13 de diciembre de 2017
Los
análisis y comentarios en torno a las salidas de tono de Trump, sus anuncios
dudosamente legales e incluso constitucionales, los planes fiscales que
apadrina, favorables de forma desvergonzada no ya a los ciudadanos más ricos
del país sino a sí mismo en tanto empresario de dudoso respeto por las normas
vigentes, y finalmente sus escopetadas en materia exterior empezaron a ser
cansinamente repetitivas ya hace tiempo.
No
puede girar el interés internacional en torno al más incompetente inquilino en
la historia de la Casa Blanca. No puede convertirse la anécdota en categoría ni
el twit que no cesa en sinónimo de
política oficial. Pero, por exigencias del guion, el caso es que es así.
Trump
es un personaje de comedia bufa, de reality
show en horas bajas, en perdida acelerada de capacidad imaginativa. Pero
aún y todo, hay bufonadas presidenciales que superan la paciencia de propios y
extraños.
LA
MASCARADA DE JERUSALÉN
El
precipitado, inconsistente, innecesario y perturbador anuncio del
reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel ha sido la última mascarada del
no-presidente norteamericano y quizás una de las que pueden comportar peores
consecuencias, en un momento de especial incertidumbre sobre la estabilidad en
la región de Oriente Medio.
Es
bien sabido que el estatus de Jerusalén era uno de los asuntos más delicados de
las siempre estancadas negociaciones de paz, la piedra de toque más sensible de
cualquier acuerdo. Había consenso entre los actores externos comprometidos en
el proceso de no tocar esa pieza antes de avanzar con las otras, también
importantes, pero quizás menos volátiles. Incluso el establisment político y diplomático norteamericano compartía esa
prevención desde hace décadas.
Nada
más estimulante para un personaje de diván como Trump que azotar un manotazo a
ese castillo de naipes protegido bajo una campana de cristal. Mientras
encargaba a su yerno la tarea más complicada de la diplomacia internacional
desde el Tratado de Versalles, es decir, la conclusión de un acuerdo estable de
paz en Palestina, el infatigable no-presidente se encargaba de segarle la
hierba bajo sus pies, por pura incompetencia (1).
Por
mucho que se hable del compromiso de Trump con la derecha dura israelí, o con
los fanáticos evangélicos que se han convertido en el mejor abogado/financiador
de los judíos más recalcitrantes, lo cierto es que es el impulso irresistible
de sus caprichos más que la convicción profunda de sus ideas es lo que ha
determinado su decisión de la semana pasada.
En
el departamento de Estado y en la propia Casa Blanca, en la ONU y en los think-tank que asesoran al gobierno se
repite insistentemente que el anuncio trumpiano
tendrá pocas repercusiones prácticas. No veremos la bandera de la embajada
norteamericana ondear en el cielo sacralizado de Jerusalén antes de dos años,
si es que la vemos entonces. Ni se ha modificado la posición norteamericana
sobre las fronteras de la ciudad santa, ni sobre el estatus de ese territorio
intocable para cristianos, musulmanes y judíos. O sea, todo seguirá más o menos
igual, excepto el dolor de la caprichosa patada en el estómago a los palestinos (3) y, más retóricamente, a los árabes en general, o el bofetón a los propios
socios occidentales. Que 14 de los 15 miembros del actual Consejo de Seguridad
de la ONU hayan criticado la ocurrencia del magnate norteamericano vestido con
toga presidencial indica bien a las claras la magnitud de la torpeza.
LAS
INTENCIONES DEL PRESIDENTE
Muchos
se preguntan qué pretendía Trump con esto, ahora que habían reconstruido las
relaciones con los saudíes, bien es verdad que sobre bases más que dudosas, con
el objetivo de aislar a Irán, o por lo menos de frenar la secuencia de éxitos
de los ayatollahs en toda la región,
desde sus fronteras hasta el Mediterráneo. Tras la derrota del ISIS llegaba el
tiempo de construir y no romper barajas muy antiguas y apreciadas.
Algunos
analistas responden que el llamado presidente ha querido distraer la atención del
cerco que lenta pero pacientemente se cierne sobre sus turbios manejos
preelectorales. El trabajo sistemático y eficaz del investigador especial
Mueller en torno a los vínculos de la campaña presidencial con el Kremlin y sus
asociados avanza y va derribando o poniendo en clara evidencia a los principales
colaboradores de Trump. Que su malogrado, efímero y patético Consejero de
Seguridad Nacional (el puesto más importante de un gabinete presidencial) se
avenga a colaborar con el equipo de Mueller indicaría la consistencia de las
acusaciones.
UNA
CASA BLANCA DISPARATADA
¿Puede
decirse que el insólito líder de Occidente esté nervioso? Tal vez. Pero más
bien debemos de pensar que es inasequible a ese tipo de consideraciones. El
domingo pasado, el NEW YORK TIMES publicaba un extenso trabajo de investigación (3) ,
basado en el testimonio de unas setenta personas del entorno presidencial en el
que se expone con bastante nivel de aproximación y detalle el perfil, los
rasgos, reflejos y manías del personaje público, pero sobre todo privado. El
trabajo periodístico no tiene desperdicio, aunque no revele secretos fabulosos
ni sorprenda a los lectores más familiarizados con la actualidad política de
los Estados Unidos.
La
obsesión de Trump por los programas de televisión, su dependencia de Twitter y
su adicción a la Coca-Cola zero, la
propensión a rodearse de quien le viene en gana, su resistencia a seguir el
asesoramiento sensato de los consejeros que él mismo ha elegido o ha dejado
vivos tras una especie de purga sin fin y sin un claro propósito, el caprichoso
manejo de la agenda y otras muchas circunstancian que hacen de la Casa Blanca
una réplica insuperable de cualquier serie de ficción televisiva hacen pensar
seriamente de nuevo si este hombre puede no ya ser reelegido, sino concluir su
actual mandato. El artículo mencionado recoge, no obstante, su aparente
ambición de competir en 2020 y se permite dispararse a sí mismo, y desde ya
mismo, en la caza, captura, acoso y derribo de sus potenciales o presentidos
adversarios.
Ya
sea ofendiendo a millones de musulmanes, inmigrantes o mujeres, ya jugando a un
pulso de testosterona con el líder norcoreano, ya haciendo mofa de derechos
sociales o de libertades públicas, ya defendiendo prácticas de dudoso gusto o
de cuestionable legalidad, Trump desafía la capacidad de asombro de la clase
política, de los medios que le han bailado demasiado el agua, de las entidades
civiles extremistas o defensoras de causas claramente antidemocráticas y/o
peligrosas. Ha conseguido que no importe demasiado lo que diga, siempre que los
equipos de rescate de sus sandeces sean capaces de neutralizar las
consecuencias de sus actos o declaraciones.
El
Trump real se transforma cada día más en su caricatura. Y en la irrealidad e
inconsistencia de esta mutación radica que su presidencia sea más una anécdota
que un trágico paréntesis en la historia de los Estados Unidos.
(1) “Jerusalem. After 30 Years of
Hope and Failure, What’s Next for Israel/Palestine. HADY AMR. FOREIGN POLICY, 11 de diciembre.
(2) “How Trump’s Jerusalem
Announcement Will Shape Palestinian Politics”. GAITH AL OMARI. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre.
(3) “Inside Trump’s Hour-by-Hour Battle
for Self-Preservation”. THE NEW YORK
TIMES, 10 de diciembre.
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