30 de abril de 2025
Hay vecinos que parecen condenados a enfrentarse. Por motivos territoriales, ideológicos, sistémicos, económicos, raciales, religiosos. O por un sumatorio o combinación de estos.
Sin
discusión, la guerra vecinal más peligrosa (activa o latente, según el momento)
es la que enfrenta a India con Pakistán. Los dos países son el resultado de la
fractura de la gran colonia británica (la joya de la corona), al final de la
segunda guerra mundial. Los sangrientos enfrentamientos étnicos, raciales y
religiosos entre hindúes y musulmanes dieron lugar a dos Estados que nunca han
sido capaces de construir una relación de mínima confianza.
UNA
CONFRONTACIÓN DE NACIMIENTO
A
estos problemas básicos originales se unió el contencioso territorial de la
frontera septentrional en torno a la región de Cachemira, territorio dividido
entre los dos nuevos Estados. En la parte india, el maharajá Hari Singh, consiguió
la independencia del territorio, pero la presión de las tribus de credo
musulmán en el noroeste le obligó a buscar el apoyo de la India y, al cabo, de
integrarse en este país, aunque con un régimen formal de autonomía. Esta deriva
contradecía la fractura racial y religiosa, ya que la mayoría de la población
de Cachemira era musulmana y la India cuatro de cada cinco habitantes era
hindú.
A
partir de ese momento, la inestabilidad ha sido crónica. La guerra no tardó en
estallar. Pakistán apoyó a los musulmanes de Cachemira y consiguió recuperar
una parte del territorio. India prometió un referéndum de autodeterminación que
nunca celebró. Otras dos guerras vinieron por conflictos territoriales que
fueron en realidad excusas de una enemistad originaria. Tan irreconciliable
llegó a ser el conflicto que ambas partes se dotaron de la mayor amenaza
disuasiva posible: el arma nuclear.
Este
mes de abril, Cachemira ha vuelto a ser detonante en la explosividad de las
relaciones bilaterales. Un atentado cometido por un oscuro grupo musulmán
partidario de la independencia del territorio se cobró la vida de 26 turistas,
la mayoría indios, que visitaban aquellos bellos parajes montañosos. El
denominado Frente de Resistencia parece ser un camuflaje del grupo Laskhar-e-Toiba,
amparado por Pakistán y autor de la aún no olvidada matanza de Mumbai en
2008. El régimen militar de Islamabad ha utilizado esta y otras formaciones
para hostigar a la India desde finales de los cuarenta.
India
ha perdido ocasionalmente la paciencia con estos atentados y con el juego
encubierto de su vecino. La tensión ha tenido sus picos bélicos intermitentes,
que no siempre han sido satisfactorios para Delhi. La lista de incidentes es
larga e inquietante.
En
2019, un atentado en Cachemira se cobró la vida de 40 agentes paramilitares
indios. Delhi respondió con un ataque aéreo contra instalaciones pakistaníes.
Uno de los aviones fue derribado. Islamabad en un gesto que fue más
propagandístico que conciliador, entregó el piloto sano y salvo a su estado
enemigo no sin exhibirlo previamente. La mediación norteamericana impidió una muy
peligrosa escalada. Años después, el Secretario de Estado americano de aquel
momento, Mike Pompeo, confesó que India y Pakistán estuvieron entonces al borde
de una guerra nuclear (1).
La
crisis no se saldó sin daño. A pesar de una retórica engañosa de normalización
y promoción del turismo como factor de desarrollo económico, el gobierno indio
suprimió la autonomía de Cachemira invocando un dudoso plan de integración del
territorio en el sistema político nacional. Modi ha practicado una política
autoritaria de control policial, restricción informativa, acoso de líderes
políticos regionales y cancelación de las elecciones locales. Estas decisiones
han irritado aún más las pasiones en el régimen militar pakistaní. La tensión
en el disputado territorio no han cedido desde entonces (2).
Tras
este último atentado, ambos estados se han infligido medidas de retorsión, como
la expulsión de personal diplomático o la suspensión de los visados. Pero lo
más grave ha sido la suspensión india del Tratado de utilización conjunta de
los ríos que nacen en las alturas de Cachemira y cuyas aguas son esenciales
para la agricultura pakistaní, siempre amenazada por la sequía. Dirigentes
políticos pakistaníes han calificado esta medida de “terrorismo del agua”. Islamabad
ha suspendido el acuerdo sobre las fronteras en la región de Cachemira (3). En
los últimos días se han registrado intercambio de disparos en la zona (4). El
riesgo de escalada vuelve a ser máximo.
EL
ENTORNO GEOESTRATÉGICO
La
hostilidad indo-pakistaní se ha complicado a lo largo de décadas por el efecto
de otras tensiones de mayor envergadura. India y China no han conseguido resolver
sus conflictos fronterizos en el Himalaya, lo que ha dado lugar a guerras de
baja intensidad y duración. Esta enemistad favoreció el acercamiento de China a
Pakistán, dos países que originariamente tenían muy poco en común, aparte de la
hostilidad hacia la India. La cooperación de las últimas décadas ha forjado una
sólida red de infraestructuras plasmada en un corredor económico que atraviesa
la Cachemira pakistaní.
A
su vez, la India este país estrechó relaciones con la Unión Soviética, durante
décadas rival de China en Asia, tras el cisma comunista de los años cincuenta.
Moscú se convirtió en el principal suministrador de armas de Delhi hasta los
tiempos presentes, en que China y Rusia parecen haber recuperado su alianza de
la era comunista.
Esta
dimensión geopolítica regional complica el enfrentamiento indo-pakistaní, pero
paradójicamente pudiera ser uno de los factores que contribuyera a su
resolución. China e India no van a ser amigos seguramente nunca, pero sus
ambiciones estratégicas aconsejan un nivel de entendimiento que podría
favorecer la relajación de las tensiones entre los dos países nacidos de la
descolonización británica en la región.
A
India no le llega este nuevo episodio de tensión vecinal en el mejor momento.
Los aranceles de Trump también pesan sobre la economía india. El gobierno ultra
nacionalista de Narendra Modi confiaba en que su afinidad ideológica con el
Presidente norteamericana le hubiera blindado de su hostilidad comercial, pero
no ha sido así. Pakistán, por su parte, teme que ese potencial acercamiento
entierre de una vez la alianza de conveniencia con Washington. La duplicidad de
los militares pakistaníes durante la persecución y muerte de Bin Laden y la
fracasada guerra contra los taliban afganos ha despertado siempre una feroz
antipatía en Trump. Por eso no puede ser casual que este último atentado en
Cachemira haya coincidido con la visita a Delhi del Vicepresidente D. J. Vance,
una de cuyas misiones eran tranquilizar a los nacionalistas indios acerca de
las intenciones estratégicas de Trump en
la región.
NOTAS
(1) “Kashmir Attack
Shatters Illusion of Calm”. SUMIT GANGULY (Universidad de Stanford). FOREIGN
POLICY, 28 de abril.
(2) “India and
Pakistan Are Perilously Close to the Brink. The Real Risk of Escalation in
Kashmir”. SUSHANT SINGH (Universidad de Yale). FOREIGN AFFAIRS,
29 de abril.
(3) “India
must prove Pakistan’s complicity in the attack in Kashmir”. THE ECONOMIST, 29 abril.
(4) “Tensions entre l’Inde et le Pakistan: nouveaux
échanges de tirs entre les soldats des deux pays dans la nuit de dimanche à
lundi”. LE MONDE, 28 de abril.
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