CHILE: UN ADMIRADOR DE PINOCHET ACARICIA LA MONEDA

19 de noviembre de 2025

El viento ultra cruza los Andes y proyecta su sombra sobre Chile. Si no median sorpresas, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, a mediados de diciembre, significarán una vuelta al pasado. Sin uniformes, sin campos de concentración, sin matanzas oscuras. Pero con el mismo propósito: arrebatar a las clases populares lo poco que recuperaron en tres décadas largas de democracia liberal.

La comunista Jeanette Jara consiguió un triunfo insuficiente en la primera vuelta, un 26,8% de los votos, frente al candidato más votado de una derecha que se fragmenta para luego unirse cuando de verdad importa. José Antonio Kast obtuvo el 23,9%, pero, en realidad, sabe que puede contar con el 14% de los otros ultras que juegan a ser más ultra, del 12,5% de la derecha conservadora (Vamos por Chile) que dice no ser ultra, pero que lo es en las cosas de comer, y quizás hasta el 20% de un denominado centro (Partido de la Gente), que se escora a la derecha cuando la izquierda actúa como tal.

Así las cosas, la Unión por Chile -que ha quitado el término “Popular”, definitorio del proyecto liderado por Allende en los 70- sólo contará con los votos de esa amplia coalición de centro izquierda y los residuos ínfimos a sus lados del espectro político. Insuficiente para mantenerse en el poder institucional.

Chile importa por su peso económico, social y cultural, pero también por las lecciones que nos ha dejado su historia. Como tantas veces se ha dicho, atesora el único experimento de un socialismo latinoamericano que no renunció a las libertades del sistema liberal (eso que se suelen llamarse libertades formales). Para la reacción salvaje de los 70, esa moderación no sirvió de salvaguarda. El gorilismo alentado, entrenado, financiado y armado por Washington decidió acabar con un ejemplo tan pernicioso para sus intereses.

LA PESADA HERENCIA DE LA CONCERTACIÓN

Cuando Chile recuperó la democracia en los años noventa, aquel experimento había pasado definitivamente a la historia. Los herederos de Allende (muchos, demasiados) consideraron que había que aliarse con antiguos adversarios que se hastiaron de la crueldad pinochetista, particularmente la Democracia Cristian (partido que representaba a distintos sectores de la burguesía), para superar los coletazos de la Dictadura. Surgió entonces eso que dió en llamarse la Concertación, una gran alianza de centro-izquierda, variable en su composición, pero casi siempre estable en su núcleo fundamental (socialistas, radicales, demócratas progresistas y democristianos). Por la izquierda, algunas veces se sumaban los comunistas; por la derecha, los liberales y otros grupos menores. Era la versión chilena del “compromiso histórico” de Enrico Berlinguer. El dirigente comunista italiano nunca fue profeta en su tierra, pero estudió a fondo el caso chileno y llegó a la conclusión de que el imperialismo capitalista nunca aceptaría el socialismo aunque este respetara las reglas del juego liberal.

Durante tres décadas, la Concertación dominó el juego político chileno y logró eso que tanto se aprecia en las democracias occidentales: la estabilidad. Democristianos  y socialistas y democristianos se alternaron al frente de la coalición, en elecciones internas que aseguraban la lealtad del pacto.

La derecha sin complejos, sin arrepentimientos por las barbaridades de una dictadura, a la que siempre apoyó, no dejó de conspirar para romper ese compromiso histórico a la chilena. Pero ya no estaban los tiempos para golpes y pinochetadas. El esfuerzo de la derecha se centró en no permitir cambios sociales profundos, alteraciones en los desequilibrios de clase. No le costó mucho.

Aunque la Concertación cosechara éxitos económicos notables, bendecidos y elogiados por los templos de la ortodoxia liberal occidental, resultó mucho menos brillante en la reducción de las diferencias sociales. El 1% más rico aún posee el 40% de la riqueza nacional. La deuda social de esta fórmula estable de Gobierno terminó por agrietar la base electoral de esa izquierda del centro.

Cuando concluía la primera década de este siglo, la derecha conservadora se encontraba en condiciones de romper la hegemonía de la Concertación. Y lo hizo, aunque tuviera que recurrir a un populista magnate de la comunicación  Aun así, la era de Sebastián Piñera fue accidentada e interrumpida por otro mandato de la Concertación, con el regreso de Michelle Bachelet, para terminar barrido por lo más parecido a una revolución chilena desde el golpe militar de 1973.

EL “ESTALLIDO”, UNA REVUELTA ABORTADA

En 2019 se produjo el “estallido”, una revuelta social preludiada por anteriores movimientos estudiantiles, obreros e indígenas. En términos políticos, se produjo la ruptura que no había ocurrido con la vuelta de los militares a los cuarteles. Una nueva forma de organización y de proyectos políticos desde la izquierda barrió las fórmulas envejecidas de la Concertación y prometió un nuevo tiempo para el país. Uno los líderes de esa “nueva política”, Gabriel Boric, ganó las elecciones presidenciales de 2021 con un programa que prometía la conquista de derechos sociales y una Constitución nueva que encuadrara jurídica y políticamente la ruptura con el pasado. A esta operación se sumó el Partido Comunista,  más allendista que los socialistas en su día, alternativamente socio y adversario de la Concertación, y ahora convertido al nuevo ensayo de revolución social sin violencia.

Resulta más fácil recordar lo que ha sido de esta nueva experiencia autóctona chilena. La pandemia frenó las movilizaciones de las que se nutría este estilo de política. Los siempre activos condicionamientos económicos, las divisiones típicas de la izquierda y otros factores de bisoñez terminaron por hacer fracasar el proyecto. Lo más palpable, el rechazo de la nueva Constitución en referéndum. Lo más doloroso, la incapacidad de la izquierda transformadora para satisfacer las necesidades populares (2).

La derecha conservadora se echó a un lado al ver irrumpir con fuerza a la derecha más extrema, alentada por Trump y sus émulos regionales. José Antonio Kast logró diez puntos menos que Boric en 2021, pero afianzó su posición de hegemonía entre las fuerzas antipopulares. Crecido por su auge espectacular, promovió una Constitución reaccionaria. Calculó mal sus fuerzas y no consiguió su propósito. El regreso de Trump a la Casa Blanca y el éxito de Milei al otro lado de los Andes le ha devuelto un impulso que ahora parece irrefrenable. Aunque haya tenido que soportar una escisión aún más ultra en el figura de Johannes Kaiser (siempre la sombra filo nazi en la política de Chile) y la resistencia de la derecha conservadora a desparecer, Kast no tendrá problemas en obtener el apoyo de ambas en diciembre para conquistar la Moneda sin cañonazos.

La candidata de esa convergencia entre la nueva política y los vestigios de la Concertación es sólida. La comunista Jeannette Jara ha sido ministra de Trabajo y asuntos sociales con Boric y fué subsecretaria con competencias en esas mismas materias en el segundo mandato de Bachelet. Jara representa lo más exitoso del gobierno saliente: la reducción de la jornada laboral de 44 a 40 horas, el incremento del salario mínimo, leyes laborales progresistas y sobre todo una reforma del sistema pinochetista de las pensiones que ha puesto fin al modelo de capitalización individual.  Para ser originaria de una barriada popular del extrarradio de Santiago, Jara se ha manejado muy bien con la clase empresarial y financiera, que no le ha regateado el reconocimiento de su seriedad y competencia. De ahí que su  triunfo en las internas del centro-izquierda no pudieran ser estrictamente una sorpresa. La alternancia democristiana-socialista hacía tiempo que emitía claras señales de agotamiento.

TRES FACTORES DE DESGASTE DE LA IZQUIERDA

Pero a Jara les esperaban desafíos muy potentes, que no parece en condiciones de remontar. El incremento de la inmigración y de la delincuencia han compuesto un binomio en el que se alimentan, crían y crecen las fórmulas de la extrema derecha. A pesar de que los índices de criminalidad en Chile son inferiores a los de otros países de la región, el aumento brusco y la aparición de delitos hasta ahora casi desconocidos como los asesinatos por encargo y los secuestros han resultado devastadores para el actual gobierno y un lastre para Jara. En 2024 se contabilizaron más de ochocientos, un incremento del 74% desde 2021. Los homicidios han pasado de 2,5 a 6 por 100.000 habitantes en este último decenio (3).

A pesar de la falacia de la conexión, a la derecha le ha resultado fácil vincular estas cifras con el aumento muy acusado de la inmigración, en gran parte debido a las consecuencias de las crisis venezolana y boliviana. El número de extranjeros en Chile se ha duplicado durante los años del gobierno Boric, hasta alcanzar la cifra de casi el 9% de la población total del país. La frontera norte del país es un hervidero de tensiones migratorias y de conflictos policiales.

El tercer elemento que ha complicado la continuidad del proyecto progresista ha sido el empeoramiento del clima económico, en particular la inflación, que ha alcanzado cotas no sufridas desde los años inaugurales de la Concertación, en los primeros años noventa. Hay un desánimo en las clases populares, a pesar de las mejoras señaladas. Un quinto de la población dice querer emigrar, según algunas encuestas (3). Todo ello explica que Boric se despida de La Moneda con menos de un 30% de apoyo popular, lejos del 58% de votos que obtuvo en las elecciones de 2019 (4).

EL UNIVERSO DEL PINOCHETISMO SOCIOLÓGICO

Kast, al frente de una coalición nuclear entre su partido, el Republicano, y el catolicismo más integrista (Partido Social-cristiano), concentra el sector más activo del pinochetismo sociológico. A su derecha, como fuerza de carga, se encuentra el Partido Nacional Libertario, los ultras con motosierra, escindidos en su día del Partido Republicano. Y en su costado “moderado”, deseando colaborar, cuenta con la “derecha nacional”, alianza de grupos como Renovación Nacional (creación de Sergio Jarpa para darle un barniz institucional a la dictadura militar, en los ochenta), de la UDI (Unión de Demócratas Independientes (funcionarios y beneficiarios del pinochetismo) y otros grupúsculos más recientes, todos ellos bajo el actual liderazgo de Evelyn Matthei. Esta veterana dirigente derechista, pinochetista de pro, hija del Jefe de la Fuerza Aérea en la segunda Junta Militar (1978-1980), tiene un largo curriculum de blanqueamiento de la Dictadura. Luego se recicló con Piñera, no sin puñaladas de por medio, y fue su Ministra de Trabajo. Desde entonces ha sido una presidenciable permanente y adepta del neoliberalismo radical. Pero el impulso de Trump y Milei le ha relegado a un papel secundario en su otoño político.

Kast será, si nada lo remedia, el próximo Presidente de Chile. En eso han desembocado las dos experiencias de la izquierda, la Concertación (mucho más larga y fecunda en el tiempo, pero también más decepcionante) y la nueva política (muy fugaz, más atrevida, pero igualmente frustrante). Pinochet se regocijaría en su tumba.


NOTAS

(1) El sociólogo Alexis Cortés ha hecho un interesante análisis de este periodo y sus antecedentes, en JACOBIN (versión en castellano para Latinoamérica), 12 de noviembre.

(2) “La communiste Jeannette Jara et l’ultraconservateur José Antonio Kast s’affronteront au second tour”. LE MONDE, 17 de noviembre.

(3) “Chile Is Making an Unprecedented Right Turn”. MICHAEL ALBERTUS (Profesor de la Universidad de Chicago). FOREIGN POLICY, 12 de noviembre.

(4) Entrevista con Patricio Nava, politólogo de la Universidad Diego Portales. AMERICAN QUARTERLY, 13 de noviembre.

EE. UU.: ¿BROTES VERDES DEMÓCRATAS?

12 noviembre de 2025

Los resultados de la semana pasada en las elecciones parciales y locales en los Estados Unidos arrojaron un buen resultado para el Partido Demócrata. O eso es lo que señalaron algunos medios liberales. Otros, no tanto. Un análisis detallado indica que los supuestos “brotes verdes” ante las elecciones de medio mandato del año que viene podrían agostarse antes de tiempo.

¿OTOÑO DE TRUMP?

La presente estación augura el otoño político del segundo mandato de Trump, para los más optimistas. Éstos se apoyan en unas encuestas inequívocamente desfavorables para el MegaPresidente. Según el compendio de referencia, publicado a diario por Clear Politics, el índice de aceptación a 11 de noviembre era del 42,8% y el de desaprobación del 54,1%, más de once puntos negativo (1). Otros sondeos más severos indican un rechazo superior al 60%, similar al que tenía cuando dejó la Casa Blanca, a comienzos de 2021. Son datos muy poco halagüeños.

Trump resulta muy impopular en su manejo de las instituciones, lo cual era de prever, teniendo en cuenta sus tropelías de todo tipo (autoritarismo desembozado y en auge, interferencia en las competencias judiciales, actitud vengativa contra sus rivales políticos, confusión entre intereses públicos y privados y un largo y pesado etcétera). Son pocos aun los que, como el Juez federal Wolf, se ha atrevido a decir, aun a costa de dejar su cargo, que Trump es un peligro para la democracia (2). Otros añaden que está poniendo en riesgo el sistema de alianzas construido durante las últimas décadas por Estados Unidos. A pesar de su autobombo, los castigos comerciales de Trump a países socios que no pasan por el aro de sus caprichos son rechazados por una mayoría.

Tampoco se admiten ya con tanta facilidad los autoelogios y la manera en que presenta como éxito acuerdos discutibles a corto y perjudiciales a largo plazo, como el alcanzado apresuradamente con China. Muchos expertos consideran que el caos, la confusión y el engaño no pueden esconder una nefasta estrategia (3). Incluso algunos republicanos con cierta independencia se han desmarcado del Presidente.

Se aprecian también grietas en el muro MAGA. La más señalada ha sido protagonizada por la política republicana de Georgia Marjorie Taylor Green. Otros ultras intuyen que Trump se está equivocando, que piensa más en su interés exclusivamente personal que en la estrategia del movimiento conservador. Era de esperar. Con el Tea Party ya pasó algo parecido; bien en verdad que entonces estaba en la Casa Blanca un demócrata ( y no cualquiera: el todavía muy popular Obama) y desde la oposición siempre crujen más las costuras. Ahora resulta más difícil desafiar el Presidente, que es republicano, aunque sea lo que allí se denomina un RINO (republican in name only: republicano solo nominalmente). En efecto, Trump es un líder que no acepta reserva alguna en el reconocimiento del liderazgo o en la rendición de pleitesía.

UNOS ÉXITOS MUY LIMITADOS

Los demócratas airean los éxitos de sus candidatos a la Gobernación de New Jersey y Virginia, que ya tenían en su poder,  y al inútil apoyo de Trump a los aspirantes republicanos. Los medios liberales habla de “ola azul” (4). Pero es poca cosa.

En cuanto al triunfo en la Alcaldía de Nueva York, lo cierto es que el establishment del partido no lo percibe como un triunfo propio, sino como un anticipado dolor de cabeza. La victoria de Zohran Mamdani puede haber irritado mucho al Presidente, que tiró de todo su arsenal de amenazas y puso todas sus fichas a favor del renegado demócrata Andrew Cuomo, para cerrarle el paso. Pero el disgusto de los anquilosados dirigentes del partido del burrito no es mucho menor.

El programa de gobierno de Mamdani para la Gran Manzana es presentado como comunista, lo cual es falso y hasta ridículo: en Europa sería asimilable a cualquier agenda socialdemócrata, incluso en estos descafeinados tiempos (5). Después de todo los conservadores también decían que Obama era “comunista” o como mínimo “socialista”. Contrariamente al expresidente, Mamdani se encuentra a gusto con esta etiqueta. Pertenece a la corriente de los demócratas socialistas, que es muy minoritaria en el Partido. Si ellos siguen en su disciplina es por pragmatismo, por supervivencia. La rigidez del sistema político norteamericano, impuesto por el imperio del dinero, no acepta más partidos, no tolera disidencias más allá del debate ideológico, y arrasa contra todos los que, a derecha o a izquierda, cuestionan el bipartidismo. Estados Unidos nunca ha sido un sociedad binaria, pero ahora menos que nunca.

Los demócratas centristas y hasta incluso los llamados “liberales” (más a la izquierda, ma non troppo) temen que cunda el ejemplo de Mamdani en otros lugares del país, aunque no tengan posibilidad de meter a muchos de los suyos en el Capitolio.

Obama, que sería uno de esos “liberales” con freno de mano, se desmarcó de otros dirigentes demócratas y llamó a Mamdani para ofrecerle su apoyo en la construcción de una agenda progresista. Es habitual en el expresidente afro-americano estos alardes de independencia: tardó mucho en respaldar a Kamala Harris, cuando Biden se resignó a ceder a las presiones de sus colegas de partido y renunció a optar por la reelección.

LA ESCISIÓN FUNCIONAL

Si todo lo anterior no fuera suficiente para poner en duda la emergencia de esos “brotes verdes”, el acuerdo para acabar con el shutdown o “cierre” del Gobierno federal (en realidad, una congelación de fondos que bloquea el funcionamiento efectivo de la administración) ha terminado por poner en evidencia las incoherencias, divisiones y fragilidades del partido de la oposición. El daño a la economía no ha sido menor, pero más severo ha sido el perjuicio social, con cientos de miles de empleos suspendidos y una angustia social creciente. Por no hablar de la suspensión de los bonos de comida, que hundía en la desesperación a millones de ciudadanos pobres.

Había presión para acabar con todo eso. De ahí que ocho  senadores demócratas pactaran con los republicanos un acuerdo para sumar los 60 votos que las reglas del filibusterismo parlamentario exigen si se quiere adoptar un acuerdo en el Senado. Estas rupturas de la disciplina partidista son habituales en Estados Unidos; de modo que no hay que dramatizar. Habitualmente, los desmarques de este tipo se deben a razones locales (favorecer a grupos de presión económica o a intereses concretos del Estado al que representan los políticos).

Pero no parecía el momento, ni se ha explicado fácilmente la fractura. El liderazgo demócrata había dejado claro que el bloqueo continuaría mientras los republicanos se mantuvieran en sus trece de no renovar los subsidios de la reforma sanitaria de Obama. El veto conservador supondría un incremento de los precios de los seguros médicos. El asunto era una línea roja, que estos ocho han traspasado (6).

Lo más interesante es que esta escisión funcional no ha respondido a una fractura ideológica; es decir, no han sido necesariamente los senadores más escorados a la derecha lo que se han unido a los republicanos; algunos, sí, pero otros, como el senador por Illinois, pertenecen al caucus liberal del Partido.

Hay otro motivo, como señala uno de los analistas de THE ATLANTIC (publicación de prestigio intelectual cercana a los demócratas). Ninguno de los disidentes someterá su continuidad al veredicto de las urnas en las elecciones de medio mandato del año que viene; por tanto, no temen un castigo inminente (7). Al cabo, si la operación sale bien y el país se siente aliviado después de mes y medio de bloqueo, podrán capitalizarlo políticamente más adelante.

El pactismo suele ser premiado por el electorado activo en Estados Unidos; es decir por esa mitad o algo más de  ciudadanos que votan, para quienes los acuerdos entre los dos partidos son siempre preferibles a una confrontación partidista permanente. Es la versión norteamericana del consenso. Un mito más del sistema político, puesto que es mucho más frecuente que los demócratas se muevan hacia la derecha que los republicanos se desplacen a su izquierda. Como ocurre también en Europa.

En todo caso, el acuerdo en el Senado tiene que ser aprobado todavía por la Cámara de Representantes, donde el número de demócratas pactistas no parece asegurado.

Por tanto, todavía resulta prematuro anticipar el inicio de la recuperación de los demócratas. El Partido persiste en su parálisis funcional y en su sequía de ideas. El éxito de Mamdani y la escisión puntual han puesto en evidencia a Charles Schumer, el jefe de la bancada en el Senado, que no quiso apoyar al candidato victorioso en Nueva York ni supo contener la rebelión de sus colegas. Si a eso añadimos el vacío de liderazgo de cara a las siguientes contiendas, el panorama está muy lejos de resultar halagüeño. No son pocos los analistas y estrategas que dan consejos (8), pero no se ve claro el rumbo.

 

SIN LÍDER EN EL HORIZONTE

Algunos quieren creer que el Gobernador de California, Gavin Newsom, podría ser un potencial candidato para jubilar a Trump en 2028. Pero es demasiado pronto y hay algunas dudas sobre sus verdaderas posiciones políticas.

En la reciente cita electoral, Newsom sacó adelante una nueva composición de los distritos electorales en California, para hacer posible el refuerzo de la mayoría demócrata del Estado y colocar más congresistas en el Capitolio. La iniciativa de Newsom era una réplica a lo que habían hecho los republicanos en Texas y en otros once estados Estas manipulaciones (gerrymandering) son frecuentes en EEUU: un síntoma de su viciada democracia (9).

Si el Partido Demócrata busca otro Obama (progresista sin excesos, audaz sin dejar de ser calculador, carismático a la vez que prudente), da la impresión de que aún tendrá que esperar para encontrarlo. O para fabricarlo.

Mientras, la izquierda calibra su fuerza real. Si Mamdani se queda sin apoyos en el Partido y se ve solo ante la más que esperada ofensiva de Washington, su gestión en Nueva York puede ser un camino de minas. Cualquier tropiezo del nuevo alcalde se presentara como un fracaso y una demostración de que el país no quiere experimentos socializantes. O sea, la profecía autocumplida.


NOTAS

(1) https://www.realclearpolling.com/polls/approval/donald-trump/approval-rating

(2) “Federal Judge, Warning of ‘Existential Threat’ to Democracy, Resigns”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(3) “America’s Self-Defeating China Strategy. LAEL BRAINARD (Profesora en Georgetown y en Harvard). FOREIGN AFFAIRS, 10 de noviembre.

(4) “Anatomy of a blue wave. Four charts explain why Donald Trump is in trouble”. THE ECONOMIST, 9 de noviembre.

(5) “Europeans recognize Zohran Mamdani’s supposedly radical policies as ‘normal’”, ASHIFA KHASAM. THE GUARDIAN, 6 de noviembre.

(6) “ Senate Passes Bill to Reopen Government Amid Democratic Rift”. THE NEW YORK TIMES, 10 DE NOVIEMBRE.

(7) “The shutdown vote was the real test for Democrats”. DAVID A GRAHAM. THE ATLANTIC, 10 de noviembre.

(8) “The lessons Democrats need to learn to win again”. FRED ZAKHARIA. THE WASHINGTON POST, 8 de noviembre.

(9) “En Californie, Gavin Newsom remporte son pari et obtient des électeurs un redécoupage électoral favorable aux démocrates”. ARNAUD LEPARMENTIER. LE MONDE, 5 de noviembre.

ÁFRICA: HORROR E INDIGNIDAD

  5 de noviembre de 2025

En los últimos días dos acontecimientos de la actualidad africana han saltado al primer plano de la atención mediática internacional: la última matanza en la guerra interna (no civil como se dice inapropiadamente) en Sudán y la nueva posición en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el antiguo Sahara español. Se trata de dos asuntos de alcance diferente y de impacto emocional desigual, pero detrás de cada uno de ellos hay un horror evidente (en el caso de Sudán) o mucho más oculto (en el Sahara); en ambos, se manifiesta la indignidad de las grandes potencias por acción u omisión.

SUDÁN: LA MAYOR CATÁSTROFE HUMANITARIA 

La reciente matanza en Sudán se han producido en El Fasher, la capital de Darfur, una provincia suroccidental del país. El conflicto actual enfrenta al Presidente del país y jefe del ejército regular, General Abdelfatah al Burhan, contra el también jefe militar Hemedti (sinónimo por el que es conocido, aunque su nombre sea Mohamed Hamdan Dagalo), cabecilla de unidades especiales, las Fuerzas de apoyo rápido. Los crímenes cometidos por estos paramilitares, tras un atroz asedio, han sido espeluznantes: millar y medio de civiles muertos, la tercera parte en un hospital (1). Imposible no recordar a los antecesores de estos criminales, las siniestras Janjaweed

En 2003, esas milicias irregulares de etnia árabe masacraron pueblos enteros de religión animista cristiana o de otras creencias (2). El asunto adquirió tal dimensión que en Estados Unidos se movilizaron personalidades del mundo de la cultura y el espectáculo, encabezados por George Clooney. Tanto empeño puso el actor, conocido por su defensa de otras causas ignoradas entonces por la administración Bush hijo, que desde entonces, en Estados Unidos, el martirio de Darfur ha estado ligado a su figura.

Ese Sudán era políticamente algo distinto al actual. Entonces, dominaba un régimen al que Occidente vinculó con Al Qaeda, porque Bin Laden residió allí a finales de los noventa, cuando aún no se había convertido en el enemigo público número uno de los norteamericanos. Aquel gobierno, presidido por Omar el Bashir, cayó por un golpe de estado. Los ulteriores dirigentes del país han sido militares.

Sólo hubo un simulacro de régimen de transición a la democracia, que nunca cuajó. Poco importan ahora los detalles. El caso es que las élites militares siguieron gobernando un país muy extenso (el tercero más grande de África), pobre (o mejor, empobrecido, como tantos otros) y corroído por violencias étnicas y religiosas convenientemente atizadas. Esa élite militar, como en otros tiempos, se dividió por el reparto del botín, es decir, por el control de sus riquezas minerales. Cada cual recibió los apoyos precisos de potencias exteriores, que pretendían convertir a los dirigentes locales en agentes de sus intereses. El resultado: el “conflicto más nihilista sobre la tierra” como lo ha definido la historiadora Anne Applebaum (3).

 

La geopolítica del conflicto es enrevesada. A Burhan, Presidente formal del país le apoyan repúblicas autoritarias como Egipto, Turquía o Rusia; el disidente Hemedti cuenta con respaldo económico y militar acreditado de los Emiratos Árabes Unidos. Pero se cree que Rusia también le presta ayuda bajo cuerda, por aquello de no poner todos los huevos en el mismo cesto. Salvando la distancia y el alineamiento de las potencias, lo que pasa en Sudán ya lo vimos en la Libia post-Gaddaffi: un caos absoluto en el que los líderes locales se pelean a muerte por el control de las riquezas (ya sea petróleo, en Libia; oro, en Sudán), sin asomo de legitimidad alguna.

Las matanzas de octubre, perpetradas por las milicias no han sido las únicas en esta guerra. Los dos bandos han masacrado sin cuento. La violencia es una consecuencia de una manera de entender la lucha por el poder, en la que el derrotado no puede esperar otra cosa que la aniquilación y la muerte. Desde fuera, nadie parece interesado en promover en un mínima estabilidad, porque la fragilidad de un país en guerra permanente es la mejor garantía de la rapiña y el aprovechamiento de los recursos.

Los medios occidentales se han ocupado muy tangencialmente de un conflicto que, en su fase actual, dura ya dos años y medio, sin perspectiva alguna de resolución. Con la habitual letanía de las narraciones del horror, de los crímenes a sangre fría de hombres, mujeres, niños y ancianos, de violaciones y todo tipo de agresiones sexuales, los medios, en el mejor caso, tratan de sensibilizar a unos dirigentes mundiales que durante mucho tiempo han demostrado sobradamente su indiferencia, pese a que, según la ONU, en Sudán tiene lugar hoy la mayor crisis humanitaria del planeta.

Ahora hay voces que piden sanciones o algún tipo de actuaciones punitivas a los Emiratos Árabes Unidos (EAU), pero esta es una de las monarquías privilegiadas por Donald Trump para sus falsos planes de pax americana en la región, como pantalla de sus negocios personales y familiares (4).

Firmes aliados de Occidente, los EAU han intervenido a su antojo en un imaginario arco de crisis, desde el corazón de África hasta el Golfo Pérsico. Su papel en la guerra infernal del Yemen está acreditado y admitido por las autoridades reales, en abierta dispuesta con su vecino mayor, Arabia Saudí, que apoyaba a otras facciones en el país, a partir de estrategias regionales no coincidentes.

SAHARA: GANA MARRUECOS

En el Sahara Occidental, todo resulta más familiar, en particular para la opinión pública española, aunque la suerte de la población saharaui ha quedado casi completamente olvidada, salvo para minorías activistas. A veces considerados como los palestinos del norte de África, los militantes de la independencia en la antigua colonia española han sido sistemáticamente traicionados por las potencias occidentales. La última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU confirma esa trayectoria.

Marruecos ha conseguido un triunfo diplomático al reconocer sus aliados europeos y norteamericano que su Plan de Autonomía sea considerado como la “referencia principal para la búsqueda de una solución al conflicto”. El actual gobierno español asumió hace tiempo esta fórmula diplomática, después de que previamente lo hicieran Francia y Alemania, a su vez influidos por los Acuerdos Abraham de 2020, mediante los cuales Marruecos se unía al grupo de países árabes que aceptaban plenas relaciones con Israel, a cambio de que la primera administración Trump reconociera la “marroquinidad” del Sahara.

Durante años, Estados Unidos mantuvo un compromiso con el referéndum de autodeterminación establecido en su día por la ONU, para cerrar la descolonización. A este fin se puso en pie una misión de apoyo a la vigilancia de un parcial e incompleto alto el fuego (MINURSO).  Marruecos ha estado obstaculizando tanto el proceso político como la tarea de los cascos azules y no ha permitido nunca que se regularizara un censo para la celebración de la consulta. Con excusas y exigencias injustificadas de todo tipo, el proceso de paz hace tiempo que dejó de ser tal para convertirse en una deriva hacia la anexión. La ONU se ha tragado sus planes y resoluciones hasta vaciar de sentido una misión de paz que sólo ha servido, objetivamente, para perder el tiempo y consagrar el statu quo perseguido por Rabat.

Ahora que se cumple el 50º aniversario de la Marcha Verde, astuta iniciativa del entonces rey Hassan II para forzar la débil voluntad del moribundo dictador Franco y su régimen político, el conflicto del Sahara debería ocupar algo más de espacio y tiempo en los medios españoles. El 14 de este mes se cumplirá medio siglo de la vergonzosa rendición de España al proyecto expansionista de Marruecos en el Sahara, para humillación de un dictador y su aparato político militar cuya retórica hueca proclamaba el apoyo de la autodeterminación saharaui, mientras, en secreto, acordaba con los marroquíes las bases de la vergonzosa entrega del territorio.

La democracia no lo ha hecho mucho mejor. Las simpatías iniciales de las fuerzas democráticas con la causa saharaui se han ido extinguiendo, por pragmatismo o por debilidad, a veces incomprensible, ante las políticas intimidatorias de Marruecos, ya fueran el fantasma de la reivindicación se la soberanía sobre las plazas de Ceuta y Melilla, ya la utilización del arma migratoria (alentando a la población pobre del Reino a cruzar el estrecho de forma masiva y descontrolada o a hacer la vista gorda ante la travesía de masas subsaharianas desesperadas).

El actual gobierno español participado en esta estrategia de alineamiento con los intereses de Marruecos, en sintonía con París y Berlín. Estas potencias occidentales han llegado incluso a poner a disposición del reino alauí sus respectivas experiencias federales, autonómicas y descentralizadoras, como referencia. Lo paradójico del caso es que las autoridades de Rabat ni siquiera han sido obligadas a explicar (y mucho menos a detallar) en qué consiste su denominado Plan de Autonomía, como señalaban estos días fuentes diplomáticas en Naciones Unidas.

Con el apoyo activo de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña (miembros permanentes del Consejo de Seguridad), Marruecos se ha dedicado simplemente a “cortejar” a los países rotatorios hasta conseguir los votos suficientes, once, a favor de sus posiciones. Los saharauis sólo han conseguido  que Argelia, su único valedor principal a día de hoy, declinara participar en la votación. China y Rusia se abstuvieron, en un gesto de cierto desinterés. La real politik, como suele ocurrir, se ha impuesto de nuevo. Lo único que los independentistas saharauis han conseguido es prolongar un año más el mandato de la MINURSO. Marruecos renunció a un plazo más recortado: su única concesión.

Los dirigentes del Frente Polisario han advertido que sólo aceptarán la autonomía si es validada en referéndum, pero se trata de una oposición retórica, ya que es precisamente esa herramienta de la consulta lo que Rabat ha conseguido eliminar del debate internacional. A los independentistas les queda solo luchar por conseguir ciertas garantías en el nuevo proceso político que se perfila y por combatir “cualquier intento de legitimar la ocupación militar ilegal del Sahara Occidental” (5).

Pero es muy posible que se vean derrotados por el último y más decisivo abandono, el de Argelia, si la administración Trump se empeña en forzar una engañosa reconciliación de este país con Marruecos, a cambio de dinero y favores diplomáticos, con el único propósito de reforzar la falsa imagen de pacificador internacional del Presidente.

También en el Sahara ha habido horrores, represión, tortura, conculcación de los más elementales derechos humanos, todos estos años. Sigue habiéndolos. No habrían sido posible si las potencias occidentales no se hubieran entregado a una indignidad vergonzosa.

 

NOTAS

(1) “À El-Fasher, des atrocités terriblement previsibles”. THE NEW HUMANITARIAN, 4 de noviembre; “'We saw people murdered in front of us' - Sudan siege survivors speak to the BBC”. BARBARA PLATT. BBC, 31 de octubre,

(2) “Twenty Years On, Darfur Tips Into Chaos Again”. DECLAN WALSH. THE NEW YORK TIMES, 31 de octubre.

(3) “The Most Nihilistic Conflict on Earth”. THE ATLANTIC, Septiembre 2025

(4) “Sudan’s war takes horrific turn, as Trump looks away”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 31 de octubre.

(5) “Sahara occidental: le Maroc obtient une victoire diplomatique à l’ONU”. FRÉDÈRIC BOBIN & ALEXANDRE AUBLANC. LE MONDE, 31 de octubre.


EL ESPEJO DE TRUMP EN AMÉRICA LATINA

29 de octubre de 2025

La clara victoria del ultraderechista Javier Milei en las elecciones legislativas de medio mandato en Argentina consolida su proyecto socioeconómico ultraliberal y consagra el triunfo de Trump y su estrategia populista en el sur del continente americano.

Los argentinos han votado dopados por la reciente inyección económica del Secretario del Tesoro estadounidense, superior a los 20 mil millones de dólares, junto a la compra masiva de pesos (un millón y medio de dólares más), para salvar a la divisa nacional de un hundimiento que parecía inminente. La ayuda estaba condicionada a que Milei siguiera al frente del país. Los liberales norteamericanos que critican las veladas interferencias de Rusia en elecciones ajenas no han parecido muy conmovidos por esta actuación de su Presidente. En realidad, esto no es precisamente una novedad, como acredita Dov Levin, un experto de la universidad de Hong Kong en interferencias electorales, citado por el NEW YORK TIMES. Levin recuerda cómo Clinton hizo algo parecido en 1996 cuando forzó un gran préstamo del FMI a Boris Yeltsin antes de las elecciones presidenciales rusas de ese mismo año (1).  

El conejo de la chistera de Scott Bessent convierte a la Argentina de Milei en el espejo y ariete de Trump en América Latina. En el pulso inacabado por el liderazgo regional, el Presidente argentino se coloca en posición de fuerza frente a los gobiernos de centro-izquierda en Brasil, México y Colombia, principalmente. Unidos por una visión xenófoba y agresiva, Trump y Milei se refuerzan mutuamente para proyectar sus proclamas hiperbólicas y acumular actuaciones agresivas contra los servicios públicos y los derechos sociales.  Con el gobierno de Estados Unidos parcialmente “cerrado”, es decir, privado de financiación para muchos de sus programas, fundamentalmente sociales, y los recortes drásticos impuestos por Milei en los servicios públicos, renace el espectro del neoliberalismo salvaje de los años setenta en el subcontinente. El Presidente argentino se ha apresurado a impulsar su agenda desregularizadora (2).

Ciertamente, los mecanismos políticos de dominación son diferentes. Ya no son necesarias las dictaduras militares de antaño, porque los movimientos sociales han sido sistemáticamente ahogados o canalizados hacia remansos políticos más adaptables, bien por periodos efímeros de prosperidad e incremento intermitente de inversión pública, bien por el desgaste de las opciones de centro-izquierda.

En Argentina, la participación ha sido la más baja desde la recuperación de la democracia en 1983. Lo que pone de manifiesto el cansancio de ciertos sectores de las capas populares, que no han recuperado su confianza en el peronismo, atrapado de nuevo por los bandazos programáticos y sus divisiones internas. Es muy significativo que la principal líder de este sector populista de izquierdas, confuso y contradictorio, siga siendo Cristina Fernández, que cumple pena de prisión domiciliaria por corrupción.

La vía libertaria de Milei es profundamente demagógica en sus manifestaciones públicas, pero cuenta con el apoyo de un sector nada desdeñable del capitalismo nacional e internacional. Basta con prestar atención a la reacción de los medios de negocios a los resultados de las elecciones del pasado domingo.

Paradójicamente, este éxito político del abrasivo Presidente argentino no guarda relación estricta con las dudosas garantías de la viabilidad de su programa económico, según sostienen analistas europeos de clara tendencia liberal, como THE ECONOMIST. Para el semanario, “esta victoria no significa que los problemas del Peso hayan sido resueltos”, puesto que el gobierno argentino “necesita con urgencia acumular reservas externas para afrontar en 2026 el pago de al menos 18 mil millones de dólares en concepto de intereses de su deuda” (3).

En todo caso, el balón de oxígeno que le proporcionado Trump le concede un respiro y sin duda ha favorecido su triunfo, hasta cierto punto inesperado, sobre todo en circunscripciones hostiles como la siempre peronista provincia de Buenos Aires. La mayoría alcanzada en el Parlamento argentino (ha duplicado el número de diputados y senadores) no le alcanza, sin embargo, para aplicar los aspectos más radicales de su programa. Lo admitió el propio Milei en su eufórica comparecencia dominical, al anunciar pactos con fuerzas políticas “con las que tenemos puntos de encuentro”. Sin duda se refería al partido del expresidente Mauricio Macri, la derecha liberal, que comparte parte de las recetas neoliberales con los ultraderechistas.  

Pero también se cree que los radicales, que se han ido desplazando a la derecha en los últimos años, terminen atraídos por el magnetismo ultraderechista. En total, Milei podría contar con el apoyo flexible de 110 diputados sobre un total de 257 y de 28 senadores de los 72 que hay en la Cámara Alta.

LA OPERACIÓN CONTRA VENEZUELA, EN EL HORIZONTE

Esa parte del mundo contiene el aliento ante el despliegue militar norteamericano en el Caribe, con Venezuela como objetivo principal. El desplazamiento a esa zona del portaaviones Gerald Ford, el más moderno y potente de la flota de EE.UU,  estadounidense, ha disparado la escalada y alentado las especulaciones. Esta impresionante máquina de guerra traslada 75 aviones de ataque (F18 y otros), aprovisionamiento y vigilancia, además de 5.000 marines, que se unen a los 10.000 que ya se encuentran desplegados en la zona del Caribe desde el pasado verano (4).

Algunos analistas piensan que todo esto forma parte de una grandísima maniobra intimidatoria para precipitar una revuelta interior que precipite la caída del régimen. Pero esta interpretación parece más bien un wishful thinking. El propio Trump ha insinuado la necesidad de una intervención en tierra, que conecta con la autorización a la CIA para que diseñe un plan de intervención encubierta. Los ataques contra supuestos barcos de narcotraficantes han provocado ya medio centenar de muertos.

El almirante jefe del Comando Sur ha discrepado de este despliegue militar con el Secretario de Defensa, el polémico y para muchos incompetente ex anchorman de televisión Pete Hegseth. El alto mando naval no compra la excusa de una guerra contra el narcotráfico ni el “riesgo para la seguridad nacional”.  

A esta demostración de fuerza militar se unen las embestidas verbales y los castigos comerciales de Trump contra los que no le bailan el agua o simplemente no comparten sus posiciones políticas, como ya han comprobado Lula da Silva, Gustavo Petro o Claudia Sheinbaum, aunque la presidenta de México parece haber encontrado un punto de acomodo provisional con su homólogo norteamericano.

BOLIVIA, UN GIRO MÁS MODERADO

En elecciones de Bolivia, celebradas una semana antes, el giro a la derecha no ha sido tan extremo. El triunfo en segunda vuelta del candidato democristiano Rodrigo Paz limita el desmonte radical del izquierdismo de Evo Morales, luego de sus émulos y finalmente de sus  disidentes. La opción radical y más cercana a la ultraderecha rediviva, representada por Jorge Quiroga, fue derrotada por escaso margen. El nuevo Presidente, no obstante, tendrá que buscar apoyo en la derecha para ejecutar ese golpe de timón, que ya ha anunciado suave y gradual: un “capitalismo para todos” (5), nueva fórmula de aquel “capitalismo popular”, que prendió en los neoconservadores de los años ochenta a ambos lados del Atlántico , lo que dificultará su tarea. Rodrigo Paz, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, defiende una política socialcristiana que difícilmente puede seducir a su derecha y a su izquierda.

El socialismo agrario y populista que ha gobernado el país en los tres últimos quinquenios. Corroído por divisiones doctrinarias y agrias recriminaciones internas, la rama andina del proyecto bolivariano ha sido barrida del Parlamento y regresa al activismo en valles y montañas del interior.   

NOTAS

(1) “Vote for my friend, or else”. KATRIN BENHOLD. THE NEW YORK TIMES, 29 de octubre.

(2) “Las claves de la flexibilización laboral de Javier Milei: jornadas de 12 horas y cambios en el régimen de licencias”; “La agenda de Javier Milei después de las elecciones: el gabinete, el dólar y las nuevas medidas”. PÁGINA 12, 29 de octubre

(3) “Javier Milei has won a fresh mandate to remake Argentina”. THE ECONOMIST, 27 de octubre.

(4) “Pentagon orders aircraft carrier to Latin America as Trump signals escalation”. DAN LAMOTHE. THE WASHINGTON POST, 25 de octubre.

(5) “Bolivia’s next president. Paz in La Paz”, CATHERINE OSBORN. FOREIGN POLICY, 24 de octubre.

 

UNA PRESIDENCIA DESCARADAMENTE IMPERIAL

 22 de octubre de 2025

Estados Unidos ha actuado desde su confirmación como potencia mundial de primer orden, a mediados del siglo XIX, con una lógica en cierto modo imperial, por mucho que sus representantes políticos y sus agentes económicos lo hayan siempre negado.

Es muy discutible que Estados Unidos haya sido y sea una democracia que defiende un orden internacional liberal, basado en el respeto de las normas y el Estado de Derecho, logrado por acuerdo consentido con otros países que comparten esta visión de la geopolítica internacional.

NARRATIVA LIBERAL Y CRUDA REALIDAD

Después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU confirmó y afianzó su condición de líder máximo e indiscutible del bloque occidental, en competencia con la otra superpotencia que nacía por entonces, la Unión Soviética, expresión de una vocación revolucionaria comunista. Con el transcurrir de la guerra fría y la eclosión de no pocas guerras calientes periféricas (los llamados conflictos de baja intensidad, porque supuestamente no tenían entidad para provocar una conflagración planetaria), surgió el mundo bipolar. Las dos superpotencias impusieron un orden de afiliación y sumisión a esta lógica del reparto del poder internacional. La ONU, como proyecto universal de resolución pacífica de conflictos, alumbrado en 1945, ha sido siempre un organismo subsidiario del pulso entre las dos superpotencias y sus principales aliados. 

La desintegración de la Unión Soviética hizo concebir a algunos el alumbramiento de un nuevo Orden Internacional. O para ser más exactos, la extensión del Orden Liberal a todo el planeta, sin resistencias ni conflictos. Todos sabemos en que quedó eso.

La narrativa liberal dominante es que la actitud revisionista de la Rusia, que se impuso tras el periodo de confusión y turbulencia de los primeros años posteriores a la URSS, y la irrupción de China como potencia aspirante a discutir la hegemonía mundial de Estados Unidos han trastocado esa evolución planetaria del Orden Liberal. O, en palabras de Fukuyama, el arribo al “fin de la Historia”.

Lo que los exégetas del Orden Liberal se resisten a admitir es que ese Orden no estaba tan ordenado y que no era tan liberal. Muy al contrario. En la periferia del sistema internacional apadrinado por Occidente, primaron durante décadas gobierno con prácticas e ideologías políticas no sólo autoritarias, sino directamente antidemocráticas dictatoriales y ferozmente represivas.

Y, por el contrario, experiencias políticas que respetaban el sistema de valores occidentales fueron boicoteadas, combatidas o directamente derribadas con el concurso imprescindible de quien pretendidamente ostentaba, entonces y ahora, la bandera de ese Orden Liberal Internacional.

 

AMÉRICA LATINA, PATIO TRASERO PERPETUO

Si en algún lugar tal comportamiento ha sido especialmente escandaloso y persistente, ha sido en América Latina. Desde comienzos de siglo XX, con la proclamación de la ‘Doctrina Monroe’ y la política de las cañoneras, Estados Unidos luego sólo ha aceptado la lógica liberal si ésta era sumisa a los intereses norteamericanos o a los del capitalismo internacional, del que se convertía en portavoz privilegiado.

No hay tiempo  aquí para relacionar las sucesivas intervenciones o las estrategias estadounidenses que han funcionado en contra de los principios que desde Washington se ha querido imponer a otros países en otros lugares del mundo. Un diario español, no sospechoso de hostilidad hacia EE.UU recordaba esos casos esta misma semana (1).

La frecuencia y brutalidad con la que Estados Unidos ha apoyado, financiado y armado a agentes antidemocráticos para derribar democracias es impresionante. Sólo comparable con la lista de dictaduras a las que ha respaldado económica, política, diplomática y militarmente, una vez derribados los regímenes precedentes.

A lo largo de todas estas décadas, Estados Unidos se ha resistido a admitir su participación directa en actuaciones de esa naturaleza o, cuando no era posible hacerlo, se ha empeñado en justificarlo con todo tipo de argumentos espurios.

TRUMP: IMPERIO SIN MÁSCARA

Así hemos llegado al tiempo actual, en el que el ocupante de la Casa Blanca no tiene empacho alguno en pregonar su gusto por la “política de las cañoneras”, aunque también se ampare en el engaño y la mentira, cuando pretende justificar su desembozado imperialismo por la necesidad de combatir el “narcotráfico y la delincuencia común”, sin prueba alguna.

La agresiva política de Trump contra Venezuela y Colombia, dos países gobernados por dirigentes de distintas adscripciones izquierdistas, nos recuerda otra actitud más taimada pero no menos destructiva implementada hace medio siglo en el subcontinente, siguiendo un libreto previamente aplicado en Guatemala (con éxito) y en Cuba (con estrepitoso fracaso). Luego vinieron otras intervenciones sonoras (en Granada, en Panamá) o sordas (en Haití y otros países a los que se impidió seguir por una vía contraria a los intereses defendidos por Washington).

De lo que Trump presume ahora es de su voluntad para actuar sin complejos, sin respeto siquiera formal por esas normas del derecho internacional, ni apego algunos a los principios del Orden Liberal. Estados Unidos derribará el régimen de Venezuela, si puede hacerlo (2) con argumentos tan “sólidos” como lo fueron el peligro del totalitarismo marxista en Chile en 1973. O subvertirá el gobierno moderadamente progresista de Colombia, asfixiándolo económicamente, inventando supuestas conexiones con las bandas criminales del narcotráfico y denigrando a su actual Presidente, simplemente por no comulgar con las mentiras y caprichos del mandatario estadounidense (3).

Los incidentes de las últimas semanas (ataques militares a embarcaciones supuestamente propiedad de narcotraficantes) forman parte del libreto de intervenciones de agencias  e instituciones del poder imperial de Estados Unidos. Ahora se ha sabido que la CIA ha sido autorizada a realizar acciones encubiertas de sabotaje en Venezuela. Nada en absoluto novedoso.

Si Trump ha jugado a “pacificador” en Oriente con un falso Plan de Paz para Gaza, en América Latina no tiene ni siquiera necesidad de camuflar sus auténticos propósitos: eliminar cualquier brote de resistencia al poder imperial de Estados Unidos y, si es necesario, eliminar a cualquiera que se oponga a sus designios.

Ya sabemos los dirigentes que gustan a Trump: el golpista Bolsonaro en Brasil, que actuó a su imagen y semejanza, atribuyendo falsamente el triunfo de su oponente a unas elecciones “amañadas”; o el ultraderechista Milei en Argentina, al que se ha visto obligado a “rescatar” ahora mediante un doble crédito económico con el que no están de acuerdo ni siquiera los sectores más ultras de EE.UU (4) .

Bolsonaro fracasó en Brasil, pero él o su familia no escatimarán esfuerzos hasta volver a intentar otro golpe de Estado (5). A Milei seguramente no le alcanzará con la lluvia (insuficiente) de dólares norteamericanos para impedir la enésima quiebra del país y, lo que es peor, la destrucción implacable de un sistema económico quizás fallido pero menos pernicioso que el que tiene en su cabeza. De momento, la lucha contra la corrupción, uno de los “ganchos” con los que engañó a sectores sociales desesperados, se ha convertido en aprovechamiento descarado de la corrupción sistémica (5).

Poseído de una egolatría maníaca, el actual Presidente de los Estados Unidos está convencido de que puede hacer lo que quiera, teniendo en cuenta esta actitud de amedrentamiento y pasividad que se observa en sus socios y adversarios, con sólo un puñado de nobles excepciones.

Y mientras se erige en Emperador de un sistema internacional en bancarrota, que sólo su genialidad puede rescatar, se dedica a socavar los fundamentos democráticos de su propio país, ya de por si bastante deteriorados desde hace décadas. Está pervirtiendo el uso de las fuerzas de seguridad y militares para fines extraños y hasta contrarios a la Constitución. Está provocando un confrontación institucional inédita en EE. UU. Ante la falta de respuesta del otro Partido del sistema, el Demócrata, están surgiendo en las calles, en los campuses y en los lugares de trabajo una protesta social creciente (6).

Esta Presidencia Imperial no evoca las maneras de Julio César o de Augusto, el primer emperador romano, gobernantes sobre la ruinas de una República, sino las de Calígula, una caricatura posterior de sus antecesores.

NOTAS

(1) “La actividad de la CIA contra el chavismo resucita el intervencionismo de EE UU en América Latina”. MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO Y FRANCESCO MANETTO. EL PAÍS, 19 de octubre.

(2) “What’s the U.S. Endgame in Venezuela? Three possible scenarios for Trump and Caracas. GEOFF RAMSEY. FOREIGN POLICY, 16 de octubre.

(3) “Colombia’s Leader Accuses U.S. of Murder, Prompting Trump to Halt Aid”. SIMON ROMERO, GENEVIEVE GLATSKY y ZOLANKANNO-YOUNG. THE NEW YORK TIMES, 19 de octubre.

(4) “Brazil’s Historic Conviction. Can the country’s democracy heal from the Bolsonaro era while resisting U.S. intimidation?”. OLIVER STUENKEL. FOREIGN POLICY, 12 de septiembre.

(5) “Trump’s Argentina gambit is not ‘America First’”. ISHAAN THAROOR. WASHINGTON POST,  22 de octubre; “Trump Offered a Helping Hand to Argentina. It Backfired”. THE NEW YORK TIMES, 15 de octubre de 2025;

(6) “‘No More Trump!’: Protesters Denouncing the President Unite Across the Country”. CORINA KNOLL. THE NEW YORK TIMES, 18 de octubre; “Mouvement No Kings face à Donald Trump : des manifestations joyeuses et massives, mais un aveu d’impuissance”. NICOLAS CHAPUIS & ARNAUD LEPARMENTIER. LE MONDE, 19 de octubre.

 

 

LA FARSA DE GAZA

15 de octubre de 2025

Se ha consumado la farsa de Gaza. El punto final (por ahora) de la masacre de la población palestina es, sin duda, un alivio. Pero difícilmente puede hablarse de “paz”, como hace la gran mayoría de los medios en sus titulares. Con casi setenta mil muertos, la gran mayoría civiles, y núcleos de población arrasados, lo que espera a los que han sobrevivido y/o regresado es una vida mucho más miserable aún que la que soportaban antes del 7 de octubre. Lamentablemente, la propaganda se impone al rigor en la consideración mediática.

LA CONFUSIÓN MEDIÁTICA

¿Por qué este tratamiento tan candoroso de lo “conseguido” en Gaza? Sin duda, hay un confuso reflejo de esperanza ante un aparente final de la narrativa del horror. A lo que se añade lo que algunos profesionales de elevada conciencia definieron en los años noventa como la “fatiga de la compasión”. Las guerras generan una gran atención entre el público general, pero sólo durante un tiempo; luego, “cansan”. La compasión se transforma en fatiga y, al cabo, en desinterés, antesala del olvido.

Hay otra consideración que invalida el término “paz” para referirse a la actual situación en Gaza. La paz es algo que llega después de la guerra. Pero en Gaza no ha habido una guerra. Lo que ha acontecido durante los últimos dos años ha sido una operación de exterminio. De genocidio, según no pocos expertos y juristas internacionales que llevan décadas estudiante estos fenómenos de la aniquilación física y moral.

Convendría que los medios fueran menos seguidistas de los grandes poderes políticos y económicos al etiquetar y valorar los conflictos mundiales y sus consecuencias. Pero la experiencia profesional no aconseja ser demasiado optimista al respecto.

Al margen de estas dolencias informativas, en absoluto inocentes, el análisis geopolítico no puede ser muy venturoso. Es curioso cómo, junto a esos titulares “esperanzadores” de la mayoría de los medios liberales, se pueden leer análisis de especialistas que ponen muy en duda la solidez y alcance del Plan Trump (otro embuste: ni es de Trump, ni es un Plan). Menos impresionados por las imágenes del júbilo comprensible de parte de la población palestina y de los familiares y allegados de los rehenes, los analistas avizoran los enormes obstáculos de las siguientes fases de lo que algunos han llamado, también equívocamente, “hoja de ruta norteamericana”.

Más allá de la visión estricta de este último apaño estadounidense para Oriente Medio, todos ellos fracasados total o parcialmente, quizás lo más conveniente ahora sería una visión de conjunto de lo que han sido décadas de “errores”, o más bien de enfoques fallidos, de visiones sesgadas, de propósitos poco consistentes con un proyecto verídico de paz justa, comprensiva y duradera, concepto éste que se repite invariablemente en la tenazmente incumplidas resoluciones de las Naciones Unidas y de los sucesivos “planes de paz” acumulados desde 1947.

“MAÑANA ES AYER”

Es altamente recomendable, para quienes aspiren a comprender por qué la paz es una quimera en Oriente Medio, y en particular entre Israel y los palestinos, el libro recientemente publicado por Robert Malley y Hussein Agha, titulado “Mañana es ayer”. El primero es un politólogo judío norteamericano , veterano miembro de los equipos negociadores y jefe de la misión que logró el acuerdo de control nuclear con Irán en 2015. El segundo es palestino y ha sido asesor de las delegaciones palestinas en las tratativas diplomáticas durante las últimas décadas. Los avatares profesionales y académicos los han llevado a forjar una amistad sólida y una visión compartida de los llamados procesos de paz.

Ya demostraron una meridiana clarividencia cuando anticiparon el destino de los acuerdos de Oslo: el inevitable fracaso del proceso debido a sus fallos estructurales y de raíz. Por la elegancia con la que resumen la desventura de la que la mayoría de analistas presentamos en su día como la gran oportunidad de la reconciliación histórica entre israelíes y palestinos, entresacamos este párrafo de su libro, no publicado aún en su versión traducida al castellano:

“La violencia inherente en las relaciones israelo-palestinas, manifiesta en muy dispares maneras -desde la continua opresión israelí, la captura de tierras, las demoliciones de hogares y el trato deshumanizado de los palestinos y su recurso periódico a la violencia- no va a desaparecer en virtud de un texto negociado. Que Oslo finalmente fracasara a nadie debía haber sorprendido, teniendo en cuenta el engaño sobre el que fue construido. Algunos compromisos pueden ser escritos sobre un papel, pero no sobrevivir en el mundo real”.

Esta sentencia puede ser perfectamente aplicable a ese farragoso, incompleto, sesgado y tramposo “Plan Trump”. Peor aún: esta última manifestación del proyecto de pax americana en Oriente Medio es quizás la pieza menos prometedora de todas las que se amontonan en los cajones de las cancillerías. Dicen Malley y Agha de esta última pirueta trumpiana en un artículo para THE GUARDIAN:

“Israel ha demostrado su intención de acabar con la voluntad de los palestinos, de aplastar su resistencia. Pero en lugar de eso, más allá de las memorias sobre atrocidades, crímenes masivos y destrucción generalizada, pueden brotar elementos más radicales que busquen venganza y recurran a actos desesperados. Las imágenes de 1948 ayudaron a impulsar a la Organización para la Liberación de Palestinas; lo ocurrido en estos dos últimos años puede dar lugar a actuaciones más letales. Quizás lleve algún tiempo, pero si escuchamos a los palestinos en general y a los gazatíes en particular, sentiremos una ominosa inevitabilidad: que la historia se está preparando para la venganza. Mañana, en efecto, podría ser ayer”.

 

DIPLOMACIA O INTIMIDACIÓN

A lo que hemos asistido en las últimas semanas ha sido a un ejercicio de la “diplomacia de la intimidación”, un oxímoron divisa de la actuación de Trump en la escena internacional. Su pretensión de ser un “pacificador” que consigue, sólo con su genio, resolver los conflictos en los que otros invariablemente han fracasado, se basa en una narrativa falaz e hiperbólica de unos acuerdos apresurados que las partes implicadas suscriben para no ser blanco del instinto vengativo del Presidente norteamericano.

Esta misma reacción defensiva ha operado en el acuerdo sobre Gaza, que no es otra cosa que una imposición a Hamas, endulzada con la liberación de buena parte de sus milicianos presos en las cárceles israelíes. El movimiento islámico palestino ha sacrificado decenas de miles de muertos para conseguir tan solo rescatar a una parte de su base social y militar, en una inútil ensoñación de reconstruir su aparato de poder y presión sobre la población palestina. Pero todo el mundo sabe que el desarme al que será obligado, por las buenas o por las malas, convierte este intento propagandístico en una artimaña de pura supervivencia.

Netanyahu, por su parte, ha llegado hasta donde ha podido. Su gran error fue atacar a Hamas sobre suelo de Qatar, un emirato fielmente aliado de Estados Unidos y, últimamente, terreno propicio para los negocios de la familia Trump. La ira del Presidente norteamericano obligó al primer ministro israelí a llamar públicamente al emir Al Thani para disculparse por la operación militar, en uno de esos actos de humillación y vasallaje que tanto gustan al actual ocupante de la Casa Blanca.

Ahora la gran preocupación de Netanyahu será seguir eludiendo la acción de la justicia por su trayectoria de corrupción y abuso de poder. Para ello, alentará ese clima de guerra en la que se mueve con tanta destreza. Y no tendrá freno de Washington, siempre que no traspase determinadas líneas rojas.

Lo más significativo de este mal llamado “Plan Trump” es su inaplicabilidad (quizás deliberada. Esta primera fase, lejos de ser un logro, ha sido una consecuencia del puro agotamiento de las opciones militares. Los festejos y fastos de estos días se diluirán pronto en el olvido, en el mejor de los casos. La violencia, como indicaron Malley y Agha en su análisis de Oslo, no tardará en reaparecer.

La presencia de una veintena de dirigentes árabes y occidentales en el resort turístico egipcio de Sharm-el Seij, junto al Mar Rojo, ha sido una mezcla de relaciones públicas y mera pleitesía a este emperador que hace gala de su “liderazgo a través de la fuerza”.

El papel que ese texto -destinado a ser un papel mojado más- reserva a países como Egipto, Jordania y algunas petromonarquías del Golfo no es muy distinto de los asignados en inviables ejercicios de paz anteriores. Con el resultado conocido.

Pero, como ya se ha apuntado, Gaza deja un rastro mucho más destructivo para la parte invariablemente perdedora, que es la palestina. Si Oslo dibujaba una visión poco realista de las aspiraciones palestinas, Gaza reduce éstas a unas referencias vagas, condicionadas y contradictorias. El acta de rendición palestina se consuma.

El mantra de los “dos Estados” que intenta rescatar el plan alternativo diseñado por Francia y Arabia Saudí, bajo el amparo inane de las Naciones Unidas, no augura algo más prometedor. Después de su cruel y vengativa campaña en Gaza, Israel ha dejado claro que no aceptará nunca esa solución, a la que agarra, como  un sediento a un espejismo, la diplomacia europea.

Sin duda, en Oriente Medio, el “mañana es el ayer”.

 

NOTAS

(1) “Tomorrow is yesterday. Life, death and the pursuit of Peace in Israel/Palestina”. HUSSEIN AGHA & ROBERT MALLEY. FARRAR, STRAUS AND GIROUX, septiembre 2025.

(2) “Life in Gaza may go from utter hell to mere nightmare”. HUSSEIN AGHA & ROBERT MALLEY. THE GUARDIAN

LAS REBELIONES JUVENILES EN ASIA Y ÁFRICA

 8 de octubre de 2025

Los jóvenes se rebelan en Asia y en algunos países de África con un propósito común: acabar con la corrupción, los privilegios y el autoritarismo de unas élites insaciables.

En Asia han derribado los gobiernos en Sri Lanka, Bangladesh y Nepal en los tres últimos años y han puesto en aprietos a los de Indonesia y Filipinas (1) . En África, han aflorado de manera sorprendente en Marruecos, un país en el que la Corona ejerce un control férreo sobre las instituciones y la sociedad, han colocado contra las cuerdas al Presidente de Madagascar y han sacudido las estructuras de poder en Kenia, este último un país hasta hace años estable pero debilitado por la crisis económica, agravada por los efectos de la afluencia de refugiados sudaneses.

ASIA: LA CAÍDA DE LAS AUTOCRACIAS

En Sri Lanka, la caída de la dinastía Rajapaksa supuso una llamada de alerta para todos los autócratas asiáticos. Los estudiantes que lideraron la protesta (Aragalaya) en 2022 tenían un programa más ambicioso de lo que hasta ahora se ha desarrollado en el país, pero se han registrado avances. La economía se restablece poco a poco, bajo el liderazgo del pensador izquierdista Dissanayake, elegido Presidente el año pasado.

En Bangladesh, el ocaso de la generación de dirigentes anclados en la independencia, hace 50 años, resultó sangriento (millar y medio de muertos) y estrepitoso, por la huida vergonzante de Skeikh Hasina, la hija del padre de la nación, Mujibur Rahman. Un gobierno de transición bajo el liderazgo del Premio Nobel  Muhammad Yunus no termina de avanzar en las promesas abiertas por la revolución juvenil. El riesgo de la frustración se agranda.

Nepal ha vivido más de tres lustros de intensa inestabilidad política, desde la caída de la monarquía en 2008, tras una larga y cruenta guerra civil. Inicialmente se impuso un gobierno propulsado por la guerrilla comunista, pero desde entonces se han ido sucedido una docena de ejecutivos, sin capacidad para tomar efectivamente las riendas. Las últimas protestas fueron brutalmente reprimidas y murieron más de 70 personas, pero no pudieron ser acalladas. Finalmente, el gobierno cayó, exhausto y abandonado por las fuerzas armadas, que ayudaron al movimiento juvenil promotor de la rebelión a organizar una elección popular de un gobierno transitorio a través de la plataforma digital Discord.

Fue elegida Primera Ministra una jueza de cierto prestigio. Sushila Karki, después de un intenso debate, con una participación masiva de la población. Una primicia política en toda regla. Pero esta suerte de democracia electrónica podría quedarse corta ante los retos que afronta el país. Harán falta más que eslóganes y proclamas para no decepcionar a una población por debajo de los 30 años que no parece conformarse con cambios cosméticos.

MARRUECOS: EL FINAL DE LA TRANQUILIDAD DEL RÉGIMEN

En África, la amplitud, dimensión y naturaleza de la revuelta juvenil es diferente. De momento, ha sido en Marruecos donde se han las protestas callejeras de mayor importancia, en torno a la plataforma Gen Z 2012 (código telefónico del país).

Los jóvenes han criticado el gasto excesivo que el poder está asignando a la construcción y adecuación de estadios e infraestructuras para albergar el Mundial de Fútbol de 2030, con España y Portugal. Reclaman más inversión social y una mejora sustancial de los servicios públicos básicos (3).

Algunos lemas escuchados en las manifestaciones recuerdan a la primavera árabe de hace 15 lustros, que en Marruecos fue abortada de inmediato por Palacio, con el concurso de una policía todopoderosa y omnipresente. El país se encuentra en un ambiente de suspensión política debido a los rumores sobre la salud de Mohamed VI, cuyas continuas “desapariciones” de la vida pública, sus constantes viajes al extranjero y ciertas amistades polémicas, han abonado las especulaciones (4).

Los éxitos diplomáticos obtenidos en los últimos años en el muy prioritario asunto del reconocimiento internacional  de la soberanía efectiva sobre el Sahara Occidental no han servido para aplacar el descontento social. Durante años la reivindicación permanente de la excolonia española en disputa fue el motor de la adhesión al régimen de amplias capas sociales. Hoy ya no es suficiente.

LA OLA EXPANSIVA SE EXTIENDE POR ÁFRICA

En Madagascar, el autoritarismo ha tocado fondo. Los jóvenes crearon a mediados de septiembre su Gen Z Madagascar para protestar pacíficamente por los continuos cortes de suministro de agua y luz, provocadas por el deficiente funcionamiento de la energía hidroeléctrica tras una prolongada sequía, pero también por la mala gestión.

Ante la falta de respuesta y la arrogancia de las autoridades, se convocó una manifestación para el día 25, que fue desautorizada. Pese a ello, se celebró, con la participación de miles de personas. La intervención policial provocó una veintena de muertos. La espiral de la protesta creció, obligando al Presidente Andry Rajoelina a cesar a cinco de sus ministros. Esta medida, ya claramente defensiva, no ha apaciguado a los jóvenes, que exigen la dimisión del máximo líder del país (5).

Kenia ha sido uno de los países más importantes de la estrategia occidental en África, debido a su ubicación en el corazón del continente, próximo tanto al Sahel, por el oeste, como a la zona de los grandes lagos y el cuerno, por el Este. Este activo le ha permitido jugar cierto papel de mediador e impulsor en la negociación de conflictos regionales. Pero de unos años a esta parte, la crisis económica interna y el desgaste de las élites políticas herederas de la independencia han erosionado su posición como modelo de un desarrollo político y económico (6).

La guerra del vecino Sudán, terrible y ferozmente destructiva, ha empujado a cientos de miles de personas a buscar refugio en las regiones fronterizas del oeste de Kenia, tensionando aún más los caudales públicos y soliviantando el ánimo de protesta en la población juvenil, la más activa contra la corrupción del gobierno de William Ruto. El régimen reaccionó con dureza para intentar yugular este ambiente de revuelta creciente. A comienzos de este mes, setenta jóvenes comparecieron ante los tribunales acusados de supuestos delitos de terrorismo, algo inédito en el país. 

La juventud europea, que parece seducida en un número cada vez mayor por las propuestas demagógicas y falsarias de la extrema derecha, haría bien en conocer un poco más los ejemplos que nos llegan de la periferia, donde regímenes autoritarios, generalmente amparados por Occidente están siendo desafiado por la población en la que está depositado el futuro de sus países.


NOTAS

(1) “En Asie, la génération Z à l’assaut des vieilles élites politiques”. LE MONDE, 29 de septiembre.

(2) “Nepal’s Discord Vote Might Be the Future of Protest”. AJA ROMANO. FOREIGN POLICY, 22 de septiembre.

(3) “Le Maroc secoué par la fronde de la génération Z: «Nous sommes la jeunesse, nous ne sommes pas des parasites». ALEXANDRE AUBLANC. LE MONDE, 3 de octubre.

(4) “Au Maroc, une atmosphère de fin de règne pour Mohammed VI”. CHRISTOPHE AYAD y FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE, 24 de agosto.

(5) “Madagascar’s Youth Won’t Back Down, Demanding President’s Resignation”. THE NEW YORK TIMES, 2 de octubre.

(6) ”Au Kenya, la police réprime violemment les manifestations en hommage au mouvement de 2024, faisant huit morts et au moins 400 blessés”. LE MONDE, 25 de junio.