22 de Junio de 2016
Durante
muchos años, los euroentusiastas solían invocar el supuesto axioma de
que el proyecto de integración europea se construía de crisis en crisis. Parte
de verdad había en ello. Pero los tiempos han cambiado. El marasmo en que está instalada Europa desde
hace una década y el debilitamiento, cuando no la extinción, de los factores
que permitían sostener un diagnóstico tan positivo auguran lo contario. Las
crisis parciales o sectoriales no se cierran para dar paso a otras, sino que
solapan, se refuerzan, se acumulan.
La
incomprensible intransigencia de la austeridad como tratamiento fallido de la
crisis ha provocado la mayor desafección social desde 1945. La estabilidad
política basada en un anclaje en el centro con desplazamientos moderados a
derecha e izquierda está en entredicho. La solidez de los líderes como elemento
de referencia en tiempos difíciles se ha desvanecido. La confianza de los
ciudadanos en las instituciones se ha erosionado. La percepción es que las
crisis ya no sirven para avanzar sino para consumir a Europa.
El
foco más reciente nos devuelve un grave deterioro moral provocado por la pésima
gestión de la llamada "crisis de los refugiados". La xenofobia
creciente ha sido más fuerte que los valores. Europa ha ido rebajando la
calidad moral de sus propuestas, y ni siquiera parece capaz de aplicar los
pálidos compromisos con los que ha pretendido camuflar el fracaso. En el
horizonte se dibujan nuevas borrascas, de las que difícilmente puede esperarse nada
bueno.
LA
LLAGA BRITÁNICA
La
primera prueba se empezará a dilucidar este jueves, con el referéndum británico.
El asesinato por odio de la diputada laborista Jo Cox añade un elemento de tragedia
a la inquietud dominante. Las encuestas predicen un resultado tan ajustado que dificulta
los vaticinios. Lo terrible es que, salvo error mayúsculo de las predicciones
demoscópicas, una victoria por la mínima de la permanencia no servirá para
anclar a ese país a Europa en condiciones fiables. En cambio, un triunfo exiguo
del 'Brexit' bastará para generar una serie encadenada de peligros.
Las
consecuencias del eventual divorcio han sido repetidas hasta la saciedad. Más
que repetirlas ahora, conviene quizás señalar que los propios defensores de la
permanencia en el Reino Unido han insistido más en dibujar un panorama
catastrofista de la separación que en resaltar los aspectos positivos de la
unión. Un síntoma más de la fragilidad del status quo.
En
la línea de las crisis promisorias, hay quienes hacen virtud de la necesidad y
proclaman que un triunfo del 'Brexit' no será una amenaza, sino una oportunidad.
Gran Bretaña tendrá que asumir su tradicional impulso de peculiaridad (que
algunos retrotraen a Enrique VIII), y Europa podrá avanzar sin el permanente
freno que Londres ha representado.
Lectura
triunfalista. La secesión británica puede generar dinámicas disgregadoras
dentro y fuera de Gran Bretaña. Dentro, porque Escocia, mayoritariamente
favorable a la permanencia en la UE, sentirá de nuevo la tentación de
independizarse del Reino Unido para seguir vinculada al proyecto europeo,
aunque tenga que pasar por un proceso de readmisión.
Fuera,
porque el 'Brexit' alienta otros escapes: el más probable, el 'Chexit' (la salida de Chequia, el país quizás más euroescéptico de
la UE junto con Gran Bretaña). El peor de los escenarios sería la aparición del
fantasma del 'Frexit' en Francia; o, como mal menor, el aliento reforzado de
las opciones eurófobas. El país vecino arrastra una crisis social muy grave,
el gobierno se ha quedado sin crédito político, el Partido Socialista está
dislocado y parece ya incapaz de nuclear a la izquierda. La derecha parece dispuesta
a importar mensajes, valores y propuestas del nacionalismo xenófobo. Pero será
el estandarte de esta opción, el Frente Nacional, el principal beneficiario de
la desvinculación británica de Europa.
EL
FIN DEL ESPEJISMO ITALIANO
Italia
no puede faltar en una ecuación integral de crisis. De forma inopinada, en los
últimos meses parecía uno de los países europeos más estables. Y, desde la
perspectiva de la izquierda moderada, el más afortunado, con el liderazgo
aparentemente sólido de Mateo Renzi. Pero las elecciones municipales han desvelado
el espejismo de la estabilidad.
El
triunfo del Movimiento populista Cinco Estrellas en Roma y Turín ha puesto en
evidencia la fragilidad del primer ministro. Renzi pretendió en algún momento
asumir el liderazgo de una alternativa pálida a la austeridad, tras el
estrepitoso fracaso de Hollande. Sus programas de empleo arrojaban resultados
satisfactorios, aunque más aparentes que reales, según algunos críticos.
El primer ministro
italiano ha minimizado el alcance de las municipales, pero no es esa la
percepción general. El referéndum sobre la reforma electoral e institucional,
programado para octubre, puede convertirse en una especie de plebiscito sobre el
liderazgo de Renzi. En todo caso, otra borrasca de malos augurios. En su propio
partido (PDI) han resurgido rencillas nunca superadas. El auge de los
populistas es más probable ahora que su estridente fundador, Beppe Grillo,
parece haber sido relegado al asiento de atrás y los jóvenes han tomado el
relevo. Europa no es su prioridad, sino todo lo contrario.
EL
BLOQUEO ESPAÑOL
El
otro frente brumoso viene de España. Las elecciones no parece que vayan a
servir para resolver el bloqueo político. También aquí los socialistas aparecen
como el eslabón frágil. El PSOE se enfrenta al dilema de aceptar la continuidad
de la derecha (desde dentro o desde fuera de un futuro ejecutivo) en aras de la gobernabilidad, o
embarcarse en una incierta alianza con fuerzas a su izquierda.
Si se produce el
'sorpasso' de Unidos Podemos, la opción de convergencia progresista podría ser
rechazada expresamente por el sector del partido anclado en el centro y
blindado en el poder regional, que invoca el fracaso de Tsipras como antídoto
de cualquier ilusión rupturista. Además, todo indica que para alcanzar mayoría parlamentaria
se necesitaría la participación de los independentistas catalanes de ERC, una
línea roja para esos socialistas reticentes al frentismo de izquierdas.
Por el
contrario, la Gran coalición, cualquiera que sea la modalidad (participación en
el gobierno, apoyo externo o ejecutivo técnico de gestión), provocará una gran
decepción en las bases socialistas y, muy probablemente, un nuevo relevo en el
liderazgo, que difícilmente frenará el declive del PSOE.
Esta
acumulación de potenciales crisis en los próximos meses desmiente cualquier
previsión optimista. No cabe esperar una pronta mejoría económica y social, ni
una solución de la presión fronteras afuera. La recuperación política de las
opciones con eje en el centro no es para mañana y una alternativa progresista a
escala europea es todavía ilusoria. El peor nacionalismo sigue avanzando.
Europa se debilita a fuego lento. Puede haber margen de reacción, pero no
percibe.
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