¿EJE WASHINGTON-MOSCÚ? DIFÍCIL DE SOSTENER

26 de marzo de 2025

Medios, académicos e intelectuales liberales están aireando desde hace unas semanas el riesgo de un eje Washington-Moscú, como base de un nuevo condominio mundial. La hipótesis -para algunos, de hecho ya una realidad- se basa en el entendimiento o la afinidad entre los líderes de ambos gobiernos: Donald Trump y Vladímir Putin. Otros defensores de esta teoría van más allá y aseguran que hay una conexión ideológica entre ambos dirigentes: una suerte de neonacionalismo supremacista y xenófobo, con la inspiración y la legitimación de un cristianismo reaccionario y la energía propulsora que siempre proporciona el miedo.

La dimensión más visible de ese supuesto eje se manifiesta en las conversaciones bilaterales que se celebran estos días en Riad sobre la guerra de Ucrania. El nuevo gobierno norteamericano quiere una resolución rápida del conflicto, aunque sea a costa de los intereses de Kiev, o del gobierno de Kiev, y a favor de Rusia, o del régimen actual de Rusia. Aunque no hay transparencia alguna sobre el contenido de las tratativas, los analistas dan por seguro que la parte norteamericana va a aceptar ciertas condiciones del equipo ruso hasta ahora rechazadas por el campo occidental; a saber: la consolidación de las conquistas territoriales rusas en el este de Ucrania, el portazo definitivo a las aspiraciones ucranianas de ingresar en la  OTAN y el rechazo a la presencia de fuerzas militares de aliadas en territorio ucraniano. En definitiva, lo que Putin venía reclamando desde que la mal llamada “revolución naranja” inclinó a Ucrania del lado occidental y la alejó de Moscú, a mediados de la década pasada.

Las filtraciones han sido sazonadas con algunas declaraciones públicas de los portavoces de Washington y Moscú que invitan a pensar en una convergencia de ideas y planteamientos. Los rusos han sido especialmente activos en transmitir esta orientación positiva de las conversaciones. Los norteamericanos se han dedicado a mantener un optimismo más difuso.

Pero más allá de esta aproximación coyuntural, hay factores más profundos que inquietan tanto o más a los analistas liberales. Las corrientes autoritarias que proponen una reacción nacionalista o patriótica contemplan el entendimiento creciente entre la Casa Blanca y el Kremlin como un factor decisivo de refuerzo de sus posiciones ideológicas y políticas. “Una edad autoritaria irrumpe en el foco de atención mundial”, venía a decir Ishaan Tharoor, un analista de los asuntos internacionales del WASHINGTON POST que mantiene un enfoque liberal (1). Quizás no dure demasiado en ese cometido, porque el dueño de esa publicación -que alcanzó su prestigio nacional e internacional por su investigación del Watergate, hace 50 años- dejará de ser un faro liberal, según ha ordenado su propietario actual, Jeff Bezos, dueño de Amazon, la plataforma de venta en línea más poderosa del mundo.

Ciertamente, Trump y Putin no vivirían un romance solitario. Los acompañan otros dirigentes que llevan tanto tiempo como ellos, o más, al frente de sus países, reforzando y endureciendo sus proyectos autoritarios: el turco Erdogan, el israelí Netanyahu (ambos en serios apuros internos estos días), el húngaro Orban, el serbio Vucic, el eslovaco Fico, el georgiano Ivanishvili; o recién llegados al club: el argentino Milei, el salvadoreño Bukele, el ecuatoriano Noboa; y así hasta completar un cuadro flexible e inestable, con pertenencia fluida. No se puede olvidar a quienes mantienen puentes con este conglomerado sin admitir que forman parte de él, debido a motivos tácticos o vinculaciones  geopolíticas: la italiana Meloni o el indio Modi, entre otros.

A los anteriores, hay que añadir el grupo de aspirantes, que hoy no controlan los aparatos de poder de sus respectivos estados, pero aspiran a hacerlo: la francesa Le Pen, la alemana Weidel, el holandés Wilders (éste ya forma parte del Gobierno) o el chileno Kast; y otros menos conocidos, más discretos o en potencia menos  influyentes, o quemados pero no resignados (como el brasileño Bolsonaro).

En contraste, estas posiciones nacionalistas dificultan cualquier iniciativa transnacional, aparte de ocasionales convergencias. Por naturaleza, son excluyentes, incluso de aquellos que pudieran parecerles afines. Entre vecinos, muchas veces se impone el recelo.

Alineados o no en un proyecto organizado, esta nebulosa ultra se extiende como una mancha de aceite, según distintos tanques de pensamiento liberal. Recientemente, la Freedom House publicaba su informe anual sobre la salud de la democracia mundial y el estado de los derechos humanos, con una diagnóstico pesimista: la Libertad arrastra dos décadas de declive (2).

Para volver a los supuestos fundamentos no coyunturales del eje Washington-Moscú, resulta útil identificar los agentes interesados en fomentar las conexiones. El semanario liberal británico THE ECONOMIST ha publicado la pasada semana un corto ensayo con irónico subtitulo (“A Rusia, con amor”, juego de palabras de una  película del agente 007) y un título inquietante (“Las derechas americana y rusa se están alineando”).  La tesis consiste en detectar las líneas de contacto entre el movimiento norteamericano MAGA (Make America Great Again: Hacer América Grande de nuevo) y la corriente espiritualista, antiliberal y religiosa (ortodoxa) inspirada por el reaccionario Alexander Dugin.

Los medios liberales consideran a Dugin como el Rasputin de Putin (nótese la cacofonía rentable de la construcción). Sufrió un atentado hace tres años en el que murió su hija. Los servicios secretos ucranianos son los principales sospechosos de la autoría, pero hasta la fecha no se ha podido demostrar.

Dugin ha recibido en los últimos años la visita de notables representantes del  Movimiento MAGA, que le han entrevistado (el inefable Tucker Carlsson) o promovido su pensamiento a través de la red capilla de institutos de la derecha militante. La plétora de viejos y nuevos ultraconservadores americanos que se agrupan bajo el liderazgo de Trump admiran el discurso tradicionalista y antiliberal de Dugin y su rechazo de las ideas nacidas de la Ilustración europea que inspiró a la Revolución América y el consecuente nacimiento de los Estados Unidos.

Sin embargo, el semanario reconoce que hay diferencias “irreconciliables” entre la doctrina de Dugin y el movimiento MAGA. El pensador ruso aboga por un modelo de sociedad autoritaria basado en la convergencia entre el liderazgo moral de la Iglesia ortodoxa y el poder de un Estado fuerte sostenido por una policía poderosa y sin reparos al estilo de la oprichnina zarista. En América, la deriva autoritaria se sustenta en un nacionalismo populista, con una inspiración religiosa creciente (el cristianismo más integrista), pero contrario cuando no enemigo de un Estado fuerte, salvo en lo que sea beneficioso para liquidar a sus adversarios.

El ensayo profundiza tanto en los vínculos como en las contradicciones de las corrientes autoritarias rusas y norteamericanas. Pero más allá de consideraciones intelectuales, lo que energiza este nuevo eje internacional es el oportunismo de sus cúspides políticas. Trump y Putin se parecen como un huevo a una castaña, por utilizar un dicho popular. Por origen, por trayectoria, por arquitectura mental, si al norteamericano se le puede atribuir tal condición (3).

La politóloga rusa Tatiana Stanovaya (adscrita a la Fundación Carnegie, cercana al Partido Demócratas y, como tal, liberal) ofrece una visión más prosaica, menos vaporosa del entendimiento Trump-Putin. En su opinión, el dirigente ruso pretende atraer a su colega estadounidense con aparentes concesiones sobre Ucrania con el objetivo de consolidar un nuevo marco de relaciones bilaterales que beneficien a largo plazo los intereses de Rusia. Esta visión se antoja mucho más creíble. Según Stanovaya, Putin pretendería “neutralizar a Estados Unidos en términos geopolíticos mediante la normalización de las relaciones bilaterales”. El foco principal de este designio sería la cooperación económica (4).

En ese mismo sentido circulan otros análisis de los que se ha hecho eco el corresponsal jefe del NEW YORK TIMES en Moscú, Anton Troianovski, tras asistir a una Conferencia de Seguridad en Nueva Delhi. Fuentes políticas y diplomáticas rusas encuadran el diálogo actual con Washington en dos vías paralelas: una dedicada a resolver diferencias sobre la resolución de la guerra de Ucrania y otra a diseñar el futuro de las relaciones bilaterales, con preeminencia de ésta última. Los rusos desean beneficios económicos e industriales de este cambio de rumbo y para ello están dispuestos a conceder a Trump ciertos “regalos” con los que el presidente regresado pueda engrandecer su figura internacional, al cabo lo que más le importa (5).

Estas dos últimas visiones de la pareja perturbadora cuestiona o disminuye el alcance de esa otra interpretación, favorita de los doctrinarios liberales, que ven creen ver afirmarse un eje autoritario planear sobre el amenazado orden mundial. 

 

NOTAS

(1) “Under Trump, the authoritarian age comes into focus”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 21 de marzo.

(2)https://freedomhouse.org/report/freedom-world/2025/uphill-battle-to-safeguard-rights

(3) “To Russia with Love. The American and Russian right are aligning. MAGA men are warming about to anti-liberal ideas meaning from Moscow”. THE ECONOMIST, 20 de marzo.

(4) “What’s the thinking behind Putin’s maneuvering around Trump?”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE POLITIK, 19 de marzo.

(5) “For Russia, Trump has a lot to offer, even without an Ucranian deal”. ANTON TROIANOVSKI. THE NEW YORK TIMES, 24 de marzo.

LA FATAL AMISTAD

19 de marzo de 2025

Kissinger dijo en una ocasión que “ser enemigo de Estados Unidos era peligroso, pero ser amigo podía resultar fatal”. Nunca como ahora tal aseveración parece ser tan real. En la actual descomposición geopolítica, la amistad (entiéndase: las alianzas, los compromisos suscritos y derivados de décadas de decisiones compartidas) se ha convertido en el permanente abrazo del oso (y no precisamente el moscovita).

La guerra comercial emprendida por Trump contra sus clientes preferenciales ya está empezando a ser gravosa, no sólo para los socios supuestamente desleales según el Presidente, sino para la propia estructura económica norteamericana, acorde con las primeras estimaciones académicas (aunque no está claro si éstas son fruto del estudio riguroso o del reflejo de la autoprofecía cumplida).

El juego trumpiano del flip-flop (hoy, esto; mañana, lo otro; pasado mañana, ya veremos) aconseja esperar antes de lanzarse a valoraciones prematuras. Al cabo, los destinatarios de las represalias comerciales norteamericanas han respondido lo justo para no parecer débiles o sumisos, pero se han abstenido de ponerse en traje de batalla: siguen pensando que las reglas invisibles de la globalización harán entrar en razón a Trump, más temprano que tarde. El riesgo es que la rectificación se demore lo suficiente para provocar daños de lenta y dificultosa reparación, incluido EE. UU. (1).

LA FRONTERA NORTE, MÁS VISIBLE QUE NUNCA

El nuevo líder de Canadá ha viajado a Europa para reforzar amistades secundarias con las que compensar el desengaño sufrido con el amigo preferencial, con el vecino imprescindible. Mark Caney ha sustituido a un desgastado y autoderrotado Trudeau al frente del Partido Liberal y se ha convertido, automáticamente, en Primer Ministro, debido a su mayoría parlamentaria.

En vez de cumplir con la rutina de cualquier jefe de gobierno canadiense de hacer su primer viaje exterior a Estados Unidos, Caney ha cambiado el guion y optado por una gira binaria europea Paris-Londres (2). Un mensaje simbólico, según la Radio estatal: Canadá no está sólo frente a la fatalidad apuntada por Kissinger.

Algunos comentaristas liberales han reflotado la idea no precisamente nueva de que Canadá ingrese en la UE (3). El run-run llegó a los círculos políticos de Bruselas y sus portavoces se regocijaron por el atractivo que el Club tiene para países amigos. Pero la cosa no pasará de ahí. A otros países se les ha dado con la puerta en las narices o por su ubicación continental no europea (caso de Marruecos). A Turquía (europeo y asiático), se le han puesto condiciones sistémicas para el ingreso que esconden aprensiones religiosas, culturales y geoestratégicas. En Canadá gustan denominarse “el país no europeo más europeo”, pero difícilmente puede considerarse más merecedor de ese reconocimiento que el vecino meridional de España; en cambio, se le admite como más cercano a los criterios de gobernanza que Turquía.

Pero más allá del entretenido ejercicio intelectual y diplomático del europeísmo canadiense, el país más septentrional del continente americano está condenado a la fatalidad de la amistad estadounidense. O a la vecindad, que resulta a veces fatal y peligrosa a la vez, por seguir con la paradoja de Kissinger. El 80% del comercio canadiense se realiza con EE. UU. La integración económica, social y cultural entre ambos países es profunda y, hasta hace sólo unas semana, estable (4). Pero insinuar la vulneración de la independencia nacional ha sido demasiado. Trump ha jugado con la idea de que Canadá se convierta en el 51º estado de la Unión.

El orden liberal tiene un doble componente transoceánico, a lo largo del Atlántico y del Pacífico, pero también territorial, y no solo hacia el norte (Canadá), sino hacia el Sur (México, Centroamérica y Suramérica).

LA SERVIDUMBRE MERIDIONAL

Cuando miran al Sur, las clases dirigentes estadounidenses no suelen ver un amigo sino un subordinado, un subalterno. La noción del “patio trasero” no está obsoleta. Y ahora, menos que nunca. El comienzo de la “gran deportación” iniciada por Trump se apoya en esa visión imperialista rancia que Estados Unidos mantiene con sus vecinos meridionales desde el siglo XIX. La sustitución de España como potencia colonial no ha dejado de operar en las concepciones geoestratégicas, aunque la corrección de los discursos liberales la hayan vestido de librecambio mercantil, de defensa del orden democrático frente a la amenazas revolucionarias totalitarias y otras zarandajas.

Trump quiere ahora convertir a la América hispana en recipiente de lo que considera, sin rubor, residuos humanos, criminales disfrazados de delincuentes económicos o políticos. Se apoya en gobernantes regionales no sólo autoritarios, sino directamente relacionados con esas tramas mafiosas que pretende falsamente combatir (5). La amistad que cultiva con el salvadoreño Bukele para hacer efectiva la deportación es sólo una parte de su política. Trump no entiende de los escrúpulos liberales y está dispuesto a entender con el venezolano Maduro, al que fustiga al tiempo que seduce si se aviene a colaborar son sus propuestas migratorias.

Con México, Trump lo tiene más difícil. Desde las antípodas ideológicas, la flamante Presidenta Sheinbaum ha optado por continuar la táctica suave ya empleada por su antecesor. No porque comparta el instinto populista de Obrador, sino por su espíritu científico-técnico que le aconseja no repetir permanentemente el error hasta que se convierta en acierto. Sheinbaum ha querido retrasar las ínfulas trumpianas ofreciendo ciertas concesiones en materia de control migratorio, a la espera de que su poderoso colega del Norte se entretenga en otras misiones internacionales que arrojen un mayor dividendo para su vanidad personal. Al no comulgar ni con el pseudo nacionalismo retórico del viejo PRI, ni con el neoliberalismo que lo sustituyó, desde dentro y desde fuera del partido-Estado, la nueva Presidenta tiene un margen pragmático (6). Pero no ilimitado ni permanente.

LOS AMARGORES ATLÁNTICOS

En cuanto a la fatalidad de la amistad lejana en el espacio y cercana en intereses cuál es la europea-norteamericana, Estados Unidos ha dejado de ser el indiscutible patrón. En los tiempos de la dualidad soviético-norteamericana, la noción de protección pesaba sobre las políticas europeas con distinta intensidad pero con un amplio consenso entre las élites liberal-conservadoras-socialdemócratas. En el interregno entre estas “dos guerras frías”, Europa no cuestionó el “vínculo transatlántico”, pero se aprestó a utilizar el “dividendo de la paz” para liberar parte del lastre militar.

Ahora, al adoptar la noción de Rusia como “agente perturbador” del orden liberal, Europa vuelve a tener el complejo del amigo dependiente. Sólo que, ahora, el protector se ha vuelto fatal. No sólo le regatea el apoyo, sino que además flirtea con el “enemigo” oriental. Pero en el actual discurso del “rearme de Europa” (Von der Leyen dixit) no pesa tanto el desengaño hacia el amigo americano cuánto la presión de intereses industriales vinculados a la esfera militar, eso que los expertos del sector codifican como BITD (base industrial y tecnológica de la Defensa). Para las grandes empresas del conglomerado, la guerra de Ucrania es la “gran oportunidad” para ordenar e impulsar el sector, retomar la senda de los grandes beneficios y asegurar un horizonte de negocios tan sustanciosos como el disfrutado durante la era de la “amenaza soviética”. En una serie de artículos sobre la realidad y las perspectivas de la defensa europea, el diario francés LE MONDE ha expuesto los límites pero también las ambiciones del lobby militar-industrial (7). Falta por identificar con claridad a sus agentes políticos ante el gran debate que se prepara en Europa. Eso será motivo de próximos análisis.


NOTAS

(1) “Trump’s Tariffs and the Backlash From Canada and Other Countries, Explained”. ANA SWANSON. THE NEW YORK TIMES, 12 marzo; “Is Trump driving the US into a recession? – in charts”. THE GUARDIAN, 18 marzo.

(2) “Canada’s Carney starts first trip abroad with implicit digs at Trump”. POLITICO, 17 marzo.

(3) “Why Canada should join the EU. Europe needs space and resources, Canada needs people. Let’s deal“. THE ECONOMIST, 2 enero.

(4) “‘Most European Non-European Country’: Canada Turns to Allies as Trump Threatens”. MATTINA STEVIS-GRIDNEFF. THE NEW YORK TIMES, 17 marzo

(5) “The Myth of the Hardened Border. Why Crude Restrictions Can’t Stop Migrants, Drugs, or Disease. EDWARD ALDEN Y LAURIE TRAUTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 marzo.

(6) “‘You’re Tough’: How Mexico’s President Won Trump’s Praise”. NATALIE KRITOEFF. THE NEW YORK TIMES, 14 marzo.

(7) “L’industrie de la défense européenne, un secteur encore très fragmenté face à la concurrence américaine” ( Série «L’économie de la guerre»). LE MONDE, 10-16 marzo.

TRUMP: GANANCIAS Y RIESGOS DEL FAROLEO

12 de marzo de 2025

Trump ha convertido el tablero internacional en una gigantesca mesa de póker. Las relaciones entre países, las alianzas, las reglas del juego entre adversarios se han tornado impredecibles, cambiantes a cada momento, arriesgadas. Cualquier tratado es susceptible de ser vulnerado o de ser interpretado a capricho (1). Una  decisión de hoy puede ser sustituida por otra contraria mañana. Ni siquiera en los turbulentos años 30 del siglo pasado se había llegado a tanto. Se sabía que Hitler era un tipo peligroso pero incluso los dirigentes que se engañaban a sí mismos podían intuir cuales eran sus objetivos estratégicos, aunque no alcanzaran a imaginar las barbaridades que estaba dispuesto a cometer.

El mundo occidental, aún hegemónico en el Planeta Tierra, vive un momento de desconcierto sin precedentes en los tiempos modernos. Los más cínicos entre las élites dirigentes sostienen o dejan entender que todo esto se trata de una afección pasajera que desaparecerá... o se la hará desaparecer por el “bien de la mayoría”. Puede ser, pero cabe preguntarse cuántos destrozos se pueden soportar.

No es casual ni azaroso que Trump utilizara el juego de naipes en la bochornosa escena del Despacho Oval para describir las opciones del Presidente de Ucrania. “No tienes cartas” en la guerra contra Rusia, le espetó. Es decir, hubiera sido más brutal aún, pero no inexacto, que le hubiera dicho “se te ve el farol”. Ese es el tipo de lenguaje en el que el ocupante de la Casa Blanca se siente a gusto. No en vano, el arte del faroleo es su estilo político. Con la diferencia de que él si cree tener buenas bazas en su mano. Lógicamente, para obtener el máximo rendimiento.

Los constantes cambios de opinión, las decisiones que apenas se mantienen un días o unas horas, las contradicciones incluso en la misma aparición ante los medios, la combinación de chanzas y amenazas (veladas o explícitas) responden a esa visión de los pulsos internacionales. Como soy el más fuerte  -sería su lógica-, estoy en condiciones de obtener lo que me proponga, pero el reto consiste en hacerlo con el menor coste posible.

LA CLAUDICACIÓN DE ZELENSKI

De momento, le ha dado resultado con el protegido ucraniano ahora en desgracia. El impulso de orgullo de Zelenski ha tenido un corto vuelo. La claudicación del Presidente ucraniano es evidente y se ha desplegado con un inevitable aire de humillación. La congelación sólo por unos días de la ayuda militar y de los datos de inteligencia militar le han hecho doblar la rodilla (2). Incluso rodeado de sus aliados europeos, tuvo que admitir que había sido un error llevar la contraria públicamente a Trump. Había sido advertido de que no lo hiciera, pero creyó que sus habilidades como showman televisivo le permitiría salir airoso del envite. No ha sido así.

Con Rusia, Trump también está faroleando. Una vez sometido el díscolo peón, ahora necesita que ese juego de equívocos que lleva años manteniendo con el Kremlin le reporte algún rédito sustancioso en clave personal. Hay motivos para sospechar que la paz en Ucrania le importa un bledo al Presidente regresado. Es su vanidad es casi lo único que le impulsa. En ese asunto y en todos los demás.

El trágala de Jeddah -no puede hablarse de acuerdo, en puridad- es el paso que la Casa Blanca necesitaba para escuchar la apuesta de Putin. Por la experiencia de las actuaciones del líder ruso, no cabe esperar de él actuaciones transparentes. Por el momento, sigue con su costoso esfuerzo de mejorar posiciones en el campo de batalla antes de comprometerse en una vía negociada. La leyenda de que Trump y Putin son aliados encubiertos es un elemento más del juego de propaganda que enturbia este conflicto desde el principio. Trump no tiene aliados (quizás ni siquiera entienda de verdad ese concepto), sino socios con los que hay que entenderse sin descartar engañarlos. Y a Putin le pasa lo mismo, aunque con otro estilo. Lo avala su carrera profesional, basada en la mentira y la extorsión.

En el mundo liberal, la alarma cunde. Al menos como ejercicio público. Esta visión angelical de una Europa trastornada por la deriva norteamericana es también muy difícil de creer. Los dirigentes políticos europeos son tributarios de una tradición colonial en la que imperaba siempre el espíritu del más fuerte y la retórica de los derechos humanos se sacrificaba en el altar de los intereses de las élites. Resulta candoroso escuchar las apasionadas proclamas de los líderes británico o francés, sobre el derecho a la independencia del pueblo de Ucrania. No hace tiempo que sus predecesores pactaron con Putin (los acuerdos de Minsk I y II) que sabían positivamente que no se iban a cumplir: ni por los rusos ni por los ucranianos (3).

En Europa,  la conclusión inmediata del desgarro transatlántico es esta urgencia armamentística envuelta en un paquete financiero improvisado a toda prisa, para apaciguar las primeras aprensiones sociales (4) . Los gobiernos del consenso centrista se protegen preventivamente de las críticas. Los liberales, como Macron, prometiendo que no va a ser necesario subir los impuestos (5); los conservadores, como Merz, el canciller in pectore, abjurando de sus rígidas reglas fiscales de contención del gasto y la deuda (6); los laboristas, justificando los primeros recortes en materia social (7).

El complejo industrial-militar siempre ha sido un factor de riesgo para el sistema democrático como denunció Eisenhower, cuando se despidió de la Casa Blanca a mediados de los 50. Bien lo sabía él, que era un producto de ese poder real. Durante las dos décadas siguientes, los Estados atendieron más las necesidades sociales que los escenarios de catástrofe militar. No fue casualidad que la revolución conservadora de los años ochenta se aparejara con un repunte de los gastos militares sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Y no han cesado de aumentar desde entonces. El presupuesto militar de EE.UU es mayor que el de los 15 países que le siguen.


Fuente: Instituto de Estudios Estratégicos (Universidad de Georgestwon)

Empieza a clarificarse que el debate sobre este “esfuerzo en Defensa” tiene poco que ver con las amenazas militares reales y mucho con el riesgo de perder la batalla de la competencia que algunos sectores industriales perciben ante la irrupción de rival geoestratégico del siglo XXI.

En el juego de póker de Trump con sus socios comerciales más importantes (europeos, canadiense, mexicano), la apuesta es arriesgada, pero corregible. O eso piensa él, aunque los mercados bursátiles le haya mostrado ya su malestar y los gurús económicos ya estén avisando de una recesión autoinfligida (8).

Pero la verdadera partida de Trump la tendrá que jugar con China. En esa mesa no estará sentado sólo el Presidente croupier, sino muchos políticos y agentes del capitalismo americano que creen necesario frenar como sea a China. Si ya no funcionara el desrisking (reducir riesgos sin romper la baraja), habrá que adoptar el decoupling (desvincular las economías occidentales de las cadenas de suministro chinas). Las tácticas trileras de quien se creer poseedor de la mejor mano podrían resultarles útil a quienes juegan a mucho más largo plazo. Hay una partida mucho más importante que hace tiempo se está librando en una sala trasera y no bajo los focos de este liderazgo dopado por la cultura visual.

 

 NOTAS

(1) “All of the Trump Administration’s Major Moves in the First 50 Days”. THE NEW YORK TIMES, 11 de marzo (actualizado a diario).

(2) “Visualizing Ukraine’s military aid after the U.S. freeze”. THE WASHINGTON POST, 11 de marzo.

(3) “The Minsk Conundrum: Western Policy and Russia’s War in Eastern Ukraine” CHATTAM HOUSE.

https://www.chathamhouse.org/2020/05/minsk-conundrum-western-policy-and-russias-war-eastern-ukraine-0/minsk-2-agreement

(4) “Les dépenses militaires, un levier pour la croissance… et pour l’inflation”. BEATRICE MADELEINE. LE MONDE, 10 de marzo.

(5) “Face à la «menace russe», Emmanuel Macron sollicite la «force d’âme» des Français”. LE MONDE, 6 de marzo.

(6) “A fantastic start for Friedrich Merz. The incoming chancellor signals massive increases in defence and infrastructure spending”. THE ECONOMIST, 5 de marzo.

(7) “Starmer decries ‘worst of all worlds’ benefits system ahead of deep cuts”. THE GUARDIAN, 10 de marzo.

(8) “The Incoherent Case for Tariffs. Trump’s Fixation on Economic Coercion Will Subvert His Economic Goals”. CHAD BOWNE Y DOUGLAS IRWIN (Peterson Institute). FOREIGN AFFAIRS, 11 de marzo.