VIEJOS Y JÓVENES DE LA IZQUIERDA

30 de julio de 2025    

La izquierda crítica occidental es una fuerza política en perpetua renovación. Tanto si es tributaria del comunismo de proyecto (que no de gobierno) como si procede de las nuevas tendencias surgidas a finales del siglo pasado (ecologismo, pacifismo, feminismo, anticapitalismo, anticrecimiento económico, etc). No siempre esa renovación ha tenido efectos de anclaje social. Y muchas veces se ha visto inmersa en otro renovación posterior sin haber cuajado la anterior.

En estos tiempos, la sensación creciente (y los datos dudosos de las encuestas) nos instalan en una paradoja fabulosa: la juventud se aleja de la izquierda, se hace conservadora, se acerca incluso a la extrema derecha. En los círculos de pensamiento liberales y reformistas se rasgan las vestiduras. Y, sin embargo, no es tan difícil de comprender. Los problemas de la juventud de las clases medias no encuentran solución en las recetas clásicas del consenso centrista (de los conservadores a los socialdemócratas). Las batallas generacionales anteriores ya no movilizan a las actuales, llámese como se quieren llamar (milenials, X, Z, etc).

Con frecuencia se resalta que, salvo excepciones, la izquierda crítica organizada está liderada por veteranos... o por venerables ancianos, más bien. Los dos casos quizás más paradigmáticos son Bernie Sanders, en Estados Unidos, y Jeremy Corbin, en el Reino Unido. Ideológicamente no son exactamente lo mismo, pero representan cosas similares en sus respectivas sociedades: una conciencia crítica, una praxis política contestataria y un recorrido político ya muy corto por delante.

Pero tienen algo más en común: parecen bien escoltados por un recambio joven dispuesto a tomar el relevo, si no a compartir desde ya el liderazgo de ese sector político en perpetua renovación.

BERNIE SANDERS YA TIENE SUCESORA

Esta primavera pasada, Sanders recorrió varios estados de la Unión acompañado de la estrella rutilante de la izquierda americana, la representante por Nueva York Alexandra Ocasio-Cortez.  A sus 35 años, esta joven de origen puertorriqueño se ha convertido en una de las esperanzas más activas del ala socialista del Partido Demócrata (1).

Entiéndase bien, esta tendencia no existe formalmente: es sólo una corriente de pensamiento crítico que cuestiona la política económica, fiscal, social y exterior de un Partido firmemente anclado a la derecha con su discurso de centrismo liberal. El llamado “caucus progresista” del Partido Demócrata reúne a casi un centenar de Representantes, pero no todos pertenecen a la corriente socialista.

La dupla Sanders/Ocasio-Cortez no puede verse en clave de ticket electoral ante las próximas primarias presidenciales de 2028. Tampoco se presentan como colíderes de un nuevo partido político. El desafío al bipartidismo norteamericano siempre ha procedido de la derecha. El multimillonario Ross Perot fue el que más cerca estuvo de conseguirlo, en los primeros noventa: no le dio para voltear el sistema, pero si para dañar a Bush padre en su fallida lucha por la reelección frente a Bill Clinton. Luego lo intentaron otros tribunos como Buchanan u oportunistas como el primer Trump, pero finalmente se sometieron a la senda marcada por el rígido sistema político y canalizaron sus ambiciones, con desigual suerte, a través del Partido Republicano.

En la izquierda norteamericana hay formaciones muy minoritarias, como el Partido de los Verdes, la impulsada por el eco-activista Ralph Nader y otras de carácter marxista y/o socialista que agrupan a miles de militantes y obtienen menos del 0,1% de los votos. Los sincréticos del Partido Libertario sumaron más del medio millón de votos en las últimas presidenciales pero carecen de relevancia alguna.

Ocasio-Cortez quiere conectar con Sanders, no sólo en el plano ideológico, sino también en el táctico. No quiere romper orgánicamente con el Partido Demócrata, en el que sigue militando, pero desafía a los dirigentes de su establishment. Algunos rumores, poco fundados y quizás malintencionados, ya la sitúan en el pool de posibles candidatos presidenciales en 2028. Pero lo más probable es que intente primero asaltar el puesto de senador por NY, que detenta uno de los próceres del Partido, Chuck Schumer. Ella es parca en este tipo de quinielas y se concentra en su activismo de una izquierda crítica pero no del todo rupturista.

Algunas cosas separan a la joven representante por el distrito 14 (Queens y Bronx) de Nueva York de su veterano mentor. Se ha mostrado mucho más activa que él en la denuncia de Israel. Al cabo, Sanders es hijo de inmigrantes judíos de Europa Central y Oriental. Pero Ocasio-Cortez no ha llegado al nivel de combatividad de sus compañeras radicales del Squad (Equipo), como se conoce a las mujeres más contestatarias del PD en la Cámara Baja. Ilhan Omar (43 años, musulmana nacida en Somalia, con acta por Minnesota) y Rashida Tlaib (50 años, hija de palestinos, elegida en un distrito de mayoría árabe de la periferia de Detroit) han sido voces más sonoras en la defensa de los derechos palestinos. Ambas son mayores que Ocasio-Cortez.

El último llegado a este grupo de socialistas americanos dispuestos a imprimir un giro a la izquierda del anquilosado partido del burrito es el también musulmán. Se llama Zohran Mamdani y fue el  ganador de las recientes primarias a la alcaldía de Nueva York desde otro distrito de Queens. Es algo más joven que su correligionaria puertorriqueña, pero ha irrumpido con fuerza. Si obtiene el Consistorio de la Gran Manzana bien podría impulsar un movimiento de alcaldes contra la marea nacionalista ultraderechista mundial (2).

No está claro si esta constelación de estrellas de la izquierda socialista sistémica será capaz de aglutinar fuerzas. Más bien se puede temer que se impongan los egos a lo que debería ser un propósito común. Tampoco es seguro que Sanders consiga apadrinar un movimiento cohesionado antes de retirarse definitivamente de la escena.

LA DUPLA CORBYN-SULTANA

En Gran Bretaña también hay dudas sobre el entendimiento entre las dos figuras mediáticas más destacadas de la izquierda crítica en este momento: el veterano Jeremy Corbin (76 años) y la jovencísima diputada exlaborista Zarah Sultana (31 años). De momento, ambos han lanzado un nuevo partido político, cuyo nombre se decidirá en un congreso o convención a celebrar el próximo otoño. En la web de la iniciativa política aparece una denominación: Your Party (Tu Partido), pero ya han dejado claro que se trata de algo provisional (3).

Corbyn se fue del Partido Laborista antes de que lo echaran por unas oscuras maniobras del sector centrista, que pretendía acusarlo de antisemitismo, una etiqueta que se ha convertido en motor de una auténtica caza de brujas. Todo lo que hizo el antiguo líder laborista fue denunciar la política expansionista de Israel y el sistemático atropello de los derechos humanos, políticos y sociales de la población palestina en los territorios ocupados.  Corbyn se presentó como independiente en su distrito de Islington, al norte de Londres, y obtuvo su escaño en los Comunes. Desde entonces no ha cejado en su empeño de denunciar la deriva derechista de su expartido, con un tesón encomiable.

Sultana ha seguido el mismo camino de ruptura. Fue elegida como miembro del  Labour en un distrito del sur de Coventry, pero sus activas protestas contra las medidas de recorte de las prestaciones sociales adoptada por el gobierno de Keir Starmer precipitaron su expulsión del Partido. Su origen social y étnico es inequívoco: hija de un obrero paquistaní del área de Birmingham, la segunda ciudad más poblada del país. Es muy probable que se sume al futuro partido Leanne Mohamad, una activista de origen palestino, que estuvo a punto de derrotar a un destacado candidato laborista en las elecciones del año pasado.

Sin duda, el asunto palestino está revolviendo al laborismo. Starmer ha sido una de las voces más reticentes a condenar a Israel por el genocidio de Gaza (no admite tal término, de hecho), aunque las críticas externas e internas le hayan obligado a cambiar ligeramente su discurso. El anuncio del reconocimiento del Estado palestino en septiembre aparece en parte pactado con París, pero en su caso condicionado a que no haya un alto el fuego en Gaza. Se trata de una cláusula ambigua, ciega y sorda ante la agresividad israelí en Cisjordania, con la que se pretende apaciguar a Trump.

El laborismo oficial está preso de las falacias de las luchas contra el antisemitismo y de la paralizante dependencia del otro lado del Atlántico. La famosa “relación especial” ya hundió al laborismo descafeinado de Blair y puede hacer lo propio con esta desvaída era Starmer. La sumisión del Primer Ministro británico a los caprichos y malhumores del Presidente norteamericano no han llegado al grado de vasallaje del Secretario General de la OTAN, pero han superado el grado de lo aceptable para la base de su partido.

El nuevo partido de la izquierda británica, aparte de su nombre, debe definir su programa y su estrategia, pero en la carta de presentación de Corbyn y Sultana se expresa claramente la voluntad de luchar contra los ricos y los poderosos. “No hay dinero para los pobres, pero sí miles de millones para la guerra” es el anticipo de una divisa que suena mejor en inglés: “no money for the poor, but billions for war” (4).

En Francia, la izquierda crítica parece en condiciones de desafiar a la socialdemocracia orientada al centrismo del entendimiento con liberales y conservadores. Al norte de los Pirineos, la figura de un líder senior es también determinante (en este caso, Jean-Luc Mélenchon), pero en los últimos años han surgido políticas jóvenes  como la insumisa Mathilde Panot, de la misma edad que Ocasio-Cortez, preparadas para el relevo.

En Alemania esa confluencia de generaciones permitió el reciente ascenso electoral de Die Linke, pero se trata de un impulso confinado en el Este del país. En el resto de Europa, España aparte, el panorama de la izquierda crítica es menos halagüeño. La sombra de la ultraderecha está alentando movimientos ciudadanos de concienciación y resistencia pero no parece que se esté cerca de una respuesta orgánica sólida.

 

NOTAS

(1) “Sanders and Ocasio-Cortez Electrify Democrats Who Want to Fight Trump”. THE NEW YORK TIMES”, 16 de abril.

(2) “Mamdani may join a global trend of mayors standing up to nationalists”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 27 de junio.

(3) “What is Your Party? Confusion reigns over name of Jeremy Corbyn and Zarah Sultana’s new party”. THE INDEPENDENT, 24 de julio.

(4) “Corbyn launches new party to 'take on rich and powerful'”. BBC, 24 de julio.

EL TRIUNVIRATO EUROPEO

 23 de julio de 2025

El regreso a la Casa Blanca de un líder excéntrico y con escaso o nulo sentido de un capitalismo articulado a nivel mundial ha creado una sensación de emergencia en el sistema vigente de poder mundial. China ha roto la hegemonía occidental y el Sur global amenaza con reforzar la sensación de crisis sistémica. No se dibuja una alternativa sólida al Capitalismo, pero los actores secundarios  o terciarios de hace cincuenta años compiten hoy por papeles de primer orden.

Europa, eje débil en aquel tiempo, no ha conseguido, pese a los esfuerzos de las últimas décadas, políticos e institucionales, mejorar sus posiciones. Dependiente de Estados Unidos, como siempre, y no sólo en materia defensiva, sino también tecnológica, cultural y financieramente, la autonomía europea ha sido un asunto más bien especulativo.

Ahora que la necesidad aprieta, se han visto las costuras del edificio comunitario europeo. El gigantismo organizativo no ha proporcionado más poder, sino todo lo contrario. Las sucesivas ampliaciones fueron defendidas -inicialmente casi en solitario- por el socio que terminó por marcharse de la Unión cuando ya había conseguido su propósito. El Reino Unido llevó el Brexit hasta sus máximas consecuencias bajo unos gobiernos nacionalistas, demagogos e irresponsables que pretendían desencadenarse de Europa y reconstruir el viejo Imperio. Una década después, el Brexit ha quedado desnudado y en Londres se abre un periodo de regreso a Europa por una puerta lateral, sin institucionalismos ni retóricas, con un sentido simplemente pragmático.

Pero ese regreso selectivo no es completo. Gran Bretaña obvia a los 27 y a su congestionado edificio y se limita a entenderse con las dos plantas más nobles: Francia y Alemania. En apenas una semana, Londres, París y Berlín han establecido una serie de acuerdos bilaterales sobre lo que más les importa ahora : el control de las fronteras internas y una nueva política de defensa más agresiva y autónoma. Este triángulo europeo no pretende hacer tabla rasa de lo que existe. Simplemente lo rebasa cuando conviene, que es en todo aquello que conforma la agenda internacional del momento: Ucrania, rearme intensivo, freno migratorio y suave frente común, sin vetos, a la deriva norteamericana.

Tampoco es casual que este trío de potencias esté conformado por tres gobiernos que pertenecen a las tres familias del ‘consenso centrista’: democristianos/conservadores (Alemania), liberales (Francia) y socialdemócratas (Gran Bretaña).

LÍNEA DURA FRENTE A RUSIA

Dos de ellas poseen el principal arma disuasiva de la era actual: los arsenales atómicos. Hasta la fecha, éstos estaban sujetos a sendas estrategias de defensa nacionales, pero desde ahora, al menos sobre el papel, estarán coordinados con una perspectiva europea. Los analistas coinciden en que el acuerdo entre el premier Starmer y el Presidente Macron está aún por definir, pero se ha dado un paso inédito. Los dos países no aplicarán una doctrina de uso potencial por su cuenta; por el contrario, se comprometen a concertar una estrategia común (1).

Londres y Berlín también ha acercado sus respectivas estrategias con respecto a ese enemigo declarado que es la Rusia actual. Alemania es el país más cercano a ese foco desafiante y pese a los problemas económicos del momento exhibe aún músculo suficiente para construir una maquinaria de guerra convincente. Gran Bretaña, aunque en horas bajas, no ha perdido sus clásicas bazas en materia armamentística y de inteligencia. Sus industrias militares son complementarias. Sobre el trabajo realizado desde hace meses por sus ministros de Defensa (el llamado acuerdo de Trinity House), Starmer y Merz han firmado ahora un pacto de asistencia mutua que refuerza las provisiones del artículo 5 de la OTAN. Los viejos enemigos de los años treinta se convierten ahora en amigos no sólo bajo el paraguas de la Alianza Atlántica, sino en un abrazo bilateral (2).

El eje franco-alemán, considerado durante décadas el motor de la construcción europea ciertamente pierde protagonismo, aunque no por ello deja de tener importancia en la hora actual. El entendimiento entre los dos lados del Rhin será decisivo a la hora de ordenar el esfuerzo de rearme de los 27, con su geometría variable y sus hipotecas nacionales correspondientes.

Pero si en Defensa la cooperación se articula en bases a las especificidades geográficas, históricas y militares, en el otro gran asunto que consume los esfuerzos de los líderes europeos del momento, el control de la inmigración, las posiciones son cada vez más convergentes.

EL GIRO A LA DERECHA EN INMIGRACIÓN

Durante la época de Merkel, Alemania se posicionó en una línea más benigna y compasiva/interesada del fenómeno, con la cima alcanzada durante la crisis de los refugiados de la mitad de la década anterior. Hoy se han impuesto quienes, desde dentro de la CDU, reprochaban a la entonces canciller su política blanda. Merz era la cabeza visible de aquella contestación y hoy manda en Berlín, aunque sea en coalición con los socialdemócratas.

En el viejo partido de Willy Brandt, las corrientes favorables a un entendimiento con Moscú han quedado arrinconadas y marginadas, pero no del todo disueltas (3). La nueva dirección se ha entregado a otro ensayo más de la Gran Coalición. Eso comporta, entre otras renuncias, la apuesta por esta nueva tendencia del socialismo democrático europeo en favor de un mayor control, de una mayor dureza frente al extranjero que asoma a las puertas de casa. El referente es el gobierno danés, encabezado por una correligionaria que ha aplicado las políticas más restrictivas de cualquier ejecutivo socialdemócrata en décadas. No en vano le ha comido el terreno electoral a un nacionalismo ultraderechista que se había envalentonado hasta convertirse en amenaza para el sistema de alternancia liberal (4).

En Londres, esa nueva música que suena en el concierto continental resulta muy grata. El premier laborista asegura desechar la retórica xenófoba de sus rivales tories, pero acepta en el fondo la orientación restrictiva de su política migratoria. El supuesto centrismo de Starmer es, en realidad, una vuelta a los postulados derechistas del laborismo de la tercera vía, fundamentado en el orden y la seguridad interiores y exteriores, aunque carezca del encanto mediático y personal de Tony Blair.

Los gobiernos de Gran Bretaña y Francia no han tenido brechas ideológicas o programáticas que superar. Se han entendido muy bien. Aunque los compromisos son aún poco ambiciosos cuantitativamente en el control del Canal de la Mancha (5), lo importante es la coincidencia del enfoque. El aniversario del gobierno laborista ha transcurrido con más pena que gloria. Los sondeos ofrecen un panorama deprimente, con los xenófobos del Partido de la Reforma en el pico de aceptación popular (6). Starmer querría repetir lo conseguido por su  correligionaria Frederiksen en Dinamarca.

Para los partidos del consenso centrista, el gran enemigo es la ultraderecha, y no se la puede vencer, en cualquiera de los territorios europeos en que ha adquirido relevancia, sin privarla de la cantera de votos que le suministra el asunto de la inmigración. La política de los cordones sanitarios ha dejado de ser eficaz: hay que ganarles la batalla en el terreno resbaladizo del control migratorio. Poco importa que los discursos racistas o xenófobos sean contrarios al ideario cristiano, liberal o socialista. Son un caladero de votos que no se puede despreciar.

Este triángulo diplomático europeo se proyecta mediáticamente en su posición de vanguardia frente a Moscú, al que se pinta como amigo de los ultras europeos, con mayor o menor fundamento. Para los liberales del aliado “protector” de siempre, los Estados Unidos, esta nueva sociedad se antoja como una camaradería de “hermanos en armas”, como un gobierno de capitanes dispuestos a salvar la civilización si el general continuase adelante con sus amenazas de defección (7).

El triunvirato de líderes no quita el hipo. Macron, quizás el más brillante de los tres, es un pato cojo, cuyo proyecto ha fracasado sin ambages por errores políticos en parte autoinfligidos. Los otros dos son dirigentes grises, incapaces de dejar una impronta en sus países. Pero están al frente de los únicos países capaces de ejercer poder real . A eso se agarran para prosperar.


NOTAS

(1) “La France et le Royaume-Uni prêts à «coordonner» leurs dissuasions nucléaires pour protéger l’Europe”. LE MONDE, 10 de julio.

(2) “Britain and Germany sign a historic treaty”. THE ECONOMIST, 17 de julio.

(3) “The Russia Problem Threatening Germany’s Government”. THOMAS O. FALK. FOREIGN POLICY, 4 de julio.

(4) “Denmark’s left defied the consensus on migration. Has it worked?”, THE ECONOMIST, 10 de julio.

(5) “Migration: la France accepte un accord de retour avec le Royaume-Uni”. CÉCILIE DUCOURTIEUX. LE MONDE, 11 de julio; “Anglo-French talks over migration deal hanging in balance” THE GUARDIAN, 10 de julio.

(6) “Big pay days and top of the polls: Nigel Farage’s first year as an MP”. ROWENA MASON. THE GUARDIAN, 6 de julio.

(7) “Brothers in Arms: Macron, Merz and Starmer Plan for a Post-U.S. Future”. MICHAEL SHEAR  & JIM TANKERSLEY. THE NEW YORK TIMES, 18 de julio.

 

LOS FRACASOS EUROPEOS

16 de julio de 2025

La Unión Europea acumula fracasos y acentúa su rol subsidiario en la escena internacional. No es algo repentino ni coyuntural. Desde el final de la segunda guerra mundial, la decadencia de los antiguos imperios coloniales del continente era un hecho incontrovertible. En las décadas siguientes, los movimientos de liberación afroasiáticos, alumbrados por la cita de Bandung e impulsados por las nuevas orientaciones del capitalismo internacional, dieron el golpe de gracia a las viejas potencias.

Se estableció un equilibrio bipolar basado en el terror nuclear experimentado en Hiroshima y Nagasaki, como escarmiento, primero, como advertencia, poco después. Solo dos potencias europeas, las vencedoras en 1945 (Francia y el Reino Unido), se sumaron al pilotaje del nuevo Orden, pero en el asiento de atrás. El arsenal atómico y el privilegio del veto en el Consejo de Seguridad ofrecía una engañosa sensación de poder a los políticos europeos.

Europa se construye crisis a crisis, les gusta decir a los llamados “europeístas”. Quizás sería más atinado reformular el lema y decir que Europa sobrevive entre crisis y crisis, pero cada vez más debilitada. Los distintos pasos en la “construcción europea” fueron el fruto de procesos plagados de contradicciones, divisiones, estancamientos, retrocesos e incumplimientos. Nunca ha habido un consenso entre las élites políticas, económicas y burocráticas sobre el rumbo de esa Europa como concepto político. Los éxitos más productivos se han cosechado cuando las ambiciones han sido más limitadas, pese a la propaganda triunfalista de los partidarios de una Unión cada vez mas potente y estrecha.

Maastricht alumbró una Europa entregada ya por completo al neoliberalismo, tras la ofensiva neoconservadora de los ochenta. La Europa Social quedó relegada entonces y ya no se ha recuperado. Los países menos desarrollados aceptaron la apuesta al ser compensados con ingentes fondos con los que superar el atraso de infraestructuras de todo tipo. Pero la supuesta cohesión social como contrapeso del liberalismo sin fronteras ha sido una quimera. Las sucesivas ampliaciones han embarrado más el proceso. La Unión no se ha impuesto a los intereses de cada país. Sólo las grandes corporaciones han salido reforzadas.

En cuanto al protagonismo exterior, Europa nunca ha sido una Unión. No hay “milagros” en política, y en política exterior, ni por asomo. La UE fracasó en Yugoslavia estrepitosamente. Durante la fase inicial del conflicto fue incapaz de superar la división reinante.

Estados Unidos pasó de un papel secundario voluntario a pilotar la falsa salida de la crisis, muy a su estilo: es decir, convirtiendo una crisis en otra. En su visión binaria de la realidad, señaló a un “culpable” (Serbia y/o los serbios) e hizo la vista gorda sobre los otros abusadores. Lo mismo hizo en la Europa poscomunista: alimentó un neoliberalismo suicida que terminó engordando a las corrientes nacionalistas extremas. Europa consintió y aceptó, pensando que con dinero y propaganda se podía replicar el equilibrio del consenso centrista al otro lado del continente.

Pero esa expectativa tampoco cuajó, y ahora vemos a una extrema derecha embravecida que no sólo pivota en los aledaños del poder en Europa Oriental, sino que se asienta como desafío en el núcleo original de la idea europea de posguerra. La metástasis ultra recorre todo el organismo europeo. La pomposamente celebrada “reconciliación europea” se ha convertido en una avenida para el desarrollo de la demagogia xenófoba y racista. La noción de una Europa acogedora por encima de las diferencias nacionales es hoy una cáscara vacía.

LAS CAUSAS PROFUNDAS DEL POLVORÍN MIGRATORIO

La inmigración, fenómeno planetario imposible de resolver con las recetas actuales, ha tenido un impacto singular en Europa por la contradicción entre las proclamas liberales y la realidad socioeconómica. La Europa del bienestar social, de políticas públicas, de servicios solventes que construyó la socialdemocracia durante tres décadas fue un factor de atracción para las masas desencantadas del liberalismo poscomunistas en el Este y de los millones de personas aplastadas por la engañosa liberación poscolonial en los países en vías de desarrollo. A pesar de la implacable erosión del neoliberalismo, el mito de una Europa que no deja a nadie atrás ha seguido funcionando en el imaginario de los ajenos más necesitados.

Las explosiones racistas en toda la Europa comunitaria eran cuestión de tiempo. Los medios liberales insisten en señalar a la ultraderecha como responsable y a la desinformación como herramienta fundamental de la generación de rechazo y odio. Con ser cierta, esta explicación es claramente insuficiente. El malestar social por la inmigración y sus consecuencias no es fruto de una conspiración de fanáticos extremistas. Tiene una base social cierta y poderosa.

El debilitamiento del Estado como proveedor de soluciones frente al capitalismo triunfante, y de redistribuidor de oportunidades sociales frente al salvajismo del libre mercado en todos los ámbitos ha dejado desprotegidas a las capas sociales más expuestas. Es significativo que los defensores teóricos de los derechos de los inmigrantes suelen ser miembros de élites políticas, ideológicas e intelectuales que, en su inmensa mayoría, están libres del riesgo de quedar excluidos del mercado de trabajo y desatendidos por los mecanismos correctores de las políticas públicas. Esto da lugar a un enfoque buenista, moralista, etiológico de la inmigración, sin profundizar en las causas materiales y sociales que la han convertido en un elemento de discordia para los sectores menos favorecidos de la población.

Asombra que todavía haya quien se sorprenda del predicamento que la ultraderecha está obteniendo crecientemente en los percentiles más bajos de las respectivas rentas nacionales. Llevamos décadas asistiendo a este fenómeno sin que se hayan arbitrado medidas realmente eficaces. Por el contrario, la orientación más reciente de la estrategia europea marcha en el sentido contrario. En vez reforzar los servicios públicos (lo que la economía liberal denomina gasto público), se eleva en este tiempo una Europa asustada que decide gastar en armas, agitando el fantasma de Rusia. Las cifras inicialmente planteadas ya son mareantes; pero no serán las definitivas. Tampoco los recortes sociales. Las dos potencias nucleares poscoloniales ya han adoptado medidas de reducción de las prestaciones sociales: laboristas en el Reino Unido, liberales “centristas” en Francia. En Alemania, el esfuerzo militar queda excluido del sacrosanto cortafuegos de la deuda. Poco a poco, el edificio de esa Europa protectora se resquebraja. Y la izquierda, empantanada en discursos buenistas, no ofrece una solución alternativa. El hueco lo llena la ultraderecha con su demagogia y sus propuestas criminales.

LA COMPLICIDAD CON EL GENOCIDIO

Pero si Europa no es protectora hacia dentro, tampoco lo es hacia afuera. Con su doble rasero, sus complejos históricos, su mala conciencia arrastrada durante décadas y la falta de un mecanismo eficaz para aplicar una verdadera política exterior común está quedando una y otra vez en evidencia.

Para tapar estos fracasos se erige en adalid de la libertad de Ucrania, mientras consiente -por no decir se hace cómplice- del genocidio palestino en Gaza y la asfixia en Cisjordania. Ante la caprichosa política de Trump, demuestra una debilidad escandalosa en el órdago comercial y se convierte en un subcontratista de las decisiones de una Casa Blanca errática. A un europeo, Mark Rutte, jefe de gobierno durante una década en Holanda, una de las naciones fundadores de la idea comunitaria de posguerra, no le produce empacho adular hasta lo ridículo a un Jefe que se complace en el gusto por la humillación y la arbitrariedad. Trump decide y Europa paga. Y aplaude. Ucrania respira aliviada, porque sus dirigentes llegaron a creerse de verdad que el actual presidente era amiguete de Putin.

Y mientras esto ocurre en las puertas de la Europa fortaleza convertida ahora en una mansión con sus pilares amenazando ruina, al otro lado de la frontera suroriental se perpetra un crimen de guerra a cielo abierto ante un silencio insoportable.

Europa, con la excepción de España, Irlanda y alguna nación más a media voz, se falta al respeto a si misma al reconocer que Israel vulnera los derechos humanos (pálido resumen de lo que ocurre) y, por lo tanto, procedería suspender el Acuerdo comercial bilateral. Pero no es capaz de hacerlo. ¿Teme enfadar a Trump en un momento de presión comercial máxima? ¿Tan activos son los agentes y las conexiones de los intereses israelíes?

Los protectores de Israel (la arrepentida Alemania y sus émulos donde los nazis implantaron su maquinaria de odio racial), la diletante Francia (corroída por la sombra de Vichy) y los países temerosos restantes se limitan a declaraciones huecas de compasión por la población de Gaza y a implorar que se les deje repartir las migajas de la “ayuda humanitaria”. Muy poco para una supuesta superpotencia mundial. Fuera ahora de la UE, Gran Bretaña (potencia colonial responsable del desastre original en Tierra Santa) se apunta a esta política ambigua que consiente el crimen de guerra y conecta con los capítulos más sombríos de la historia europea.

GAZA Y LAS GUERRAS PAUSADAS

 9 de julio de 2025

Si nos atenemos a las expectativas que el consorcio norteamericano-israelí está interesado en crear, Gaza vive en una suerte de “pausa bélica” a la espera de que se sustancie una tregua, dicen que de 60 días, en la que Hamas liberara a los rehenes que mantiene en su poder (vivos y muertos) y el Ejército israelí detenga sus operaciones militares.

En realidad, no hay tal pausa, y es dudoso que la tregua sea efectiva y real. Desde finales de mayo, en que disminuyó la intensidad de los ataques, han muertos más de 600 gazatíes y cerca de cinco mil han resultado heridos, la inmensa mayoría cuando intentaban recoger alimentos que, a cuentagotas, prolongan su agonía. El genocidio es una política de Estado que no va a detenerse, adopte la etiqueta diplomática que adopte.

Cada paso, cada iniciativa que el gobierno israelí anuncia o con la que amaga camina en esa dirección. El Ministro de Defensa, Israel Katz, uno de los radicales que pueblan el Gobierno, ha propuesto la construcción de un campamento de internamiento (campo de concentración, en realidad) sobre las ruinas de la ciudad de Rafah, en el sur de la franja para alojar al mayor número posible de desplazados. Con insuperable cinismo, Katz lo ha calificado “campamento humanitario” (1). Al cabo, se trata de un mecanismo de tratamiento de la población que favorece la “limpieza étnica”: primero se les agrupa, se les marca y luego se los deporta

En su visita de coordinación a la Casa Blanca, el propio Primer Ministro israelí ha asumido el espíritu de la propuesta y su corolario, al calificar de “brillante” la “idea” de Trump de instalar a cientos de miles de palestinos en campamentos fuera de Gaza, instalados en países árabes amigos (serviles) de Estados Unidos. La guinda de la complicidad es la propuesta de que se premie a Trump con el Premio Nobel de la paz. La impunidad nunca ha mezclado bien con la discreción (2).

Miembros de la sociedad civil y exdiplomáticos israelíes ya han advertido que estas y otras ocurrencias del gobierno israelí para desembarazarse de la población palestina constituyen “crímenes de guerra”. Pero a los ejecutantes les importa una breva y el mundo se cruza de brazos, por desinterés, impotencia o temor a ser marcados con la espuria etiqueta de antisemitismo. Con Europa a la cabeza de esta inacción responsable. Ni siquiera hacen caso a propuestas moderadas de presión a Israel (3).

De esta forma, la única “pausa” en Gaza consiste en la pasividad de las grandes potencias que hacen de espectadoras (todas menos Estados Unidos, actuantes único y muy activo). Las negociaciones de Qatar, en la que Hamas no tiene más remedio que participar para salvar lo salvable de su pobrísima planificación estratégica, sirven de pantalla de humo para esconder la prolongación del crimen de Estado.

PARÁLISIS EN UCRANIA

En Ucrania, la “pausa” sólo se aplica a las conquistas territoriales. Rusia no puede avanzar en el control del territorio oriental ucrania, o no le interesa comprometer más pérdidas humanas y materiales en el empeño. Prefiere castigar con misiles infraestructuras y edificaciones de las grandes ciudades, para quebrantar la resistencia de la población, debilitar al Gobierno de Kiev y fortalecer sus opciones de una hipotética negociación que no es para mañana (4).

La caprichosa política de Trump -ora retiro la ayuda militar, ora la restablezco- no sólo desacredita a sus colaboradores y desconcierta al Pentágono (5). También refuerza la sensación de una guerra pausada, que hace tiempo ya no es de movimientos sino de posiciones, en todos los sentidos: militares, políticas, diplomáticas, propagandísticas.

Mientras Trump juega al zig-zag, habla con Putin un día y le regaña poco después, Europa intenta hace creíble su “coalición de voluntades”. La reciente cumbre de la OTAN debe de ser considerada un desastre para Ucrania, porque se concentró en un ejercicio bochornoso de sumisión y halagos a Trump y de nulos acuerdos sobre una estrategia común ante la prolongación a tempo lento de la guerra.

Esta misma semana, el Presidente francés ha cruzado el Canal de La Mancha para una visita de Estado a Gran Bretaña. La ocasión no parecía muy propicia, debido al grimoso primer aniversario del gobierno laborista anfitrión. El premier Starmer se ha visto obligado a retirar medidas de reducción del gasto público, tras la rebeldía de su bancada parlamentaria. El balance de este año no puede ser más decepcionante, incluso para sus propios elegidos (6).

Pero eso no ha sido óbice para otra de las habituales performances de Macron, fértiles en proclamas y débiles en consecuencias. Aparte de la retórica flatulenta, “poca sustancia”, como ha destacado agudamente Madeleine Grant, cronista de THE SPECTATOR, que firma su comentario con un sarcástico “Macron amaría ser Rey” (7).

Ironías aparte, en un tono más analítico, Paul Taylor, uno de los articulistas en política exterior del diario THE GUARDIAN, apunta que “pese a que Macron ha disfrutado de la recepción real, las relaciones franco-británicas seguirán siendo un asunto de amor-odio”. Por mucho que se den por suturadas las heridas del Brexit, las orientaciones estratégicas de las dos potencias (únicas con armas nucleares en Europa) siguen siendo divergentes (8). Se ha visto en la respuesta a la guerra comercial de Trump. Londres se ha avenido con apresurada pleitesía a un acomodo, mientras que París se refugia en la cúpula tecno-burocrática de Bruselas para capear las consecuencias.

Macron no ha dicho nada nuevo en Londres, ante un Parlamento que se emociona poco con estas visitas de líderes continentales. Mucha “pompa y circunstancia” y pocos acuerdos en verdad sustanciales, en efecto.

IRÁN: ¿NEGOCIACIÓN O MÁS GUERRA?

Otra guerra aparentemente pausada es la de Irán, por el programa nuclear. Sin que haya un conocimiento preciso de las consecuencias de los ataques combinados del consorcio israelo-norteamericano, la atención se ha dirigido estos días a evaluar la posible conducta inmediata del régimen islámico.

Aunque los diagnósticos difieren, parece imponerse la tesis de una evolución forzada del fundamentalismo religioso al pragmatismo nacionalista. Los daños causados han retrasado el programa nuclear, debilitado el factor disuasivo y reducido la disponibilidad de científicos y mandos militares avezados. Toca, pues, recuperarse.

Pero lo que parece preocupar más es el frente interno. El régimen ha recrudecido la política represiva, según las organizaciones de defensa de derechos humanos, pero, al mismo tiempo, ha insinuado una cierta flexibilidad para aglutinar a todas las corrientes y, en particular, a lo moderados, que habían sido marginados cuando no perseguidos en los últimos años. Algunos analistas de origen iraní residentes en EE.UU apuntan a cierta permisividad en materia de costumbres y hábitos sociales externos. El nacionalismo parece ser una receta mucho más eficaz en este tiempo de amenaza, porque atrae a sectores no afectos al proyecto religioso (9).

Analistas norteamericanos compran esta visión y, por ende, advierten que Estados Unidos y las potencias occidentales deben ajustar sus estrategias hacia el régimen iraní (10). La retirada del Tratado de No Proliferación Nuclear y, por tanto, la suspensión de las actividades de control ejercidas por la Agencia Internacional de la Energía atómica no debe ser subestimada, pero tampoco convertirse en el factor decisivo. Además, no hay que descartar que Trump quiera impulsar la negociación ahora que ha tenido su momento de satisfacción bélica.

Otras guerras pausadas merecen ahora atención menor de los medios: la que mantienen India y Pakistán por el control de Cachemira, la momentáneamente neutralizada entre Ruanda y el Congo, tras el frágil acuerdo de paz firmado en Washington; o la nunca resuelta en Sudan, entre dos facciones del Ejército, con absoluto desprecio del insoportable sufrimiento de la población civil. A estas tres, habría que añadir la guerra fantasmal en Birmania, entre un Ejército-Estado y las numerosas facciones armadas que responden a intereses y urgencias étnicas y raciales, con aparente desinterés de las potencias mundiales.

 

NOTAS

(1) “Israeli defence minister’s Gaza proposal marks escalation from incitement of war crimes to official planning for mass forced displacement”. EMMA GRAHAM-HARRISON. THE GUARDIAN, 8 de julio.

(2) ”For Netanyahu and Trump, a vision of ‘peace’ belies Gaza reality”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 7 de julio; ”Los arquitectos del caos”. BENOÎT BRÉVILLE. LE MONDE DIPLOMATIQUE Julio de 2025.

(3) “Europe Must Get Off the Sidelines in the Middle East. The EU Needs a More Assertive Plan for the Israeli-Palestinian Conflict”. JOSEP BORRELL. FOREIGN AFFAIRS, 27 de junio.

(4) “Russian Barrage of Drones and Missiles Hits Beyond Usual Ukraine Targets”. CONSTANT MEHEUT. THE NEW YORK TIMES, 29 de junio,

(5) ”Trump embarrasses the Pentagon with a U-turn on Ukraine”. THE ECONOMIST, 8 de julio.

(6) “A mess of our own making: Labour mayors reflect on Starmer’s first year”. THE GUARDIAN, 5 de julio.

(7) “Emmanuel Macron would love to be King”. MADELINE GRANT. THE SPECTATOR, 8 de julio.

(8) “Macron will enjoy his royal welcome. But the Franco-British relationship remains a love-hate affair”- PAUL TAYLOR. THE GUARDIAN, 8 de julio.

 

(9) ”The Islamic Republic’s new lease on life”. MOHAMMAD AYATOLLAHI TABAAR. FOREIGN AFFAIRS, 8 de julio; ”What the War Changed Inside Iran. The regime has been pushed to the edge of strategic pivot”. ALEX VATANKA. FOREIGN POLICY, 7 de julio.

 

(10) ”How Iran’s Turn to Nationalism Affects U.S. Policy”. PATRICK CLAWSON. THE WASHINGTON INSTITUTE OF NEAR AND MIDDLE EAST, 8 de julio.

LA FUERZA DE LA RAZÓN Y LA RAZÓN DE LA FUERZA

2 de julio de 2025

La guerra por el programa nuclear de Irán parece haberse cerrado en falso.  Desde los bombardeos norteamericanos de las instalaciones críticas ha pasado más de una semana y sigue sin saberse con precisión los daños causados. Se contaba con ello. De hecho, esta ambigüedad beneficia a todos. Al régimen de Irán, porque le permite salvar la cara ante sus ciudadanos; a Israel, porque puede seguir esgrimiendo la amenaza iraní para justificar su política de barra libre en el uso de la fuerza, incluso contra poblaciones indefensas, ante la pasividad/complicidad de la mayoría de los países occidentales; a Trump, porque su ego ha experimentado una inflación como sólo las guerras desiguales pueden provocar.

Los estrategas y comentaristas norteamericanos están sugiriendo vías y agendas de negociación con Teherán, para que el repaso militar tenga un corolario diplomático que inutilice, a efectos prácticos, lo que queda útil del programa nuclear ( ). Se trata, por los general, de recomendaciones que tienen un cargado contenido técnico, pero basadas todas ellas en la supuesta ilegitimidad de un país para decidir los medios de su defensa (2). Israel posee armas nucleares, todo el mundo lo sabe, la comunidad internacional tuvo que aceptar el hecho consumando y nadie lo cuestiona hoy en día. Pero Irán no goza ni gozará del mismo privilegio, por haber hecho de la destrucción del estado sionista una política de Estado.

Esta asimetría en la aplicación de los principios internacionales, y en concreto, en este caso, de la no proliferación nuclear, supone un profundo revisionismo de la arquitectura política e institucional del llamado Orden Liberal. La reciente guerra, contemplada como una necesidad por dirigentes, burócratas, analistas y periodistas occidentales, ha sido legitimada sin necesidad de verbalizarlo. El mantra “se ataca porque se debe”,  se ha completado con el “se ataca porque se puede”. 

EL DOBLE RASERO

Las críticas al uso de la fuerza se han hecho muy selectivas, como todo el mundo que esté medianamente informado sabe perfectamente. Resulta escandaloso que, por ejemplo, el debate público se centre en aspectos secundarios o consecuenciales de la agresión israelí en Gaza, sin cuestionar el principio de la razón que tiene un país de hacer un uso desproporcionado e ilegal de la fuerza, con la población civil como grupo más expuesto. Se critican los abusos, no el autoproclamado derecho de Israel a usar las fuerza, bajo el pretexto del dominio en Gaza de una organización armada enemiga que atacó su territorio hace 20 meses. Se saca fuera de la discusión la actuación ilegal y reiterada de Israel como potencia ocupantes y se ignora el derecho de los ocupados a resistir por todos los medios.

En cambio, el discurso en torno a la agresión rusa a Ucrania es completamente inverso. Se construye toda la política pública sobre los hechos inmediatos, mientras se ignoran los antecedentes y precipitantes. No se trata de justificar la conducta de Moscú, pero es sesgado ignorar las percepciones de seguridad de Rusia en el origen del conflicto., con independencia del uso manipulativo que Putin haya hecho de ello.

Hace unos días una profesora de Derecho de Yale y Presidenta electa de la Sociedad Americana de la Ley Internacional, Oona Hathaway, firmaba un interesante análisis sobre el deterioro del sistema normativo mundial que ilegalizó el uso de la fuerza como método de resolución de conflictos desde el pionero pacto Kellogg-Briand de 1928.  Hathaway considera que las grandes potencias militares de la actualidad exhiben un peligroso comportamiento que puede atrasar el reloj de la Historia hasta unos tiempos en que la guerra era una herramienta no sólo legal, sino deseable (3).

Curiosamente, la profesora sólo cita a Israel de paso entre esas amenazas, a pesar de que este estado ha ampliado sus conquistas territoriales y desconocido desde un principio el código de comportamiento de los países ocupantes en las zonas ocupadas. Los motivos que los dirigentes israelíes han esgrimido para justificar sus operaciones militares y represivas y sus evidentes motivaciones anexionistas son las que denuncia Hathaway en su largo y razonado artículo.

Nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar. Poe el contrario, este recurso a la fuerza al margen de las condiciones estipuladas por la ONU (última actualización de ese esfuerzo secular por deslegitimar la guerra como herramienta de poder ) avanza hasta haberse instalado en la Casa Blanca como referencia recurrente. Con Trump,  la acción militar directa o la amenaza de emprenderla se ha convertido en política de Estado.  Más aún, como señala Stephen Walt,  profesor de Relaciones Internacionales de Harvard, el actual Presidente norteamericano hace del músculo militar una palanca preferente para aplicar su confuso y oportunista proyecto de engrandecimiento de América (el movimiento MAGA), lo que le sitúa en la senda de dictadores y ‘hombres fuertes’ que acabaron debilitando notoriamente a sus naciones (4).

Pero resultaría ingenuo -o más bien cínico- atribuir a Trump y su política de amenazas (Groenlandia, Panamá, Canadá) el motivo de este acrecentado riesgo. Los defensores del Orden Liberal han actuado con hipocresía (como admite Hathaway) al presentar operaciones militares flagrantemente ilegales como tributarias del derecho público internacional. La guerra de Irak de 2003 es el ejemplo que se invoca siempre, pero se omiten críticas sobre la multitud de intervenciones norteamericanas y de sus aliados occidentales en las últimas décadas.

EL EMPUJE MILITARISTA

Este mismo doble rasero lleva a defender políticas presupuestarias de aumento del gasto militar. Sólo los adversarios agreden y, en consecuencia, nosotros no tenemos más remedio que defendernos. Sin embargo, se omite que la desproporción entre los medios militares de Occidente y los de sus enemigos , incluso combinados, es abismal. (5). Se pone el énfasis en los esfuerzos militares realizados por China, Rusia y otros actores menores o secundarios, sobre los que pesa la sombra de la sospecha (Irán, Corea del Norte y pocos más), pero se guarda silencio sobre el que practican países vecinos que actúan por cuenta de los países occidentales en todas las zonas mundiales.

Así las cosas, esta información desequilibrada, de la que participan la mayoría de los medios liberales, genera un clima de cierto desasosiego sobre las percepciones de inseguridad. Se sigue insistiendo en la amenaza rusa sobre Europa Occidental, a pesar de que la campaña de Ucrania ha puesto de manifiesto la limitada capacidad del ejército de Putin para derrotar a un adversario sensiblemente inferior en recursos militares y económicos. 

Igual ocurre en Oriente Medio, donde la política occidental ha consistido durante décadas en presentar a Israel como un país asediado por unos vecinos belicosos y superiores en casi todo lo que influye en el arte de la guerra (población, animosidad, autoritarismo, retórica), menos en lo que importa; es decir, la capacidad tecnológica, económica y militar para imponer sus razones por la fuerza. Israel es hoy el Estado que ataca, invocando provocaciones menores, como las famosas salvas de misiles, que apenas si provocan desperfectos materiales de segundo orden y, sólo ocasionalmente, daños humanos. Ni siquiera irán, la gran potencia militar de la zona -después de Israel- ha podido, en un momento de enorme peligro para el régimen político, poner en serios aprietos esta indiscutible hegemonía militar israelí. 

Con China pasa tres cuartos de lo mismo. El programa de fortalecimiento militar de Pekín en la zona del Pacífico se contempla como una prueba inequívoca de su voluntad de imponer por la fuerza la unificación nacional, lo que implica la eliminación de la soberanía de Taiwán, la China insular, cuya legitimidad no es reconocida por toda la comunidad internacional por sus oscuros orígenes (fundada por nacionalistas extremistas contrarios al Orden Liberal). Hoy en día, Taiwán es una democracia liberal al estilo occidental, con una potente industria electrónica que le han convertido en líder en la producción de los semiconductores que mueven el mundo.

Estados Unidos ha venido apoyando el estatus quo, pero sin reconocer oficialmente a Taiwán. Esa política de “ambigüedad estratégica” se ha ido clarificando en los últimos años, para intentar disuadir a China de lanzar una invasión, a la que Washington y sus aliados de la región tendrían que responder para no perder la credibilidad como gendarme internacional de un Orden construido a la medida de sus intereses.

China afirma su compromiso con la restauración de la unidad nacional, pero desmiente continuamente que tenga la intención inmediata de lograrlo por la fuerza. A la ambigüedad occidental, Pekín replica con una estrategia simétrica basada en insinuaciones y gestos de complicada interpretación.  En cada posición que China adopta sobre las sucesivas crisis internacionales,  y en particular las bélicas, analistas y mentores del Orden Liberal ven una traslación de sus intenciones con Taiwán (6).

Mientras tanto, Occidente se afana en un rearme y una política de fortalecimiento de las alianzas contra Pekín en la zona. Estos días se celebrará en Delhi una cumbre del Quad (abreviatura de Quadrilateral),  que agrupa a Estados Unidos, India, Japón y Australia (7). Esta organización, a la que los dirigentes chinos califican como la “OTAN de Asia” se encuentra todavía en fase preliminar de desarrollo, pero ya ha colocado los asuntos militares en primera línea de prioridad, en detrimento de otros como la cooperación civil en ámbitos tecnológicos, científicos y culturales. Lo que para unos es legítima defensa frente al expansionismo chino, para otros es una palanca de cerco a China, debido a la enorme proyección de su potencial industrial y comercial.


NOTAS

(1) “Back to the table? : Recommendations for negotiations with Iran. WASHINGTON  INSTITTUTE, 27 de junio.

(2) “Iran Is on Course for a Bomb After U.S. Strikes Fail to Destroy Facilities”. JANE DARBY MENTON. FOREIGN POLICY, 27 de junio.

(3) “Might unmakes rights. The Catastrophic Collapse of Norms Against the Use of Force”. OONA HATHAWAY y SCOTT J. SHAPIRO. FOREIGN AFFAIRS, 24 de junio.

(4) “How Trump will be remembered”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 30 de junio

(5) “United States’ dominance of global arms exports grows as Russian exports continue to fall”. Informe del SIPRI (Instituto sueco para la Paz). 10 de marzo.

(6) “Would Beijing Welcome Escalation in the Middle East? China has plenty to lose from instability”. DENG YUWEN. FOREIGN POLICY, 26 de junio.

(7) “The Quad finally gets serious on security. The Indo-Pacific coalition signals a tougher approach to China”. THE ECONOMIST, 30 de junio.