23 de julio de 2025
El regreso a la Casa Blanca de un líder excéntrico y con escaso o nulo sentido de un capitalismo articulado a nivel mundial ha creado una sensación de emergencia en el sistema vigente de poder mundial. China ha roto la hegemonía occidental y el Sur global amenaza con reforzar la sensación de crisis sistémica. No se dibuja una alternativa sólida al Capitalismo, pero los actores secundarios o terciarios de hace cincuenta años compiten hoy por papeles de primer orden.
Europa,
eje débil en aquel tiempo, no ha conseguido, pese a los esfuerzos de las
últimas décadas, políticos e institucionales, mejorar sus posiciones.
Dependiente de Estados Unidos, como siempre, y no sólo en materia defensiva,
sino también tecnológica, cultural y financieramente, la autonomía europea ha
sido un asunto más bien especulativo.
Ahora
que la necesidad aprieta, se han visto las costuras del edificio comunitario
europeo. El gigantismo organizativo no ha proporcionado más poder, sino todo lo
contrario. Las sucesivas ampliaciones fueron defendidas -inicialmente casi en
solitario- por el socio que terminó por marcharse de la Unión cuando ya había
conseguido su propósito. El Reino Unido llevó el Brexit hasta sus máximas
consecuencias bajo unos gobiernos nacionalistas, demagogos e irresponsables que
pretendían desencadenarse de Europa y reconstruir el viejo Imperio. Una década
después, el Brexit ha quedado desnudado y en Londres se abre un periodo de
regreso a Europa por una puerta lateral, sin institucionalismos ni retóricas,
con un sentido simplemente pragmático.
Pero
ese regreso selectivo no es completo. Gran Bretaña obvia a los 27 y a su
congestionado edificio y se limita a entenderse con las dos plantas más nobles:
Francia y Alemania. En apenas una semana, Londres, París y Berlín han
establecido una serie de acuerdos bilaterales sobre lo que más les importa
ahora : el control de las fronteras internas y una nueva política de defensa
más agresiva y autónoma. Este triángulo europeo no pretende hacer tabla rasa de
lo que existe. Simplemente lo rebasa cuando conviene, que es en todo aquello
que conforma la agenda internacional del momento: Ucrania, rearme intensivo,
freno migratorio y suave frente común, sin vetos, a la deriva norteamericana.
Tampoco
es casual que este trío de potencias esté conformado por tres gobiernos que
pertenecen a las tres familias del ‘consenso centrista’: democristianos/conservadores
(Alemania), liberales (Francia) y socialdemócratas (Gran Bretaña).
LÍNEA
DURA FRENTE A RUSIA
Dos
de ellas poseen el principal arma disuasiva de la era actual: los arsenales
atómicos. Hasta la fecha, éstos estaban sujetos a sendas estrategias de defensa
nacionales, pero desde ahora, al menos sobre el papel, estarán coordinados con
una perspectiva europea. Los analistas coinciden en que el acuerdo entre el
premier Starmer y el Presidente Macron está aún por definir, pero se ha dado un
paso inédito. Los dos países no aplicarán una doctrina de uso potencial por su
cuenta; por el contrario, se comprometen a concertar una estrategia común (1).
Londres
y Berlín también ha acercado sus respectivas estrategias con respecto a ese
enemigo declarado que es la Rusia actual. Alemania es el país más cercano a ese
foco desafiante y pese a los problemas económicos del momento exhibe aún
músculo suficiente para construir una maquinaria de guerra convincente. Gran
Bretaña, aunque en horas bajas, no ha perdido sus clásicas bazas en materia
armamentística y de inteligencia. Sus industrias militares son complementarias.
Sobre el trabajo realizado desde hace meses por sus ministros de Defensa (el
llamado acuerdo de Trinity House), Starmer y Merz han firmado ahora un pacto de
asistencia mutua que refuerza las provisiones del artículo 5 de la OTAN. Los
viejos enemigos de los años treinta se convierten ahora en amigos no sólo bajo
el paraguas de la Alianza Atlántica, sino en un abrazo bilateral (2).
El
eje franco-alemán, considerado durante décadas el motor de la construcción
europea ciertamente pierde protagonismo, aunque no por ello deja de tener importancia
en la hora actual. El entendimiento entre los dos lados del Rhin será decisivo
a la hora de ordenar el esfuerzo de rearme de los 27, con su geometría variable
y sus hipotecas nacionales correspondientes.
Pero
si en Defensa la cooperación se articula en bases a las especificidades
geográficas, históricas y militares, en el otro gran asunto que consume los
esfuerzos de los líderes europeos del momento, el control de la inmigración,
las posiciones son cada vez más convergentes.
EL
GIRO A LA DERECHA EN INMIGRACIÓN
Durante
la época de Merkel, Alemania se posicionó en una línea más benigna y compasiva/interesada
del fenómeno, con la cima alcanzada durante la crisis de los refugiados de la
mitad de la década anterior. Hoy se han impuesto quienes, desde dentro de la
CDU, reprochaban a la entonces canciller su política blanda. Merz era la cabeza
visible de aquella contestación y hoy manda en Berlín, aunque sea en coalición
con los socialdemócratas.
En
el viejo partido de Willy Brandt, las corrientes favorables a un entendimiento
con Moscú han quedado arrinconadas y marginadas, pero no del todo disueltas
(3). La nueva dirección se ha entregado a otro ensayo más de la Gran Coalición.
Eso comporta, entre otras renuncias, la apuesta por esta nueva tendencia del
socialismo democrático europeo en favor de un mayor control, de una mayor
dureza frente al extranjero que asoma a las puertas de casa. El referente es el
gobierno danés, encabezado por una correligionaria que ha aplicado las
políticas más restrictivas de cualquier ejecutivo socialdemócrata en décadas.
No en vano le ha comido el terreno electoral a un nacionalismo ultraderechista
que se había envalentonado hasta convertirse en amenaza para el sistema de
alternancia liberal (4).
En
Londres, esa nueva música que suena en el concierto continental resulta muy
grata. El premier laborista asegura desechar la retórica xenófoba de sus
rivales tories, pero acepta en el fondo la orientación restrictiva de su
política migratoria. El supuesto centrismo de Starmer es, en realidad, una
vuelta a los postulados derechistas del laborismo de la tercera vía, fundamentado
en el orden y la seguridad interiores y exteriores, aunque carezca del encanto
mediático y personal de Tony Blair.
Los
gobiernos de Gran Bretaña y Francia no han tenido brechas ideológicas o
programáticas que superar. Se han entendido muy bien. Aunque los compromisos
son aún poco ambiciosos cuantitativamente en el control del Canal de la Mancha
(5), lo importante es la coincidencia del enfoque. El aniversario del gobierno
laborista ha transcurrido con más pena que gloria. Los sondeos ofrecen un
panorama deprimente, con los xenófobos del Partido de la Reforma en el pico de
aceptación popular (6). Starmer querría repetir lo conseguido por su correligionaria Frederiksen en Dinamarca.
Para
los partidos del consenso centrista, el gran enemigo es la ultraderecha, y no
se la puede vencer, en cualquiera de los territorios europeos en que ha
adquirido relevancia, sin privarla de la cantera de votos que le suministra el
asunto de la inmigración. La política de los cordones sanitarios ha dejado de
ser eficaz: hay que ganarles la batalla en el terreno resbaladizo del control
migratorio. Poco importa que los discursos racistas o xenófobos sean contrarios
al ideario cristiano, liberal o socialista. Son un caladero de votos que no se
puede despreciar.
Este
triángulo diplomático europeo se proyecta mediáticamente en su posición de
vanguardia frente a Moscú, al que se pinta como amigo de los ultras europeos,
con mayor o menor fundamento. Para los liberales del aliado “protector” de
siempre, los Estados Unidos, esta nueva sociedad se antoja como una camaradería
de “hermanos en armas”, como un gobierno de capitanes dispuestos a
salvar la civilización si el general continuase adelante con sus amenazas de
defección (7).
El
triunvirato de líderes no quita el hipo. Macron, quizás el más brillante de los
tres, es un pato cojo, cuyo proyecto ha fracasado sin ambages por errores
políticos en parte autoinfligidos. Los otros dos son dirigentes grises,
incapaces de dejar una impronta en sus países. Pero están al frente de los
únicos países capaces de ejercer poder real . A eso se agarran para prosperar.
NOTAS
(1) “La France et le Royaume-Uni prêts à «coordonner»
leurs dissuasions nucléaires pour protéger l’Europe”. LE
MONDE, 10 de julio.
(2) “Britain and Germany sign a historic treaty”. THE
ECONOMIST, 17 de julio.
(3) “The Russia Problem Threatening Germany’s
Government”. THOMAS O. FALK. FOREIGN POLICY, 4 de julio.
(4) “Denmark’s left defied the consensus on migration.
Has it worked?”, THE ECONOMIST, 10 de julio.
(5) “Migration: la France
accepte un accord de retour avec le Royaume-Uni”. CÉCILIE DUCOURTIEUX. LE MONDE, 11 de julio; “Anglo-French
talks over migration deal hanging in balance” THE GUARDIAN, 10 de julio.
(6) “Big pay days and top of the polls: Nigel Farage’s
first year as an MP”. ROWENA MASON. THE GUARDIAN, 6 de julio.
(7) “Brothers in Arms: Macron, Merz and Starmer Plan
for a Post-U.S. Future”. MICHAEL SHEAR
& JIM TANKERSLEY. THE NEW YORK TIMES, 18 de julio.
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