13 de mayo de 2020
En Venezuela, el oscuro episodio
de una operación tipo Bahía Cochinos se ha resuelto en farsa. Tardaremos en
saber hasta donde llegan las responsabilidades de los actores en liza, quien
miente, oculta, tergiversa o simplemente disimula. La narración de la trama puede
seguirse en las piezas elaboradas por periodistas del Washington Post (1).
Como
suele ocurrir en este tipo de operaciones ilegales encubiertas/descubiertas, hay
muchos cabos sueltos por atar, huellas visibles e invisibles, siniestras
intenciones disfrazadas de nobles propósitos, preparativos poco acordes con el
alcance del proyecto y chapuzas por encima de lo tolerable.
UNA
OPERACIÓN CHAPUCERA
Después
del fiasco golpista del 30 de abril de 2019, el presidente “encargado”, Juan Guaidó
intentó procurarse una salida para recuperar la iniciativa. Creó, al efecto, un
denominado Comité estratégico, suerte de estado mayor, para diseñar una estrategia
de derribo del madurismo. Al frente colocó a Juan José Rendón, un
operador político que rompió con el régimen en 2013 y se exiló en Miami, patria
chica de anticastristas y antichavistas.
Después
de una ronda de contactos con una docena de abogados, de estudiarse en detalle
el operativo de Bahía Cochinos y de contactar con mercenarios bajo la pátina de
expertos en seguridad, organizó, en septiembre pasado, una reunión en su casa
con los líderes de la oposición, Guaidó a la cabeza. El invitado de ocasión fue
Jordan Goudreau, un boina verde norteamericano retirado de origen canadiense, de
dudoso historial. El exmilitar presentó un plan consistente en infiltrar un
comando en Venezuela, conectar con militares venezolanos afectos, secuestrar a
Madero, su familia y otros altos cargos y propiciar una revuelta.
En
octubre se acordó el plan, pero a partir de ese momento, las cosas empezaron a
torcerse y los relatos, en consecuencia, difieren. Goudreau afirma que Guaidó apoyó
la contratación de sus servicios en un documentos firmado. Rendón niega esto
último. Cada uno aporta documentos distintos para respaldar su versión. Por lo
que cuentan los protagonistas, hubo un problema de dinero (otro clásico de
estas operaciones supuestamente idealistas), aunque los dirigentes opositores
comprometidos juran y perjuran que se dieron cuenta de lo loco que estaba el
tal Goudreau, que se había inventado apoyos y recursos de los que no disponía y
decidieron abandonar el plan. El militar, un veterano de Irak y Afganistán,
asegura que había simpatizado con el pueblo de Venezuela, después de haber realizado
un trabajo de seguridad para el millonario dueño de la Virgin, Richard
Branson, que había organizado un concierto prorefugiados venezolanos en la
localidad fronteriza colombiana de Rio Hacha.
LA
CASA BLANCA, DE PERFIL
Goudreau
asegura que contactó con un miembro del staff del vicepresidente de Estados
Unidos, Mike Pence, en relación con su plan. Pero portavoces del número dos de
Trump lo niegan. Lo mismo ha hecho el presidente-hotelero. Que en la Casa
Blanca se desentiendan del muerto es lo esperado. Y hasta puede que digan la
verdad. O que sea una verdad a medias. Esta administración no ha escondido su intención
de derribar al régimen de Maduro, whatever it takes, haciendo lo que
fuera. Pero cuadra más una operación desde dentro, es decir, otro golpe a la
vieja usanza, más doctrina Escuela de las Américas que la cochinada
anticastrista. Tampoco debe tomarse el desmentido de Trump/Pence como inequívoco.
Nunca suele haber huellas o pruebas de compromisos de esa naturaleza.
GUAIDÓ,
DEBILITADO
Para
Guaidó, negativas y correcciones apartes, el episodio puede ser devastador. Su
credibilidad ha quedado en entredicho. La frustración del presidente encargado salta
a la vista. Después de un inicio prometedor, ha corrido la misma suerte que
otros dirigentes opositores: carece de respaldo interno suficiente o decisivo.
La población puede estar desengañada, sin duda, del bolivarismo y sus herederos
maduristas. Pero no se fía de esta oposición elitista, y menos aún si se
echa en brazos del viejo gorilismo trasmutado en hombres de
Harrelson. Aunque se ampare en una retirada a tiempo, la sola consideración
de una operación militar mercenario pone en evidencia su debilidad.
La
creciente dependencia de Colombia que Guaidó evidencia es un baldón más. El actual
gobierno de Bogotá es el más derechista desde Uribe: de hecho Duque es un
ahijado del implacable expresidente. La obsesión antiterrorista de la
ultraderecha de guante blanco colombiana, con su mentalidad de paramilitarismo
intacta y sus innumerables cadáveres en el armario, no es la mejor compañía
para el presidente “encargado”.
ÉXITO
EFÍMERO DE MADURO
Tampoco
es que Maduro salga muy bien parado de esta farsa, aunque sea un ganador
provisional. Desde luego, le beneficia poder reforzar su narrativa de régimen
acosado por el imperialismo, y aún así vigilante y resistente. El presidente ha
presumido de estar al corriente de todos los detalles de la trama, hasta los
más insignificantes y ha exhibido como trofeos de guerra a dos colaboradores
norteamericanos de Goudreau, sanos y salvos.
Más
allá de este innegable tanto propagandístico, Maduro tiene que afrontar el
problema real de su país, que no es necesariamente el fantasma de Bahía
Cochinos. La quiebra del sistema productivo, el impacto de las sanciones de
Washington y el descenso brutal del precio del petróleo ya eran factores suficientes
para colocar a su gobierno al borde del colapso. Pero la crisis del coronavirus,
aunque cuantitativamente menos grave que en otros países, puede convertirse en
el golpe de gracia (2).
Las
carencias materiales y humanas de hospitales y centros de salud (sólo hay 80
ventiladores para 28 millones de habitantes), la interrupción persistente del
fluido eléctrico y el incremento de los precios hasta limites de locura son
amenazas mucho más reales que unos cuantos mercenarios en la costa. Para el
responsable de la división latinoamericana del International Crisis Group, Ivan
Briscoe, el coronavirus puede ser la tormenta perfecta para el régimen madurista
(3).
La
gran baza del heredero de Chávez es la lealtad de las fuerzas armadas,
garantizada por su posición dominante en empresas públicas y negocios privados.
En pocas palabras, los militares venezolanos no son fáciles de comprar. Ya lo vimos
hace un año con el fracasado golpe del 30 de abril. Nadie se quiere arriesgar a
cambiar de caballo sin garantías sólidas. Y la oposición no puede presentarlas.
El seguro que otrora podía representar Washington es hoy una rémora. Reducir a Maduro
a la condición de narcotraficante al frente de una banda de delincuentes sirve
de poco, cuando hay sospechas serias de tales cargos entre militares renegados
del bolivarismo.
De
Puente Llaguno a Miami, de 2002 a 2020, la derrota golpista, militar o
mercenaria de la Venezuela chavista o tardochavista ha pasado de la tragedia
a la farsa. Para escarnio de la oposición, fútil gloria del régimen e indiferencia
de la mayoría del pueblo venezolano.
NOTAS
(1) “From a
Miami condo to the Venezuelan coast, how a plan to ‘capture’ Maduro went rogue”.
THE WASHINGTON POST, 7 de mayo.
(2) “Venezuela’s
health care crisis now poses a global threat”. FOREIGN POLICY, 12 de marzo.
(3) “A
perfect storm for Venezuela”. IVAN BRISCOE. FOREIGN AFFAIRS, 11 de mayo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario