RUIDOS EN LOS CIELOS, APAÑOS EN LA TIERRA

  1 de octubre de 2025    

“Europa no está en guerra con Rusia, pero desde ahora tampoco en paz”, ha dicho el Canciller germano Friedrich Merz. La sentencia es más que discutible. Europa emprendió una guerra económica y vicaria con Rusia después de la invasión de Ucrania y en ello sigue, y cada vez con más intensidad. La guerra moderna no se libra solamente con soldados y banderas sobre el terreno. La guerra indirecta simplemente es menos arriesgada, al menos hasta cierto punto.

Lo que quería decir Merz es que las supuestas vulneraciones del espacio aéreo de países europeos por aviones y drones rusos constituía un acto de hostilidad que situaba la relación con Moscú en un plano distinto. Estos incidentes, cuya autoría el Kremlin niega, activaron el artículo 4º del Tratado de la Alianza Atlántica, que contempla consultas entre los aliados ante una amenaza de agresión. Es la antesala del siguiente artículo, el 5º, que precipita una acción conjunta de todos los aliados frente enemigo agresor.

El manejo de estos incidentes refleja el espíritu de guerra fría que se ha implantado en las relaciones con Rusia. Los medios han contribuido activamente a expandirlo. Una publicación que presume de ser rigurosa como el semanario THE ECONOMIST, biblia del pensamiento liberal, aseguraba esta semanas que sus primeras valoraciones sobre la autoría rusa fueron quizás precipitadas. El analista de asuntos bélicos, Shashansk Joshi señalaba este lunes que “siendo honesto, aún queda mucho por conocer”. A renglón seguido reconocía que “no estaba tan seguro de que la incursión de drones rusos en Polonia, dos semanas antes, hubiera sido intencional”, como había escrito días antes. Tampoco estaba ya tan claro, según fuentes “bien informadas” que citaba pero no identificaba, que el episodio de Estonia se pudiera atribuir a una política oficial  y aventuraba que podía tratarse de un “error de navegación” de fuerzas aéreas rusa poco profesionales, cuya calidad “se ha degradado en los últimos tres años” (1).

Esta fe interpretaciones precipitadas no se correspondía con otro artículo de la misma revista, en cuyo titular se leía: “Rusia está violando los cielos europeos con impunidad”. El artículo, en cambio, deslizaba interpretaciones no coincidentes de los aliados sobre la intencionalidad de estas incursiones y se extendía en ofrecer datos sobre la “guerra híbrida” que Moscú ha intensificado en Europa en los últimos años, sin relacionarlos con la guerra económica europea y la ayuda militar y financiera europea a Ucrania (2).

Esta obstinación europea en negar que se esté en una guerra con Putin empieza a ser insostenible, y de ahí que Merz haya dado un paso en el reconocimiento de la realidad al asegurar que “ya no estamos en paz” con Rusia.  El juego de palabras, el desconcierto sobre la amplitud de las provocaciones rusas y la información confusa y militante de los medios liberales reflejan un cierto nerviosismo de los dirigentes europeos, que no saben a que atenerse. Ni con Putin ni con Trump.

En parte es lógico. Trump sigue dando bandazos, no por estrategia sino por frivolidad, por estado de ánimo, por despecho con Putin, que no le hace el caso que él esperaba, o por presión de algunos altos cargos de su equipo de Seguridad Nacional, que son intuitivamente hostiles al Kremlin. Que ahora Trump diga que “Ucrania puede aún ganar la guerra” mereció un generoso tratamiento en la prensa liberal, aunque el confuso discurso del egocéntrico Presidente no invitaba al optimismo (3).

No resulta racional que Putin quiera correr el riesgo de una confrontación directa con la OTAN, si quiere consolidar las posiciones conquistadas en Ucrania. ¿Qué puede obtener de esas supuestas incursiones aéreas en países europeos? Testar la cohesión aliada, dicen los analistas que se acogen al libreto clásico de la Kremlinología. O intentar provocar fracturas entre los aliados, añaden. Es evidente que esos actos han precipitado lo contrario, al menos de palabra. La credibilidad de la Alianza exige respuestas formalmente firmes, no riñas por aspectos secundarios. Ciertamente, no ha habido acuerdo sobre la intencionalidad de las supuestas actuaciones rusas, pero esas dudas se han quedado enquistadas en las discusiones técnicas. Los dirigentes salieron en tromba a advertir a Putin de que estaba jugando con fuego. De cajón (4).

La OTAN se activa para proteger los cielos y se desmarca de cualquier acción en tierra. Nada ha cambiado en eso, haga lo que haga Putin y avancen lo que avancen las tropas rusas, que llevan semanas estancadas. El otoño y sus lluvias no presagian cambios significativos en el frente en el tiempo cercano, salvo sorpresa mayor. La campaña rusa se orienta a erosionar la moral de la población con la destrucción de infraestructuras en las grandes ciudades. La guerra de atricción se consolida. Hasta que parezca que ha dejado de ser una guerra y se convierta en una especie de castigo intermitente. Es el pudrimiento militar que puede interesar a Putin, si tiene recursos para permitírselo (5) y las élites rusas siguen apoyando su estrategia (6).

Esta situación ha gangrenado la vía diplomática, hasta hacerla irrelevante. Trump, al que sólo le preocupan los conflictos internacionales si le sirven para engrandecer su  protagonismo, le ha dado la espalda al de Ucrania y se ha vuelto de nuevo al de Gaza.

NI PLAN, NI PAZ

El mal llamado y mejor publicitado “plan de paz” es, en realidad, un papel farragoso, desestructurado y poco trabajado documento que consiste, básicamente, en la secuenciación de la rendición de Hamas (7). No se puede presentar como paz algo que viene acompañado de una intimidación expresa. Más que un “plan” es un diktat. Se han fijado plazos perentorios a Hamas para aceptarlo, para desarmarse, para huir, para desaparecer de Gaza. La organización islamista tratará de suavizar un poco estas exigencias. No es muy probable que lo consiga. Por lo demás, en los puntos supuestamente constructivos, todo se deja a la fluidez del tiempo propio de Oriente Medio. Con este papel, es posible que el Primer Ministro israelí no tenga muchos problemas para apaciguar a sus fanáticos socios.

Si, al final Hamas firma, no será por conformidad, sino por necesidad. Para salvar el pellejo de su mermado ejército: obtendrán la liberación de 250 militantes condenados de por vida en Israel por “actos de terrorismo” y un aparente derecho de “escape” de los guerrilleros aún presentes en la franja. Simple consolación, mínimo alivio. Su proyecto político quedará sepultado en los túneles, que serán cegados para siempre.

Las referencias al futuro palestino son confusas y, en general, constituyen un paso atrás con respecto al acervo internacional acumulado en las últimas décadas. No hay reconocimiento alguno de la autoridad política. La participación se constriñe al ámbito técnico. Se establece un apresurado tutelaje egipcio y jordano. La ambigüedad es deliberada. La invocación al Estado palestino se reduce a un veremos casi irónico.

Netanyahu quizás le sobre este “plan”, pero tampoco puede tensar más la cuerda, puesto que se ha convertido en un líder político denostado ampliamente en el exterior y altamente dependiente del fanatismo enloquecido de sus aliados en el interior. El primer ministro israelí sabe que no es rentable decirle que no a Trump, y más en esto, con lo que el Presidente espera ganar crédito para que se le conceda el Nobel de la Paz. A esto se reduce este hipócrita ejercicio “diplomático”: cultivar la vanidad del político más poderoso del planeta. Un epítome de la deriva del orden liberal internacional.

En Europa se han resignado a pronunciarse “positivamente” sobre el “plan”, sabedores también sus dirigentes de que poner demasiadas pegas sólo excitará el instinto vengativo de su autor. Para más detalle, que le pregunten a Comey (8). En un momento en que empiezan a notarse los efectos económicos negativos de la “guerra comercial” impulsada desde la Casa Blanca, los líderes europeos no quieren abrir otro frente de discordia con su desvariado aliado.  Los franceses, que se las dan de expertos con voz propia en los asuntos de Oriente Medio, han dicho que “se puede trabajar” en este Plan. Lo que quiere decir, sin los trucos del lenguaje diplomático, que hay que empezar a tachar y a añadir, de arriba abajo. Si Europa puede intervenir en esa tarea, la huella de Trump en ese plan se reducirá al nombre. Pero no es probable que eso sea lo que ocurra. Al cabo, el “plan” puede fracasar por sus propia inconsistencia.

De la “favorable” acogida de los regímenes árabes e islámicos proamericanos, no cabía esperar otra cosa: no osan disgustar a quien puede alterar su estabilidad. Otra cosa será que arrimen el hombro cuando Trump se lo reclame.

Poco a poco, Israel irá incumpliendo los escasos compromisos que le solicita el documento. Tras su monumental error estratégico de desafiar frontalmente a su enemigo, Hamas tratará de reactivar su simbólica resistencia y volveremos, en el mejor de los casos, a la situación anterior al 7 de octubre de 2023. Si las cosas se escapan de nuevo de las manos o Netanyahu es presionado por los colonos más radicales y sus agentes políticos, la salvajada militar se impondrá de nuevo. Trump se olvidará del asunto y esperará a que se despejen las ruinas para participar, si acaso, en alguna promoción inmobiliaria en la “reconstruida franja”.


NOTAS

(1) “Is Putin testing Europe’s mettle?” SHASHANSK JOSHI. THE ECONOMIST, 29 de septiembre.

(2) “Russia is violating Europe’s skies with impunity”. THE ECONOMIST, 28 de septiembre.

(3) “In a Sudden Shift, Trump Says Ukraine Can Win the War With Russia”. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 23 de septiembre; “Trump Makes U-Turn on Ukraine Rhetoric”. SAM SKOVE. FOREIGN POLICY, 23 de septiembre.

(4) “Le virage des nouvelles règles d’engagement de l’OTAN face aux incursions russes”. CLOÉ HOOMAN & ELISE VINCENT. LE MONDE, 29 de septiembre.

(5) “Russia’s besieged economy is clinging on”. THE ECONOMIST, 21 de septiembre:

(6) “Unas élites rusas divididas sobre el levantamiento de las sanciones estadounidenses”. ALEXÉI SAJNÍN & BORIS KAGARLITSKI. LE MONDE DIPLOMATIQUE, agosto de 2025.

(7) “Hamas reviewing Trump peace plan as Netanyahu says Israel will 'forcibly resist' Palestinian statehood”. BBC, 29 de septiembre.

(8) “Former FBI director James Comey indicted amid Trump push to prosecute foes”. THE WASHINGTON POST, 25 de septiembre.

PALESTINA: LOS ESPEJISMOS DIPLOMÁTICOS

 24 de septiembre de 2025    

La ONU celebra su feria anual de solemnes declaraciones y justificación de frustraciones. Pero este año la agenda esta más cargada de lo habitual por la matanza de Gaza y el espejismo de iniciativas diplomáticas múltiples.

Mientras en la franja se despliega la que se anuncia como definitiva ofensiva israelí, multiplicando la muerte, el dolor y la ruina, algunas capitales occidentales (Reino Unido, Canadá, Australia, Portugal y otras) se han sumado al reconocimiento del Estado palestino, medida que se admite simbólica sin efecto práctico mayor.  

Paralelamente, Francia y Arabia Saudí han lanzado una suerte de Conferencia Internacional descafeinada para promover la reanimación de la moribunda solución de los dos Estados, Israel y Palestina. Se trata de un remedo del enésimo plan de paz destinado a acumular polvo en los cajones de las cancillerías.

Espejismos diplomáticos que, a efectos prácticos, nada harán por detener el genocidio cometido por Israel: 65.000 civiles muertos, un territorio devastado hasta los cimientos y la siembra de resentimiento y desesperanza.

Esta realidad paralela de palabras y supuestas buenas intenciones apenas puede subsanar la irrelevancia de la ONU como institución llamada a garantizar la paz mundial y la justicia internacional,  en el año del 80º aniversario de su fundación, en San Francisco, en un momento de esperanza tras la derrota de las fuerzas del Eje.

La masacre en Gaza ha dado la puntilla a la ONU, cuyos trabajadores sobre el terreno denuncian la insoportable realidad de la población palestina. Los responsables de las agencias jurídica, de ayuda y de derechos humanos se han liberado de corsés diplomáticos y han roto a denunciar el genocidio. El director de la UNRWA ya dijo en voz alta  lo que millones de personas piensan: que “los Estados disponen de una panoplia enorme para detener las atrocidades cometidas” en Gaza (1).

Estados Unidos se opone al reconocimiento del Estado palestino. Lógico, porque ha tolerado y facilitado los planes destructivos de Israel. Alemania se desmarca de sus socios europeos mayores, presa de sus fantasmas e intereses. Así las cosas, el espejismo diplomático, sin otras medidas de presión, resulta, en estas circunstancias, una medida hipócrita, justificativa y sobre todo estéril.

UN ESTADO DE PAPEL

¿Qué se está reconociendo? ¿Hay voluntad de que ese Estado sea viable, tenga un territorio en unas fronteras reconocidas y una seguridad fiable? En absoluto. Si se trata de una iniciativa simbólica, no sólo es inservible, sino que se asemeja a un ultraje. ¿Después del reconocimiento británico, francés, canadiense, australiano y etc, qué vendrá? A tenor de lo visto, nada que sirva de algo (2).

El gobierno de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por un anciano de 90 años, cuya legitimidad expiró hace años, no puede tomar decisión relevante alguna.  Ni siquiera es “el alcalde de Ramallah”, como se decía irónicamente de Arafat en los noventa, cuando los acuerdos de Oslo se diluían en la insustancialidad. Ese invisible gobierno palestino está desacreditado y ridiculizado por el ocupante.

Hoy, la otra parte de ese supuesto Estado palestino que no ha sido pulverizado, se encuentra sometido a una violencia atroz del gobierno, del Ejército y de los colonos incontrolados (o más bien alentados y apoyados desde el Poder). La creación de nuevas colonias ilegales se incrementa día a día y se dan a conocer continuamente proyectos que harán inviable la continuidad territorial de ese Estado palestino que ahora las grandes potencias occidentales vacuamente reconocen (3). La privación de tierras a los palestinos se agrava con operaciones policiales y militares en unas condiciones de impunidad sin precedentes. La intimidación de la población es asfixiante. La excusa de la amenaza “terrorista” justifica todo tipo de atropellos y persecuciones. Los sectores más extremistas del Gobierno (en realidad habría que decir vociferantes, porque extremista es todo el Ejecutivo) se jactan de actuar sin limitación y a su gusto (4).

LA COMPLICIDAD DE ESTADOS UNIDOS

Desde Washington, se deja hacer con una complacencia que supera todos los registros conocidos, que ya es decir. Trump se mofa de la legalidad internacional, ridiculiza a la ONU en su propia sede y, aparte de anunciar resorts de ensueño en una nueva Gaza “limpia de terroristas”, alienta a adoptar decisiones expansionistas de Israel y amenaza a sus socios europeos por el reconocimiento del Estado palestino.

En la nueva mayoría social que se dibuja en Estados Unidos bajo el liderazgo de la ultraderecha cristiana, la “causa de Israel” es intocable. Trump ha aprovechado la marea provocada por el asesinato del charlatán ultra Charlie Kirk, para desatar sus instintos autoritarios más feroces. Ya se permite amenazar sin disimulos a los que se le oponen, siquiera tímidamente, y a proclamar que los odia (5). Promueve el silenciamiento de espacios informativos críticos, para desviar la atención de unas encuestas que reflejan el hundimiento de su aceptación en la ciudadanía (6). En realidad, le importa poco: cuenta con la parálisis de la oposición sistémica y un creciente miedo social.

La kermesse funeraria ultra de Arizona, un espectáculo de hipocresía monumental, ha hecho emerger las corrientes más oscuras de la sociedad americana: intolerancia, racismo, xenofobia y otras perversiones más acorde a estos tiempos. Si el Ku-Klus-Klan fue una pústula minoritaria en los estados del sur derrotados en la guerra civil, esta ultraderecha cristiana de hoy, fervientemente aliada de Israel, aspira a conquistar la cúspide del poder en Washington. Ya tenían al Vicepresidente J.D. Vance como ariete avanzado. Ahora, confían en poder fidelizar el respaldo de Trump, que se apuntó a la representación con su oportunismo de costumbre (7).

EL SINIESTRO DESIGNIO ISRAELÍ

Todo esto lo sabe positivamente el primer ministro israelí, de ahí que se sienta fuerte para lanzar insinuaciones intimidatorias dirigidas a París y a Londres, en un tono no muy diferente al que antes ha hecho con España o Bélgica, más comprometidos con la causa palestina, aunque con eficacia similar. Las bravatas de Netanyahu pueden ser un farol, pero él no se siente constreñido ni preocupado en modo alguno por un fantasmal “aislamiento internacional”.

En otras latitudes más templadas del panorama político israelí, nadie se atreve a adoptar una posición firmemente contraria al Gobierno. Los llamados “centristas” de Yaïr Lapid también han condenado el reconocimiento del Estado palestino. Sólo grupos de izquierda crítica u organizaciones pacifistas y de defensa de los derechos humanos se atreven a colocarse en la oposición y a denunciar no sólo la barbaridad de Gaza sino también los atropellos y actos violentos en Cisjordania. No pasará mucho tiempo antes de ser considerados traidores.

En este ambiente depresivo y crecientemente autoritario, las opciones de una mejora efectiva de la situación se antoja imposible. La llamada “pax americana” (engañosa siempre y manifiestamente desequilibrada en su concepción) va camino de convertirse en un camino hacia una guerra de exterminio que consolide la condición de Israel como un hegemon en la zona. 

Así lo han entendido los propios estados árabes, incluso los más cercanos al estado judío. El ataque contra la sede de Hamas en Qatar ha constituido una llamada de atención que se han tomado muy en serio las petromonarquías del Golfo y otros países de la región.  Los acuerdos Abraham no están enterrados, entre otras cosas porque Trump ve en ellos una oportunidad para crear un ecosistema de negocio personal. Pero han sido metidos en el congelador (8). Liquidar el “problema palestino” es ahora la prioridad indiscutible. Y la palanca más eficaz para que Netanyahu escape al acoso de la justicia. Este príncipe de las tinieblas israelí nunca ha tenido tantas cartas juntas a su favor, y no es de los que las desaprovechan.

 

NOTAS

(1) Entrevista con Philippe Lazzarini, jefe de la UNRWA. LE MONDE, 8 de septiembre; “Legal analysis has accused Israel of committing genocide in four out of five categories as defined by 1948 convention”. JASON BURKE. THE GUARDIAN, 16 de septiembre.

(2) “What does recognising a Palestinian state mean?”. PAUL ADAMS. BBC, 22 de septiembre.

(3) “La colonisation israélienne en Cisjordanie s’accélère depuis le 7 octobre 2023”. PIERRE BRETEAU. LE MONDE, 1 de septiembre.

(4) “With Arson and Land Grabs, Israeli Settler Attacks in West Bank Hit Record High”. THE NEW YORK TIMES, 14 de agosto.

(5) “Even without formal charges, Trump’s DOJ can punish critics”. THE WASHINGTON POST, 23 de septiembre;  “In Assault on Free Speech, Trump Targets Speech He Hates”. PETER BAKER. THE NEW YORK TIMES, 21 de septiembre.

(6) “Tracking the Presidency, Donald Trump’s approval ratings”. THE ECONOMIST, 18 de septiembre.

(7) “L’hommage de l’Amérique trumpiste au «martyr» Charlie Kirk, moment de confusion entre politique et religión”. PIOTR SMOLAR. LE MONDE, 22 de septiembre.

(8) “The Fallacy of the Abraham Accords”. KHALED ELGINDY. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.

 

EL PROTAGONISMO DE LA CALLE EN EUROPA

 17 de septiembre de 2025

La calle vuelve a ser protagonista destacado del debate político en Europa. Nunca dejó de serlo por completo, naturalmente, pero en los últimos años se había reducido su influencia, por varios motivos.

La contestación desde los márgenes de los sistemas políticos proviene desde la izquierda, pero sobre todo desde la derecha, según qué casos. En los países en que la ultraderecha ha gozado de un significativo ascenso electoral, el recurso de la presión callejera ha disminuido. Lo hemos visto en Francia, en Alemania, en los países nórdicos y en los meridionales. En Gran Bretaña, donde hasta ahora la ultraderecha tenía pocas o ninguna perspectiva de alcanzar el poder, la movilización extramuros del sistema ha sido intermitente: recuérdese la protesta xenófoba del año pasado.

Por el contrario, desde la izquierda crítica se ha incrementado de manera palpable la actuación en la calle. Sin duda, la persistencia de desigualdades sociales y la falta de respuesta desde los partidos del consenso centrista han favorecido la recuperación de las protestas. Pero un factor decisivo de activación ha sido el genocidio en Gaza. Aunque las manifestaciones de los últimos días en España han sido especialmente concurridas, es importante recordar las movilizaciones en Gran Bretaña, los conatos de disenso en Alemania y focos de indignación y repulsa en otros lugares.

FRANCIA, LA CALLE ES DE LA IZQUIERDA MÁS DURA

En la actualidad, Francia está en el epicentro de las movilizaciones sociales europeas. La persistencia de Macron de blindarse en el Eliseo sacrificando a políticos de su mayor o menor confianza ha irritado por igual a los partidos hasta ahora fuera de la responsabilidad histórica de gobierno, en la derecha radical y en la izquierda crítica. Pero mientras la ultraderecha prosigue en su desgaste institucional de la base política del Presidente, exigiendo una nuevas elecciones, los Insumisos, desde la izquierda, no dejan de reclamar la dimisión de Macron.

Se entiende muy bien esta diferenciación de estrategias. El Reagrupamiento Nacional (RN) sabe que, constitucionalmente, el Jefe del Estado puede disolver de nuevo la Asamblea Nacional, porque ha pasado un año desde que lo hiciera por última vez, tras los sucesivos fracasos de Borne y Attal de reconducir la crisis. Ese regate presidencial no sirvió de nada; al revés: ha quemado a otros dos jefes de gobierno, Barnier y Bayrou, y ahora se ha visto obligado a acudir a uno de sus colaboradores más próximos, Sébastien Lecornu, otro potencial sucesor en el Eliseo, como lo fuera Attal, que sigue siendo el líder del partido presidencial.

El RN no está interesado en la anticipación de las elecciones presidenciales, como piden los Insumisos, porque hasta enero la Justicia no decidirá sobre el recurso contra la inhabilitación de Marine Le Pen por el escándalo de los asistentes en su grupo del Parlamento europeo (1). El refuerzo parlamentario es la prioridad del momento.

La izquierda crítica mantiene insistentemente que el Presidente debe dimitir y acabar con la actual farsa de una mayoría inexistente. Al frente de los Insumisos. Jean-Luc Mélenchon libra en realidad tres batallas: las dos frontales contra el macronismo y contra el ascenso imparable del lepenismo; y tácticamente también contra la izquierda que él considera dócil al poder, con la que ha pactado un programa y una coalición (el Nuevo Frente Popular), pero a la que no puede manejar sin resistencia. Ante las reticencias de socialistas (a los que Macron amagó con cortejar en esta última crisis), ecologistas y comunistas, Mélenchon parece decidido a seguir luchando en solitario. Y es ahí donde entra la calle, las movilizaciones populares.

Hay un palpable descontento acumulado durante los años macronistas, por el incremento de las desigualdades y la negativa del liberal Presidente a aliviar el déficit y la deuda mediante un incremento de la presión fiscal a los ricos, como reclama la izquierda, en distintos grados. En las jornadas de protesta sindicales que comienzan este jueves, las centrales sindicales llaman a combatir las medidas presupuestarias “brutales” del gobierno dimisionario y del que viene a sucederle (2). Pero hay otros grupos contestatarios, fuera de la disciplina sindical, como el Movimiento 10 de septiembre, que recuerdan mucho a los chalecos amarillos (3).

La ultraderecha no se suma a esta presión desde abajo, o lo hace con otros agentes: comunas y poderes locales y corporativos cercanos a sus ideas. La contestación nacionalista xenófoba adopta perfiles institucionales, propios de los que se sienten a las puertas del poder. Aunque militen en parcelas distintas de la ultraderecha europea, Le Pen ha sacado buen provecho de la experiencia de Meloni en Italia. Si alguna vez gobierna, la dirigente francesa tendrá que parecerse mucho a su par transalpina.

GRAN BRETAÑA: LAS ÍNFULAS DE LOS ULTRAS

La calle puede alcanzar un protagonismo mucho más intenso en Gran Bretaña. Ya está ocurriendo. Este fin de semana pasado ha tenido lugar la manifestación ultra más numerosa en la historia reciente del país. Más de cien mil personas han protestado por la inmigración, pese a que las cifras de ingreso de extranjeros en el país se ha reducido notablemente (4). Es sabido que los ultras no cabalgan a lomos de la verdad, sino de una realidad percibida, alterada y/o manipulada. El movimiento Tommy Robinson, un líder xenófobo que inspira estas movilizaciones británicas, se siente reivindicado, alentado y propulsado por el éxito del MAGA (Make America Great Again) al otro lado del Atlántico. Este fin de semana eran numerosas las pancartas y los eslóganes que sintonizaban, en ocasiones de forma expresa, con ese grupo de presión identificado con la actual Casa Blanca. Todo ello en vísperas de la visita de Trump a Londres (5).

Los xenófobos británicos, paradójicamente, pueden resultar un incordio para Nigel Farage, el líder de Reform UK, el líder del Brexit a ultranza, antieuropeo y recolector de todos los malestares políticos del consenso centristas (tories y laboristas). Nunca antes un partido fuera del bipartidismo (o incluso de la tercera vía liberal) se había encontrado en posición de ganar unas elecciones. Las encuestas son chocantes. La mayoría laborista, a decir de ese termómetro socio-político, se ha esfumado en sólo un año. Farage le come base social al laborismo y a los conservadores, sin un programa preciso, evasivo y demagógico sin disimulo.

Es tal el desconcierto en el laborismo que ya se habla abiertamente de iniciativas y hasta de conspiraciones para desafían el liderazgo de Starmer. El “regreso” de Gran Bretaña a Europa, vía concertación de políticas para responder a Trump, pero desde una autonomía perceptible, no ha servido para sostener la imagen pública de su liderazgo. Otros dirigentes creen que deben cambiarse las estrategias de comunicación de la gestión realizada y de consolidar la dimensión social. Pero resulta difícil cuando, para reducir el déficit, se recortan prestaciones sociales y no se avanza lo suficiente en una fiscalidad progresista. El laborismo perdió la calle hace tiempo, demasiado. No es factible la movilización social frente al peligro pardo.

ALEMANIA: CONTRA EL CORDÓN SANITARIO

En Alemania, las cosas están todavía peor. La izquierda sistémica (participante del consenso centrista) se encuentra de nuevo atrapada en el recurso salvavidas de la Grosse Koalition por voluntad propia, por no querer renunciar a parcelas de poder. El canciller Merz, impopular como sus pares europeos mayores, procede de una cultura política, social y económica refractaria a cualquier enfoque progresista. Era la alternativa más derechista a Merkel, y sus apoyos en la CDU no parecen dispuestos a tolerar un giro centrista. De hecho, sus tímidas y posturales regañinas a Israel han generado una respuesta crítica desde sus filas más conservadoras (6).

Para aplacar estas suspicacias derechistas, Merz se ha visto obligado a arriesgar su entendimiento con sus socios socialdemócrata. Ha dicho con claridad en el Bundestag que la “protección social ya no es financiable en su estado actual”, y ha anunciado un “otoño de reformas”. O sea, recortes.

Los gastos sociales suman alrededor de 1,3 billones de euros, un 60% de los cuales se los llevan las pensiones, la cobertura sanitaria y las prestaciones por invalidez y discapacidad, según el Instituto IFO. Y el panorama a corto y medio plazo es aún peor, debido a las débiles perspectivas de crecimiento económico y al envejecimiento galopante de la población (el 57% de la población tiene más de 40 años). En 2045 las pensiones podrían drenar hasta el 40% del presupuesto (7).

Aunque el SPD coincide en el diagnóstico, discrepa sobre el tratamiento. Los portavoces del partido quieren priorizar el incremento de la imposición a los más ricos, frente a la extensión de la edad de jubilación de los democristianos. Pero, como les ocurre a los laboristas, no es previsible que los socialdemócratas alemanes convoquen a la calle, que hoy es terreno propicio para la ultraderecha.

Alternativa por Alemania (AfD) progresa en cada cita electoral, la última en los comicios municipales de Renania del Norte-Westfalia, el más poblado del país (8). Pero sabe que el cordón sanitario es más potente que el francés o que el sistema electoral bipartidista británico y el camino al poder por esa vía está bloqueado. De ahí que a calle sea una herramienta cada vez más frecuente, a medida que la situación socioeconómica se deteriore.

Todo esto en un contexto de ansiedad belicista y de presión de ciertos intereses industriales a favor de un incremento del gasto en defensa, que perjudicará indudablemente cualquier apaño social tacticista del consenso centrista.


NOTAS

(1) “Marine Le Pen, menacée par l’inéligibilité, obtient l’accélération de son calendrier judiciaire”. CORENTIN LESUEUR. LE MONDE, 9 de septiembre.

(2) “Mobilisation du 18 septembre: une journée de grève contre l’austérité sur tous les fronts, des écoles aux transports”. LE MONDE, 17 de septiembre.

(3) “Mouvement du 10 septembre: pourquoi une grève massive est incertaine, malgré une profonde colère”. ALINE LE CLERC. LE MONDE, 3 de septiembre.

(4) “What do the immigration figures for the UK really show? Official figures indicate net migration is falling, yet concern among Britons is close to the highest it has been since polling began in 1974”, MICHAEL GOODIER. THE GUARDIAN, 14 de septiembre;

(5) “How huge London far-right march lifted the lid on a toxic transatlantic soup”. THE GUARDIAN, 16 de septiembre; Donald Trump is unpopular in Britain. Trumpism is thriving. THE ECONOMIST, 15 de septiembre; “Massive nationalist rally shows MAGA-fueled movement’s appeal in U.K.”. LEO SANDS. THE WASHINGTON POST, 14 de septiembre.

(6) “Germany’s Israeli Dogma Lives On. The German government has changed its tone on Israel policy—but not much else”. JOHN KAMPFNER. FOREIGN POLICY, 20 de agosto.

(7) “En Allemagne, la protection sociale n’est «plus finançable dans sa forme actuelle», prévient le chancelier”. CÉCILE BOUTELET. LE MONDE, 10 de septiembre.

(8) “Far-right AfD’s vote triples in elections in German bellwether state” KATE CONNELLY. THE GUARDIAN, 14 de septiembre.

 

EL OTOÑO DE LOS LÍDERES POLÍTICOS

10 de septiembre de 2025

Otoño es la estación en la que caen las hojas y los árboles se quedan desnudos. No sería forzado emplear este símil para dibujar el panorama político en casi todo el orbe occidental. Los dirigentes amarillean en los troncos de sistemas tensionados por las insatisfacciones sociales y el avejentamiento institucional.

Desde los años setenta, se solía emplear la fórmula “otoño caliente” para describir el clima político tras la engañosa pausa estival. En esta época, en la que las movilizaciones sociales son menos numerosas e intensas, el otoño ha dejado de ser caliente, aunque siempre hay excepciones que confirman la regla. Como en Francia, que vive este miércoles una jornada de “bloqueo”, convocada por grupos políticos y sociales minoritarios pero activos, que recuerda al movimiento Que se vayan todos, de la Argentina transmilenial. Es la respuesta de la desesperación social, de la negatividad completa ante el fracaso sistémico.

Por lo general, los nuevos cursos políticos de este tiempo prefiguran una frialdad social: de incredulidad, de desánimo. Lo que los politólogos han venido en llamar desafección. Es un término muy acorde con el psicologismo de los tiempos, pero conceptualmente dudoso. Para haber desafección, primero ha tenido que haber afecto. Y no es la política una pulsión sentimental, precisamente.

En este regreso de unas vacaciones políticas que en realidad no han existido (por las guerra de Ucrania y sus teatrales intentos de negociación, por el espantoso genocidio de Gaza, por los sobresaltos provocados desde un Despacho Oval entregado al capricho), los líderes occidentales van cayendo lentamente de los árboles que componen el sistema político occidental: el liberal y el neoautoritario.

EL ENVEJECIMIENTO LIBERAL

En Francia, ha caído un gobierno moribundo antes de florecer (el cuarto en dos años). El tronco principal está corroído por plagas endémicas, pero ya se sabe que el árbol se mantiene en pie mientras no lo talen agentes externos, léase sociales, económicos o de otra naturaleza. Macron ha confiado la gestión cotidiana del poder a otro de sus fieles, Sébastien Lecornu, hasta ahora Ministro de Armas. Otro delfín destinado a la pira funeraria de la V República. Macron, con un índice de aceptación del 15%, se ha convertido en un Nerón con talante patricio. La Nación se quema con sus decisiones, pero él se atrinchera en el Eliseo a la espera de que se consuma su tiempo (1). Luego, como muchos de sus pares, volverá a la vida privada. Es decir, a ganar dinero, a multiplicar su fortuna.

La vida política en Francia es propia de zombies. Los problemas estructurales se acumulan, los desequilibrios sociales sólo se alteran para profundizarse, las tensiones sociales se metastizan  y los políticos que interpretan el orden liberal se aplican en la supervivencia personal y de casta. Y, mientras, el árbol se pudre.

No pasa algo distinto en otros países europeos. En Gran Bretaña cae del árbol la vicepremier Angela Rayner, que pasaba por ser la rama sindical en el Gabinete de Starmer. Pero, somo suele ocurrir, le tocó encabezar recortes en el capítulo social del Presupuesto, para escarnio de diputados y militantes laboristas crédulos. A falta de una movilización organizada y estructurada, lo que le ha costado el puesto a Rayner no han sido sus decisiones políticas sino la conducta personal. Se la acusa de haber eludido compromisos fiscales en la compra de una vivienda. El caso es dudoso, pero, en los tiempos actuales, lo personal arrolla a lo político en la suerte de los dirigentes (2).

Convertida el leña su segunda, Starmer recompone su equipo y se atrinchera en el 10 de Downing Street, a la espera de que escampe. Pero las tormentas que vienen de Atlántico no auguran nada bueno, aunque se hayan levantado de nuevo puentes con el continente del que hace sólo unos pocos años se quería huir sin mirar atrás. La aceptación del Primer Ministro británico es deprimente, otoñal.

En Alemania, el sistema político blinda superficialmente los gobiernos, pero no fabrica apoyo popular. El canciller Merz es más impopular que sus predecesores. Anda enredado en la guerra de Ucrania y la insostenible complicidad germana con el genocidio en Gaza. Pero se muestra sordo y ciego por una crisis interna (3). De ahí que se le denomine ya el “Canciller de los asuntos exteriores”.

Los tres mosqueteros del orden europeo (Macron, liberal; Starmer, laborista; Merz, democristiano conservador) juegan a una suerte de Directorio continental, pero en realidad están al albur de lo que se decida en Washington, en Moscú. O incluso en Pekín.

El amigo americano se ha convertido en un pariente fastidioso. Se le escucha, y nada; se le aconseja, y nada; se le adula, y tampoco. Los ciudadanos no han comprado esta táctica de apaciguamiento del adolescente norteamericano: tres de cada cuatro europeos de los cinco grandes países considera que sus dirigentes han acordado un “trato humillante” con Trump. No exageran.  

LA PLAGA AUTORITARIA, DEBILITADA

El neoautoritarismo, pulgón corrosivo en el bosque liberal, también afronta un otoño depresivo. Pese a su exhibición de arrogancia sin rumbo, al Presidente de Estados Unidos no le van mejor las cosas. Los árboles que pueblan los jardines de la Casa Blanca otoñean con mal color. Las encuestas indican un rechazo social incontestable: los que censuran su gestión superan en 13 puntos a los que la aprueban (4). Ninguno de sus predecesores tuvo un arranque de mandato tan deprimente. Al apóstol de la posverdad le da lo mismo. No tiene alternativa política en un sistema binario y fallido. Si él pasa por horas bajas, qué decir de los demócratas, un árbol que no tendrá primavera, vale decir, que a estas alturas sigue sin avistar un líder claro, único recurso político cuando faltan ideas y programas.

Más al sur del continente, el argentino Milei sufre el primer revolcón en las urnas, después de su llegada a la Casa Rosada. Cierto que la provincia de Buenos Aires, donde vive casi la mitad de la población, es terreno hostil, eterno feudo peronista. Pero la derrota por 13 puntos es mayor de lo que el mago de la motosierra y sus secuaces esperaban (5). La corrupción, que el prometió erradicar con su herramienta infalible, se la ha instalado en el corazón familiar. Su hermana está en entredicho por un turbio asuntos de mordidas relacionadas con los subsidios a personas con discapacidad. Muy argentino todo.

No nos olvidemos de Japón, el pilar asiático del orden liberal, venido a menos desde hace décadas, pero referente vetusto del sistema al otro lado del mundo. El primer ministro Ishiba, debilitado hace meses en las urnas, ha tirado la toalla, pero asegura que siente haber cumplida su misión, después de reducir del 30% al 15% el castigo arancelario de Trump. Para todo hay un relato autocomplaciente. La decadencia japonesa precipita el síndrome de vacío de poder, como sostiene Mireya Solís, experta en el país, en la nómina de la Brookings Institution (6).

EL INVIERNO ULTRA

Los politólogos contemplan este y otros otoños como premonitorios de un invierno azotado por vientos y fríos ultraderechistas. Los mapas de isobaras parecen acreditarlo.

En Gran Bretaña, por primera vez, un partido ultra, Reform UK, domina las encuestas de intención de voto. Le come electorado sobre todo a los laboristas, algunos de cuyos dirigentes le han exigido a su líder que se deje de equivocar (7). La singularidad bipartidista británica podría dejar de serlo, aunque la neblina en la que está envuelta la opción Farage es reveladora. Si la ultraderecha europea, por lo general, adolece de verdaderos programas de gobierno, Reform UK se lleva la palma (8).

En Francia, el beneficiario de la corrosión macronista es Reagrupamiento Nacional, por mucho que su líder esté en la nevera judicial y no sepa hasta enero si se le levantara el castigo para intentar de nuevo el asalto electoral al Eliseo. El partido de Le Pen exige elecciones legislativas inmediatas tras la derrota de Bayrou en la moción de confianza del lunes, para seguir macerando la conquista del poder (9).

Le Pen parece aproximarse a Meloni y alejarse del trumpismo tan impopular en Europa. Pero la dirigente italiana se alimenta más de la inanidad de sus rivales que del éxito de sus propuestas. Sus atropellos a los inmigrantes cabalgan con viento favorable, pero no dejan resultados económicos sólidos.  A la neofascista italiana le vale, de momento, para exhibir su condición de dirigente europea más estable. Italia siempre ha sido el reino de lo inverosímil en la política europea, el árbol que resiste en los entornos menos propicios. Un árbol de hojas perennes.  


NOTAS

(1) “Emmanuel Macron, un président vulnérable après une dissolution et deux échecs de gouvernement”. MARIAMA DARME & NATHALIE SEGAUNES. LE MONDE, 9 de septiembre.

(2) “After a tax scandal, Britain’s government gets a shake-up”. THE ECONOMIST, 5 de septiembre.

(3) After a torrid 100 days, Germany’s Friedrich Merz is mocked as a ‘dead man walking’”. JOHN KAMPFNER. THE GUARDIAN, 11 de agosto.

(4) “Tracking the presidency”. THE ECONOMIST, 10 de septiembre.

(5) “Tras la derrota, la reacción no avanza”. MELISA MOLINA. PÁGINA 12, 10 de septiembre.

(6) “Tokyo’s Leadership Vacuum”. MIREYA SOLIS. FOREIGN AFFAIRS, 1 de septiembre.

(7) “Senior Labour figures tell Keir Starmer to stop making mistakes”. ROWENA MASON & ALETHA ADU. THE OBSERVER, 7 de septiembre.

(8) “The hard right’s plans for Europe’s economy”. THE ECONOMIST, 4 de septiembre.

(9) “Marine Le Pen, menacée par l’inéligibilité, obtient l’accélération de son calendrier judiciaire”. CORENTIN LESUEUR. LE MONDE, 9 de septiembre.


LA TRILATERAL EUROASIATICA

 3 de septiembre de 2025

La cumbre de países euroasiáticos de esta semana en Tianjin y Pekín ofrece interpretaciones para todos los gustos. Para los participantes, expresión de un orden mundial alternativo multilateral; para los occidentales, una convergencia forzada contra el orden liberal internacional. Estas visiones, interesadas, son lo de menos. En los tiempos que corren,  las alianzas se han vuelto circunstanciales.

China ha sido la anfitriona de un encuentro de una veintena de países, con mucha pompa, ceremonial, relaciones públicas, y exhibición de músculo militar, claro. Le encaja ese papel, como segunda superpotencia del planeta y aspirante a ser la primera en el aspecto económico. Pero se cuida mucho de hacer alardes de su poder ante sus socios/amigos/cooperadores. El orden que defiende China -aceptado por sus socios con aparente complacencia- elude las nociones de liderazgo y sumisión. Y, lo que resulta clave, evita cualquier sermoneo ideológico o político: cada cual que gestione las cosas en casa con el relato que guste o que mejor le convenga. El único valor que se proclama es el de la soberanía nacional y la inviolabilidad de los asuntos internos. Con este libreto todo el mundo se siente a gusto. Las relaciones internacionales están basadas en la gestión compartida, hasta donde es posible, de los intereses particulares.

Esta retórica tiene sus trampas, como la tiene la occidental y su discurso de los valores de libertad, derechos humanos, imperio de la ley, etc. Si en Occidente inquieta esta convergencia euroasiática no es por el autoritarismo innegable de los regímenes alineados, sino por la potencia que pueden amasar en momentos dados de crisis internacional. No en vano reúne a casi la mitad de la población mundial y produce una cuarta parte de la riqueza global.

Occidente, y esa es la novedad en décadas, presenta una solidaridad cuarteada, con la principal anomalía instalada en la cúspide. El fenómeno Trump obliga a improvisar más que a inventar, como se dice en las cancillerías para hacer virtud de la necesidad. Desde Europa se toma el relevo del discurso liberal, con titubeos, con la conciencia de no poder ir demasiado lejos en la afirmación de la supremacía occidental, si el Gran Patrón no rectifica el rumbo.

En este alineamiento euroasiático, comandado por China, con Rusia e India, en segunda línea de relevancia, se vienen dibujando cuatro tendencias:

El primero, la consolidación de un eje básico Pekín-Moscú, pese a las reservas que este arrastra. Pasan los años, la “amistad sin límites” se consolida. Xi y Putin acumulan 45 encuentros desde que comparten poder en sus respectivos países y su relación personal es cada vez más calurosa. Cierto que se trata de una alianza asimétrica, que China es abrumadoramente más fuerte, que la dependencia rusa es aplastante, pero poco importa. Putin tiene de Xi lo que quiere: un cliente al que vender el petróleo y el gas que Europa ha dejado de comprarle y alimentos que la población china necesita. Con el dinero que Rusia recibe de este comercio, se compensa el daño ocasionado por las sanciones occidentales. Pero, además, China proporciona a Rusia componentes tecnológicos con los que sostener e incluso mejorar su arsenal armamentístico para golpear a Ucrania. La ecuación es desigual, desde luego: China suma el 26% del comercio exterior ruso, mientras Rusia sólo compra el 3% de lo que Pekín vende fuera.

Pero este desequilibrio económico bilateral se solventa con la convergencia estratégica:  juntos, cada cual está mejor protegida frente a lo que ellos perciben como hostilidad occidental, o bien para evitar el imparable ascenso (en el caso de China) o prevenir la revisión del resultado de la guerra fría (supuesto designio de esta Rusia).

La alianza chino-rusa puede arrastrar muchas contradicciones y cuentas pendientes que no terminan de resolver décadas de desconfianza, como acreditarían ciertos informes reservados rusos (1). Pero, con todo, parece fuera de alcance a día de hoy la ecuación Kissinger al revés; es decir, que Estados Unidos utilice a Rusia para debilitar a China a cambio de ciertas compensaciones (2). La dupla chino-rusa disfruta del momento, pero sin un entusiasmo que podría ser perjudicial. El lema de este conglomerado euroasiático es muy significativo: “no siempre juntos, pero nunca enfrentados” (3).

Por si no fuera poco, nada es perfecto en el otro lado. ¿Acaso no hay tensiones en el campo occidental? No puede compararse, dicen los exégetas liberales: la crisis occidental actual es sobre todo circunstancial y durará el tiempo que Trump ocupe la Casa Blanca. No tan fácil, replican otros: los diferendos son anteriores a él y seguirán existiendo cuando él desaparezca de la escena.

La segunda tendencia de Tianjin ha sido la escenificación de la reconciliación entre China y la India. Quizás sea demasiado arriesgado formularlo de esta forma. Para ser más rigurosos, la presencia del primer ministro indio, Narendra Modi, en China parece responder más al impulso del berrinche con Estados Unidos que a la convicción profunda de que India debe mirar al Este y dejar a Occidente en segundo plano.

India es un país orgulloso que no olvida su victoria contra el principal Imperio colonial de los últimos siglos anteriores. Desde la independencia, el país ha cambiado mucho, ha crecido, pero también se ha dividido y dejado al descubierto sus precarias costuras. El nacionalismo progresista del Partido del Congreso de los visionarios Gandhi y Nehru ha cedido ante el empuje del nacionalismo ultra conservador, religioso y xenófobo de la Unión India (Bharatiya Janata). Modi ha ganado tres elecciones consecutivas y, aunque su impulso se debilita, mantiene un control firme y cada vez más autoritario.

El enfado de Modi con Estados Unidos responde a ese reflejo de orgullo nacionalista. Trump, en su ansiedad por hacerse acreedor al título de pacificador internacional se atribuyó el acuerdo de alto el fuego que puso fin a la guerra limitada entre India y Pakistán de la pasada primavera en Cachemira. La iniciativa, además de ser falsa y oportunista, resultó una afrenta para el gobierno indio, que proclama reiteradamente su intolerancia ante cualquier injerencia en sus asuntos de Estado, y Cachemira es pináculo de esta doctrina. Para echar sal en la herida, el estamento militar de Pakistán elogió a Trump en reiteradas ocasiones y le rindió la pleitesía que a él le encanta: el Jefe del Ejército pakistaní ha visitado dos veces Washington en los últimos meses y ha expresado su intención de apoyar la candidatura del presidente norteamericano al Nobel de la Paz, una de sus abiertas aspiraciones.

La afrenta adquirió proporciones sísmicas en el establishment indio (4), que lleva décadas apostando por un acuerdo con Occidente que permita al país proseguir con su política de desarrollo económico sin preocuparse por el desafío que supone la rivalidad histórica con China, cuya palanca de presión es el abierto apoyo militar, diplomático y económico de Pekín al régimen de Pakistán, un estado militarizado en el que el gobierno civil es una pura comparsa.

Pero esta fractura ya de por si grave se convirtió en catastrófica al decidir Trump que los desaires indios por no aceptar su papel mediador en Cachemira debían tener un castigo. Y el presidente utilizó su arma preferida: la represalia comercial. Con la excusa del incremento de las compras indias de petróleo ruso, Trump impulso un arancel del 50% a los productos de exportación indios a Estados Unidos. La injuria se añadió al insulto. A un gobierno nacionalista como el de Modi no podía servirle una protesta y mucho menos una negociación vergozante como la que han emprendido otros aliados de Washington. Hacía falta una respuesta a la altura de su orgullo de cultura milenaria y de su condición de nación más poblada del planeta.

La respuesta se veía venir. Modi decidió activa la palanca subsidiaria de la política exterior india desde Nehru. Cincuenta años después de Bandung, la Conferencia afroasiática que marcó el despertar del Tercer Mundo como agente mundial de cambio, el nacionalismo indio cruzó el Rubicón de los recelos hacia el otro lado del Himalaya y se plantó en la cumbre de Tianjin para escenificar una dudosa ceremonia de reconciliación, cooperación y amistad recobrada con China (5).

Si con la convergencia ruso-china hay dudas razonables, ¿qué decir de este hasta cierto punto sorprendente y desde luego repentino acercamiento indio-chino? Por un lado, tampoco se trata de un paso en el vacío: India y China son socios en el movimiento de los BRICS y en este foro de la Organización de Cooperación de Shanghai, (OCS) en el que se inscribe esta cumbre de Tianjin. Pero la supuesta afinidad entre Modi y Trump y, antes de eso, la autonomía estratégica india había empujado a Nueva Delhi a participar de iniciativas multilaterales impulsada por Washington en la región de Asia Pacífico, como el Quad, donde comparte estrategias con Estados Unidos, Japón y Australia.

Es pronto para saber si detrás de este giro indio hay un motor más permanente que el berrinche y la decepción con la Casa Blanca. China no parece dispuesta a sacrificar su alianza estratégica con Pakistán (también presente en Tanjin), ni a realizar concesiones territoriales a India en el Himalaya, sobre todo cuando lleva la iniciativa militar (6). Pero a Xi le interesa antes que nada fragmente el dispositivo occidental/norteamericano en Asia y ocasiones como ésta no se presentan a menudo.

La tercera tendencia en esta cumbre de la OCS ha sido el nuevo encaje de países enemigos de Occidente pero no necesariamente aliados incondicionales de China. Es el caso Corea del Norte. Aunque Pekín ha sido históricamente el valedor del aislado régimen de Pyongyang, las derivas aventureras del proyecto nuclear hace tiempo que suscitaron recelos en las élites chinas (7). Rusia, necesitada de cualquier apoyo, suscribió un acuerdo de cooperación militar con Corea del Norte, que le ha permitido recibir municiones y soldados del país asiático para reforzar posiciones en Sumi, la región rusa invadida por Ucrania el verano del año pasado, ante la eventualidad de un intercambio territorial en unas eventuales negociaciones de paz (8). El caso norcoreano es paradigma de esta geometría variable de esta dimensión euroasiática del Sur Global: no hay que estar de acuerdo, salvo en rechazar presiones superiores.

China no se ha mostrado especialmente entusiasta de esta cooperación ruso-norcoreana en un ámbito tan sensible como el militar. Pero, como con otros asuntos del Kremlin, Xi ha sido muy discreto. Que Kim Jong-Un haya sido invitado a esta cumbre indica la importancia que China le brinda a la estrategia general y la subordinación a está de las incomodidades o discrepancias secundarias. Por otro lado, el momento, como el caso de India, era propicio: en las últimas semanas se venía especulando con una nueva reunión entre Trump y Kim, tras el fiasco de las celebradas durante el primer mandato del presidente norteamericano. Xi pincha también ese globo o al menos reduce la altura de su vuelo.

Irán se ha unido, como es natural, a esta alianza flexible. Importa poco que Rusia y China se inhibieran durante los recientes bombardeos americanos e israelíes que destruyeron no se sabe aún hasta qué punto el programa nuclear iraní (9). El régimen de los ayatollahs está moral y espiritualmente a años luz del ateísmo chino y del nuevo nacionalismo de raíz cristiana-ortodoxa que se ha adoptado en Moscú. Pero comparte con estas potencias la hostilidad occidental, la necesidad de encontrar canales de cooperación que impidan su aislamiento y le garantices mercados para aliviar sus tensiones económicas

Se podría señalar una cuarta tendencia: la impugnación del mito que sitúa a Trump como líder de una especie de nueva Internacional autoritaria. En Tianjin han estado presentes un dirigente europeo de la OTAN, el eslovaco Fico, o el turco Erdogan, en buenos términos con el presidente norteamericano y cooperador de la restrictiva política migratoria de la UE. Esta supuesta cumbre antioccidental resulta atractiva para miembros de la principal alianza político-militar del orbe liberal. Otra contradicción. En realidad, la confrontación sistémica actual tiene muy poco que ver con la dinámica bipolar de la guerra fría.

NOTAS

(1) “Secret Russian Intelligence Document Shows Deep Suspicion of China”. THE NEW YORK TIMES, 7 de junio.

(2) “China and Russia Will Not Be Split. The “Reverse Kissinger” Delusion!. MICHEL MC FAUL Y EVAN MEDEIROS. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.

(3) “Entre Xi Jinping et Vladimir Poutine, les ressorts d’une amitié stratégique”. BENJAMIN QUERELLE Y HAROLD THIBAULT. LE MONDE, 2 de septiembre.

(4) “The Shocking Rift Between India and the United States”. HAPPYMON JACOB. FOREIGN AFFAIRS, 14 de agosto.

(5) “China and India May Be Moving Toward a More Coordinated Foreign Policy”. CHIETIGJ BAJPAEE. FOREIGN POLICY, 27 de agosto.

(6) “This Isn’t India-China Rapprochement. New Delhi is making a bad bet on Beijing as its relationship with Washington sour”.  SUMIT GANGULY. FOREIGN POLICY, 22 de agosto.

(7) “China’s North Korea Problem”. SHUXIAN LUO. FOREIGN AFFAIRS, 21 de agosto.

(8) “Vladimir Poutine et Kim Jong-un s’engagent à ‘renforcer’ leur cooperation”. LE MONDE, 13 de agosto.

(9) “China and Russia Keep Their Distance From Iran During Crisis”. EDWARD WONG. THE NEW YORK TIMES, 6 de julio.

 

 

LA INCONSISTENTE INDIGNACIÓN EUROPEA CON ISRAEL

27 de agosto de 2025

Cada matanza indiscriminada en Gaza sólo es tapada por la siguiente. Cada crimen se ahoga en el que le sucede. La impunidad galopa sin freno. Conviene no prestar demasiada atención a las protestas, petición de responsabilidades, críticas e incluso airadas muestras de indignación de las últimas semanas. No cambiarán el curso de las cosas. No modificarán el libreto del gobierno y del Estado de Israel. Ni alterarán el comportamiento de Occidente. Las líneas rojas del escarnio de Gaza y del proyecto de aniquilación de los derechos palestinos no está determinado por el hipócrita humanismo de los dirigentes de esta parte del mundo. Serán los intereses económicos y geopolíticos los que marcarán un límite al designio del estado genocida.

No obstante, los medios liberales conceden notable cobertura a cualquier tímida manifestación de incomodidad de los dirigentes europeos ante el criminal comportamiento de Israel. La bronca entre Netanyahu y Macron se lleva la palma. El primer ministro israelí, crecido por lo fácil que les está resultando su campaña de exterminio, se permitió calificar de “antisemitismo”, al Presidente francés por anunciar que, en septiembre, reconocerá de facto al Estado palestino.

Lo crucial de la polémica no es su falsedad, sino su inanidad. Es manifiestamente falso el “antisemitismo” de Macron, naturalmente. Pero lo decisivo es la irrelevancia de la polémica. Como lo es el gesto del Presidente francés, replicado días después por el Primer ministro británico, aunque en este caso condicionado a la falta de avances en las negociaciones de paz (?). La contestación de Macron responde al guion de las escaladas verbales: el jefe del Estado galo señala con el dedo al líder israelí y lo acusa de utilizar al antisemitismo para tapar su responsabilidad en la guerra “asesina e ilegal en Gaza” (1). Llegados a este punto, habrá más dinamita retórica, pero poca sustancia.

¿RECONOCER QUÉ?

¿A qué estado se refiere Macron? ¿A una cáscara vacía similar al actual autogobierno, que tiene unas competencias inferiores a las de cualquier departamento francés, y sobre todo menos sólidas? ¿Sobre qué territorio, ahora que los últimos planes colonizaciones hacen ya del todo imposible la continuidad geográfica ? ¿Con qué consecuencias reales? ¿Qué obligaciones asumirán Francia y los otros estados? ¿Se comprometerán a ofrecer garantías de seguridad a ese fantasmal estado palestino, en la línea de lo que se le promete, confusamente, a Ucrania? ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar Macron (y sus pares occidentales) en su compromiso diplomático?

La iniciativa de Macron es poco más que un gesto. Algunos diplomáticos y/o veteranos negociadores en Oriente Medio incluso se han atrevido a decir que tal decisión puede complicar más las cosas en lugar de ayudar. El incansable Denis Ross, activo muñidor de acuerdos inútiles con administraciones demócratas y republicanas, todos ellos sesgados a favor de Israel, tardó poco en salir a la palestra para desautorizar la decisión de Macron, con argumentos alambicados, en los que se desplaza la responsabilidad de la situación actual a la influencia de los sectores extremistas del gobierno israelí. Ross sigue creyendo en el crédito del primer ministro israelí, al que aún considera capaz de forjar la paz en la región (2).

Más templado, otros expertos como Steven Cook o David Aaron Miller, de clara orientación demócrata, no se oponen por principio al reconocimiento del Estado palestino, pero creen que se trata de algo puramente teatral, y además inoportuno. Cook argumenta que, en estos momentos, tal iniciativa sólo proporcionará munición a los israelíes partidarios de la anexión y provocará frustración en los palestinos, a medida que comprueben que tal empeño les reportará escasos beneficios. Por no hablar de Estados Unidos, donde los republicanos, con Trump a la cabeza, emprenderán un combate en contra (3). Este enfoque, si lo limpiamos de las inevitables justificaciones de la conducta israelí, responde más a lo previsible.

UNA COMPLICIDAD POR OMISIÓN Y ACCIÓN

Es tal la barbaridad que está ocurriendo en Gaza y en Cisjordania que los gestos diplomáticos resultan inútiles. Europa, corroída por sus responsabilidades históricas y determinada por sus intereses económicos y geopolíticos, hace tiempo que definió su papel en el conflicto cardinal de Oriente Medio: pagar y hablar. Los intereses bilaterales con Israel a duras penas se han compensado con la financiación de una administración palestina por lo general incompetente y corrupta. Ese es el equilibrio o la ponderación que los sucesivos dirigentes europeos han venido defendiendo durante décadas. Europa ha estado ausente -o, a lo sumo en el asiento trasero- de las negociaciones de paz (más bien de gestión del conflicto o de humanización de la guerra).

En los picos de crisis, Europa desaparece, se esconde, se automargina, se atasca en disputas internas. Sólo para los ingenuos, resulta alarmante la impotencia demostrada por Europa en la carnicería de Gaza. No es exagerado calificar de complicidad el comportamiento de la UE. Por omisión, dicen los críticos más suaves. En realidad, ha habido algo más, si tenemos en cuenta que la mayoría de los países europeos no han suspendido de forma efectiva el suministro de armas al estado genocida. La institución común europea ha sido incapaz de aplicar sus propias normas y suspender el acuerdo preferencial con Israel, para bochorno de algunos de sus servidores más notables, como el excomisario Borrell.

Los alemanes se presentan como el baluarte más sólido de esta política europea. La acumulación de crímenes en Gaza ha creado incomodidad en Berlín. Se han hecho algunos gestos de protesta, como la restricción de la venta de material militar, pero nada que dificulte en modo alguno la campaña de devastación. El canciller Merz, un ultraconservador, pero sobre todo un político con historial profesional dedicado al capitalismo transnacional, sabe muy bien que con las cosas del dinero no se juega. Y cualquier forma de sanción a Israel supondría una apuesta arriesgada.

La sombra del Holocausto empaña el discurso político y social sobre Israel en Alemania. La tan manoseada “mala conciencia” por el exterminio de seis millones de judíos durante el régimen del III Reich es una suerte de “segunda piel” del Estado alemán y de la mayoría de sus ciudadanos. La excanciller Merkel codificó la posición germana durante su viaje a Israel al proclamar solemnemente ante la Knesset que para Alemania la defensa de Israel era una “cuestión de estado”. O lo que viene a ser lo mismo: indiscutible, inalterable, incondicional.

Los socialdemócratas no se separan apenas de ese discurso de la derecha alemana, pese a que muchos de sus militantes históricos sufrieron una suerte similar a la de los judíos en los años de Hitler. No olvidan Munich’72, que se vivió como un fracaso del nuevo estado democrático alemán en su trayectoria de reparación del genocidio nazi. Aunque Alemania no se ha opuesto a la política europea de favorecer una administración palestina moderada y controlada, el espectro del trauma olímpico sigue pesando en las conciencias.

Ahora que los bombardeos israelíes en Gaza han dejado muertos entre colegas periodistas, las sincopadas protestas europeas se han activado un poco más. La campaña contra el hambre inducida por Israel la han protagonizado la ONU y, sobre todo, las organizaciones no gubernamentales que a duras penas pueden cumplir con su labor en el martirizado territorio. Pero los medios tienen patente especial. Los dirigentes saben que no pueden eludir cierta elevación del tono de voz ante una persecución tan escandalosamente deliberada.

No obstante, nada de esto perdurará más allá de unos días. Israel va a continuar con su política de aniquilación y expansión  -corregida constantemente, en función del humor reinante en la Casa Blanca. Tampoco parece que las protestas internas vayan a conseguir nada serio. Los medios israelíes ignoran o refutan la hambruna (5). La preocupación de la ciudadanía se limita a la suerte de los rehenes restantes; quienes sienten cierta compasión por los civiles palestinos son exigua minoría: la inmensa mayoría cree que no hay inocentes en Gaza.

NOTAS

(1) “La riposte en trois temps de Macron contre les accusations de Nétanyahou sur la reconnaissance de l’Etat de Palestine et le ‘feu antisémite’”. PHILIPPE RICARD. LE MONDE, 27 de agosto.

(2) “Netanyahu’s legacy won’t be made on the battlefield alone”. DENNIS ROSS. THE WASHINGTON POST, 6 de julio.

(3) “Why Recognizing Palestine Is Meaningless or Even Harmful.”. STEVEN A. COOK. FOREIGN POLICY, 6 de agosto

(4) “Germany’s Merz faces conservative revolt over Israel arms suspension”. THE WASHINGTON POST, 13 de agosto.

(5) “Israeli media ‘completely ignored’ Gaza starvation – is that finally changing?”. LORENZO TONDO. THE GUARDIAN , 17 de agosto.

LA GUERRA DE UCRANIA ENTRA EN SU FASE TEATRAL

20 de agosto de 2025 

El verano está siendo más que caliente. Mientras los incendios forestales asolan España y otras partes del Mediterráneo, el fuego de la guerra continúa vivo, como es bien patente en Gaza y, a pesar del escaso interés mediático, en Sudán, una tragedia tan grande como la que sufren los palestinos. Incluso en aquellos lugares en que las llamas parecen controladas el incendio puede rebrotar en cualquier momento (la frontera entre Tailandia y Camboya), sino lo ha hecho ya (el este del Congo). Por no mencionar la amenaza permanente de la conflagración indo-pakistaní en Cachemira.

En todos estos conflictos ha hurgado Trump con su incompetencia habitual, sólo comparable a la falsedad de su relato acerca de los resultados obtenidos. Sus pretendidos éxitos son pura propaganda que no resisten el mínimo análisis.

Pero centrémonos ahora en Ucrania, el conflicto que parece consumir más recursos de nuestros dirigentes occidentales. La metodología trumpista (en realidad, la ausencia de cualquier lógica diplomática al uso) complica aún más las cosas. Después de muchos meses persiguiéndolo, el Presidente norteamericano ha conseguido una reunión con Putin, coreografiada como a él le gusta, con pompa y circunstancia, y un punto de exotismo ambiental, en esa tierra helada que es Alaska, en el pasado rusa y hoy epicentro del pulso estratégico que se libra calladamente en el Polo Norte, alejado de la atención mediática.

Alaska fue el primer acto público de la obra de teatro en que puede convertirse la crisis de Ucrania en las próximas semanas, si no meses. La pieza tiene toda la pinta de ser ecléctica: esperpento, cuando Trump ocupe el lugar primordial, que será casi siempre; tragedia, en aquellos pasajes en que la figura de Zelenski y su coro de asesores /operadores políticos se trasladen al centro del escenario; y drama decimonónico de pesadas referencias retóricas, si se deja a los líderes europeos aparecer siquiera en los márgenes de la escena.

Se sabe poco de lo tratado estos días en ese estado remoto de América entre Trump y Putin (1), o en la militarizada capital norteamericana, entre el patrón americano y sus cada vez más intimidados aliados europeos (2) . Los medios construyen narraciones a partir de las calculadas declaraciones de los dirigentes o sus portavoces. Se mezclan los procedimientos con la sustancia, como ha escrito un redactor jefe de THE ATLANTIC (3). Se desgranan los asuntos medulares de la negociación, compilados por las publicaciones especializadas (4). Se anticipan problemas, sorpresas u obstáculos insalvables para una solución real del conflicto, temor que no deja de airear el  establishment político-diplomático-académico de EE.UU, codificado por Ivo Daalder, exembajador de Estados Unidos en la OTAN (5), o por Michael Kimmage, especialista en asuntos militares de la Universidad católica norteamericana y bien conectado con el Pentágono (6).

Lo que más interesa a Trump es la cuestión escénica: si una cumbre a dos (Putin y Zelenski)  y luego a tres (con él de maestro de ceremonias o muñidor final de un supuesto acuerdo). O a la inversa: primero tres sillas para fijar el campo de juego y luego dos para cerrar el trato. O simultánea, con pasarelas de entrada y salida entre las dos opciones, para hacer todo más grato al espectáculo. En el libreto, Trump parece poco interesado, más allá de unas cuestiones básicas: nada de tropas americanas allá, si acaso apoyo aéreo, aún etéreo, el menor gasto posible (que eso corra a cargo de los europeos), y cero riesgos. Es decir, un trato de los suyos, como si se tratará de apañar una promoción inmobiliaria con las cartas marcadas.

¿MÚNICH, YALTA, DAYTON?

Se ha hablado estos días de Múnich (1938)  y de Yalta (1945), en elipsis analíticas más que discutibles, pero quizás todo se parezca más a Dayton, el pacto que pretendió sellar las guerras en la exYugoslavia hace ahora treinta años. Pero con una diferencia: el acuerdo fue entonces posible porque se había agotado la vía militar.

Europa ha repetido en Ucrania los errores cometidos en los Balcanes, aunque por razones y motivos diferentes. Jugar como si pudiera actuar como superpotencia decisiva cuando no lo es o pretender que Estados Unidos terminará aceptando sus planteamientos (en el caso de que se formulen de forma cohesionada, algo no siempre posible) no deja de ser un espejismo que termina pasando factura.  Al cabo, Europa ha salido debilitada ahora como le ocurrió en los noventa. Washington impuso su “pax americana”, aunque fuera solo formalmente y para hacerse la foto. En Bosnia, crisol de la tragedia yugoslava, se está de nuevo cerca de la implosión, precisamente por aquella fallida resolución del conflicto.

Ucrania, en todo caso, no es Bosnia. Rusia no cree agotada la baza militar y estima que lleva la iniciativa militar, algo que Occidente admite a regañadientes. El tiempo corre a su favor, aunque sólo relativamente. Los expertos militares estiman que el Kremlin necesitaría otros cuatro años largos para completar el control del Donbás, lo que supondría tensionar aún más su economía y añadir decenas de miles de muertos más. Lo que parece descartado, salvo un giro radical del comportamiento norteamericano, es que Ucrania pueda revertir el curso de la guerra y recuperar territorio perdido.

Zelenski ha insistido estos días en que no aceptará legitimar las conquistas rusas, un 20% de la superficie del país (Crimea y las regiones del sur y este). Orgullo nacionalista, pero también exigencia legal: la Constitución prohíbe una renuncia territorial, si no es aprobada en referéndum. En esto hay mucho de propaganda. No está claro si la mayoría de los ucranianos preferiría seguir con la guerra o soportar cierta humillación. En los medios occidentales se dice poco o nada que la población de las zonas en litigio es mayoritariamente ruso-parlante y que no todos los allí residentes ven a los rusos como una fuerza de ocupación.

Los aliados europeos de Ucrania sostienen en público el relato de la integridad territorial pero en realidad piensan que no habrá más remedio que aceptar la amputación. Y seguramente ya se lo han dicho privadamente a Zelenski. Trump ha sido mucho más claro en eso. Con falso paternalismo le ha susurrado ahora al presidente ucraniano lo que le voceó hace unos meses en el despacho Oval: que no puede impedir la victoria rusa, “por que no tiene cartas para hacerlo”.

PREVENIR UNA GUERRA FUTURA

De lo que se trata ahora, por tanto, es de evitar un daño mayor; es decir, de prevenir que Rusia, más adelante, pueda verse en condiciones de iniciar otra “operación militar especial” que culmine el trabajo. Parece que Trump está abierto a prevenir esa circunstancia, siempre y cuando el grueso de trabajo y el coste del esfuerzo corra a cargo de los europeos, actores necesarios pero secundarios. Si Ucrania se olvida de la OTAN, al menos debe dársele garantías de seguridad similares a las estipuladas en el artículo 5 del Tratado Atlántico, se dice. Pero lo cierto es que esa provisión en absoluto establece un apoyo material mecánico (7).

En la teatral negociación que se avecina, Europa cree disponer de una baza no menor. La mayor parte de los haberes rusos congelados por las sanciones (unos 300.000 millones de dólares) se encuentran depositados en instituciones financieras europeas. Se calcula que el costo de las pretendidas reparaciones de guerra duplicaría esa cantidad. Pero es más que improbable que el Kremlin acepte cualquier acuerdo que implique renunciar a su dinero retenido. Trump no da señales de estar demasiado interesado en apretar las clavijas e Putin en ese asunto, y muestra de ello es que ha abandonado su bravuconada reciente de imponerle nuevas sanciones si no aceptaba un alto el fuego.

Para entender mejor los errores cometidos, puede servir esta sentencia de Stephen Walt, profesor de relaciones internacionales de Harvard y crítico de la actuación occidental en Ucrania:

“Nada ha sido más dañino para la posición occidental en este asunto [Ucrania] que la conducta propia del avestruz de su élite diplomática, consistente en negarse a reconocer que la ampliación sin límite de la OTAN fue una torpeza estratégica—y en particular la invitación en 2008 a Ucrania y Georgia para que dispusieran su petición de admisión. Ésta es la más importante de las ‘causas fundamentales’ del conflicto que Putin reclama abordar en un acuerdo de paz; y la que, por el contrario, los apóstoles occidentales de la expansión [de la OTAN] más vehementemente niegan o ignoran. Esto justifica la ilegal guerra preventiva de Putin, pero es muy difícil concluir un conflicto tan grave si no se admiten y afrontan las razones que motivaron su inicio”. (8).

No hay indicios de esa autocrítica. Y mientras, la guerra sigue cada día, en bastidores de la escena diplomática, apagando las confusas declamaciones de los actores.


NOTAS

(1) “Trump and Putin Put on a Show of Friendship but Come Away Without a Deal”. PETER BAKER y KATIE ROGERS. THE NEW YORK TIMES, 15 de agosto.

(2) “Après les réunions de Washington, le débat sur les garanties de sécurité s’accélère”. LE MONDE. 20 de agosto.

(3 ) “Trump’s half-baked approach to negotiation. Process vs. Substance”. DAVID A. GRAHAM. THE ATLANTIC, 19 de agosto.

(4) “7 Lingering Questions After the Trump Ukraine Summit”. KEITH JOHNSON. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.

(5) “Russia and Ukraine Are as Far Apart as Ever”. IVO H. DAALDER. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.

(6) “The Pernicious Spectacle of Trump’s Russia-Ukraine Diplomacy”. MICHAEL KIMMAGE. FOREIGN AFFAIRS, 19 de agosto.

(7) https://www.nato.int/cps/en/natohq/official_texts_17120.htm

(8) “Trump Has No Idea How to Do Diplomacy”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 19 de agosto.