CHILE: UN ADMIRADOR DE PINOCHET ACARICIA LA MONEDA

19 de noviembre de 2025

El viento ultra cruza los Andes y proyecta su sombra sobre Chile. Si no median sorpresas, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, a mediados de diciembre, significarán una vuelta al pasado. Sin uniformes, sin campos de concentración, sin matanzas oscuras. Pero con el mismo propósito: arrebatar a las clases populares lo poco que recuperaron en tres décadas largas de democracia liberal.

La comunista Jeanette Jara consiguió un triunfo insuficiente en la primera vuelta, un 26,8% de los votos, frente al candidato más votado de una derecha que se fragmenta para luego unirse cuando de verdad importa. José Antonio Kast obtuvo el 23,9%, pero, en realidad, sabe que puede contar con el 14% de los otros ultras que juegan a ser más ultra, del 12,5% de la derecha conservadora (Vamos por Chile) que dice no ser ultra, pero que lo es en las cosas de comer, y quizás hasta el 20% de un denominado centro (Partido de la Gente), que se escora a la derecha cuando la izquierda actúa como tal.

Así las cosas, la Unión por Chile -que ha quitado el término “Popular”, definitorio del proyecto liderado por Allende en los 70- sólo contará con los votos de esa amplia coalición de centro izquierda y los residuos ínfimos a sus lados del espectro político. Insuficiente para mantenerse en el poder institucional.

Chile importa por su peso económico, social y cultural, pero también por las lecciones que nos ha dejado su historia. Como tantas veces se ha dicho, atesora el único experimento de un socialismo latinoamericano que no renunció a las libertades del sistema liberal (eso que se suelen llamarse libertades formales). Para la reacción salvaje de los 70, esa moderación no sirvió de salvaguarda. El gorilismo alentado, entrenado, financiado y armado por Washington decidió acabar con un ejemplo tan pernicioso para sus intereses.

LA PESADA HERENCIA DE LA CONCERTACIÓN

Cuando Chile recuperó la democracia en los años noventa, aquel experimento había pasado definitivamente a la historia. Los herederos de Allende (muchos, demasiados) consideraron que había que aliarse con antiguos adversarios que se hastiaron de la crueldad pinochetista, particularmente la Democracia Cristian (partido que representaba a distintos sectores de la burguesía), para superar los coletazos de la Dictadura. Surgió entonces eso que dió en llamarse la Concertación, una gran alianza de centro-izquierda, variable en su composición, pero casi siempre estable en su núcleo fundamental (socialistas, radicales, demócratas progresistas y democristianos). Por la izquierda, algunas veces se sumaban los comunistas; por la derecha, los liberales y otros grupos menores. Era la versión chilena del “compromiso histórico” de Enrico Berlinguer. El dirigente comunista italiano nunca fue profeta en su tierra, pero estudió a fondo el caso chileno y llegó a la conclusión de que el imperialismo capitalista nunca aceptaría el socialismo aunque este respetara las reglas del juego liberal.

Durante tres décadas, la Concertación dominó el juego político chileno y logró eso que tanto se aprecia en las democracias occidentales: la estabilidad. Democristianos  y socialistas y democristianos se alternaron al frente de la coalición, en elecciones internas que aseguraban la lealtad del pacto.

La derecha sin complejos, sin arrepentimientos por las barbaridades de una dictadura, a la que siempre apoyó, no dejó de conspirar para romper ese compromiso histórico a la chilena. Pero ya no estaban los tiempos para golpes y pinochetadas. El esfuerzo de la derecha se centró en no permitir cambios sociales profundos, alteraciones en los desequilibrios de clase. No le costó mucho.

Aunque la Concertación cosechara éxitos económicos notables, bendecidos y elogiados por los templos de la ortodoxia liberal occidental, resultó mucho menos brillante en la reducción de las diferencias sociales. El 1% más rico aún posee el 40% de la riqueza nacional. La deuda social de esta fórmula estable de Gobierno terminó por agrietar la base electoral de esa izquierda del centro.

Cuando concluía la primera década de este siglo, la derecha conservadora se encontraba en condiciones de romper la hegemonía de la Concertación. Y lo hizo, aunque tuviera que recurrir a un populista magnate de la comunicación  Aun así, la era de Sebastián Piñera fue accidentada e interrumpida por otro mandato de la Concertación, con el regreso de Michelle Bachelet, para terminar barrido por lo más parecido a una revolución chilena desde el golpe militar de 1973.

EL “ESTALLIDO”, UNA REVUELTA ABORTADA

En 2019 se produjo el “estallido”, una revuelta social preludiada por anteriores movimientos estudiantiles, obreros e indígenas. En términos políticos, se produjo la ruptura que no había ocurrido con la vuelta de los militares a los cuarteles. Una nueva forma de organización y de proyectos políticos desde la izquierda barrió las fórmulas envejecidas de la Concertación y prometió un nuevo tiempo para el país. Uno los líderes de esa “nueva política”, Gabriel Boric, ganó las elecciones presidenciales de 2021 con un programa que prometía la conquista de derechos sociales y una Constitución nueva que encuadrara jurídica y políticamente la ruptura con el pasado. A esta operación se sumó el Partido Comunista,  más allendista que los socialistas en su día, alternativamente socio y adversario de la Concertación, y ahora convertido al nuevo ensayo de revolución social sin violencia.

Resulta más fácil recordar lo que ha sido de esta nueva experiencia autóctona chilena. La pandemia frenó las movilizaciones de las que se nutría este estilo de política. Los siempre activos condicionamientos económicos, las divisiones típicas de la izquierda y otros factores de bisoñez terminaron por hacer fracasar el proyecto. Lo más palpable, el rechazo de la nueva Constitución en referéndum. Lo más doloroso, la incapacidad de la izquierda transformadora para satisfacer las necesidades populares (2).

La derecha conservadora se echó a un lado al ver irrumpir con fuerza a la derecha más extrema, alentada por Trump y sus émulos regionales. José Antonio Kast logró diez puntos menos que Boric en 2021, pero afianzó su posición de hegemonía entre las fuerzas antipopulares. Crecido por su auge espectacular, promovió una Constitución reaccionaria. Calculó mal sus fuerzas y no consiguió su propósito. El regreso de Trump a la Casa Blanca y el éxito de Milei al otro lado de los Andes le ha devuelto un impulso que ahora parece irrefrenable. Aunque haya tenido que soportar una escisión aún más ultra en el figura de Johannes Kaiser (siempre la sombra filo nazi en la política de Chile) y la resistencia de la derecha conservadora a desparecer, Kast no tendrá problemas en obtener el apoyo de ambas en diciembre para conquistar la Moneda sin cañonazos.

La candidata de esa convergencia entre la nueva política y los vestigios de la Concertación es sólida. La comunista Jeannette Jara ha sido ministra de Trabajo y asuntos sociales con Boric y fué subsecretaria con competencias en esas mismas materias en el segundo mandato de Bachelet. Jara representa lo más exitoso del gobierno saliente: la reducción de la jornada laboral de 44 a 40 horas, el incremento del salario mínimo, leyes laborales progresistas y sobre todo una reforma del sistema pinochetista de las pensiones que ha puesto fin al modelo de capitalización individual.  Para ser originaria de una barriada popular del extrarradio de Santiago, Jara se ha manejado muy bien con la clase empresarial y financiera, que no le ha regateado el reconocimiento de su seriedad y competencia. De ahí que su  triunfo en las internas del centro-izquierda no pudieran ser estrictamente una sorpresa. La alternancia democristiana-socialista hacía tiempo que emitía claras señales de agotamiento.

TRES FACTORES DE DESGASTE DE LA IZQUIERDA

Pero a Jara les esperaban desafíos muy potentes, que no parece en condiciones de remontar. El incremento de la inmigración y de la delincuencia han compuesto un binomio en el que se alimentan, crían y crecen las fórmulas de la extrema derecha. A pesar de que los índices de criminalidad en Chile son inferiores a los de otros países de la región, el aumento brusco y la aparición de delitos hasta ahora casi desconocidos como los asesinatos por encargo y los secuestros han resultado devastadores para el actual gobierno y un lastre para Jara. En 2024 se contabilizaron más de ochocientos, un incremento del 74% desde 2021. Los homicidios han pasado de 2,5 a 6 por 100.000 habitantes en este último decenio (3).

A pesar de la falacia de la conexión, a la derecha le ha resultado fácil vincular estas cifras con el aumento muy acusado de la inmigración, en gran parte debido a las consecuencias de las crisis venezolana y boliviana. El número de extranjeros en Chile se ha duplicado durante los años del gobierno Boric, hasta alcanzar la cifra de casi el 9% de la población total del país. La frontera norte del país es un hervidero de tensiones migratorias y de conflictos policiales.

El tercer elemento que ha complicado la continuidad del proyecto progresista ha sido el empeoramiento del clima económico, en particular la inflación, que ha alcanzado cotas no sufridas desde los años inaugurales de la Concertación, en los primeros años noventa. Hay un desánimo en las clases populares, a pesar de las mejoras señaladas. Un quinto de la población dice querer emigrar, según algunas encuestas (3). Todo ello explica que Boric se despida de La Moneda con menos de un 30% de apoyo popular, lejos del 58% de votos que obtuvo en las elecciones de 2019 (4).

EL UNIVERSO DEL PINOCHETISMO SOCIOLÓGICO

Kast, al frente de una coalición nuclear entre su partido, el Republicano, y el catolicismo más integrista (Partido Social-cristiano), concentra el sector más activo del pinochetismo sociológico. A su derecha, como fuerza de carga, se encuentra el Partido Nacional Libertario, los ultras con motosierra, escindidos en su día del Partido Republicano. Y en su costado “moderado”, deseando colaborar, cuenta con la “derecha nacional”, alianza de grupos como Renovación Nacional (creación de Sergio Jarpa para darle un barniz institucional a la dictadura militar, en los ochenta), de la UDI (Unión de Demócratas Independientes (funcionarios y beneficiarios del pinochetismo) y otros grupúsculos más recientes, todos ellos bajo el actual liderazgo de Evelyn Matthei. Esta veterana dirigente derechista, pinochetista de pro, hija del Jefe de la Fuerza Aérea en la segunda Junta Militar (1978-1980), tiene un largo curriculum de blanqueamiento de la Dictadura. Luego se recicló con Piñera, no sin puñaladas de por medio, y fue su Ministra de Trabajo. Desde entonces ha sido una presidenciable permanente y adepta del neoliberalismo radical. Pero el impulso de Trump y Milei le ha relegado a un papel secundario en su otoño político.

Kast será, si nada lo remedia, el próximo Presidente de Chile. En eso han desembocado las dos experiencias de la izquierda, la Concertación (mucho más larga y fecunda en el tiempo, pero también más decepcionante) y la nueva política (muy fugaz, más atrevida, pero igualmente frustrante). Pinochet se regocijaría en su tumba.


NOTAS

(1) El sociólogo Alexis Cortés ha hecho un interesante análisis de este periodo y sus antecedentes, en JACOBIN (versión en castellano para Latinoamérica), 12 de noviembre.

(2) “La communiste Jeannette Jara et l’ultraconservateur José Antonio Kast s’affronteront au second tour”. LE MONDE, 17 de noviembre.

(3) “Chile Is Making an Unprecedented Right Turn”. MICHAEL ALBERTUS (Profesor de la Universidad de Chicago). FOREIGN POLICY, 12 de noviembre.

(4) Entrevista con Patricio Nava, politólogo de la Universidad Diego Portales. AMERICAN QUARTERLY, 13 de noviembre.

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