26 de septiembre de 2018
No
hay término del universo lingüístico político global actual más empleado que Brexit. Un hallazgo de la politecnia o de la publitecnia política (cada vez más confundidas). En los tiempos que
corren, se busca hacer economía de casi todo, pero, muy especialmente de la
lectura, de la reflexión. Y, por ende, del lenguaje. Se descartan los matices
en procura del impacto, del golpe decisivo, del término ganador, definitivo.
Brexit lleva dos años arrasando,
firmemente anclado en lo más alto del debate político europeo. Paradoja sublime.
La fortuna del término arrastra la mayor generación de caos, intranquilidad,
desconfianza y malestar que ha conocido el llamado proyecto europeo desde el
viraje liberal de los noventa, codificado bajo la voz Maastricht.
Pues
bien, parece que el Brexit ha agotado
su hegemonía. La ambigüedad que fue clave de su éxito se ha convertido, al
final, como le ocurre a cualquier impostura, en el motivo final de su
hundimiento. El Brexit parece haber
perdido todo su encanto. Cada vez se le percibe más como una referencia, como
el chicle que se nos pega a la suela del zapato: se empieza por no darle
importancia y termina convirtiéndose en un incordio irritante.
El
revolcón que la primera ministra británica se llevó en Salzburgo y los rebuscados
equilibrios del Labour en su congreso
de Liverpool son las últimas manifestaciones de ese sueño de soberanía recobrada devenido en pesadilla aislacionista que
significa el Brexit (1).
Pase
lo que pase, el entusiasmo que despertó en los sectores nacionalistas
británicos su triunfo en el referéndum de 2016 se ha esfumado. Haya o no hay
acuerdo negociado en octubre, o in extremis en noviembre, el resultado se
antoja difícil de digerir. Para británicos y para europeos. El pacto no será lo
fundamental: las interpretaciones, digresiones, conflictos y disputas legales,
políticas y hasta emocionales serán un calvario. Un divorcio infernal, al cabo.
Tampoco
habrá mejor suerte si no hay Brexit,
es decir si, por cualquier de los caminos posibles (nuevo referéndum,
elecciones generales, voto parlamentario supremo, cabriola constitucional), Gran Bretaña termina permaneciendo en la
Unión Europa. Es imposible no imaginar los reproches, recriminaciones, reclamaciones
y advertencias, e incluso la aparición de nuevas líneas de fractura, si eso fuera
posible.
El Brexit blando de May (Plan
Chequers), el Brexit duro de Boris
y sus secuaces, el no, pero sí, o depende, de los laboristas, o el Brexit sin Brexit de la élite económica-financiera
tienen poco vuelo. La Europa nuclear,
eso que suele conocerse como el eje franco-alemán, con sus adherentes (Bélgica,
Holanda no tanto, los ibéricos España y Portugal, Italia ya no) buscará una salida
decente, que no una solución.
En
Salzburgo quedó enterrada la cuadratura del círculo (1) que implicaba aceptar lo
que a los brexiteers moderados interesaba
(la libre circulación de bienes industriales y agrícolas), descartando a las
otras libertades constitutivas del
proyecto europeo (servicios, capital y personas). Tampoco coló la pretensión británica
de conjurar cualquier tipo de frontera física entre el Ulster e Irlanda, lo que
podría convertirse en un colador por el que Londres obtuviera los beneficios
que la salida de la UE comportaba. La alternativa defendida por Barnier, el
negociador europeo, se encontró con el rechazo total de May. El efecto habría
sido devastador para los patriotas ingleses porque, si bien la fórmula
eliminaba la fronteras entre las dos Irlandas, levantaba de hecho otra entre el
Ulster y Gran Bretaña, algo inaceptable para los recalcitrantes instintos
ingleses, y peligroso para el proceso de paz (2).
LA
CUENTA ATRÁS
En
las próximas semanas, se negociará, contrarreloj, en vías y escenarios
paralelos. Londres con Bruselas (con París, con Berlín); May tendrá que
reagrupar a sus backbenchers tories, en
estado de shock, unos, deslumbrados
por el ardor guerrero, otros (3).
Las
fórmulas manejadas durante más de dos años (Canadá, Noruega, etc) vuelven a
estar sobre la mesa (4), pero con la incómoda sensación de que ninguna de ellas
reparará lo irreparable y, sobre todo, tampoco servirá para prevenir futuras
desgracias, efectos imparables del destrozo ocasionado. El nacionalismo es, por
vocación, irredento. No se conformará con un compromiso chapucero o alambicado.
Esa supuesta brillantez del Brexit
que pretendidamente cortaría por lo sano la gangrena europea en el tejido
británico se ha convertido en una bacteria infectada que seguirá infectando,
después de su mutación, a la patria entera.
La
opción Canadá-plus (Brexit claro y sin tapujos, pero con
acuerdos preferente de libre cambio) se antoja como más plausible en esta hora,
pero es un camino de espinas. La solución
Noruega vuelve a estar sobre la mesa,
pero con muchas reticencias, porque equivale a un Brexit sin Brexit, es
decir a tener que aceptar buena parte del acervo comunitario sin participar en
las decisiones. La permanencia de GB a la EFTA sería el punto de unión.
Mientras
duren las negociaciones, se anticipa el desastre. Un informe de los responsables
de las aduanas británicas proclama que cada 30 minutos de retraso en las
fronteras para las inspecciones obligadas en caso de Brexit¸ quebrará una empresa. Cada día son más las firmas británicas
que hacen acopio de material para amortiguar el impacto (5).
Los
laboristas se mueven también en el filo de la navaja. Corbyn lidera un equipo
que sigue empujando el timón hacia la izquierda, con propuestas de superación de
un capitalismo “codicioso” mediante: una revolución ecológica en algo más de
una década, el reparto del 10% de las acciones a los trabajadores en empresas
de 250 empleados, la renacionalización de servicios básicos y extensión de
prestaciones sociales para las familias trabajadoras, etc (6).
Pero
sobre el Brexit, el laborismo se
mueve en la indefinición. No descarta apoyar un nuevo referéndum para
permanecer, siempre que siempre que en esa consulta se puede también votar para
que “el pueblo recupere el control”, “no se pierdan derechos”, se rechace el “caos
económico” y “no se pongan en riesgo los empleos”. Un mensaje clásico del
laborismo envuelto en una formula condicionada que prolonga la indefinición. Con
una socorrida formula (“todas las opciones abiertas”) se pretende zanjar la
cuestión. ¿En falso? (7).
EUROPA,
PERPLEJA
En
este lado del Canal de la Mancha no pintan las cosas mejor. Macron y Merkel a no
tienen el control del proceso, porque, entre otras cosas, no consiguen afinar
su discurso europeo. El presidente francés no termina de encontrar en la
Canciller la socia que esperaba para reavivar el proyecto europeísta (8).
Merkel es un pato cojo. Está
prisionera de sus aliados conservadores, bávaros y de otros länder, alarmados
ante la pujanza de los populistas nacionalistas de la AfD. Baviera se presenta
como un test insoslayable el mes que viene. Se prevé una subida espectacular de
los xenófobos y un retroceso histórico de los social-demócratas (SPD), socios reticentes
de Merkel en un gobierno federal cogido con pinzas.
En
definitiva, ocurra lo que ocurra con el Brexit,
no habrá sosiego en Europa. Por si fuera poco, aparecen nubarrones que hacen
temer réplicas de una crisis que nunca se fue.
NOTAS
(1) “L’art du ‘deal’”. EDITORIAL.
LE MONDE, 21 de septiembre.
(2) “Qu’est-ce le ‘back-stop’, formule proposé
par l’UE pour resoudre la question irlandaise?”. LE MONDE, 21 de septiembre
(3) “May to face pressure to ditch Chequers
Plan in cabinet showdown”. THE GUARDIAN,
23 de septiembre.
(4) “Brexit countdown: the five possible outcomes
with 200 days to go”. THE GUARDIAN, 11 de
septiembre.
(5) “Customs delays of 30 minutes will bankrupt
on in 10 firms, say bosses”. THE
GUARDIAN, 26 de septiembre.
(6) “Corbyn
vows to end ‘greed is good’ capitalism”. THE
GUARDIAN, 26 de septiembre; “How Labour plan to give workers 10% stake in
big firms work”. THE GUARDIAN, 25 de septiembre.
(7) “Full
text of the composite on Brexit”. THE GUARDIAN, 26 de septiembre.
(8) “En Europe, la marche solitaire d’Emmanuel Macron”. FRANKFURTER ALLGEMEINE SONTAGSZEITUNG, 17 de
septiembre (original en francés, reproducido por COURRIER INTERNATIONAL, 18 de septiembre).
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