21 de junio de 2017
Francia
ya tiene completada las bases de un nuevo experimento político. La V República
se aleja de la bipolaridad derecha-izquierda, después de eludir la tentación
del populismo nacionalista. Lo que definirá el nuevo tiempo es un ensayo de
centro, ambiguo y conciliador, anclado en desprendimientos de ambos bloques y
comunicados mediante pasarelas sólidas pero aéreas. Como un puente de diseño
vanguardista.
Este nuevo
modelo viene avalado por esa atracción a veces tan irresistible de los nombres
y caras nuevos, casi novísimos en muchos casos, con la celebrada transfusión de
sangre ajena a la política profesional. Y todo casi de golpe, como si se
tratara de un tsunami político
repentino y enérgico. Al frente de esta arquitectura de formas ligeras y
perfiles suavizados, un líder construido en tiempo récord, propulsado por su
juventud, con el punto asumible de rebeldía contra estructuras anquilosadas, una
historia personal generadora de cierta simpatía y un sentido muy inteligente de
la oportunidad.
Francia se
macroniza. ¿Qué quiere decir tal cosa? Pues que se entrega, al empeño
indefinido y vaporoso de un discurso de renovación, modernización y limpieza. No
sin reservas o renuencias de sectores muy numerosos de la sociedad francesa. Lo
refleja la abrumadora, inquietante y significativa abstención: más de un 57% en
la segunda vuelta. Son índices propios
de Estados Unidos. El supuesto entusiasmo que el discurso macronita proclama es muy relativo. La desafección se ha resuelto
en la apatía. El rechazo se ha diluido en un alta dosis de indiferencia.
EL MODELO
MACRON
El experimento
Macron suena demasiado a marketing¸
con mayores o menores dosis de habilidad. No todo es entusiasmo lo que reluce.
Hay mucha aleación detrás. O al menos la justa para aparentar sostenibilidad
suficiente, de momento.
La manera en
que las legislativas han revalidado y reforzado la apuesta presidencial de mayo
conecta con el inicio de la V República, pero con orientaciones diferentes. El
creador del régimen, el general De Gaulle, prefiguró un sistema de estabilidad,
control y liderazgo fuerte. Al cabo, Macron no ha necesitado liquidar ese
modelo sino reinterpretarlo.
La ventaja del
modelo Macron es que casi todo el mundo cree que puede encajar. El
inconveniente, en cambio, surge del esfuerzo continuo de precisión que sus
colaboradores estarán obligados continuamente a habrá que hacer para que el
esfuerzo no se despilfarre en iniciativas dispares y hasta contradictorias.
Con una
mayoría absoluta tan abrumadora, el 60% de los escaños de la Asamblea Nacional,
casi todo el mundo tiende a pensar que el Presidente, su primer ministro y el
gobierno en su conjunto tendrán las manos libres para aplicar las reformas
prometidas. Pero como esas reformas son demasiado ambiguas y como los instintos
políticos de la élite macronista
procede de esferas tan diversas, el riesgo de cacofonía y confusión es elevado.
No hay todavía un
partido macronista como tal. Igual que no hubo un
partido gaullista, al principio del regreso del general. La reunión de
voluntades de finales de los cincuenta y primeros de los sesenta en torno a De
Gaulle se reclamaba de una visión nacionalista y conservadora. La que ahora
inicia su andadura se antoja liberal, renovadora y europeísta. Etiquetas que
dicen poco. O que dicen lo que interesa que digan.
LA LIQUIDACIÓN
DE LOS OPONENTES
La marea Macron
ha pulverizado al Partido Socialista, más allá de los cálculos más pesimistas
de hace apenas un año. Con ser dolorosa, su reducida presencia en el Parlamento
(una treintena de diputados: una décima parte de los que tenía desde 2012) no
es lo más grave. El verdadero drama es el clima de desconfianza, desaliento y
resentimiento que transmiten sus dirigentes, y la apatía de sus simpatizantes.
El castigo recibido no es un correctivo: suena a liquidación. Uno de los
responsables de este fracaso histórico, el exprimer ministro Manuel Valls,
insinuaba hace unas semanas la desaparición del Partido. Le faltó coraje para
admitir que él pasaría a la historia como uno de sus principales enterradores.La derecha
heredera del gaullismo no ha sufrido un varapalo tan grande, en términos
absolutos. Pero el resultado es igualmente catastrófico, porque, contrariamente
al PSF, Los Republicanos aspiraban a gobernar. O, después del 8 de mayo, a
condicionar seriamente al gobierno. Ni una cosa, ni la otra. Con su centenar
largo de diputados, podrán incordiar y reconstruir sus opciones de alternativa,
pero su influencia ha quedado severamente limitada.
Una vez más,
el Frente Nacional se revela como un fantasma más del Louvre. Asusta, pero no
muerde. Tiene capacidad para generar miedo, rechazo y, si se quiere, odio.
Socava la confianza en las instituciones, destila intolerancia, pervierte los
llamados valores republicanos. Pero los diques electorales del sistema son más
poderosos que sus embestidas. Por primera vez estarán en la Asamblea Nacional.
Pero sus ocho voces no bastan para constituir un coro atronador en la cámara de
resonancia política por naturaleza.
La izquierda
radical (que no extremista) tendrá un peso más importante. Pero es más que
probable que muchas de sus energías de pierdan en temidas rivalidades entre los
insumisos de Melenchon (17 diputados)
y comunistas (1º escaños) por conquistar la hegemonía del discurso crítico. De
momento, se anuncia que no habrá grupo parlamentario conjunto. Cada uno hará la
guerra por su cuenta. Lo de siempre.
La primera
piedra de toque del Ejecutivo será la reforma de la ley del trabajo. La
pretensión de sacarla adelante mediante decreto-ley queda superada por una
mayoría absoluta que permite legitimarla con todas las garantías y bendiciones
políticas y legales. Macron y su gobierno se someterán a la primera prueba de
fuego. Pero más en la calle que en el Parlamento, porque la izquierda radical
se alineará con la presumible movilización sindical. De los socialistas sólo
cabe esperar división y debilidad.
El otro
desafío inmediato es el Brexit. Macron permanecerá sentado en el andén hasta
que llegue el tren de Berlín, en septiembre.
Tanto si Merkel repite como pasajera (lo más probable) o se estrenara Shultz,
el nuevo presidente francés no debe tener problemas de interlocución. Es la
versión exterior de su modelo de pasarelas a derecha e izquierda, sin rigidices
ideológicas o políticas, con la flexibilidad que proporciona un discurso genérico
y esquivo, abierto a componendas dentro de los habituales márgenes tolerables.
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