8 de abril de 2020
¿A
cuál de estos dos momentos históricos se parecerá el mundo cuando concluya la pandemia? ¿Al posterior a la Gran Guerra que
cerró una etapa del capitalismo colonialista expansivo? ¿Al remate de un ciclo
infernal de conflictos nacionales e inicio de otro orden internacional bajo un
nuevo liderazgo, en un mundo bipolar? ¿O a ninguno de los dos, porque se tratará
de un entorno nuevo y desconocido, incierto y mucho más inseguro?
En
estos días de internamiento y de relativa introspección, algunos pensadores, académicos
y diplomáticos (más bien ex) tratan de imaginar cómo cambiará el mundo cuando
nos liberemos del Coronavirus, superemos la fase sanitaria de las relaciones humanas
y afrontemos las consecuencias económicas, sociales y políticas de la gran destrucción.
No
hay consenso, como es natural, o por razones ideológicas o doctrinarias, o por
cuestiones de método, es decir, según el enfoque aplicado o lo que se valore en
cada caso.
Hay
un alto nivel de acuerdo en la dimensión catastrófica cuando se anticipan los
efectos económicos, porque ya se están produciendo: no hay que esperar a que se
hagan notar. Recesión inaudita (entre seis y veinte puntos, según las
estimaciones), desempleo masivo (más de 200 millones de parados, oficiales), sobrendeudamiento
generalizado de los Estados, elevación del proteccionismo comercial y
tensionamiento aún mayor de las relaciones económicas internacionales, entre
otros males definidos y definibles (1).
¿Cómo
se gestionará la catástrofe? ¿Cuáles serán los actores principales? ¿Bajo qué parámetros?
Nadie lo sabe. Los medios tratan de codificar las incógnitas en titulares con
gancho o sintéticos. Algunos no se arriesgan y prefieren emplear el recurso
interrogativo. Otros utilizan el modo afirmativo pero evasivo (“El mundo será
distinto” o “No volveremos a ser los mismos”). Unos pocos se atreven a avanzar
la dirección que tomaremos (2).
UN
MUNDO IGUAL PERO PEOR
Uno
de ellos es Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, uno
de los think-tanks más influyentes de Estados Unidos, y asesor de varias
administraciones de su país en las últimas décadas. Su tesis es comprometida: “la
pandemia no modificará el rumbo del mundo, sino que lo acelerará” (3). Haas
admite su visión pesimista -razonada- del planeta. Hace tres años publicó un
libro titulado “A world in disarray” (Un mundo desordenado -o caótico, confuso,
etc.), en el que ofrecía una visión sombría del panorama internacional,
dominado por una concatenación de fuerzas negativas: rivalidad creciente entre
las grandes potencias, ausencia de liderazgo norteamericano, auge del
nacionalismo disruptivo, fracaso de las organizaciones supranacionales, etc.
El
núcleo del lamento de Haas reside en la incapacidad y, aún más, la indisponibilidad
de su país para hacer frente a todo ello. No estamos en 1945, cuando Estados
Unidos se echó el mundo a las espaldas, rescató a Europa y se impulsó a
sí misma, asegurándose un mercado y una influencia social y cultural sin
precedentes (soft power). Se erigió en líder del capitalismo frente a la
otra superpotencia emergente, la Unión Soviética, que desafiaba el sistema
socio-económico dominante y definió una serie de normas que conformaron lo que más
tarde se denominó “orden liberal internacional”.
Estados
Unidos es hoy una superpotencia en repliegue más que en decadencia, más allá de
ese aislacionismo que siempre ha estado presente en su corta historia como
nación. Lo que Trump ha simplificado como America first no es un
pensamiento o una doctrina novedosa, sino un reflejo antiguo, inveterado. Si el
presidente hotelero abomina del internacionalismo no es por pacifismo sino por egoísmo.
Su visión es pacata y estrecha, si es que tiene alguna: vender más de lo que
compra a los demás. Un mercantilismo en zapatillas. Proclama su aversión a las
guerras no por respeto a otros países sino por lo que cuestan, pero su presupuesto
militar es el más alto de la historia. Por cada dólar de que dispone el
servicio exterior, el Pentágono gasta 13.
LA
OBSESIÓN CHINA
Algunos
expertos sostienen que la gran paradoja de esta crisis es que China, el país donde
surgió el virus dañino, será a la postre el mayor beneficiario. Dentro de poco,
si no está ocurriendo ya, poco importarán las mentiras, incompetencias y
atropellos que los dirigentes chinos hayan cometido en la gestión de la
enfermedad. Se observa cierto allanamiento a su capacidad de proveer material
sanitario al resto del mundo en estos momentos de apuro. El capitalismo de
estado autoritario que reemplazó al comunismo se presiente más preparado para lograr
la recuperación en V, es decir, un remonte muy rápido después del derrumbe.
Frente
a este peligro, se alzan voces que no son necesariamente optimistas, pero
mantienen cierta confianza en las fortalezas no dañadas del potencial americano.
Uno de ellos es Stephen Walt, profesor en Harvard. Como buen exponente de la doctrina
realista de las relaciones internacionales no se hace ilusiones sobre mundos
felices ni motivaciones buenistas en el manejo de los problemas mundiales.
Lo ha dejado claro en muchas de sus obras, una de ellas titulada significativamente
“El infierno de las buenas intenciones”.
Sin
embargo, Walt cree que, a pesar de la incompetencia manifiesta de la actual
administración en la gestión del Coronavirus y en cualquier otra anterior que
le ha tocado asumir (por no hablar de las que ella misma ha provocado), aún hay
tiempo y margen para rectificar. Confía en algunas instituciones sensatas (un
sector del legislativo, diplomacia, sociedad civil), para evitar que el modelo
autoritario chino salga reforzado de esta catástrofe. Walt resulta más persuasivo
que convincente, pese a la brillantez de sus argumentos (4). Un empeño similar
sostiene su colega de Harvard Nicholas Burns, representante señalado del establishment
constructivo e integrante de la administración W.Bush (5).
Desde
otros institutos bienpensantes se admite el elevado riesgo del debilitamiento
de la democracia (el ejemplo húngaro), el incremento de la vigilancia de los
ciudadanos (que la emergencia sanitaria legitimará), las presiones sobre la sociedad
civil y otras amenazas. Pero se resaltan los factores compensatorios positivos
como la movilización social y la reactivación de los mecanismos de solidaridad
contemplados durante el confinamiento (6).
Frente a este optimismo, se han recuperado estos
días referencias a enfoques menos alentadores como la doctrina del shock, de
Naomi Klein, que alertan sobre el aprovechamiento que las élites hacen
de una catástrofe (si es necesario inducidas) para profundizar en sus mecanismos
de dominación. En esta hora, el esquema sería el siguiente: “desastre 1: Covid-19;
desastre 2: el desmantelamiento de las ya endebles medidas de protección del
medio ambiente”. En THE GUARDIAN, donde se refleja este análisis, se citan ya
algunos indicios de esta ofensiva antiambientalista, tanto en Estados Unidos
como en China. Y todo ello pese a que, según estudios preliminares, con un aire
menos contaminado se hubieran podido salvar miles de vidas durante el
desarrollo de la actual pandemia (7)
Por
estas y otras razones, son más numerosos quienes creen que el reforzado desafío
chino no será motivo suficiente para reanimar el desfallecido liderazgo norteamericano.
Admiten, y con razón, que el repliegue de su país es anterior al virus Trump.
Paradójicamente, la desaparición de la Unión Soviética, el némesis de la
segunda mitad del siglo pasado, terminó desquiciando la visión internacional de
la superpotencia norteamericana.
La
ensoñación neocon de construir una pax americana a partir del trauma
del 11 de septiembre se resolvió en un desastre mayor, con dos guerras
interminables (Afganistán e Irak), que provocaron una desestabilización general
de Oriente Medio y de buena parte del mundo islámico. Lo que, a su vez, revitalizó
otros extremismos como el supremacismo blanco o el fundamentalismo hindú, por ejemplo.
No estamos tampoco en un 12 de septiembre, como dice Ben Rhodes, consejero de
seguridad con Obama (8).
El
diagnóstico de Haas es que nos encontramos en un escenario más parecido a 1918,
sin un piloto definido al frente de una nave sin rumbo claro, con múltiples turbulencias
y unos pasajeros sumidos en un entramado de malestares que generan un riesgo
permanente de amotinamiento.
NOTAS
(1) Suplemento Les débats éco, de LE
MONDE, 4 de abril; “Attention slowly turns to the mother of all Coronavirus questions”.
DER SPIEGEL, 27 de marzo.
(2) “How the World will look after the
Coronavirus pandemic”. VARIOS AUTORES. FOREIGN POLICY, 20 de marzo.
(3) “The Pandemic will accelerate History rather
than reshape it. Not every crisis is a turning point”. RICHARD HAAS. FOREIGN
AFFAIRS, 7 de abril.
(4) “The United States can still win the
Coronavirus pandemic”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 3 de abril.
(5) “How to lead in a time of pandemic”. NICHOLAS
BURNS. FOREIGN AFFAIRS, 25 de marzo.
(6) “How Will the Coronavirus reshape Democracy
and Governance Globally”. FRANCES BROWN, SACHA BRECHENMACHER y THOMAS
CAROTHERS. CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 6 de abril.
(7) “’We can’t go back to normal’. How will
Coronavirus change the world”? PETER C. BAKER. THE GUARDIAN (The Long Read), 31
de marzo.
(8) “The 9/11 era is over”. BEN RHODES. THE
ATLANTIC, 6 de abril.
1 comentario:
Muy importante estudio de las distintas opiniones sobre el mundo post Pandemia Covid-19 Felicitaciones Sr. Juan Antonio Sacaluga
Saludos Cordiales
Carlos Pereyra Mele
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