22 de Marzo de 2016
El timing de los atentados
del 22 de marzo en Bruselas hace inevitable relacionarlos con la captura del
último de los autores de la masacre del pasado mes de noviembre en París. Sin
embargo, no es del todo seguro que las células activas del Daesh en la
capital belga (o procedentes del exterior) hayan querido o hayan podido actuar
guiadas por esta motivación tan inmediata.
Lo
más probable es que esta acción terrorista estuviera preparada desde hace
tiempo y la detención de Salah Abdelsalam en Mollembek, el 18 de marzo, fuera
simplemente el detonante de la operación, o la oportunidad para ejecutarla o
precipitarla.
El
atentado de Bruselas, en todo caso, difícilmente puede constituir una sorpresa,
como ha reconocido el propio primer ministro belga, Charles Michel. No en vano,
los expertos en terrorismo islamista consideran habitualmente a Bruselas como
la capital del yihadismo internacional. Antes del comienzo de la
ofensiva internacional contra el Daesh, en junio de 2014, la tasa belga
de reclutamiento de yihadistas era, y con diferencia, la más elevada de
Europa: 27 militantes por cada mil habitantes, frente a 15 en Dinamarca, 9 en
Holanda y 6 en Francia.
Este
señalamiento de Bélgica como epicentro del fenómeno terrorista islamista no
puede explicarse solamente por el elevado porcentaje de población susceptible
de ser captada por estas formaciones extremistas (últimamente, el Daesh
casi en exclusiva). Algunos analistas suelen señalar a Bélgica como el eslabón
más débil de la seguridad antiterrorista europea. De manera más específica, las
críticas llovieron sobre las autoridades belgas por los errores de bulto que hicieron
pasar por alto indicios de la preparación de la masacre de París.
En
respuesta a estas críticas, el Estado belga intensificó el esfuerzo
anti-terrorista, reforzando la colaboración policial y de inteligencia con
otros estados europeos, y singularmente con Francia, y agilizó, extendió profundizó
las investigaciones de los grupos radicales.
El
fiscal federal, Frédéric Van Leeuw, informó este lunes, después de ofrecer algunos
detalles de la detención de Salah Abdelsalam y los operativos pendientes, que
su oficina había abierto 315 investigaciones relacionadas con el terrorismo
islamista en 2015 y otras 60 en el presente año; en 244 casos se sigue
trabajando y 772 personas están todavía bajo vigilancia más o menos estrecha.
Los
atentados del martes en Bruselas resultan especialmente frustrantes. Ha quedado
hecho trizas el efecto positivo en la percepción de seguridad que había
generado la detención de Salah Abdelsalam y la identificación de otro militante
en paradero desconocido, Najim Laachraui, presuntamente vinculado con la célula
terrorista de París, ha quedo hecho trizas.
Por
lo demás, no se repetirá lo suficiente que nunca habrá seguridad plena ante
este tipo de atentados suicidas e indiscriminados. Lo que hace más peligroso al
Daesh no es su fortaleza, sino el debilitamiento de sus palancas de
poder en Siria o Iraq, donde ha perdido un 22 por ciento del territorio
conquistado en el verano de 2014. Estas respuestas desesperadas de represalia
constituyen una amenaza permanente.
Es
evidente que el esfuerzo policial y de inteligencia no es suficiente. Pero la
insistencia en un discurso belicista por parte de los dirigentes políticos
europeos, convirtiendo a estos extremistas en "enemigos de guerra", es
una estrategia de dudosa eficacia y constituye un enorme error conceptual. No
se degrada moralmente al Daesh declarándole la guerra, porque al hacerlo se
está elevando involuntariamente su estatus, al menos en términos de derecho
internacional.
De
igual manera, la tentación de reducir la libertad de movimientos de la
ciudadanía o el recorte de derechos y libertades en nombre de un supuesto
incremento de la seguridad también se ha demostrado fallida y, además,
peligrosa.
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