3 de mayo de 2018
Las
decisiones más trascendentales para el equilibrio -o el desequilibrio- mundial son
adoptadas por muy pocas personas y con la mayor discreción posible. Sin
embargo, se tiene la percepción de lo contrario. Desde el comienzo de la era de
la televisión, y sobre todo en la fase más reciente del “directo continuo”, (live on, breaking news, etc.), se transmite (nunca mejor dicho) la sensación
de que todo ocurre a los ojos de todo el mundo, en vivo y en directo. La
liquidez del acontecimiento contribuye a digerir la consistencia de los
fenómenos.
Todo
es ilusorio, o casi todo. La irrupción de la tecnología digital, la aceleración
de la información, su categorización definitiva como producto de consumo ha
reforzado hasta el extremo esa evolución imparable. Se ha conseguido instalar
en el público, en los públicos, la idea de que no somos meros receptores, o receptores
pasivos, sino protagonistas activos, en cierto modo, al menos. Las redes sociales
han cultivado en el ciudadano la noción de que cualquiera puede ser parte del relato,
de la historia. Lo más importante no es lo que ocurre, es lo que se transmite,
lo que se representa. Y todos tenemos, o podemos tener, un papel en ella.
La
historia como representación, la narración del mundo como teatro de la
realidad. A eso nos enfrentamos ahora. Cada poco asistimos a ejemplos palmarios.
Y hay semanas, como esta última, en la que se pueden identificar varios de
ellos, con mayor o menor intensidad o claridad, en formas y estilos diferentes:
solemnidad, farsa o drama.
SOLEMNIDAD
EN EL PARALELO 38
El
encuentro de los líderes de las dos Coreas es un ejemplo superior del teatro más
solemne. Casi un auto sacramental. La culminación de un proceso rápido y
acelerado del reverso de la historia, como una sucesión trepidante de cinco actos:
1) una larga noche con los tambores batientes de la guerra amenazante; 2) el amanecer
de una sorprendente conciliación en el muy simbólico escenario de unos juegos
olímpicos; 3) el mediodía reluciente de un ceremonial encuentro sobre la línea
divisoria, que anuncia el clímax (o acto quinto) de una paz para la que se
reserva la solemnidad que tal acontecimiento merece.
Falta
la pieza 4 en esa puesta en escena: la cumbre Kim-Trump. Es el momento más
esperado de la representación en la medida en que resulta el más morboso. Una dupla dispar por excelencia, el otrora
imposible encuentro entre los dirigentes a priori más opuestos del espectro
mundial. Sólo en apariencia. Los dos dirigentes no comparten ideología y visión
del mundo (suponiendo que en realidad los tengan), pero sus vidas públicas están
construidas de la materia del engaño y la falsedad. Ambos son pura artificiosidad.
Estos
días, analistas y expertos desmenuzan riesgos y oportunidades de ese próximo acto
teatral con abundancia de argumentos y indisimulado espíritu especulativo. Por
falta de espacio, no es este el lugar para sintetizar la variedad y ductilidad
de esos encomiables empeños. Baste con referenciar algunos de ellos.
Se
evoca el peligro de las percepciones acertadas o equivocadas, es decir, las
distintas interpretaciones que cada parte hace de las intenciones del otro (1),
cuánto hay de cálculo honesto de
opciones y/o soluciones y cuánto de pura impostura, las pulsiones que han
impulsado a cada una de estas dos figuras esperpénticas a fotografiarse con la
otra (2), la influencia que en este empeño han tenido tanto los intereses y las
burocracias de cada parte como las motivaciones egocéntricas de los individuos
que las representan (3), el peso y la influencia de terceros pero en absoluto secundarios
actores: aparte de Corea del Sur, Japón y China, por supuesto, y el resto de
estados de la cuenca Asia-Pacífico (4); o, para finalizar, sin que sea lo último
reseñable, lo decidido de antemano y el margen de lo imprevisible (5).
Naturalmente,
no hay consenso, no todo el mundo con un conocimiento acreditado del asunto lo
ve igual. Hay quien se congratula por el giro que ha dado el guion de la historia
y contempla esperanzado el desenlace como el previsible triunfo de la paz; éste
es el caso de un antiguo negociador en el conflicto intercoreano (6). Y hay quién,
miembro de la administración Bush W., contempla lo que está ocurriendo como una
farsa más de las orquestadas por el siniestro régimen paleocomunista, y se atreve a contarlo en la primera persona
simulada de un alto mando militar norcoreano (7).
FARSA
EN EL ESCENARIO MEDIO-ORIENTAL
Lo
que es solemnidad en los lejanos escenarios del Extremo Oriente se transforma
en farsa en las polvorientas barracas de Oriente Medio. La semana pasada, el primer
ministro israelí hizo una presentación “muy teatral” (calificada así por el New York Times y aceptada por buen número
de editorialistas y analistas) de las mentiras de Irán sobre su programa
nuclear. Estaba clara la intención: influir en el muy influenciable presidente
norteamericano, en vísperas de su pronunciamiento sobre la revisión y anulación
del acuerdo.
Los
que conocen en detalle este asunto coinciden plenamente en que Netanyahu no
ofreció nada nuevo, porque la información presentada ante las cámaras, con
despliegue de carpetas y CD’s, se refería a los planes iraníes anteriores al acuerdo
internacional. Pero eso daba igual. Lo importante era consolidar en la mente de
Trump y de quienes lo secundan que Iran ha mentido, miente y seguirá mintiendo.
Todo ello adobado con la peliculera narración sublineal de la obtención del
material exhibido: el asalto de un almacén abandonado y secreto, en una operación
muy al estilo del Mossad.
Esta
conexión telúrica entre Netanyahu y Trump viene guarnecida por ciertos apuros
compartidos. No sólo comparten una visión muy estrecha de la realidad
internacional. Lo que les convierte en cómplices frente a sus ciudadanos y
socios y/o enemigos externos es su condición de personajes públicos acosados
por investigaciones judiciales que podrían muy bien acabar con su preeminencia
política. El israelí, por corrupción; el norteamericano, por colusión.
EL
DOCUDRAMA DE LA CASA BLANCA
Estas
representaciones teatrales, y las que vendrán sobre estos dos grandes asuntos
del panorama internacional, palidecerán por contraste con el gran acontecimiento
que se diseña desde hace meses en discretos despachos a orillas del Potomac.
El
fiscal especial Mueller, según se ha sabido estos últimos días por filtraciones
periodísticas, tiene elaborado ya el libreto del docudrama más intenso de la
política norteamericana desde el Watergate: el cuestionario (bajo forma de
interrogatorio directo o no) que se someterá al presidente Trump por las sospechas
de complicidad de su campaña con la Rusia de Putin, la aparente ocultación de
los nexos entre sus negocios y los asuntos públicos, el atrabiliario manejo de
nombramientos y destituciones o las supuestas maniobras de obstrucción a la
justicia.
Contrariamente
a la solemnidad ceremoniosa de la paz (o la guerra) en Corea, o la farsa de
enredo, mentiras, engaños y falsedades en Oriente Medio, la obra que se dibuja
en Washington tiene un aroma de drama, que quizás diluya el esperpento de una
presidencia que nunca fue, que nunca llegó a ser. Prepárense para la función.
NOTAS
(1) “Perception
and misperception on the Korean península”, ROBERT JERVIS y MIRA RAPP- HOOPER. FOREIGN AFFAIRS, mayo-junio 2018.
(2) “Yes,
Trump and Kim can make a deal that’s good por everyone”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 25 de abril.
(3) “What
does Kim Jong-un want? U.S. fears answer is ‘give a little, gain a lot’. MARK
LANDER y CHOE SANG-HUN. THE NEW YORK
TIMES, 21 de abril.
(4) “U.S.
Soldiers might be stuck in Korea forever”. CLINTON WORK. FOREIGN POLICY, 1 de mayo.
(5) “Optimism
with North Korea will kill us all”, JEFFREY LEWIS. FOREIGN POLICY, 30 de abril.
(6) “A real
path to peace on the Korean peninsula”. CHUNG-IN MOON. FOREIGN AFFAIRS, 30 de abril.
(7) “Pyongyang is playing Washington and Seul.
MICHEL J. GREEN. FOREIGN AFFAIRS, 27 de
abril.
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