrontar la emergencia Trump. Macron -no podía ser otro- organizó esa reunión al más alto nivel, pero con un formato extraño, que ha provocado malestar entre los no convocados. La cita ha sido una suerte de cumbre europea, pero al margen de las instituciones comunitarias, “porque no era conveniente en estas circunstancias”, según la justificación del Eliseo (6). Macron pensaba sin duda en el lastre de Hungría o Eslovaquia, cuyos dirigentes no esconden su cercanía a Rusia.  Se pretendía evitar la división, pero, al cabo, se ha generado otra.

La presencia del Reino Unido, después del doloroso proceso del Brexit, tampoco ha resultado una bicoca. En la víspera, el premier Starmer metió presión a sus colegas al ofrecer soldados británicos para garantizar una supuesta misión de pacificación en Ucrania, cuyos contornos estaban aún por definir. La respuesta del canciller alemán, calificando la iniciativa de “prematura”, tiene todo el sentido del mundo. En esa posición reticente le secundaron el presidente del gobierno español y el jefe del gobierno polaco. Sir Keir tuvo que rectificar y apelar al “necesario apoyo americano” (7). Del Eliseo Europa no ha salido reforzada. Está más débil si cabe, al no haber transmitido una actitud unitaria ni una alternativa viable (8).

Lo ocurrido estos últimos días tiene un aire de opereta. Las comparaciones con la Conferencia de Múnich en 1938 son claramente extemporáneas. En 1938 hubo un intento de apaciguar a Hitler y darle vía libre en Checoslovaquia para evitar una guerra. Lo que se teme ahora es la voladura de una alianza para consolidar las conquistas de un conflicto bélico casi concluido.

Otro asunto que ha provocado la ansiedad europea ha sido el refuerzo explícito de los segundones de Trump a los líderes de la extrema derecha continental. Las reprimendas del Vicepresidente Vance o sus desplantes al canciller alemán para animar a su rival xenófoba en las elecciones del 23 de febrero resultan insólitas entre países aliados. No hay precedentes. Cuando en los años sesenta De Gaulle se retiró del Comité Militar de la OTAN (“la silla vacía”) no se fue a conspirar con el Kremlin. Ni se permitió dar lecciones a sus aliados sobre la forma de gobierno o los valores que debían defender.

Finalmente, otro rasgo preocupante es el discurso militarista de los agobiados líderes europeos a favor de un incremento desaforado de los gastos en defensa. Sostener que Rusia puede invadir cualquier otro país europeo (los bálticos o Polonia) es abusivo, cuando menos. Si Moscú no ha sido capaz de completar una operación victoriosa en Ucrania, ¿qué se puede esperar de otra aventura que sería mucho más compleja y claramente fuera de su alcance? Las resonancias de la guerra fría cobran de nuevo un vigor irracional.

Es pronto para decir si estos destrozos tienen arreglo, y, puestos a ser positivos, cuánto puede tardar la restauración y el precio que habría que pagar. Por ahora, Europa está en modo control de daños. Y la crisis, muy lejos de ser atajada.

 

NOTAS

(1) “Under Trump, a U.S. that once united Europe now divides it”. MICHAEL BIRNBAUM. THE WASHINGTON POST, 16 de febrero.

(2) “How Can It End? A Step-by-Step Guide to a Possible Ukraine Deal” ANTON TROIANOVSKI. THE NEW YORK TIMES, 17 de febrero.

(3) “La grande solitude de Volodymyr Zelensky”. ARIANE CHEMIN. LE MONDE, 17 de febrero.

(4) “Ukraine Rejects U.S. Demand for Half of Its Mineral Resources”. THE NEW YORK TIMES, 15 de febrero.

(5) “What Does Putin Hope to Gain From Ukraine Talks With Trump? TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 13 de febrero.

(6) “Lâchés par Trump, les Européens cherchent la parade face à Poutine”. SYLVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 17 de febrero.

(7) “US ‘backstop’ vital to deter future Russian attacks on Ukraine, says Starmer”. PATRICK WINCOUR. THE GUARDIAN, 17 de febrero.

(8) “Marginalisés par Trump et Poutine, les Européens divisés sur l’envoi de troupes à l’issue du minisommet de l’Elysée”. ALLAN KAVAL. LE MONDE, 18 de febrero. 

 

LAS ILUSIONES DE LA EXTREMA DERECHA EUROPEA

12 de febrero de 2025

La extrema derecha europea está crecida. Por méritos que se atribuye como propios, tales como su conexión con ciertas capas desengañadas o frustradas de sus sociedades, por la recuperación de supuestos valores nacionales despreciados por el liberalismo o por la protección de las esencias propias que dicen ofrecer frente a una imparable invasión de elementos ajenos y portadores de no pocas desgracias.  

Una reciente encuesta sobre el estado de confianza en cuatro países europeos (Francia, Alemania, Italia y los Países Bajos) dibuja un panorama propicio para las ambiciones de esta extrema derecha en progresión constante (1).

En esa manipulación de problemas y sentimientos, la propagación de falsedades se ha convertido ya en una práctica frecuente y fecunda, como acredita un estudio de una organización profesional de informadores (2).

Pero también creen poder aprovecharse de éxitos ajenos que contemplan como un refuerzo de sus tesis en la esfera mundial. La victoria de Trump y sus primeras decisiones en materia de restricción de derechos y libertades les suenan prometedoras a los patriotas europeos, como gustan de denominarse a sí mismos (3).

Sin embargo, es muy probable que a medio plazo, la amistad de Trump empiece a resultar un estorbo en sus actuaciones políticas. La guerra arancelaria con que el Presidente norteamericano amenaza a Europa (las medidas anunciadas el lunes entrarán en vigor en abril, si antes no hay acuerdo) colocará a los partidos ultras en una posición incómoda. ¿Es patriota aceptar una agresión caprichosa como la planteada por Trump? No lo parece. Naturalmente, este club de Madrid tratará por todos los medios de culpabilizar a sus gobiernos de falta de flexibilidad, de seguidismo de la decisiones de la burocracia de Bruselas, etc. Pero no a todos les vale ese truco (4).

El húngaro Orban gobierna, y aunque hace de sus encontronazos con Bruselas una artimaña propagandística, deberá pronunciarse sobre las represalias que los 27 tendrán que plantearse muy pronto. El holandés Wilders no preside el gobierno, pero lidera la fuerza mayoritaria de la coalición en el poder, así que tampoco tiene escapatoria.

El italiano Salvini es el socio menor de un gobierno que desempeña con mano de hierro otra ultra como Meloni, alejada de estas posiciones retóricas extremas, pero sin que eso le habilite como dirigente adscrita al consenso centrista. Además, Giorgia (como ella quiere que la llamen) presume muy mucho de su buena comunicación con Trump. Y lo mismo hace de su interlocución con la alemana Von der Leyen. Este juego a dos barajas de la primera ministra italiana tiene sus ventajas en tiempos de paz. Pero si las cosas se ponen agrías, se pueden destapar todas las contradicciones.

Si dejamos un lado al español Abascal, el más irrelevante de la foto de Madrid, la digestión del monstruo Trump puede ser especialmente pesada para la francesa Le Pen. Hasta ahora, la líder del RN se ha mantenido a una distancia prudente del bombástico Presidente norteamericano. Los dos líderes tienen muy poco en común, más allá de sus veleidades reaccionarias en materia de derechos y libertades y su obsesión malsana por la migración.

Marine Le Pen no ha perdido la esperanza de presidir la República francesa, pero sabe que debe articular una estrategia mucho más depurada que la exhibida hasta ahora. Sin un cambio de la normativa electoral, tiene prácticamente imposible obtener un 50,1% de los votos en primera o segunda vuelta. Con el panorama actual, debería producirse un hundimiento absoluto de los partidos de centro-derecha y una disolución de las opciones de izquierda. Ninguna de estas dos hipótesis es descartable, por supuesto. Pero tampoco están garantizadas. A Le Pen no le resultará tan fácil como a Trump tragarse al principal partido de la derecha en su país, los antiguos gaullistas. Por muy debilitados que estén (nunca lo han estado tanto), aún conservan cierta capacidad para maniobrar con los liberales. Y, aún en el caso de que se confirme el bajón conservador, a Le Pen no le bastaría.

No es una cuestión de cordón sanitario. En Francia, como en todas partes, ese compromiso tiene más que ver con el instinto de supervivencia que con los valores. Cuando el antiguo Frente Nacional tenga capacidad para aglutinar a toda la derecha, ese cordón saltará. Aunque para ello, la extrema derecha francesa tenga que seguir la senda de la italiana.

Esa es la clave ahora del futuro de los ultras. No el discurso rancio que Abascal reproduce con entusiasmo. Es la habilidad para adaptarse y para corroer el consenso centrista, algo en lo que ha avanzado mucho, pero no lo suficiente.

Giorgia Meloni lo comprendió muy bien, sencillamente, porque le interesa más el poder que esos valores tramposos que proclaman sus secuaces. Hay un neofascismo blando en Italia que sirve para los trabajos menores. En los grandes desafíos, Meloni se acomoda bien con la derecha liberal-conservadora que expresa el Partido Popular Europeo (5). De ahí que no haya querido, en ningún momento, reforzar el flanco ultra de Estrasburgo, uniéndose a los Patriotas.

El otro agente clave son los alemanes. Salvo sorpresa de última hora, las inminentes elecciones consagrarán a la AfD como segunda fuerza política (6). Pero, como a los franceses, no les vale con eso para amenazar el sistema de equilibrios de las últimas siete décadas. Además, hay un peso de la historia que hace resistible la ascensión del nacionalismo xenófobo alemán. La sombra del nazismo todavía es una losa, mucho más que la del fascismo italiano o la del colaboracionismo francés (7). Eso explica que Marine Le Pen cortara de raíz las conversaciones de convergencia con la AfD, cuando uno de sus dirigentes hiciera aquellas declaraciones “comprensivas” hacia las SS.

Lo más probable es que el democristiano muy conservador Merz intente pactar con el SPD, en otra edición de la gross koalition, tan venerada por los analistas liberales. El tiempo enseña que esa fórmula resulta letal a medio plazo para la socialdemocracia, pero no hay voluntad de apartarse de ella, y ahora ni siquiera hay opción. La oposición le produce vértigo al SPD: hay muchos cargos en juego.

La guerra de Ucrania y el papel de la Rusia nacionalista ha complicado las cosas a la extrema derecha. Meloni nunca tuvo esas veleidades con el Kremlin y es algo que ha utilizado con profusión en los salones liberal-conservadores. Le Pen, Salvini y Wilders también ha comprendido que el Kremlin no es una compañía rentable. NI siquiera ahora, con la vuelta de Trump.

Orban y algunos centroeuropeos, como el eslovaco Fico, lo tienen más difícil, por la dependencia energética de Moscú. El austríaco Kickel (FPÖ) se encuentra a las puertas de la cancillería, lo que reforzará el peso central en el magma ultra europeo (7).

La guerra de Ucrania, que ya está en su fase final, ofrecerá a los ultras la posibilidad de liberarse de un factor de presión que nos les convenía para nada. Rusia seguirá en la ecuación de la seguridad europea y liberales, conservadores presionarán para incrementar los gastos militares. Tendrán entonces los ultras que posicionarse en un debate en el que la socialdemocracia, dividida en este como en otros temas, también se verá sometida a enormes contradicciones.

Alegrías irreflexivas al margen, el acercamiento de la extrema derecha al poder no producirá muchos motivos para las celebraciones.

NOTAS

(1) “La dissolution de l’Assemblée nationale a accéléré le malaise politique des Français et leur décrochage démocratique avec leurs voisins européens” LE MONDE, 11 de febrero.

(2) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/19401612241311886#supplementary-materials

(3) A Madrid, l’extrême droite européenne s’inscrit dans les pas de Donald Trump, SANDRINE MOREL. LE MONDE, 9 de febrero

(4) Europe races to confront America’s trade war. THE ECONOMIST, 3 de febrero.

(5) “Giorgia Meloni conforte sa popularité en troublant la démocratie italienne”. ALLAN KAVAL. LE MONDE, 11 de febrero.

(6) “Who is ahead in the race for Germany’s next parliament?”. THE ECONOMIST, 11 de febrero; Allemagne: «remigration», sortie de l’euro… L’AfD assume son programme d’extrême droite. ELSA CONESA, LE MONDE, 13 de enero.

(7) “Austria is set for a far-right chancellor. For the EU it’s the ‘new normal’”. JOHN HENLEY. THE GUARDIAN, 17 de enero.


ÁFRICA Y LAS GUERRAS PERPETUAS

 5 de Febrero de 2025

Los conflictos bélicos de Ucrania y Oriente Medio han dejado marginadas a las guerras perpetuas africanas en el espacio mediático occidental. Resulta difícil atraer la atención sobre contiendas de enorme crueldad y de una enrevesada complejidad, muy lejos de los parámetros de comprensión habituales.

La guerra en la República Democrática del Congo (RDC) ha saltado al primer plano hace unos días, tras la conquista de la ciudad de Goma por los rebeldes del M-23, apoyados decisivamente por la vecina Ruanda (1).

En Sudán, la terrible disputa militar entre el Ejército regular y la rebelde Fuerza de Intervención Rápida dura ya casi dos años y no se vislumbra una solución.

CONGO: LOS FANTASMAS RENTABLES DEL GENOCIDIO

No se dispone de espacio aquí para clarificar las claves de la guerra congoleña. Pero, a riesgo de simplificar, puede decirse que básicamente el conflicto es una superposición de intereses locales, regionales y globales, como casi todos los que permanecen activos o latentes en África.

Ruanda y Congo no han sido siempre rivales, pero tampoco países vecinos bien avenidos, desde el espantoso genocidio de 1994, cuando unos 800.000 ruandeses de la etnia tutsi fueron masacrados por el gobierno de entonces en Kigali, controlado por extremistas de la etnia hutu, protegido por París y Bruselas.

Aquella matanza generó un movimiento de represalias por parte de una guerrilla tutsi apoyada por potencias anglosajonas que derrotó al gobierno genocida y provocó un éxodo masivo de la población hutu hacia la región congoleña fronteriza de Kivu, cuya capital septentrional es precisamente Goma. Entre los huidos, se escondieron centenares de asesinos, que, con el tiempo, establecieron una milicia hutu en esa región congoleña, con la avenencia variable de las autoridades de Kinshasa.

En estos treinta años han pasado muchas cosas, ha cambiado el Gobierno de la RDC y se han sucedido iniciativas diplomáticas para calmar la tensión fronteriza, sin éxito duradero. Los tutsis vencedores de aquella guerra terrible nunca han olvidado el genocidio y están decididos a impedir que pueda repetirse. Pero también han utilizado esa monstruosa amenaza para consolidarse como poder regional y aprovecharse de la inestabilidad crónica de su vecino, cuyo tamaño lejos de ser un activo resulta un factor estructural de debilidad.  

La actual República Democrática del Congo no ha resuelto los problemas básicos heredados de la etapa colonial (el Congo belga), profundizados durante el periodo de dictadura sangrienta de Mobutu (Zaïre) y prolongados en el mandado del clan de los Kabila (ya RDC). Tshisekedi, el actual presidente, es una figura débil, que teme ser derrocado en cualquier momento.

La riqueza del enorme país ubicado en el corazón del continente negro ha sido, como en otros muchos casos de África, un factor de desestabilización y no de desarrollo, al incentivar la codicia de élites locales y sus organizaciones armadas de carácter mafioso, manipuladas o instrumentalizadas por Europa, China, Rusia y Estados Unidos (2).

Ruanda es un país pequeño, pero está dirigido por una élite político-militar muy disciplinada, organizada con criterios de eficacia poco común entre las élites africanas y respaldada por Washington y Londres, fundamentalmente. Un tercio del presupuesto ruandés está financiado con ayudas y préstamos occidentales. Como señalaba hace unos meses un especialista en el Congo de la Universidad de Nueva York, bastaría con que Estados Unidos y Europa presionaran al gobierno de Kigali con retirarle esos fondos, para que cesara el apoyo ruandés a la guerrilla del M-23. Pero esa presión no ha sido consistente, porque el líder ruandés, Paul Kagame, juega un papel de socio geopolítico en la región, frente a la influencia de Rusia y su red de mercenarios (3).

La visión del vecino Congo como santuario de genocidas le ha permitido a Ruanda legitimar sus ambiciones de dominar la región fronteriza de Kivu, rica en minerales como el coltán o el oro, perseguidos por las grandes potencias neocoloniales, mediante negociaciones con intermediarios y buscavidas de probada deshonestidad (4).

La guerra se complica con la intervención fallida de otras potencias africanas y el fracaso sempiterno de la ONU. La misión de Naciones Unidas (MONUSCO) se ha mostrado permanentemente incapaz de frenar las derivas bélicas y últimamente también de organizar una mínima red de protección humanitaria, ante el brutal empuje de las dinámicas bélicas.

En cuanto a los estados africanos implicados en la supuesta pacificación de la región, lo cierto es que tampoco han conseguido mejores resultados. Las sucesivas fuerzas de interposición han sido sistemáticamente superadas por los acontecimientos. Potencias continentales como Kenia o Suráfrica se han visto desbordadas y su prestigio internacional ha quedado severamente dañado. Tampoco las grandes potencias globales han sabido o podido frenar el curso de los acontecimiento, aunque es lícito pensar que quizás no han demostrado un gran interés en conseguirlo, esperando sacar rédito de una inestabilidad crónica (5).

SUDAN, FUERA DE CONTROL

La guerra de Sudán es aún más viciosa e impredecible. Se contabilizan unos 25.000 muertos y el desplazamiento de sus hogares de 14 millones de personas, un 30% de la población total del país. Una quinta parte de esos desplazados ya se han ido del país. Se trata de la crisis humanitaria más grave del momento, según la ONU (6). Aunque la facción oficial parezca haber consolidado cierta ventaja, los rebeldes gozan de posiciones muy sólidas, sobre todo en la región occidental de Darfur (7).

Pese a los apoyos internacionales de que ambas partes han gozado en estos casi dos años de combates, existe la impresión de que la capacidad de influencia de las potencias externas es limitada. Arabia Saudí, Qatar y Egipto han venido respaldando, en distinto grado y con motivaciones diferentes, al Ejército regular. Los Emiratos Árabes Unidos han apoyado a la Fuerza de Despliegue Rápida, debido a sus servicios en Libia, en apoyo del General Haftar, y en Yemen, contra los huthíes.

Pero los dos bandos en disputa han ido adquiriendo una creciente autonomía. Pero tanto el Ejército regular como los paramilitares dispone de recursos extraídos de sus zonas conquistadas (oro, los rebeldes; petróleo y otros minerales, los militares oficialistas), que les ha permitido prolongar la guerra hasta el punto de impedir una solución definitiva. Una nueva partición del país no está excluida, aunque sea provisional.

 

NOTAS

(1) “Rwanda-backed rebels capture Goma in DRC”. NOSMOT GABDFAMOSI. FOREIGN POLICY, 29 de enero.

(2) “Un torbellino de conflictos sin fin”. ERIC KENNES y NINA WILEN. LE MONDE DIPLOMATIQUE, mayo de 2024.

(3) “The forgotten war in Congo”. JASON K. STEARNS. FOREIGN AFFAIRS, 26 junio 2024.

(4) “En RDC, pour revenir dans la course aux minerais stratégiques, les Etats-Unis négocient avec Dan Gertler”. SONIA ROLLIN. LE MONDE, 17 de octubre de 2024.

(5) “Entre le Rwanda et la République démocratique du Congo, trois ans d’échecs diplomatiques”. CHRISTOPHE CHÂTELOT. LE MONDE, 28 de enero.

(6) “The war in Sudan, in maps and charts”. THE ECONOMIST, 16 de octubre de 2024.

(7) “As Sudan’s RSF surrounds Darfur’s el-Fasher, ethnic killings feared”. MAT NASHED. AL JAZEERA, 3 de febrero.