5 de diciembre de 2017
Hay pocos asuntos del
panorama internacional que revistan una enorme gravedad y merezcan tan poca
atención como el de Yemen.
Ese país, al que los romanos denominaron la
“Arabia Félix”, por el regalo que suponía ser bendecido por las aguas suaves
del Mar Rojo en contraposición a la aridez inclemente que se extendía más al
norte, se encuentre sumido en una pavorosa guerra interna (incivil) de sectas,
facciones, ambiciones personales y potencias regionales apoyadas por la
complicidad y/o la pasividad occidental.
La ONU considera Yemen como un caso claro de
catástrofe humanitaria. Sin paliativos. Las causas de la crisis se remontan a
varias décadas atrás. Pero pueden rastrearse con claridad las responsabilidades
con sólo remontarnos a 2011, cuando se desata la mal llamada primavera árabe,
en 2011.
MÁS QUE PRIMAVERA, ESPEJISMO
Aquella revuelta, justificada pero ambigua,
espontánea en su origen pero manipulada inmediatamente desde dentro y desde
fuera, le costó el cargo al entonces Presidente Ali Abdallah Saleh, un autócrata
más de los que hacían y deshacían a su antojo en la región, con el
aprovechamiento personal, familiar y tribal como único objetivo claro de su
mandato. Occidente se había acomodado a este jerifalte por la única y sencilla
razón de ofrecerse como correa de transmisión de la estrategia antierrorista.
El patrón de Saleh era el vecino poderoso saudí.
Al percatarse de que la suerte de su protegido estaba echada, se optó
rápidamente por un recambio, en la persona de un hombre más limpio, menos
gastado, Abed Rabbo Mansur Hadi.
El depuesto líder no se conformó fácilmente.
Cualquier cosa le podía valer para pagar caro su destino. El desorden del
momento propició una revuelta de una minoría de orientación shií en el sur del
país conocidos como los houthies, apoyados
por Irán.
Saleh había reprimido a modo a los houthies durante años, como enemigos
sectarios que eran, frente a la hegemonía sunni
que él encabezaba hasta 2011. Pero, bajo el principio de que los enemigos
(tradicionales) de mis (recientes) se pueden convertir en mis amigos
(convenientes), el tornadizo líder en desgracia apañó una alianza con los houthies.
Con la excusa de la interferencia iraní, los
saudíes y algunos de sus aliados del Golfo participaron activa y masivamente en
la guerra para favorecer a su nuevo protegido, Hadi. Lo que vino después fue
una guerra horrible, que ha
martirizado a la población, destruido casi toda la infraestructura del país e
hipotecado su futuro.
A pesar de los impresionantes recursos y los nulos
escrúpulos demostrados, la Casa Saud ha sido incapaz de doblegar la resistencia
houthi. Obama prestó ayuda de
inteligencia, logística y armamentista a Ryad, aunque la ineficacia y la
brutalidad de la campaña militar le generó muchas dudas.
CAMBIOS EN EL TABLERO
REGIONAL
Trump no se ha andado con tantas dudas. De
inmediato le dio un cheque en blanco a la petromonarquía,
convertidos en amigos íntimos por obra y gracia de su primera, extravagante e
inconsistente gira por Oriente Medio. Restaurada una alianza muy deteriorada
tras el acuerdo nuclear con Iran, la carta saudí se ha convertido en uno de los
principales pilares de la improvisada y errática visión exterior de la Casa
Blanca. Trump ha puesto a su yerno al timón de una diplomacia desnortada y
desmoralizada, en detrimento del propio secretario de Estado, el petrolero
Tillerson, a quien todo el mundo da por acabado antes de Navidad o en el primer
aniversario de la inauguración del presidente, a finales de enero.
Estos días, el presidente
palestino, Mahmud Abbas (otro zombi de
los muchos que habitan en la región) se ha escandalizado al comprobar que los
saudíes están dispuestos a lanzar una iniciativa diplomática que favorece los
intereses israelíes hasta un extremo que nunca habían osado llegar en cualquier
capital árabe desde hace 7 años. El eje Washington-Tel Aviv-Ryad está en el
horno.
El trasfondo de este
reordenamiento estratégico tiene mucho que ver con lo que se percibe como
“avances de Irán” en la región. No en vano, la República islámica ha conseguido
un corredor de aliados que le asegura acceso al Mediterráneo mediante su influencia
creciente en Irak, Siria y Libano (a través de Hezbollah).
Consciente de estos
movimientos y de la fortaleza que sus aliados temporales houthies han ido adquiriendo estos años, bajo una protección
distante y difusa de los ayatollahs
iraníes, el malogrado Saleh consideró llegado el momento de cambiarse de nuevo
de lado el fusil. Gajes del oficio de maniobrero. En una ocasión dijo que su
tarea política consistía en “danzar sobre la cabeza de las serpientes”. O sea,
en roman paladino, pasar de un bando
a otro al ritmo de la percepción de sus intereses.
Pero como ese juego es
siempre incierto y muchas veces peligroso, algunas de esas serpientes se han
revuelto contra el que pretendía jugar con ellas y le ha mordido mortalmente.
El pasado lunes, los houthies, que no
le habían condonado la pena de muerte dictada contra él hace años, aunque la
hubieran aplazado en beneficio de unas ventajas temporales, se han cobrado la
venganza. De esta forma, los houthies golpean
antes de ser traicionados de nuevo. O mejor dicho, nada más ser traicionados de
nuevo, porque el giro de Saleh era ya más que claro (4).
Los saudíes aprovecharán
este ajuste de cuentas para intentar estrechar el cerco. Lo que significa más
sufrimiento de la población, entre los ignorantes tuits del inquilino de la Casa Blanca.
NOTAS.
(1) “How humanitarian
crisis began, and how to end it”. ORKABY. FOREIGN AFFAIRS, 23 de noviembre.
(2) “The Human
Toll of a unending War”. FAITE. FOREIGN POLICY, 22 de julio.
(3) “Talk of a
peace plan that snunbs palestinians roils Middle East”. THE NEW YORK TIMES, 3
de diciembre.
(4) “The death of
Yemen’s strongman sets the stage for even more caos”. ISHAAN THAROOR. THE
WASHINGTON POST, 5 de diciembre.
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