PALESTINA: LOS ESPEJISMOS DIPLOMÁTICOS

 24 de septiembre de 2025    

La ONU celebra su feria anual de solemnes declaraciones y justificación de frustraciones. Pero este año la agenda esta más cargada de lo habitual por la matanza de Gaza y el espejismo de iniciativas diplomáticas múltiples.

Mientras en la franja se despliega la que se anuncia como definitiva ofensiva israelí, multiplicando la muerte, el dolor y la ruina, algunas capitales occidentales (Reino Unido, Canadá, Australia, Portugal y otras) se han sumado al reconocimiento del Estado palestino, medida que se admite simbólica sin efecto práctico mayor.  

Paralelamente, Francia y Arabia Saudí han lanzado una suerte de Conferencia Internacional descafeinada para promover la reanimación de la moribunda solución de los dos Estados, Israel y Palestina. Se trata de un remedo del enésimo plan de paz destinado a acumular polvo en los cajones de las cancillerías.

Espejismos diplomáticos que, a efectos prácticos, nada harán por detener el genocidio cometido por Israel: 65.000 civiles muertos, un territorio devastado hasta los cimientos y la siembra de resentimiento y desesperanza.

Esta realidad paralela de palabras y supuestas buenas intenciones apenas puede subsanar la irrelevancia de la ONU como institución llamada a garantizar la paz mundial y la justicia internacional,  en el año del 80º aniversario de su fundación, en San Francisco, en un momento de esperanza tras la derrota de las fuerzas del Eje.

La masacre en Gaza ha dado la puntilla a la ONU, cuyos trabajadores sobre el terreno denuncian la insoportable realidad de la población palestina. Los responsables de las agencias jurídica, de ayuda y de derechos humanos se han liberado de corsés diplomáticos y han roto a denunciar el genocidio. El director de la UNRWA ya dijo en voz alta  lo que millones de personas piensan: que “los Estados disponen de una panoplia enorme para detener las atrocidades cometidas” en Gaza (1).

Estados Unidos se opone al reconocimiento del Estado palestino. Lógico, porque ha tolerado y facilitado los planes destructivos de Israel. Alemania se desmarca de sus socios europeos mayores, presa de sus fantasmas e intereses. Así las cosas, el espejismo diplomático, sin otras medidas de presión, resulta, en estas circunstancias, una medida hipócrita, justificativa y sobre todo estéril.

UN ESTADO DE PAPEL

¿Qué se está reconociendo? ¿Hay voluntad de que ese Estado sea viable, tenga un territorio en unas fronteras reconocidas y una seguridad fiable? En absoluto. Si se trata de una iniciativa simbólica, no sólo es inservible, sino que se asemeja a un ultraje. ¿Después del reconocimiento británico, francés, canadiense, australiano y etc, qué vendrá? A tenor de lo visto, nada que sirva de algo (2).

El gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por un anciano de 90 años, cuya legitimidad expiró hace años, no puede tomar decisión relevante alguna.  Ni siquiera es “el alcalde de Ramallah”, como se decía irónicamente de Arafat en los noventa, cuando los acuerdos de Oslo se diluían en la insustancialidad. Ese invisible gobierno palestino está desacreditado y ridiculizado por el ocupante.

Hoy, la otra parte de ese supuesto Estado palestino que no ha sido pulverizado, se encuentra sometido a una violencia atroz del gobierno, del Ejército y de los colonos incontrolados (o más bien alentados y apoyados desde el Poder). La creación de nuevas colonias ilegales se incrementa día a día y se dan a conocer continuamente proyectos que harán inviable la continuidad territorial de ese Estado palestino que ahora las grandes potencias occidentales vacuamente reconocen (3). La privación de tierras a los palestinos se agrava con operaciones policiales y militares en unas condiciones de impunidad sin precedentes. La intimidación de la población es asfixiante. La excusa de la amenaza “terrorista” justifica todo tipo de atropellos y persecuciones. Los sectores más extremistas del Gobierno (en realidad habría que decir vociferantes, porque extremista es todo el Ejecutivo) se jactan de actuar sin limitación y a su gusto (4).

LA COMPLICIDAD DE ESTADOS UNIDOS

Desde Washington, se deja hacer con una complacencia que supera todos los registros conocidos, que ya es decir. Trump se mofa de la legalidad internacional, ridiculiza a la ONU en su propia sede y, aparte de anunciar resorts de ensueño en una nueva Gaza “limpia de terroristas”, alienta a adoptar decisiones expansionistas de Israel y amenaza a sus socios europeos por el reconocimiento del Estado palestino.

En la nueva mayoría social que se dibuja en Estados Unidos bajo el liderazgo de la ultraderecha cristiana, la “causa de Israel” es intocable. Trump ha aprovechado la marea provocada por el asesinato del charlatán ultra Charlie Kirk, para desatar sus instintos autoritarios más feroces. Ya se permite amenazar sin disimulos a los que se le oponen, siquiera tímidamente, y a proclamar que los odia (5). Promueve el silenciamiento de espacios informativos críticos, para desviar la atención de unas encuestas que reflejan el hundimiento de su aceptación en la ciudadanía (6). En realidad, le importa poco: cuenta con la parálisis de la oposición sistémica y un creciente miedo social.

La kermesse funeraria ultra de Arizona, un espectáculo de hipocresía monumental, ha hecho emerger las corrientes más oscuras de la sociedad americana: intolerancia, racismo, xenofobia y otras perversiones más acorde a estos tiempos. Si el Ku-Klus-Klan fue una pústula minoritaria en los estados del sur derrotados en la guerra civil, esta ultraderecha cristiana de hoy, fervientemente aliada de Israel, aspira a conquistar la cúspide del poder en Washington. Ya tenían al Vicepresidente J.D. Vance como ariete avanzado. Ahora, confían en poder fidelizar el respaldo de Trump, que se apuntó a la representación con su oportunismo de costumbre (7).

EL SINIESTRO DESIGNIO ISRAELÍ

Todo esto lo sabe positivamente el primer ministro israelí, de ahí que se sienta fuerte para lanzar insinuaciones intimidatorias dirigidas a París y a Londres, en un tono no muy diferente al que antes ha hecho con España o Bélgica, más comprometidos con la causa palestina, aunque con eficacia similar. Las bravatas de Netanyahu pueden ser un farol, pero él no se siente constreñido ni preocupado en modo alguno por un fantasmal “aislamiento internacional”.

En otras latitudes más templadas del panorama político israelí, nadie se atreve a adoptar una posición firmemente contraria al Gobierno. Los llamados “centristas” de Yaïr Lapid también han condenado el reconocimiento del Estado palestino. Sólo grupos de izquierda crítica u organizaciones pacifistas y de defensa de los derechos humanos se atreven a colocarse en la oposición y a denunciar no sólo la barbaridad de Gaza sino también los atropellos y actos violentos en Cisjordania. No pasará mucho tiempo antes de ser considerados traidores.

En este ambiente depresivo y crecientemente autoritario, las opciones de una mejora efectiva de la situación se antoja imposible. La llamada “pax americana” (engañosa siempre y manifiestamente desequilibrada en su concepción) va camino de convertirse en un camino hacia una guerra de exterminio que consolide la condición de Israel como un hegemon en la zona. 

Así lo han entendido los propios estados árabes, incluso los más cercanos al estado judío. El ataque contra la sede de Hamas en Qatar ha constituido una llamada de atención que se han tomado muy en serio las petromonarquías del Golfo y otros países de la región.  Los acuerdos Abraham no están enterrados, entre otras cosas porque Trump ve en ellos una oportunidad para crear un ecosistema de negocio personal. Pero han sido metidos en el congelador (8). Liquidar el “problema palestino” es ahora la prioridad indiscutible. Y la palanca más eficaz para que Netanyahu escape al acoso de la justicia. Este príncipe de las tinieblas israelí nunca ha tenido tantas cartas juntas a su favor, y no es de los que las desaprovechan.

 

NOTAS

(1) Entrevista con Philippe Lazzarini, jefe de la UNRWA. LE MONDE, 8 de septiembre; “Legal analysis has accused Israel of committing genocide in four out of five categories as defined by 1948 convention”. JASON BURKE. THE GUARDIAN, 16 de septiembre.

(2) “What does recognising a Palestinian state mean?”. PAUL ADAMS. BBC, 22 de septiembre.

(3) “La colonisation israélienne en Cisjordanie s’accélère depuis le 7 octobre 2023”. PIERRE BRETEAU. LE MONDE, 1 de septiembre.

(4) “With Arson and Land Grabs, Israeli Settler Attacks in West Bank Hit Record High”. THE NEW YORK TIMES, 14 de agosto.

(5) “Even without formal charges, Trump’s DOJ can punish critics”. THE WASHINGTON POST, 23 de septiembre;  “In Assault on Free Speech, Trump Targets Speech He Hates”. PETER BAKER. THE NEW YORK TIMES, 21 de septiembre.

(6) “Tracking the Presidency, Donald Trump’s approval ratings”. THE ECONOMIST, 18 de septiembre.

(7) “L’hommage de l’Amérique trumpiste au «martyr» Charlie Kirk, moment de confusion entre politique et religión”. PIOTR SMOLAR. LE MONDE, 22 de septiembre.

(8) “The Fallacy of the Abraham Accords”. KHALED ELGINDY. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.

 

EL PROTAGONISMO DE LA CALLE EN EUROPA

 17 de septiembre de 2025

La calle vuelve a ser protagonista destacado del debate político en Europa. Nunca dejó de serlo por completo, naturalmente, pero en los últimos años se había reducido su influencia, por varios motivos.

La contestación desde los márgenes de los sistemas políticos proviene desde la izquierda, pero sobre todo desde la derecha, según qué casos. En los países en que la ultraderecha ha gozado de un significativo ascenso electoral, el recurso de la presión callejera ha disminuido. Lo hemos visto en Francia, en Alemania, en los países nórdicos y en los meridionales. En Gran Bretaña, donde hasta ahora la ultraderecha tenía pocas o ninguna perspectiva de alcanzar el poder, la movilización extramuros del sistema ha sido intermitente: recuérdese la protesta xenófoba del año pasado.

Por el contrario, desde la izquierda crítica se ha incrementado de manera palpable la actuación en la calle. Sin duda, la persistencia de desigualdades sociales y la falta de respuesta desde los partidos del consenso centrista han favorecido la recuperación de las protestas. Pero un factor decisivo de activación ha sido el genocidio en Gaza. Aunque las manifestaciones de los últimos días en España han sido especialmente concurridas, es importante recordar las movilizaciones en Gran Bretaña, los conatos de disenso en Alemania y focos de indignación y repulsa en otros lugares.

FRANCIA, LA CALLE ES DE LA IZQUIERDA MÁS DURA

En la actualidad, Francia está en el epicentro de las movilizaciones sociales europeas. La persistencia de Macron de blindarse en el Eliseo sacrificando a políticos de su mayor o menor confianza ha irritado por igual a los partidos hasta ahora fuera de la responsabilidad histórica de gobierno, en la derecha radical y en la izquierda crítica. Pero mientras la ultraderecha prosigue en su desgaste institucional de la base política del Presidente, exigiendo una nuevas elecciones, los Insumisos, desde la izquierda, no dejan de reclamar la dimisión de Macron.

Se entiende muy bien esta diferenciación de estrategias. El Reagrupamiento Nacional (RN) sabe que, constitucionalmente, el Jefe del Estado puede disolver de nuevo la Asamblea Nacional, porque ha pasado un año desde que lo hiciera por última vez, tras los sucesivos fracasos de Borne y Attal de reconducir la crisis. Ese regate presidencial no sirvió de nada; al revés: ha quemado a otros dos jefes de gobierno, Barnier y Bayrou, y ahora se ha visto obligado a acudir a uno de sus colaboradores más próximos, Sébastien Lecornu, otro potencial sucesor en el Eliseo, como lo fuera Attal, que sigue siendo el líder del partido presidencial.

El RN no está interesado en la anticipación de las elecciones presidenciales, como piden los Insumisos, porque hasta enero la Justicia no decidirá sobre el recurso contra la inhabilitación de Marine Le Pen por el escándalo de los asistentes en su grupo del Parlamento europeo (1). El refuerzo parlamentario es la prioridad del momento.

La izquierda crítica mantiene insistentemente que el Presidente debe dimitir y acabar con la actual farsa de una mayoría inexistente. Al frente de los Insumisos. Jean-Luc Mélenchon libra en realidad tres batallas: las dos frontales contra el macronismo y contra el ascenso imparable del lepenismo; y tácticamente también contra la izquierda que él considera dócil al poder, con la que ha pactado un programa y una coalición (el Nuevo Frente Popular), pero a la que no puede manejar sin resistencia. Ante las reticencias de socialistas (a los que Macron amagó con cortejar en esta última crisis), ecologistas y comunistas, Mélenchon parece decidido a seguir luchando en solitario. Y es ahí donde entra la calle, las movilizaciones populares.

Hay un palpable descontento acumulado durante los años macronistas, por el incremento de las desigualdades y la negativa del liberal Presidente a aliviar el déficit y la deuda mediante un incremento de la presión fiscal a los ricos, como reclama la izquierda, en distintos grados. En las jornadas de protesta sindicales que comienzan este jueves, las centrales sindicales llaman a combatir las medidas presupuestarias “brutales” del gobierno dimisionario y del que viene a sucederle (2). Pero hay otros grupos contestatarios, fuera de la disciplina sindical, como el Movimiento 10 de septiembre, que recuerdan mucho a los chalecos amarillos (3).

La ultraderecha no se suma a esta presión desde abajo, o lo hace con otros agentes: comunas y poderes locales y corporativos cercanos a sus ideas. La contestación nacionalista xenófoba adopta perfiles institucionales, propios de los que se sienten a las puertas del poder. Aunque militen en parcelas distintas de la ultraderecha europea, Le Pen ha sacado buen provecho de la experiencia de Meloni en Italia. Si alguna vez gobierna, la dirigente francesa tendrá que parecerse mucho a su par transalpina.

GRAN BRETAÑA: LAS ÍNFULAS DE LOS ULTRAS

La calle puede alcanzar un protagonismo mucho más intenso en Gran Bretaña. Ya está ocurriendo. Este fin de semana pasado ha tenido lugar la manifestación ultra más numerosa en la historia reciente del país. Más de cien mil personas han protestado por la inmigración, pese a que las cifras de ingreso de extranjeros en el país se ha reducido notablemente (4). Es sabido que los ultras no cabalgan a lomos de la verdad, sino de una realidad percibida, alterada y/o manipulada. El movimiento Tommy Robinson, un líder xenófobo que inspira estas movilizaciones británicas, se siente reivindicado, alentado y propulsado por el éxito del MAGA (Make America Great Again) al otro lado del Atlántico. Este fin de semana eran numerosas las pancartas y los eslóganes que sintonizaban, en ocasiones de forma expresa, con ese grupo de presión identificado con la actual Casa Blanca. Todo ello en vísperas de la visita de Trump a Londres (5).

Los xenófobos británicos, paradójicamente, pueden resultar un incordio para Nigel Farage, el líder de Reform UK, el líder del Brexit a ultranza, antieuropeo y recolector de todos los malestares políticos del consenso centristas (tories y laboristas). Nunca antes un partido fuera del bipartidismo (o incluso de la tercera vía liberal) se había encontrado en posición de ganar unas elecciones. Las encuestas son chocantes. La mayoría laborista, a decir de ese termómetro socio-político, se ha esfumado en sólo un año. Farage le come base social al laborismo y a los conservadores, sin un programa preciso, evasivo y demagógico sin disimulo.

Es tal el desconcierto en el laborismo que ya se habla abiertamente de iniciativas y hasta de conspiraciones para desafían el liderazgo de Starmer. El “regreso” de Gran Bretaña a Europa, vía concertación de políticas para responder a Trump, pero desde una autonomía perceptible, no ha servido para sostener la imagen pública de su liderazgo. Otros dirigentes creen que deben cambiarse las estrategias de comunicación de la gestión realizada y de consolidar la dimensión social. Pero resulta difícil cuando, para reducir el déficit, se recortan prestaciones sociales y no se avanza lo suficiente en una fiscalidad progresista. El laborismo perdió la calle hace tiempo, demasiado. No es factible la movilización social frente al peligro pardo.

ALEMANIA: CONTRA EL CORDÓN SANITARIO

En Alemania, las cosas están todavía peor. La izquierda sistémica (participante del consenso centrista) se encuentra de nuevo atrapada en el recurso salvavidas de la Grosse Koalition por voluntad propia, por no querer renunciar a parcelas de poder. El canciller Merz, impopular como sus pares europeos mayores, procede de una cultura política, social y económica refractaria a cualquier enfoque progresista. Era la alternativa más derechista a Merkel, y sus apoyos en la CDU no parecen dispuestos a tolerar un giro centrista. De hecho, sus tímidas y posturales regañinas a Israel han generado una respuesta crítica desde sus filas más conservadoras (6).

Para aplacar estas suspicacias derechistas, Merz se ha visto obligado a arriesgar su entendimiento con sus socios socialdemócrata. Ha dicho con claridad en el Bundestag que la “protección social ya no es financiable en su estado actual”, y ha anunciado un “otoño de reformas”. O sea, recortes.

Los gastos sociales suman alrededor de 1,3 billones de euros, un 60% de los cuales se los llevan las pensiones, la cobertura sanitaria y las prestaciones por invalidez y discapacidad, según el Instituto IFO. Y el panorama a corto y medio plazo es aún peor, debido a las débiles perspectivas de crecimiento económico y al envejecimiento galopante de la población (el 57% de la población tiene más de 40 años). En 2045 las pensiones podrían drenar hasta el 40% del presupuesto (7).

Aunque el SPD coincide en el diagnóstico, discrepa sobre el tratamiento. Los portavoces del partido quieren priorizar el incremento de la imposición a los más ricos, frente a la extensión de la edad de jubilación de los democristianos. Pero, como les ocurre a los laboristas, no es previsible que los socialdemócratas alemanes convoquen a la calle, que hoy es terreno propicio para la ultraderecha.

Alternativa por Alemania (AfD) progresa en cada cita electoral, la última en los comicios municipales de Renania del Norte-Westfalia, el más poblado del país (8). Pero sabe que el cordón sanitario es más potente que el francés o que el sistema electoral bipartidista británico y el camino al poder por esa vía está bloqueado. De ahí que a calle sea una herramienta cada vez más frecuente, a medida que la situación socioeconómica se deteriore.

Todo esto en un contexto de ansiedad belicista y de presión de ciertos intereses industriales a favor de un incremento del gasto en defensa, que perjudicará indudablemente cualquier apaño social tacticista del consenso centrista.


NOTAS

(1) “Marine Le Pen, menacée par l’inéligibilité, obtient l’accélération de son calendrier judiciaire”. CORENTIN LESUEUR. LE MONDE, 9 de septiembre.

(2) “Mobilisation du 18 septembre: une journée de grève contre l’austérité sur tous les fronts, des écoles aux transports”. LE MONDE, 17 de septiembre.

(3) “Mouvement du 10 septembre: pourquoi une grève massive est incertaine, malgré une profonde colère”. ALINE LE CLERC. LE MONDE, 3 de septiembre.

(4) “What do the immigration figures for the UK really show? Official figures indicate net migration is falling, yet concern among Britons is close to the highest it has been since polling began in 1974”, MICHAEL GOODIER. THE GUARDIAN, 14 de septiembre;

(5) “How huge London far-right march lifted the lid on a toxic transatlantic soup”. THE GUARDIAN, 16 de septiembre; Donald Trump is unpopular in Britain. Trumpism is thriving. THE ECONOMIST, 15 de septiembre; “Massive nationalist rally shows MAGA-fueled movement’s appeal in U.K.”. LEO SANDS. THE WASHINGTON POST, 14 de septiembre.

(6) “Germany’s Israeli Dogma Lives On. The German government has changed its tone on Israel policy—but not much else”. JOHN KAMPFNER. FOREIGN POLICY, 20 de agosto.

(7) “En Allemagne, la protection sociale n’est «plus finançable dans sa forme actuelle», prévient le chancelier”. CÉCILE BOUTELET. LE MONDE, 10 de septiembre.

(8) “Far-right AfD’s vote triples in elections in German bellwether state” KATE CONNELLY. THE GUARDIAN, 14 de septiembre.

 

EL OTOÑO DE LOS LÍDERES POLÍTICOS

10 de septiembre de 2025

Otoño es la estación en la que caen las hojas y los árboles se quedan desnudos. No sería forzado emplear este símil para dibujar el panorama político en casi todo el orbe occidental. Los dirigentes amarillean en los troncos de sistemas tensionados por las insatisfacciones sociales y el avejentamiento institucional.

Desde los años setenta, se solía emplear la fórmula “otoño caliente” para describir el clima político tras la engañosa pausa estival. En esta época, en la que las movilizaciones sociales son menos numerosas e intensas, el otoño ha dejado de ser caliente, aunque siempre hay excepciones que confirman la regla. Como en Francia, que vive este miércoles una jornada de “bloqueo”, convocada por grupos políticos y sociales minoritarios pero activos, que recuerda al movimiento Que se vayan todos, de la Argentina transmilenial. Es la respuesta de la desesperación social, de la negatividad completa ante el fracaso sistémico.

Por lo general, los nuevos cursos políticos de este tiempo prefiguran una frialdad social: de incredulidad, de desánimo. Lo que los politólogos han venido en llamar desafección. Es un término muy acorde con el psicologismo de los tiempos, pero conceptualmente dudoso. Para haber desafección, primero ha tenido que haber afecto. Y no es la política una pulsión sentimental, precisamente.

En este regreso de unas vacaciones políticas que en realidad no han existido (por las guerra de Ucrania y sus teatrales intentos de negociación, por el espantoso genocidio de Gaza, por los sobresaltos provocados desde un Despacho Oval entregado al capricho), los líderes occidentales van cayendo lentamente de los árboles que componen el sistema político occidental: el liberal y el neoautoritario.

EL ENVEJECIMIENTO LIBERAL

En Francia, ha caído un gobierno moribundo antes de florecer (el cuarto en dos años). El tronco principal está corroído por plagas endémicas, pero ya se sabe que el árbol se mantiene en pie mientras no lo talen agentes externos, léase sociales, económicos o de otra naturaleza. Macron ha confiado la gestión cotidiana del poder a otro de sus fieles, Sébastien Lecornu, hasta ahora Ministro de Armas. Otro delfín destinado a la pira funeraria de la V República. Macron, con un índice de aceptación del 15%, se ha convertido en un Nerón con talante patricio. La Nación se quema con sus decisiones, pero él se atrinchera en el Eliseo a la espera de que se consuma su tiempo (1). Luego, como muchos de sus pares, volverá a la vida privada. Es decir, a ganar dinero, a multiplicar su fortuna.

La vida política en Francia es propia de zombies. Los problemas estructurales se acumulan, los desequilibrios sociales sólo se alteran para profundizarse, las tensiones sociales se metastizan  y los políticos que interpretan el orden liberal se aplican en la supervivencia personal y de casta. Y, mientras, el árbol se pudre.

No pasa algo distinto en otros países europeos. En Gran Bretaña cae del árbol la vicepremier Angela Rayner, que pasaba por ser la rama sindical en el Gabinete de Starmer. Pero, somo suele ocurrir, le tocó encabezar recortes en el capítulo social del Presupuesto, para escarnio de diputados y militantes laboristas crédulos. A falta de una movilización organizada y estructurada, lo que le ha costado el puesto a Rayner no han sido sus decisiones políticas sino la conducta personal. Se la acusa de haber eludido compromisos fiscales en la compra de una vivienda. El caso es dudoso, pero, en los tiempos actuales, lo personal arrolla a lo político en la suerte de los dirigentes (2).

Convertida el leña su segunda, Starmer recompone su equipo y se atrinchera en el 10 de Downing Street, a la espera de que escampe. Pero las tormentas que vienen de Atlántico no auguran nada bueno, aunque se hayan levantado de nuevo puentes con el continente del que hace sólo unos pocos años se quería huir sin mirar atrás. La aceptación del Primer Ministro británico es deprimente, otoñal.

En Alemania, el sistema político blinda superficialmente los gobiernos, pero no fabrica apoyo popular. El canciller Merz es más impopular que sus predecesores. Anda enredado en la guerra de Ucrania y la insostenible complicidad germana con el genocidio en Gaza. Pero se muestra sordo y ciego por una crisis interna (3). De ahí que se le denomine ya el “Canciller de los asuntos exteriores”.

Los tres mosqueteros del orden europeo (Macron, liberal; Starmer, laborista; Merz, democristiano conservador) juegan a una suerte de Directorio continental, pero en realidad están al albur de lo que se decida en Washington, en Moscú. O incluso en Pekín.

El amigo americano se ha convertido en un pariente fastidioso. Se le escucha, y nada; se le aconseja, y nada; se le adula, y tampoco. Los ciudadanos no han comprado esta táctica de apaciguamiento del adolescente norteamericano: tres de cada cuatro europeos de los cinco grandes países considera que sus dirigentes han acordado un “trato humillante” con Trump. No exageran.  

LA PLAGA AUTORITARIA, DEBILITADA

El neoautoritarismo, pulgón corrosivo en el bosque liberal, también afronta un otoño depresivo. Pese a su exhibición de arrogancia sin rumbo, al Presidente de Estados Unidos no le van mejor las cosas. Los árboles que pueblan los jardines de la Casa Blanca otoñean con mal color. Las encuestas indican un rechazo social incontestable: los que censuran su gestión superan en 13 puntos a los que la aprueban (4). Ninguno de sus predecesores tuvo un arranque de mandato tan deprimente. Al apóstol de la posverdad le da lo mismo. No tiene alternativa política en un sistema binario y fallido. Si él pasa por horas bajas, qué decir de los demócratas, un árbol que no tendrá primavera, vale decir, que a estas alturas sigue sin avistar un líder claro, único recurso político cuando faltan ideas y programas.

Más al sur del continente, el argentino Milei sufre el primer revolcón en las urnas, después de su llegada a la Casa Rosada. Cierto que la provincia de Buenos Aires, donde vive casi la mitad de la población, es terreno hostil, eterno feudo peronista. Pero la derrota por 13 puntos es mayor de lo que el mago de la motosierra y sus secuaces esperaban (5). La corrupción, que el prometió erradicar con su herramienta infalible, se la ha instalado en el corazón familiar. Su hermana está en entredicho por un turbio asuntos de mordidas relacionadas con los subsidios a personas con discapacidad. Muy argentino todo.

No nos olvidemos de Japón, el pilar asiático del orden liberal, venido a menos desde hace décadas, pero referente vetusto del sistema al otro lado del mundo. El primer ministro Ishiba, debilitado hace meses en las urnas, ha tirado la toalla, pero asegura que siente haber cumplida su misión, después de reducir del 30% al 15% el castigo arancelario de Trump. Para todo hay un relato autocomplaciente. La decadencia japonesa precipita el síndrome de vacío de poder, como sostiene Mireya Solís, experta en el país, en la nómina de la Brookings Institution (6).

EL INVIERNO ULTRA

Los politólogos contemplan este y otros otoños como premonitorios de un invierno azotado por vientos y fríos ultraderechistas. Los mapas de isobaras parecen acreditarlo.

En Gran Bretaña, por primera vez, un partido ultra, Reform UK, domina las encuestas de intención de voto. Le come electorado sobre todo a los laboristas, algunos de cuyos dirigentes le han exigido a su líder que se deje de equivocar (7). La singularidad bipartidista británica podría dejar de serlo, aunque la neblina en la que está envuelta la opción Farage es reveladora. Si la ultraderecha europea, por lo general, adolece de verdaderos programas de gobierno, Reform UK se lleva la palma (8).

En Francia, el beneficiario de la corrosión macronista es Reagrupamiento Nacional, por mucho que su líder esté en la nevera judicial y no sepa hasta enero si se le levantara el castigo para intentar de nuevo el asalto electoral al Eliseo. El partido de Le Pen exige elecciones legislativas inmediatas tras la derrota de Bayrou en la moción de confianza del lunes, para seguir macerando la conquista del poder (9).

Le Pen parece aproximarse a Meloni y alejarse del trumpismo tan impopular en Europa. Pero la dirigente italiana se alimenta más de la inanidad de sus rivales que del éxito de sus propuestas. Sus atropellos a los inmigrantes cabalgan con viento favorable, pero no dejan resultados económicos sólidos.  A la neofascista italiana le vale, de momento, para exhibir su condición de dirigente europea más estable. Italia siempre ha sido el reino de lo inverosímil en la política europea, el árbol que resiste en los entornos menos propicios. Un árbol de hojas perennes.  


NOTAS

(1) “Emmanuel Macron, un président vulnérable après une dissolution et deux échecs de gouvernement”. MARIAMA DARME & NATHALIE SEGAUNES. LE MONDE, 9 de septiembre.

(2) “After a tax scandal, Britain’s government gets a shake-up”. THE ECONOMIST, 5 de septiembre.

(3) After a torrid 100 days, Germany’s Friedrich Merz is mocked as a ‘dead man walking’”. JOHN KAMPFNER. THE GUARDIAN, 11 de agosto.

(4) “Tracking the presidency”. THE ECONOMIST, 10 de septiembre.

(5) “Tras la derrota, la reacción no avanza”. MELISA MOLINA. PÁGINA 12, 10 de septiembre.

(6) “Tokyo’s Leadership Vacuum”. MIREYA SOLIS. FOREIGN AFFAIRS, 1 de septiembre.

(7) “Senior Labour figures tell Keir Starmer to stop making mistakes”. ROWENA MASON & ALETHA ADU. THE OBSERVER, 7 de septiembre.

(8) “The hard right’s plans for Europe’s economy”. THE ECONOMIST, 4 de septiembre.

(9) “Marine Le Pen, menacée par l’inéligibilité, obtient l’accélération de son calendrier judiciaire”. CORENTIN LESUEUR. LE MONDE, 9 de septiembre.


LA TRILATERAL EUROASIATICA

 3 de septiembre de 2025

La cumbre de países euroasiáticos de esta semana en Tianjin y Pekín ofrece interpretaciones para todos los gustos. Para los participantes, expresión de un orden mundial alternativo multilateral; para los occidentales, una convergencia forzada contra el orden liberal internacional. Estas visiones, interesadas, son lo de menos. En los tiempos que corren,  las alianzas se han vuelto circunstanciales.

China ha sido la anfitriona de un encuentro de una veintena de países, con mucha pompa, ceremonial, relaciones públicas, y exhibición de músculo militar, claro. Le encaja ese papel, como segunda superpotencia del planeta y aspirante a ser la primera en el aspecto económico. Pero se cuida mucho de hacer alardes de su poder ante sus socios/amigos/cooperadores. El orden que defiende China -aceptado por sus socios con aparente complacencia- elude las nociones de liderazgo y sumisión. Y, lo que resulta clave, evita cualquier sermoneo ideológico o político: cada cual que gestione las cosas en casa con el relato que guste o que mejor le convenga. El único valor que se proclama es el de la soberanía nacional y la inviolabilidad de los asuntos internos. Con este libreto todo el mundo se siente a gusto. Las relaciones internacionales están basadas en la gestión compartida, hasta donde es posible, de los intereses particulares.

Esta retórica tiene sus trampas, como la tiene la occidental y su discurso de los valores de libertad, derechos humanos, imperio de la ley, etc. Si en Occidente inquieta esta convergencia euroasiática no es por el autoritarismo innegable de los regímenes alineados, sino por la potencia que pueden amasar en momentos dados de crisis internacional. No en vano reúne a casi la mitad de la población mundial y produce una cuarta parte de la riqueza global.

Occidente, y esa es la novedad en décadas, presenta una solidaridad cuarteada, con la principal anomalía instalada en la cúspide. El fenómeno Trump obliga a improvisar más que a inventar, como se dice en las cancillerías para hacer virtud de la necesidad. Desde Europa se toma el relevo del discurso liberal, con titubeos, con la conciencia de no poder ir demasiado lejos en la afirmación de la supremacía occidental, si el Gran Patrón no rectifica el rumbo.

En este alineamiento euroasiático, comandado por China, con Rusia e India, en segunda línea de relevancia, se vienen dibujando cuatro tendencias:

El primero, la consolidación de un eje básico Pekín-Moscú, pese a las reservas que este arrastra. Pasan los años, la “amistad sin límites” se consolida. Xi y Putin acumulan 45 encuentros desde que comparten poder en sus respectivos países y su relación personal es cada vez más calurosa. Cierto que se trata de una alianza asimétrica, que China es abrumadoramente más fuerte, que la dependencia rusa es aplastante, pero poco importa. Putin tiene de Xi lo que quiere: un cliente al que vender el petróleo y el gas que Europa ha dejado de comprarle y alimentos que la población china necesita. Con el dinero que Rusia recibe de este comercio, se compensa el daño ocasionado por las sanciones occidentales. Pero, además, China proporciona a Rusia componentes tecnológicos con los que sostener e incluso mejorar su arsenal armamentístico para golpear a Ucrania. La ecuación es desigual, desde luego: China suma el 26% del comercio exterior ruso, mientras Rusia sólo compra el 3% de lo que Pekín vende fuera.

Pero este desequilibrio económico bilateral se solventa con la convergencia estratégica:  juntos, cada cual está mejor protegida frente a lo que ellos perciben como hostilidad occidental, o bien para evitar el imparable ascenso (en el caso de China) o prevenir la revisión del resultado de la guerra fría (supuesto designio de esta Rusia).

La alianza chino-rusa puede arrastrar muchas contradicciones y cuentas pendientes que no terminan de resolver décadas de desconfianza, como acreditarían ciertos informes reservados rusos (1). Pero, con todo, parece fuera de alcance a día de hoy la ecuación Kissinger al revés; es decir, que Estados Unidos utilice a Rusia para debilitar a China a cambio de ciertas compensaciones (2). La dupla chino-rusa disfruta del momento, pero sin un entusiasmo que podría ser perjudicial. El lema de este conglomerado euroasiático es muy significativo: “no siempre juntos, pero nunca enfrentados” (3).

Por si no fuera poco, nada es perfecto en el otro lado. ¿Acaso no hay tensiones en el campo occidental? No puede compararse, dicen los exégetas liberales: la crisis occidental actual es sobre todo circunstancial y durará el tiempo que Trump ocupe la Casa Blanca. No tan fácil, replican otros: los diferendos son anteriores a él y seguirán existiendo cuando él desaparezca de la escena.

La segunda tendencia de Tianjin ha sido la escenificación de la reconciliación entre China y la India. Quizás sea demasiado arriesgado formularlo de esta forma. Para ser más rigurosos, la presencia del primer ministro indio, Narendra Modi, en China parece responder más al impulso del berrinche con Estados Unidos que a la convicción profunda de que India debe mirar al Este y dejar a Occidente en segundo plano.

India es un país orgulloso que no olvida su victoria contra el principal Imperio colonial de los últimos siglos anteriores. Desde la independencia, el país ha cambiado mucho, ha crecido, pero también se ha dividido y dejado al descubierto sus precarias costuras. El nacionalismo progresista del Partido del Congreso de los visionarios Gandhi y Nehru ha cedido ante el empuje del nacionalismo ultra conservador, religioso y xenófobo de la Unión India (Bharatiya Janata). Modi ha ganado tres elecciones consecutivas y, aunque su impulso se debilita, mantiene un control firme y cada vez más autoritario.

El enfado de Modi con Estados Unidos responde a ese reflejo de orgullo nacionalista. Trump, en su ansiedad por hacerse acreedor al título de pacificador internacional se atribuyó el acuerdo de alto el fuego que puso fin a la guerra limitada entre India y Pakistán de la pasada primavera en Cachemira. La iniciativa, además de ser falsa y oportunista, resultó una afrenta para el gobierno indio, que proclama reiteradamente su intolerancia ante cualquier injerencia en sus asuntos de Estado, y Cachemira es pináculo de esta doctrina. Para echar sal en la herida, el estamento militar de Pakistán elogió a Trump en reiteradas ocasiones y le rindió la pleitesía que a él le encanta: el Jefe del Ejército pakistaní ha visitado dos veces Washington en los últimos meses y ha expresado su intención de apoyar la candidatura del presidente norteamericano al Nobel de la Paz, una de sus abiertas aspiraciones.

La afrenta adquirió proporciones sísmicas en el establishment indio (4), que lleva décadas apostando por un acuerdo con Occidente que permita al país proseguir con su política de desarrollo económico sin preocuparse por el desafío que supone la rivalidad histórica con China, cuya palanca de presión es el abierto apoyo militar, diplomático y económico de Pekín al régimen de Pakistán, un estado militarizado en el que el gobierno civil es una pura comparsa.

Pero esta fractura ya de por si grave se convirtió en catastrófica al decidir Trump que los desaires indios por no aceptar su papel mediador en Cachemira debían tener un castigo. Y el presidente utilizó su arma preferida: la represalia comercial. Con la excusa del incremento de las compras indias de petróleo ruso, Trump impulso un arancel del 50% a los productos de exportación indios a Estados Unidos. La injuria se añadió al insulto. A un gobierno nacionalista como el de Modi no podía servirle una protesta y mucho menos una negociación vergozante como la que han emprendido otros aliados de Washington. Hacía falta una respuesta a la altura de su orgullo de cultura milenaria y de su condición de nación más poblada del planeta.

La respuesta se veía venir. Modi decidió activa la palanca subsidiaria de la política exterior india desde Nehru. Cincuenta años después de Bandung, la Conferencia afroasiática que marcó el despertar del Tercer Mundo como agente mundial de cambio, el nacionalismo indio cruzó el Rubicón de los recelos hacia el otro lado del Himalaya y se plantó en la cumbre de Tianjin para escenificar una dudosa ceremonia de reconciliación, cooperación y amistad recobrada con China (5).

Si con la convergencia ruso-china hay dudas razonables, ¿qué decir de este hasta cierto punto sorprendente y desde luego repentino acercamiento indio-chino? Por un lado, tampoco se trata de un paso en el vacío: India y China son socios en el movimiento de los BRICS y en este foro de la Organización de Cooperación de Shanghai, (OCS) en el que se inscribe esta cumbre de Tianjin. Pero la supuesta afinidad entre Modi y Trump y, antes de eso, la autonomía estratégica india había empujado a Nueva Delhi a participar de iniciativas multilaterales impulsada por Washington en la región de Asia Pacífico, como el Quad, donde comparte estrategias con Estados Unidos, Japón y Australia.

Es pronto para saber si detrás de este giro indio hay un motor más permanente que el berrinche y la decepción con la Casa Blanca. China no parece dispuesta a sacrificar su alianza estratégica con Pakistán (también presente en Tanjin), ni a realizar concesiones territoriales a India en el Himalaya, sobre todo cuando lleva la iniciativa militar (6). Pero a Xi le interesa antes que nada fragmente el dispositivo occidental/norteamericano en Asia y ocasiones como ésta no se presentan a menudo.

La tercera tendencia en esta cumbre de la OCS ha sido el nuevo encaje de países enemigos de Occidente pero no necesariamente aliados incondicionales de China. Es el caso Corea del Norte. Aunque Pekín ha sido históricamente el valedor del aislado régimen de Pyongyang, las derivas aventureras del proyecto nuclear hace tiempo que suscitaron recelos en las élites chinas (7). Rusia, necesitada de cualquier apoyo, suscribió un acuerdo de cooperación militar con Corea del Norte, que le ha permitido recibir municiones y soldados del país asiático para reforzar posiciones en Sumi, la región rusa invadida por Ucrania el verano del año pasado, ante la eventualidad de un intercambio territorial en unas eventuales negociaciones de paz (8). El caso norcoreano es paradigma de esta geometría variable de esta dimensión euroasiática del Sur Global: no hay que estar de acuerdo, salvo en rechazar presiones superiores.

China no se ha mostrado especialmente entusiasta de esta cooperación ruso-norcoreana en un ámbito tan sensible como el militar. Pero, como con otros asuntos del Kremlin, Xi ha sido muy discreto. Que Kim Jong-Un haya sido invitado a esta cumbre indica la importancia que China le brinda a la estrategia general y la subordinación a está de las incomodidades o discrepancias secundarias. Por otro lado, el momento, como el caso de India, era propicio: en las últimas semanas se venía especulando con una nueva reunión entre Trump y Kim, tras el fiasco de las celebradas durante el primer mandato del presidente norteamericano. Xi pincha también ese globo o al menos reduce la altura de su vuelo.

Irán se ha unido, como es natural, a esta alianza flexible. Importa poco que Rusia y China se inhibieran durante los recientes bombardeos americanos e israelíes que destruyeron no se sabe aún hasta qué punto el programa nuclear iraní (9). El régimen de los ayatollahs está moral y espiritualmente a años luz del ateísmo chino y del nuevo nacionalismo de raíz cristiana-ortodoxa que se ha adoptado en Moscú. Pero comparte con estas potencias la hostilidad occidental, la necesidad de encontrar canales de cooperación que impidan su aislamiento y le garantices mercados para aliviar sus tensiones económicas

Se podría señalar una cuarta tendencia: la impugnación del mito que sitúa a Trump como líder de una especie de nueva Internacional autoritaria. En Tianjin han estado presentes un dirigente europeo de la OTAN, el eslovaco Fico, o el turco Erdogan, en buenos términos con el presidente norteamericano y cooperador de la restrictiva política migratoria de la UE. Esta supuesta cumbre antioccidental resulta atractiva para miembros de la principal alianza político-militar del orbe liberal. Otra contradicción. En realidad, la confrontación sistémica actual tiene muy poco que ver con la dinámica bipolar de la guerra fría.

NOTAS

(1) “Secret Russian Intelligence Document Shows Deep Suspicion of China”. THE NEW YORK TIMES, 7 de junio.

(2) “China and Russia Will Not Be Split. The “Reverse Kissinger” Delusion!. MICHEL MC FAUL Y EVAN MEDEIROS. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.

(3) “Entre Xi Jinping et Vladimir Poutine, les ressorts d’une amitié stratégique”. BENJAMIN QUERELLE Y HAROLD THIBAULT. LE MONDE, 2 de septiembre.

(4) “The Shocking Rift Between India and the United States”. HAPPYMON JACOB. FOREIGN AFFAIRS, 14 de agosto.

(5) “China and India May Be Moving Toward a More Coordinated Foreign Policy”. CHIETIGJ BAJPAEE. FOREIGN POLICY, 27 de agosto.

(6) “This Isn’t India-China Rapprochement. New Delhi is making a bad bet on Beijing as its relationship with Washington sour”.  SUMIT GANGULY. FOREIGN POLICY, 22 de agosto.

(7) “China’s North Korea Problem”. SHUXIAN LUO. FOREIGN AFFAIRS, 21 de agosto.

(8) “Vladimir Poutine et Kim Jong-un s’engagent à ‘renforcer’ leur cooperation”. LE MONDE, 13 de agosto.

(9) “China and Russia Keep Their Distance From Iran During Crisis”. EDWARD WONG. THE NEW YORK TIMES, 6 de julio.