16 de junio de 2017
Rusia está revuelta. Las
manifestaciones que se han extendido por varias ciudades de todo el territorio
nacional parecerían indicar que se está desarrollando un amplio movimiento de
contestación a Putin, con vistas a las elecciones presidenciales del año que
viene.
El Kremlin ha reaccionado sin
vacilación. Más de un millar de participantes han sido detenidos, entre ellos
el líder de la protesta, Alexei Navalny, el opositor más destacado del panorama
político.
El actual movimiento comenzó a
generarse en marzo, tras un documental inspirado por Navalny en el que se
denunciaba con fiereza la corrupción en las esferas más altas del régimen.
Se destacaba el caso del primer
ministro y mano derecha política de Putin, Dimitri Mevdeved, que aparecía como
propietario de mansiones, yates y otros bienes de lujo, que en Rusia solo está
al alcance de los oligarcas, la élite más rica del país. Esas y otras
revelaciones propiciaron que miles de jóvenes se echaran a la calle hace tres
meses en ochenta ciudades para denunciar la deshonestidad de los dirigentes
políticos.
Previamente, antes de las
elecciones de 2012, otro ciclo de protestas fue replicado por el poder con
centenares de penas de prisión.
Este nuevo ciclo de contestación
juvenil coincide con un clima de malestar social por unas decisiones
inmobiliarias que privarán a más de millón y medio de moscovitas de sus viviendas
actuales en barriadas céntricas de la capital y su reubicación en otras zonas. La
compensación ofrecida por las autoridades no ha aplacado los ánimos, por falta
de confianza palpable. El malestar se ha traducido en otra oleada de
manifestaciones, diferentes a las de los jóvenes, que también ha sido
drásticamente afrontadas por las autoridades.
UN PULSO A MEDIO PLAZO
Navalny eligió cuidadosamente la
fecha de convocatoria de esta última protesta, el 12 de junio, día de la
festividad nacional. De esta forma, el astuto dirigente opositor ha pretendido
disputar a Putin la interpretación exclusiva del nacionalismo. Tras la caída
del comunismo, la desconfianza hacia el socialismo como versión democrática y
moderada de un modelo económico y social más igualitario, y la amarga
experiencia del liberalismo despiadado de los noventa, Putin adoptó el nacionalismo
como cobertura ideológica de un sistema ecléctico y arbitrario.
Hoy por hoy, Putin no parece
tener rival serio que le dispute el triunfo en las elecciones de marzo de 2018.
La oposición institucional acurrucada en la Duma es débil, está dividida y en
cierto modo amedrentada por el control casi absoluto que el patrón del Kremlin
ejerce sobre todas palancas del Estado, la económica, la represiva y la
propagandística.
Navalny, por el contrario,
representa algo distinto, un nacionalismo moderno que utiliza un lenguaje de
claras resonancias occidentales, que se apoyó en el auge de las redes sociales
para ganar en extensión y en alcance. El apoyo que ha reunido es, por
consiguiente, juvenil y muy dinámico, urbano e interesado por las experiencias
democráticas occidentales, en particular la norteamericana. Pero carece de
estructuras, de mandos intermedios y de implantación en el medio rural, en la
Rusia profunda.
A pesar de estas debilidades,
Navalny pretende retar a Putin el año que viene. No con la pretensión de ganar,
por supuesto, sino con la clara intención de someterlo a mayor desgaste, a un
plus de exposición pública y de erosión moral. Simultáneamente, el dirigente de
esta oposición diferente confía en fortalecer sus futuras opciones, extender su
predicamento a otros sectores sociales y convertirse en una alternativa sólida
del poder en la era post-Putin.
Estos planes de Navalny no han
pasado desapercibidos al Kremlin. Tras detenerlo, se le han imputado cargos,
con la aparente finalidad de privarle de sus derechos políticos e impedir, de
esta forma, su candidatura en las elecciones de marzo de 2018.
EL DESENGAÑO DE PUTIN
La neutralización de Navalny busca
cercenar de raíz el actual ciclo de protestas. Pero hay otros factores de mayor
inquietud para el Kremlin. Las esperanzas de un levantamiento de las sanciones,
promovido por la administración Trump, se desvanece a medida que la negra nube
de la colusión con Rusia condiciona la dinámica política en Washington. El
triunfo de Macron y la anunciada revitalización del eje franco-alemán no son
tampoco buenas noticias para Putin.
Son
estos reveses exteriores, más que la contestación interna, lo que puede
provocar nuevos son reflejos defensivos y represivos en el Kremlin. Aunque
Putin no tema a Navalny, si la situación económica y social no mejora,
cualquier conato de protesta puede tornarse incómoda. Por eso, cabe anticipar
que Putin mantendrá a raya a esta oposición imberbe y evitará sin
contemplaciones que la efímera primavera se prolongue más de lo conveniente.
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