9 de mayo de 2018
Con la retirada del
acuerdo sobre el control del programa nuclear de Irán, el presidente de Estados
Unidos provoca un daño mayor a la estabilidad en Oriente Medio, a la
solidaridad entre los aliados occidentales, a los sectores reformistas en Teherán
y a la propia población iraní. Pero no sólo
eso, el inquilino de la Casa Blanca menosprecia a sus asesores más preparados, arruina
su escaso crédito como dirigente y pone de nuevo en evidencia su narcisismo y
su incapacidad para gobernar.
Trump destroza, en primer lugar, la verdad. No es cierto que Irán
no haya cumplido el acuerdo. Lo ha hecho, con pequeñas brechas, rápidamente corregidas.
Ha sido precisamente Estados Unidos el incumplidor mayor, retrasando el
levantamiento de las sanciones, dificultando el calendario de la normalización y
creando un clima de hostilidad y desazón, como algunos trabajos bien
documentados demuestran (1).
Trump destroza el legado exterior más destacado de la era Obama.
Esa ha sido su obsesión desde que iniciara su carrera electoral: acabar con
todos los avances logrados entre 2009 y 2017, incluso los más modestos, los más
contradictorios. El acuerdo sobre el programa nuclear iraní era, sin duda, uno
de los logros más brillantes del anterior presidente. Algunos expertos lo
califican de la pieza diplomática más cuidadosamente trabajada de los últimos
años. No es preciso exagerar para reconocer la virtud de un pacto que puso en
sintonía a norteamericanos, europeos, rusos, chinos e iraníes. Y, por cierto, con
matices, a algunos israelíes, como, por ejemplo, los principales jefes
militares, políticos moderados y miembros de la comunidad de inteligencia. Sólo
los políticos extremistas y sectores religiosos fundamentalistas de la sociedad
israelí o los interesados jeques saudíes y sus protegidos regionales han
conspirado contra el acuerdo desde un principio. O desde antes incluso de
alcanzarse.
Trump destroza la solidaridad atlántica como nunca antes, incluso durante
la desventurada operación de Irak, al adoptar una medida unilateral. Los
europeos han tratado, de formas distintas, con procedimientos variados, hacerle
entrar en razón. Muchos, o todos, ya sabían que la racionalidad no forma parte
de la gama de conductas del presidente-hotelero. Irán es el último y muy grave
eslabón de una cadena de desplantes y medidas unilaterales, como las pataletas
comerciales sobre el acero y el aluminio (y otras que puede venir) o el portazo
al pacto climático. Macron intentó contener la hemorragia con una patética
operación de halagos y relaciones públicas que pasará a la historia de los
patinazos diplomáticos. Ahora, Europa tiene que elegir entre ignorar al
caprichoso amigo o hacer de tripas corazón y buscar, en estos cuatro meses que contempla
el propio acuerdo (2), una tercera vía
que resucite el acuerdo (esto tanto o más importante que lo anterior) preserve
los intereses de las compañías europeas que contaban con realizar buenos
negocios con los iraníes. Desde 2015, las importaciones europeas procedentes de
Irán se han multiplicado por ocho y las exportaciones a aquel país ha superado
los cuatro mil millones de euros (3).
Trump destroza las expectativas de las propias compañías
norteamericanas, que, como las europeas, confiaban en que la consolidación
del levantamiento de las sanciones, hasta ahora parcial, abrieran autopistas de
ganancias.
Trump
destroza las opciones de los moderados en Irán, liderados por el presidente Rouhani, que fiaron
la reconstrucción económica y la mejora de las condiciones de vida de la
población al levantamiento definitivo y estable de las sanciones, a la
recuperación de la inversión extranjera y a la estabilización del mercado
petrolero. Desde las protestas de finales de diciembre, hay un clima de tensión
y miedo en Irán. Hace tiempo que unos y otros habían descontado la patada de
Trump al acuerdo nuclear. El rial, la
moneda nacional, ha perdido un 30% de su valor. Se prevén turbulencias sociales
muy serias si se profundiza la degradación de la vida cotidiana. Irán ya vende
más de dos millones y medio de barriles diarios de petróleo en los mercados
internacionales, pero eso no alcanza para satisfacer las necesidades
apremiantes del país, reparar el retraso acumulado y entrar en una senda de
crecimiento y prosperidad. El verdadero designio de Trump puede ser precisamente
ese: favorecer una desestabilización de Irán y provocar un cambio de régimen,
aunque sea de forma violenta, al altísimo precio de la represión y el
sacrificio de los ciudadanos (4). Al menos ese el discurso público, sin
disimulo del nuevo jefe de la diplomacia, el mercurial Pompeo, o, con más
entusiasmo aún, del auténtico príncipe de
las tinieblas del momento, el consejero de seguridad Bolton, que emerge de
la tragedia iraquí sin haber pasado por un tribunal de guerra.
Trump destroza el desarme iraní, puesto que la retirada del acuerdo
aliente a los duros a recuperar de inmediato el programa. Según algunos
negociadores veteranos, en un año aproximadamente el régimen de los ayatollahs puede alcanzar el umbral (break-in) del designio armamentista,
previa retirada previsible del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Este
escenario catástrofe, no inevitable, pero posible, no dejaría a Trump muchas
opciones útiles que no fueran la respuesta militar norteamericana, israelí o
conjunta, con inciertas perspectivas de éxito. Sería como soplar con avidez
sobre las llamas de una región en perpetua combustión (5).
Trump destroza las escasas posibilidades de una estabilización del
escenario regional, ya comprometido seriamente por el aún inaccesible final
de la guerra en Siria, la confrontación inacabada e insidiosa entre Irán y
Arabia Saudí, la emergencia del proyecto ultranacionalista y autoritario en
Turquía, el cancerígeno estancamiento de las relaciones israelo-palestinas, el
previsible incremento de los agentes proiraníes en distintos países de la zona
y la nueva tormenta que se anuncia tras la liquidación del Daesh. Estados Unidos arruina una vez más su condición de bróker independiente o neutro (si no
neutral) en la región. El machacón discurso del presidente-hotelero contra la
involucración de Washington en los conflictos regionales no se compadece con
decisiones irreflexivas como ésta. Lo quiera o no, la administración Trump va a
desencadenar una miríada de consecuencias a las que no podrá volver la cara,
como ya ocurriera con la lamentable invasión, destrucción y descomposición de
Irak.
Trump
destroza a su propio círculo de asesores más experimentados en seguridad. El magnate ha ignorado los consejos de esos
generales de los que se ha venido rodeando desde su llegada a la Casa Blanca,
supuestamente para “hacer fuerte y grande a América otra vez”. Los militares
que han intentado establecer un gobierno prudente se han visto desbordados,
exasperados y finalmente rebasados en sus trincheras políticas y burocráticas por
el fuego amigo de un patrón desnortado.
Trump
destroza, o al menos estropea, su propia operación de teatro exterior, ya que difícilmente podrá convencer al norcoreano
Kim de que se puede llegar a acuerdos fiables con él, sobre todo si se trata de
contenido nuclear. La propaganda oriental puede obrar milagros, pero la
anunciada cumbre de primavera puede acabar en aguacero.
Trump,
en fin, se destroza a sí mismo,
porque ha arruinado el escaso margen de credibilidad que aún tenía en círculos
republicanos o afines, no porque estos fueran entusiastas defensores del
acuerdo nuclear, sino porque entendían que era preferible mantenerlo e intentar
su revisión que hacerlo jirones sin un plan B en la recámara. El
presidente-hotelero es un “sin techo” político, acosado por las sombras de una
conducta atrabiliaria y vergonzosa y bajo la sospecha creciente de colusión,
obstrucción a la justicia e incapacidad para tomar decisiones con un mínimo
sentido común.
Quizás como un guiño de la realidad, su esposa Melania (6) ha sido objeto esta semana de perfiles periodísticos que la retratan alejada cada vez más de su marido, refugiada en una cotidianeidad familiar y en una discreta pero reconocible actividad pública, alejada de los escándalos machistas y vulgares del hombre con el que ya no duerme y con el que apenas habla.
Quizás como un guiño de la realidad, su esposa Melania (6) ha sido objeto esta semana de perfiles periodísticos que la retratan alejada cada vez más de su marido, refugiada en una cotidianeidad familiar y en una discreta pero reconocible actividad pública, alejada de los escándalos machistas y vulgares del hombre con el que ya no duerme y con el que apenas habla.
NOTAS
(1) “Trump may already be violating the Iran deal”. PETER BEINART. THE ATLANTIC, 29 de abril.
(2) “As Trump mulls the Iran’s deal fate, a three-ring circus ensues”.
SUZANNE MALONEY. BROOKINGS INSTITUTION, 2
de mayo “.
(3) “The Challenging of reinstating sanctions against Iran. It is not as
simple as withdrawing of JCPOA””. PETER
HARRELL. FOREIGN AFFAIRS, 4 de mayo.
(4)
“Le pari risqué de Trump sur le nuclear iraní”
VASIL NASR. COURRIER INTERNATIONAL, 25 de
abril (traducido al francés del articulo original en THE ATLANTIC).
(5)
“What happens if US bows out of the Iran nuclear
deal?”. VARIOS AUTORES. FOREIGN
POLICY, 7 de mayo.
(6) “Inside Melania’s complicated White House life. Separate schedule,
different priorities”. THE WASHINGTON
POST, 7 de mayo.
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