TRES FRENTES DE LA LUCHA DE IDEAS

 23 de abril de 2025

La derecha reaccionaria que pretende irradiar su liderazgo desde Estados Unidos no limita su ofensiva al ámbito comercial y geoestratégico. También está dispuesta a recrudecer una batalla iniciada hace años, en los frentes ideológico, cultural y social. Esta lucha de ideas tiene su campo de acción principal en Occidente , pero se extiende también por otras partes del mundo que considera amenazadas por la hegemonía china o el revisionismo ruso.

La muerte del Papa Bergoglio ha colocado en primera línea el pulso por el control espiritual de más de mil millones de personas activa o formalmente católicos, una de las canteras esenciales de esa derecha reaccionaria.

LA CONQUISTA DEL ALTAR

El catolicismo ultraconservador ya estaba en guardia desde que la salud del líder institucional entrara en una fase irrecuperable. Su desaparición no les ha pillado desprevenidos, aunque quizás no esperaran un desenlace repentino. Hace mucho tiempo que los distintos grupos de interés del Cardenalato movían sus hilos ante un Cónclave que casi todos los observadores anticipan incierto (1).

El Papa argentino había renovado el colegio cardenalicio. Las dos terceras partes de los que decidirán ahora su sucesor fueron designados por él. Pese a priorizar a la Iglesia periférica, con inclusión de numerosos obispos asiáticos y africanos, no parece que se haya formado un lobby tercermundista en la cúspide católica. Muchos de esos nuevos cardenales ni siquiera se conocen entre sí (2).

Por el contrario, otros grupos menos numerosos parecen mejor organizados y más influyentes, entre ellos los cardenales  de EEUU, algunos alineados con la marea ultra que se ha apuntado al trumpismo  (3). El vicepresidente Vance es el exponente más visible. Que él fuera precisamente el último visitante del moribundo Francisco no deja de ser un renglón más del libro de caprichos de la Historia. Vance ha sido uno de los críticos más acervos de Pontificado de Bergoglio (4).

En Europa, Bergoglio sólo concitó las simpatías de la izquierda moderada. Socialistas liberales, ecologistas y progresistas apoyaron los discursos inclusivos y ambientalistas del fallecido. Pero hay ya pocos votantes creyentes en esas filas. Las amables palabras escuchadas estos días por los dirigentes de esas familias políticas no arrojarán un alto redito electoral. La izquierda más crítica ha hecho un balance más ambivalente del Papa fallecido. Se le reconoce su defensa de los vulnerables,  inmigrantes y refugiados, pero en esa línea de caridad cristiana que excluye cualquier veleidad revolucionaria. Bergoglio no fue nunca adepto a la teología de la liberación, la corriente más crítica de los sacerdotes católicos. En Argentina, no pocos han olvidado la actitud diplomática y moderada del entonces Superior de los Jesuitas durante la dictadura militar (5). A la postre, la llamada Iglesia de los pobres no deja de ser un oxímoron social.

LA REBELIÓN DE LAS AULAS

Otro frente muy activo en EE. UU. durante las últimas semanas es el académico. Trump se ha mostrado muy agresivo con Universidades a las que considera bastiones del liberalismo universalista. Con el mismo furor desplegado en su política comercial, el Presidente más iletrado de los tiempos recientes está dispuesto a ganar la batalla de las cátedras, bibliotecas y campus. La excusa, como en otros lugares de Europa donde se actúa de forma más discreta, es la lucha contra el antisemitismo.

Trump pretende acabar con la rebeldía de algunos sectores estudiantiles contra el genocidio de Gaza. Convertir cualquier acto de protesta contra Israel en prueba del supuesto antisemitismo creciente es una estrategia fraudulenta pero eficaz. Detrás de esta ofensiva se esconde ese combate ideológico que pretende reorientar las conciencias de las futuras élites del país y del mundo.

Harvard y Columbia han sido la más señaladas, no por casualidad. Junto a otras instituciones del noreste americano, como Berkeley, Yale, Cornell o Princeton, esos templos del saber, la investigación y la innovación se han convertido en el reducto de la resistencia intelectual a la zafiedad que se ha instalado en la Casa Blanca (6).

Las Universidades que no acepten limitar la libertad de expresión, orientar los programas y seminarios hacia la visión neonacionalista y populista de la actual administración o cercenar cualquier iniciativa crítica contra Trump y sus autoritarios amigos del planeta son amenazados con perder las subvenciones y beneficios fiscales actuales. La Universidad americana ha sido el vivero de las élites del sistema, pero ahora se les exige que eliminen todo vestigio crítico.

En Europa, la ultraderecha aún está lejos de atenazar la autonomía universitaria. Pero desde hace décadas la “lógica del mercado” ha ido permeabilizando instituciones y élites académicas y marginando progresivamente el pensamiento más crítico, con el pretexto de limitar las “derivas populistas”, a derecha e izquierda. En este sentido, la Universidad ha sido sino un reflejo del empeño centrista por acotar el ámbito de las confrontaciones ideológicas.

El liberalismo y la socialdemocracia se han diluido ideológicamente en un eclecticismo dominado por grandes principios que se vulneran con frecuencia o se aplican a conveniencia y con raseros cambiantes. Los llamados “valores universales” no salen del ámbito de la retórica y no han servido para asegurar contiendas electorales, mediáticas y, por supuesto, económicas.

Sin embargo, en los últimos tiempos, los ultraconservadores o los conservadores que ponen una vela al Dios liberal y otra al Diablo vengativo de la xenofobia, el racismo y la intransigencia religiosa, cultural  e ideológica creen haber tomado la iniciativa.

 

EL MAL USO DE GRAMSCI

Es particularmente interesante el rescate que la ultraderecha italiana lleva ya tiempo haciendo de Antonio Gramsci, comunista italiano encarcelado por Mussolini y muerto en prisión, teórico de la “hegemonía cultural” como factor decisivo en la lucha de clases. Los herederos de sus verdugos vuelven a releer sus textos, manipularlos o utilizarlos a su antojo, lo que hubiera repugnado al brillante filósofo y político sardo.

Los eurocomunistas lo rescataron como inspirador, cuando en los años setenta teorizaron su ruptura con el sovietismo estalinista, aunque Gramsci no tuviera tiempo de criticar al sucesor de Lenin, porque murió antes de la degeneración autoritaria y represiva del Kremlin. El eurocomunismo encontró en la formulación gramsciana de la “hegemonía cultural” un factor de enorme utilidad política. El materialismo histórico, que anunciaba el triunfo inevitable de la clase obrera, necesitaba la cooperación de sectores de la clase media (intelectuales, profesionales, profesores, trabajadores de los servicios públicos) muy interesados en construir un “nuevo humanismo”. Gramsci acuñó la noción de “intelectual orgánico”, complejo de pensadores activos, capaces de articular los valores y principios de la nueva sociedad, sin el cual la revolución social estaría destinada a marchitarse (7).

A Gramsci acudió también la derecha neoconservadora francesa de los años ochenta y noventa, privándole, naturalmente, de su irrenunciable base marxista-leninista y su sentido revolucionario. Lo que interesaba de su pensamiento era la lucha por esa “hegemonía cultural” que la derecha más combativa había perdido tras la segunda guerra mundial. La sensación de que el mundo de la cultura era fértil para la izquierda y yermo para la derecha radical debía de cambiar, si se quería conquistar el poder, imponerse sobre la orientación liberal y ejercer una influencia perdurable sobre las conciencias de los grupos sociales adeptos.

En esa batalla está empeñada de nuevo esta nueva derecha, más vieja que nunca. Una derecha reaccionaria que quiere pelear cada batalla, pero sobre todo aquellas que se libran en terrenos hasta ahora propicios para la izquierda liberal. Aquí en España no se cita al pensador italiano, pero se pone énfasis en el combate cultural, y no solo desde Vox. La Presidente de la Comunidad de Madrid es especialmente activa en la promoción y ejercicio de este discurso.

Tanto la inspiración católica ultra como su a veces opuesto capitalismo libertario suelen  converger cuando se trata de fustigar al liberalismo normativo o a la socialdemocracia. El consenso centrista de las últimas décadas, con expresiones distintas en Europa y en EEUU pero con identificables rasgos afines, está siendo asaltado por esta derecha radical. Se han utilizado las heridas indiscutibles de la globalización y el incremento de la desigualdad para fomentar  la percepción de intereses opuestos entre clases populares autóctonas e inmigrantes.

Pero en el campo donde está derecha ultra cree contar con bazas más eficaces para conquistar la “hegemonía cultural” es el de los valores sociales y morales. De ahí que haya emprendido una batalla sin cuartel contra la promoción de la igualdad de género, la eliminación de la identidad sexual convencional, las nuevas concepciones de la pareja y de la familia, etc. Es el conocido como universo woke, sobre todo en EEUU (8).

El Papa Bergoglio trató de ser tolerante con esas capas emergentes rompedoras de la moral burguesa, pero sin moverse de los cimientos doctrinales de la Iglesia. Eso le costó la enemistad de los ultraconservadores, sin ganarse del todo el reconocimiento de las comunidades más activas en la promoción de los nuevos derechos. La izquierda liberal se ha convertido en aliada de esos sectores sociales, a los que escucha y cuida tanto por convicción como por cálculo electoral. Pero es sabedora de que, entre sus votantes, son muy numerosos quienes, pese a su tolerancia doctrinal, consideran que lo sectorial se está imponiendo sobre lo global.

 

NOTAS

(1) “How Francis, a Progressive Pope, Catalyzed the Catholic Right in the U.S.”. RUTH GRAHAM y ELISABETH DIAS. THE NEW YORK TIMES, 21 de abril;  

(2) “Searching for the Catholic church’s centre of gravity. How has its influence changed over time? THE ECONOMIST, 17 de abril.

(3) “Who Will Be the New Pope?”. THEO ZENOU. FOREIGN POLICY, 21 de abril; “Who will be next pope after Francis? Key contenders ahead of conclave”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 21 de abril;  “The coming struggle to choose the next pope”. THE ECONOMIST, 21 de abril.

(4) “J. D. Vance au Vatican: le choc de deux catholicismes sur fond de grandes manœuvres pour la succession du pape François”. SARAH BELOUEZZANE. LE MONDE, 19 de abril.

(5) “Dos más dos es cinco”. LEILA GUERRIERO y “Cuando Francisco era Bergoglio: un arzobispo incómodo en Buenos Aires”. FEDERICO RIVAS MOLINA. EL PAÍS, 22 de abril.

(6) “Why Authoritarians Attack Universities First”. Entrevista con Jason Stanley (profesor de Yale), autor de ‘Como funciona el fascismo: la política de ello y de nosotros’”. FOREIGN POLICY, 16 de abril.

(7) ”Entre l’Italie et la France, itinéraire du ‘gramscisme de droite’”. ALLAN KAVAL. LE MONDE, 19 de abril.

(8) ”L’internationale réactionnaire, ou comment trois familles de pensée se retrouvent dans leur détestation du progressisme”. NICHOLAS TRUONG. LE MONDE, 29 de marzo.

LAS MÚLTIPLES CAJAS CHINAS

16 de abril de 2025

La guerra comercial desencadenada por Trump -aparentemente errática o disparatada- parece haber entrado en una fase selectiva. La pausa arancelaria, sea provocada por la contundente reacción negativa de los mercados, sea supuestamente prevista como parte de una estrategia negociadora, excluye de momento a China, señalada por la Casa Blanca como la gran villana del comercio mundial.

Nadie se atreve a pronosticar los próximos pasos en un escenario alterado por un capitalista primitivo como Trump y su cohorte de asesores dispuestos a apurar su afición al gamberrismo intelectual y político. Ante la incertidumbre, los otros polos de la economía globalizada se mueven para mejorar sus posiciones, sin por ello atreverse a desafiar frontalmente al gran patrón.

REÑIDOS PERO NO SEPARADOS... AÚN

Si contemplamos el Mundo como un gran escenario donde se representan luchas de poder e influencia, descubriremos muchos actores de relevancia, pero, como en las piezas de duelo interpretativo, destacan dos actores sobre los demás: Estados Unidos y China. Y al igual que en las obras de ficción, ambos rivalizan pero se necesitan a la vez.  

A cada andanada de Trump (54%) respondido Pekín con una escalada medida, replicada a su vez replicada por otra mayor del presidente más teatrero de los últimos tiempos: las tarifas están ahora 145% (EEUU), 125% China) (1). Este aparente baile sobre la cornisa tiene cierta trampa. Se sabe que las dos partes están manteniendo contactos indirectos, más o menos discretos, para evitar derrumbes irreparables. Cuando no se activan los teléfonos rojos, se acude a técnicas menos dramáticas. En los duelos interpretativos, también los silencios resultan valiosos para mantener el clímax.

Luego están los movimientos laterales eximir de la presión a productos electrónicos chinos. Trump juega engañosamente a llevar la iniciativa y aparenta no necesitar de otros apoyos para consolidar su actuación. Después de todo, en el imaginario del Presidente MAGA la fuerza norteamericana no ha desaparecido, tan sólo se ha desaprovechado. Y ahí está él para ponerla de nuevo en valor.

LA CONVERGENCIA CHINA-EUROPA

El otro actor principal y los secundarios de peso han escenificado con claridad calculada sus movimientos. China y Europa han atenuado sus divergencias. En Pekín no se olvida que la UE ha etiquetado a China como “rival sistémico”. El déficit comercial europeo con la superpotencia asiática roza los 300 mil millones de euros, mayor aun que el norteamericano con China. No obstante, en vista de la hostilidad norteamericana, ahora se impone un giro de guion. Por eso, China y la UE se han comprometido a reanudar una senda de entendimiento, pese al desacuerdo enorme que mantienen sobre Rusia y la guerra Ucrania (2).

La prensa anglosajona ha destacado la iniciativa del Presidente del Gobierno español de viajar a Pekín para ofrecer la mano tendida. Algo similar, pero no igual, ha hecho el británico Starmer, aunque Londres sea el polo menos batido por Trump y más proclive a no romper puentes con el “aliado imprescindible”.  Sin embargo, otras potencias europeas recelan de la carta china. La Presidenta Von der Leyen lidera esa posición de vigía avezada frente a posibles maniobras orientales. En Bruselas se teme que China quiera escapar de los aranceles trumpianos, “inundando los mercados europeos con sus productos”. (3)

LA BAZA ASIÁTICA

China, por si acaso, asegura los frentes más cercanos. La gira por el Sureste de Asia (Vietnam, Malasia, Camboya) que ha emprendido esta semana el Presidente Xi es muy significativa (4). Vietnam, el vecino díscolo, es la mejor baza de Pekín. En otros tiempos muy lejanos estuvieron hermanados en un comunismo combativo. Luego se distanciaron por una rivalidad geoestratégica (Hanoi se posicionó del lado de Moscú en el cisma marxista-leninista) que los llevó incluso a una guerra fronteriza en la que Pekín salió mal parada. Ahora se encuentran de nuevo, cuando del comunismo sólo quedan las banderas y una retórica gastada. El capitalismo de Estado que ambos practican los ha llevado por caminos pragmáticos distintos.

Los vietnamitas han favorecido acuerdos escalonados con su antiguo némesis, los Estados Unidos, a los que los derechos humanos y la falta de libertades individuales ha dejado de importarles, como en tantos otros sitios. Vietnam es hoy una pieza de gran valor en la estrategia norteamericana de contención de China en Asia. Y en Hanoi no han dudado en sacar partido de ello.

Los chinos, que entienden muy bien ese juego, saben que tienen también buenas cartas en Vietnam. Trump ha amenazado con castigar al tigre del sureste asiático con unos aranceles del 46%, en castigo por un déficit comercial que ronda los 100.000 millones de $. La respuesta de Hanoi ha sido bifronte. Por un lado, han activado  canales de diálogo con Washington con promesas de comprar más productos norteamericanos, a cambio de reducir los aranceles anunciados. Y por otro, han apoyado la iniciativa del Presidente Xi, favoreciendo la firma de más de 40 acuerdos bilaterales, con el objetivo de convertirse en un socio de primera magnitud para China: primer cliente comercial en la región y cuarto del mundo.

En Washington se agarran a los límites de este acercamiento bilateral. De conseguir la indulgencia de Trump, Vietnam podría beneficiarse de la hibernación china, no sólo en Estados Unidos, sino en todo Occidente. Pero su capacidad estructural es limitada. Nunca podría llenar el hueco que dejaría China, en caso de un decoupling (desacoplamiento con la economía capitalista occidental).

 

CALIBRAR A CHINA

Así las cosas, la guerra comercial ha avivado el debate en Estados Unidos sobre la verdadera capacidad de China, presente y futura, para apoderarse del primer papel en el teatro del mundo.

En un artículo para una publicación especializada pero muy reproducido estos días por los medios generalistas, dos altos cargos de la administración Biden, Kurt Campbell y Rush Doshi, consideran que en Washington se sobreestima ahora el poder de China, después de haber pasado por épocas de visión contraria (5). Este movimiento pendular se debe a las dificultades que ha atravesado la economía china (efectos del COVID y de su rígida política de respuesta, envejecimiento de la población, inmensa burbuja inmobiliaria, disminución del consumo interno, crecimiento de la deuda pública, desequilibrios regionales y pérdida de peso del sector privado).

Para Campbell y Doshi, estas dificultades son innegables, pero, a su juicio, no se tiene en cuenta un factor que, tanto en el mundo actual como en otras épocas históricas anteriores, ha resultado fundamental: la capacidad para crear economías de escala, a base de alianzas y lazos de cooperación con otros actores internacionales.

La política de Trump ha sido justo la contraria. Con sus decisiones atrabiliarias, está poniendo en peligro las bases de lo que ha constituido el liderazgo mundial de América en las últimas décadas. Contrariamente a lo que consideran muchos de sus asesores, China no es un tigre de papel (invirtiendo el adagio de Mao), sino un rival muy considerable que, pese a sus dificultades estructurales, goza de bazas muy poderosas para convertirse en el número uno de la economía mundial a lo largo de este siglo.

De los datos aportados por Campbell y Doshi se deduce que la paridad en la cima del poder mundial es un hecho. China ya ha superado métricamente a EEUU en términos de PIB  (30 frente a 24 billones de $). China duplica el porcentaje de EEUU en la producción manufacturera mundial (30%-15%). Si ampliamos este factor en los sectores tradicionales, China produce 20 veces más de cemento que EEUU, 13 veces más de acero, el triple de automóviles y el doble de potencia eléctrica. La desventaja a favor de China se agranda en los sectores estratégicos dinámicos contrariamente a la percepción dominante: en torno a la mitad de la producción mundial  en la rama química, más de las dos terceras partes en automoción y el 90% en dos ámbitos imprescindible en la competencia futura como los paneles solares y el refinamiento de materias raras (por cierto, la exportación de estas últimas ha sido una de las represalias chinas por los aranceles de Trump).

Las debilidades de China son superables, a juicio de los dos expertos citados, y, en ciertos casos, no mayores que las que soporta Estados Unidos, tanto en el aspecto financiero como poblacional.

Otros especialistas norteamericanos, como Scott Kennedy, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, perciben en las élites chinas un ambiente de “nueva confianza” en las posibilidades de su país, para afrontar el órdago de Trump (6). Incluso otros más escépticos sobre el poderío chino, como Jude Blanchette, de la RAND (7),  creen que los dirigentes de Pekín avistan en esta crisis una oportunidad para afianzar su camino de desarrollo y de cooperación con otras regiones de mundo amenazadas por la estrechez de miras del rival americano. Aunque sea un dato menor, el índice de crecimiento de la economía china en el primer trimestre del año ha sido del 5,4%, mayor de lo esperado. Mientras, la economía norteamericana ya emite malas señales.

Al cabo, quizás los primitivos dirigentes norteamericanos actuales no han sabido entender que no se enfrentan a una simple caja china, en la que su poder comercial, juzgado por ellos ilegítimo, es la carcasa exterior que protege ambiciones ocultas. China se apoya no en una, sino en múltiples cajas, o en opciones de escala (como sostienen Campbell y Doshi) para resistir el intento de devolverles a un papel de actor secundario en la escena mundial .

 

NOTAS

(1) “A Devastating Trade Spat With China Shows Few Signs of Abating” ANA SWANSON & BEN CASSELMAN. THE WASHINGTON POST, 13 de abril.

(2) “Entre la Chine et les Etats-Unis, l’Union européenne cherche la bonne distance”. VIRGINIE MALINGRE. LE MONDE, 11 de abril.

(3) “Why Europe Fears a Flood of Cheap Goods From China”. MICHAEL SHEAR & JEANNA SMIALEK. THE NEW YORK TIMES, 14 de abril.

(4) “China’s Leader Courts Vietnam as Trade War With the U.S. Mounts”. DAMIEN CAVE. THE NEW YORK TIMES, 14 de abril.

(5) “Underestimating China. Why America Needs a New Strategy of Allied Scale to Offset Beijing’s Enduring Advantages”. KURT CAMPBELL & RUSH DOSHI. FOREIGN AFFAIRS, 10 de abril.

(6) “Why Beijing Thinks It Can Beat Trump. China’s elites have a new confidence in their own system”. SCOTT KENNEDY. FOREIGN POLICY, 10 de abril; “Why China thinks it might win a trade war with Trump”. THE ECONOMIST, 8 de abril.

(7) “China Sees Opportunity in Trump’s Upheaval”. JUDE BLANCHETTE. FOREIGN AFFAIRS, 27 de marzo.

 

 

 

 

 

 

UN CAPITALISMO PRIMITIVO ATACA AL CAPITALISMO NORMATIVO

  9 de abril de 2025

El Presidente de los Estados Unidos se comporta como un mercantilista de los albores del capitalismo. Eso es lo que se deduce de sus actuaciones impetuosas y sus pronunciamientos confusos y contradictorios. Es el suyo un capitalismo primitivo que reduce el comercio mundial a una suma cero, en el que todo lo que uno gana es siempre a costa de otro, puesto como Colbert y sus antecesores, piensa o parece pensar que el volumen del comercio global es inalterable (1). Son ideas no sólo anticuadas, sino desmentidas por la evolución del capitalismo, que ha basado su expansión en un crecimiento constante y sin fronteras, solo interrumpido por crisis coyunturales, superables si se aplican políticas correctas y oportunas.

La agria experiencia de los años 30, cuando el proteccionismo comercial e industrial alentado por naciones-estado dominadas por ideologías de combate, terminó provocando un brutal enfrentamiento entre potencias capitalistas rivales (2). Después de la II GM el sector triunfador del capitalismo estableció una serie de normas económicas y políticas que alumbraron la era liberal contemporánea. El objetivo era claro: evitar que los conflictos internos del capitalismo degeneraran en guerras entre estados-nación del núcleo central del sistema. Un sistema monetario, un marco financiero y un conjunto de normas comerciales tendentes al libre cambio y preventivas del proteccionismo mercantilista definieron el Orden Liberal que ha durado 80 años.  Para dotar ese sustrato económico de una envoltura política con pretensiones universales, se apostó por la democracia parlamentaria o presidencial, la separación de poderes y el imperio de la Ley orientada a la preservación del sistema como normas de convivencia y control social. Y ante el nuevo desafío que suponía el comunismo triunfante en Eurasia, se estableció una estructura de alianzas militares colectivas o bilaterales, bajo la hegemonía de la potencia capitalista más poderosa, los Estados Unidos de América.

Esta arquitectura del sistema capitalista contemporáneo puede resquebrajarse, si Trump se empeña en dinamitar el sustrato económico, primero mediante el ataque a los fundamentos de librecambio comercial y, luego, para corregir los efectos negativos de esas medidas, la interferencia en la aparente independencia monetaria de las entidades reguladoras y otras actuaciones de blindaje de la economía norteamericana amenazada de recesión (3)

Lo paradójico de todo este caos actual es que el agente perturbador no ha sido un revolucionario, un antisistema, un comunista o un colectivista. Trump puede ser considerado un fanático del capitalismo sin escrúpulos, que odia cualquier elemento corrector o limitador de la propiedad privada y del instinto feroz del enriquecimiento individual.

Es un ignorante, dicen sus críticos y admiten algunos de sus antiguos colaboradores. Sólo escucha a quienes alaban sus ocurrencias. De su primer mandato, plagado de barbaridades de todo tipo, sacó la lección de no dejarse engatusar por consejeros sospechosos de trabajar para un sistema que recela de estos lobos extraviados del capitalismo. Trump, ensoberbecido por un triunfo electoral menos rotundo de lo que él falsamente proclama, se considera legitimado para hacer lo que le dicte su instinto (4). No tiene ideología alguna de referencia, ni elementos teóricos en que apoyarse. Sólo su voluntad y las cuatro cosas que ha aplicado en su experiencia empresarial, basada en el tráfico de influencias, el engaño y la extorsión. Este capitalismo primitivo y salvaje del Presidente regresado arremete contra ese capitalismo normativo, estructurado, diseñado para limitar las fallas del sistema, con mayor o menor acierto.

Las superestructuras políticas o ideológicas son, por supuesto, instrumentales, pero tienen una importancia creciente en una sociedad con acceso inmediato a medios de comunicación ágiles, que transmiten un sistema de valores aparentes, a los que resulta difícil y costoso oponerse. En el capitalismo de hoy en día, la democracia es un tótem, porque, contrariamente a lo que ocurrió en otros momentos de su desarrollo, no cuestiona sino fortalece el sistema económico y social. La democracia no sólo expresa con claridad los intereses del capitalismo actual; también asimila y procesa las protestas de sectores menos convencidos y desautoriza con eficacia cualquier esfuerzo de deslegitimación exterior.

Trump se ha empeñado también en desconocer los mecanismos democráticos, pero no es casualidad que diga actuar en nombre de la Democracia, entendida simplemente como un acto electoral único, siempre y cuando le resulte favorable. Conozca o no los casos de las dictaduras de los años 20 o 30, que se apoyaron en unas elecciones iniciales para alcanzar el poder, el caso es que aplica el libreto con bastante aproximación. De ahí que empiece a dejar flotar ahora en el ambiente la idea de optar a un tercer mandato, mediante la aplicación de mecanismos legales que no ha especificado. En la sociedad, en los medios y en ámbitos académicos ya se hacen cábalas sobre las verdaderas intenciones del Presidente (5).

El otro pilar del Orden Liberal que se tambalea es la estructura de Seguridad. No es el pacifismo o cualquiera otra manifestación de rechazo del militarismo lo que inspira las maniobras trumpianas. Al revés, al Presidente le encanta juguetear con los avanzados cachivaches bélicos de que goza el Estado que dirige y representa. Simplemente, quiere desprenderse de las normas de funcionamiento y, sobre todo, del sistema de alianzas que ha convertido a Estados Unidos en la potencia indispensable del Orden Mundial. Para Trump, las únicas reglas válidas son las suyas o las que él considere útiles a sus propósitos. El Secretario de Estado, un hispano de origen cubano y anticastrista hasta la médula, ha reaccionado con intemperancia cuando se le ha reprochado a la actual administración su falta de compromiso con sus aliados en Europa. Marco Rubio repitió a sus pares del Consejo Atlántico la cantinela de siempre: que el Presidente sigue confiando en la OTAN, pero los aliados deben pagar por su defensa. Emerge de nuevo el aspecto militarista del mercantilismo. Cada cual debe procurarse su seguridad, o buena parte de ella, si quieren que Estados Unidos aporte el plus decisivo para hacer valer la disuasión final.

LA RESPUESTA DEL CAPITALISMO NORMATIVO

La reacción del capitalismo normativo en cada uno de estos ámbitos está siendo muy cautelosa, defensiva y evitadora de  una profundización del conflicto. Se percibe ciertos guiños de ‘sálvese quien pueda’, de acomodos particulares, de exploraciones de soluciones bilaterales. La Unión Europea, bloque mercantil normativo donde los haya, eleva el tono pero desliza propuestas debajo de los altavoces públicos. El instinto del capitalismo tiende a la prudencia, a soluciones carentes de dramatismo, no como el capitalismo primitivo, salvaje o desmandado de los años 30 al que Trump emula cada vez más.  Cuando ese capitalismo normativo ha tenido que emplear medios de fuerza lo ha hecho en la periferia del sistema, frente a desafíos de sectores sociales revoltosos dotados de proyectos políticos autónomos, débiles, pero aguerridos. En el núcleo del sistema los resortes socio-económicos han solido funcionar, no sin sobresaltos. El desgaste lo han pagado las envolturas políticas y sus extensiones mediáticas y culturales.

Las crisis políticas reflejan ese envejecimiento del capitalismo normativo. Trump es un síntoma descontrolado de un capitalismo que se ve amenazado no por el comunismo, sino por el capitalismo de Estado que se ha impuesto en naciones-estado dominadas durante el último siglo por sistemas comunistas. Rusia y China abandonaron su designio anticapitalista, para posicionarse de la manera más ventajosa posible en la concurrencia global, cada cual con sus recursos, su retórica y sus herramientas de control político, diplomático y militar.

EL NACIONALISMO COMO RECUBRIMIENTO

El nacionalismo combativo es el recubrimiento ideológico de quienes no se encuentran a gusto con el sustrato económico o con las envolturas ideológicas y políticas del capitalismo normativo. En el seno mismo del núcleo central de ese capitalismo hegemónico surgen manifestaciones de descontento. Trump ha supuesto un impulso enorme de la ultraderecha, pero no es su causa, ni mucho menos. La reciente polémica por la inhabilitación de Marine Le Pen es una manifestación más de esas contradicciones internas.

Las razones legales que han llevado a los jueces a dictar una sentencia que deja a la dirigente nacionalista francesa fuera de juego pueden ser sólidas y fundamentadas en derecho, pero es imposible eludir su dimensión política. Los casos particulares de corrupción se convierten en armas arrojadizas en las democracias actuales, para extender velos de sospecha, deslegitimar o arruinar carreras políticas. Es por eso que los lepenistas pueden acudir al victimismo frente a un Estado al que presentan como un conjunto de instrumentos del capitalismo normativo liberal frente a otro capitalismo nacional, primitivo y mercantilista que ellos defienden, aunque hasta ahora no hayan coinciddido con Trump, ni en los objetivos ni en las formas.

Muy raramente se aborda, en cambio, la corrupción sistémica, la que está imbricada y blanqueada en las normas legales, presentadas como criterios de actuación aceptados y reconocidos. Las tendencias monopolistas o de concentración creciente del capital en sectores estratégicos, las reglas que favorecen a los más fuertes en el diseño de los acuerdos de libre cambio comercial, la financiación opaca de los partidos políticos, la engañosa neutralidad de las instituciones, el pensamiento único derivado de la estructura mediática son factores decisivos en la hegemonía del capitalismo normativo. Cada uno tiene sus mecanismos de autonomía y desarrollo. Trump se ha atrevido con casi todos, aunque carezca de proyecto.

Para algunos economistas y pensadores políticos, Trump es síntoma y anticipo de un nuevo orden mundial post-norteamericano (6). En la Historia hay fases de demolición y de creación. Parece que estamos en una de las primeras.  

 

NOTAS

(1) “El mercantilismo: política económica y Estado nacional”. LUIS PERDICES DE BLAS & JOHN REEDER. EDITORIAL SÍNTESIS. Madrid, 1978.

(2) “Cómo la ley que EE.UU. aprobó para subir aranceles en 1930 terminó por devastar su economía y agravar la Gran Depresión”. BBC NEWS, 9 de marzo.

(3) “The Age of Tariffs. Trump is launching a turbulent new era for the Global Economy”. ESWARD PRASAD (Brookings institution y Cornell University). FOREIGN AFFAIRS, 3 de abril.

(4) “Les liens économiques entre l’Amérique et le reste du monde vont au-delà des biens, et cette myopie rend les Etats-Unis vulnerables”. Entrevista con el economista venezolano RICARDO HAUSMANN, profesor en Harvard. LE MONDE, 6 de abril.

(5) “President’s Third Term Talk Defies Constitution and Tests Democracy”. PETER BAKER (Corresponsal Jefe en la Casa Blanca). THE NEW YORK TIMES, 6 abril.

(6) “Trump’s tariffs make the ‘post-American world’ a reality”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 9 de abril.

 

ESTUDIANTES CONTRA AUTÓCRATAS EN LA PERIFERIA DE EUROPA

 2 de abril de 2025

Las protestas estudiantiles han puesto en jaque a dos de los gobiernos autoritarios aparentemente más firmes de la periferia europea: el turco, de Erdogan, y el serbio, de Vucic. Ambos sistemas son, formalmente, democracias mixtas, presidenciales y parlamentarias. Como la rusa, a la que se parecen, no sólo en el formato de hombre fuerte arropado por mayorías dóciles al líder.

Turquía y Serbia son histórica, secularmente enemigas desde la sangrienta rivalidad entre el Islam otomano y la Serbia ortodoxa de finales de los albores de la era moderna. Las guerras balcánicas y la Primera Gran Guerra Mundial, todas en el comienzo del siglo XX, consolidaron una hostilidad, que volvió a manifestarse, de forma indirecta, con las guerra en la antigua Yugoslavia a finales de esa misma centuria.

EL OCASO DEL SULTÁN

Hoy, Turquía y Serbia aspiran a integrarse en la Unión Europea, pero saben que el día en que eso ocurra está todavía muy lejano. Los turcos, de hecho, ya han eliminado ese renglón de su discurso político. Las aspiraciones de los herederos de la Sublime Puerta se orientan hacia el sueño de una potencia euroasiática, alejada de la democracia liberal, a la que considera dañina, agresiva y hostil hacia la Gran Turquía. El sultán Erdogan lleva veinte años construyendo esa ensoñación política, primero mediante la seducción, luego con recursos prácticos de una cierta prosperidad económica y, finalmente, cuando ésta se quebró, por el recurso del miedo.

El partido creado por Erdogan para revitalizar el Islam político, siempre perseguido en el país por la secularización kemalista que se impuso en el país tras el hundimiento otomano, al final de la Primera Guerra Mundial, aglutinó a las capas medias y bajas del país, en las ciudades y en las zonas rurales. Lo que sus antecesores no consiguieron, y pagaron con ostracismo y cárcel, Erdogan lo hizo posible. Durante los primeros años, el nuevo Sultán parecía imbatible. Su modelo de democracia fuerte o de autocracia blanda -según desde qué perspectiva se analice- parecía exportable a la región árabe, que los otomanos gobernaron con mano de hierro durante siglos.

Pero las rebeliones árabes de la mal denominada “primavera” privaron de tiempo a Erdogan para convencer a las élites regionales de una transformación desde dentro, como antídoto de otras soluciones menos amables. Turquía echó el resto en Siria, el país que más interés despertaba por la proximidad y el problema kurdo compartido. Ante las vacilaciones norteamericanas, Turquía se acomodó a un condominio con Rusia, que combinaba la permanencia de la dinastía Assad con un control parcial de la frontera por las tropas turcas y milicianos afines. Pero Erdogan no consiguió eliminar a los aguerridos kurdos, que Moscú llevaba años protegiendo a su manera, sin demasiado entusiasmo.

El sueño de la grandeza turca se fue extinguiendo, igual que la prosperidad de sus primeros años en el poder. La inflación, el debilitamiento de la lira (la moneda nacional), el incremento del paro y el destape de los escándalos de corrupción ya constituían un manto fértil para la contestación social.

Las elecciones municipales de 2019 confirmaron una alternativa real a Erdogan en la figura del nuevo alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu. El feudo inicial del Presidente turco había sido profanado, según sus seguidores más fanáticos. Por fin surgía en Turquía alguien capaz de poner al Sultán contra las cuerdas. Sin embargo, Erdogan resistió acudiendo a la última palanca de poder: la represión y el control de todos los aparatos del Estado, que venía ocupando desde el fallido golpe de 2016.

El terrible terremoto de 2023 fracturó definitivamente al régimen. La oposición, aun frágil hasta entonces, emergió de los escombros políticos de dos décadas de catacumbas. En las elecciones locales de 2024, el  CHP (Partido Republicano del Pueblo), la histórica organización kemalista bicha de Erdogan. ganóel 37% de los votos y ganó en 35 de las 81 provincias. Imamoglu se empezó a perfilar como un rival serio.

El régimen se asustó. La intimidación ya no parecía suficiente. Había que cortar la carrera del aspirante. Imamoglu fue detenido acusado de corrupción (cargos que no han sido detallados ni justificados aún) y su diploma universitario retirado (cualquier candidato a Presidente en Turquía debe acreditar una diploma en estudios superiores). Desde 2016, el gobierno nombra a los rectores.

La autocracia turca se ha quitado del todo la careta. Y han aparecido los estudiantes de Estambul, con una protesta que ha sorprendido, al régimen, por su amplitud y energía (1). Las calles de la principal ciudad turca se llenaron de jóvenes, pese a la contundente represión inmediata y al temor a represalias sobre sus expedientes académicos (2). El CHP apoyó enseguida a los estudiantes y se conjuró para lograr la liberación de su candidato in pectore y echar un órdago al régimen erdoganista. La protesta ha desbordado los límites de episodios anteriores, la del Parque Gezi (2013) o las que siguieron al terremoto (3).

El propio partido oficial, el AKP empieza a dar muestras evidentes de fracturación. A sus 71 años, Erdogan ya carece de la energía de hace dos décadas. Ni siquiera las simpatías de Trump, más frío con él ahora que en su primer mandato, parecen suficientes para proporcionarle apoyos internacionales. Putin, otros de sus socios intermitentes. no está ahora tan interesado en Oriente Medio (4).

La próxima argucia de Erdogan podría ser un acuerdo contra natura con los kurdos. El abandono de la lucha armada por el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) parece un primer paso para “dividir y vencer a la oposición”, como sostiene el profesor Karaveli, del Instituto Asia-Cáucaso. Pero esta maniobra se antoja muy arriesgada (5).

 

SERBIA: EL FINAL DEL CICLO NACIONALISTA

En Serbia, la emergencia de la protesta juvenil también ha barrido las luchas políticas alicortas. Otra desgracia, en este caso el hundimiento del tejado de la estación ferroviaria de Novi Sad, la segunda ciudad del país, fue la mecha que ha prendido el fuego de la contestación (6). En pocas semanas, los estudiantes se movilizaron también en Belgrado para exigir no sólo responsabilidades por la catástrofe, sino también un cambio de régimen, liderado por el Presidente Vucic. Estamos, por dimensión y ambición, ante las protestas más importantes de las últimas dos décadas (7).

Alexander Vucic es un superviviente. Fue el último Ministro de Propaganda de Milosevic, pero contrariamente a otros vástagos políticos de su antiguo patrón, demostró un mayor olfato para hacer sobrevivir la transformación de la antigua nomenklatura comunista serbia en una nueva clase política ultranacionalista. Vucic se reveló como un maestro de la propaganda, capaz de seducir el capital inversor chino, recomponer la fraternidad política ortodoxa con Rusia y mantener el diálogo abierto con la Unión Europea a base de compromisos en la lucha contra el terrorismo y la “migración ilegal” originada en áreas balcánicas.

A pesar de todos eso, Serbia aún está pagando por haber sido el villano de las guerras yugoslavas de los 90, según la lectura oficial en Occidente. Los ensayos liberales de principios de siglo acabaron mal, disueltos en el nacionalismo corrosivo que acabó con Yugoslavia. Mientras otros autócratas exyugoslavos firmaron pactos fáusticos con Europa, el neonacionalismo serbio arrastra sanciones y culpas no siempre justificadas. Pese a la ambigüedad europea, estimulada por el hartazgo balcánico, la sospecha de la complicidad ruso-serbia mantiene al régimen de Belgrado en el congelador de la ampliación europea por el sureste.

Los estudiantes serbios quieren un cambio radical del sistema, decía la escritora Sladjana Nina Petrovic, en una entrevista con la publicación francesa Courrier des Balkans (8). El pesimismo combativo ancestral de los serbios pone esa afirmación en entredicho. Pero el entusiasmo juvenil es un factor nuevo, que podría transformarse en una energía positiva de apertura política. En ello confían los sectores sociales más dinámicos de la sociedad, hartos del nacionalismo mutante.

 

NOTAS

(1) “Turquie: à l’origine des manifestations, une jeunesse étudiante qui «n’a plus rien à perdre». NICHOLAS BOURCIER. LE MONDE, 25 marzo.

(2)“Turkey’s young ‘hope of millions’ held in jail as Erdoğan cracks down on protests”. RUTH MICHAELSON. THE OBSERVER, 30 marzo.

(3) “Turkey’s Opposition Is Energized: ‘The Fire Is Already Lit’”. BEN HUBBARD & SAFAK TIMUR. THE NEW YORK TIMES, 29 marzo.

(4) “Turkey Is Now a Full-Blown Autocracy”. GONUN TOL. FOREIGN AFFAIRS, 21 marzo.

(5) “Erdogan Is Trying to Divide and Conquer Turkey’s Opposition”. HALIL KARAVELI. FOREIGN POLICY, 26 marzo.

(6) “‘We’ve proved that change is possible’–but Serbia protesters unsure of next move” JULIAN BORGER. THE GUARDIAN, 3 febrero.

(7) “Over 100,000 Protesters Flood Serbian Capital, Demanding Change”. MILICA STOJANOVIC & KATARINA BALETIC. BALKAN INSIGHT, 15 marzo.

(8) “Le réveil d’une génération” ( Entrevista con Sladjana Nina Petrovic). COURRIER DES BALKANS, 30 marzo.

¿EJE WASHINGTON-MOSCÚ? DIFÍCIL DE SOSTENER

26 de marzo de 2025

Medios, académicos e intelectuales liberales están aireando desde hace unas semanas el riesgo de un eje Washington-Moscú, como base de un nuevo condominio mundial. La hipótesis -para algunos, de hecho ya una realidad- se basa en el entendimiento o la afinidad entre los líderes de ambos gobiernos: Donald Trump y Vladímir Putin. Otros defensores de esta teoría van más allá y aseguran que hay una conexión ideológica entre ambos dirigentes: una suerte de neonacionalismo supremacista y xenófobo, con la inspiración y la legitimación de un cristianismo reaccionario y la energía propulsora que siempre proporciona el miedo.

La dimensión más visible de ese supuesto eje se manifiesta en las conversaciones bilaterales que se celebran estos días en Riad sobre la guerra de Ucrania. El nuevo gobierno norteamericano quiere una resolución rápida del conflicto, aunque sea a costa de los intereses de Kiev, o del gobierno de Kiev, y a favor de Rusia, o del régimen actual de Rusia. Aunque no hay transparencia alguna sobre el contenido de las tratativas, los analistas dan por seguro que la parte norteamericana va a aceptar ciertas condiciones del equipo ruso hasta ahora rechazadas por el campo occidental; a saber: la consolidación de las conquistas territoriales rusas en el este de Ucrania, el portazo definitivo a las aspiraciones ucranianas de ingresar en la  OTAN y el rechazo a la presencia de fuerzas militares de aliadas en territorio ucraniano. En definitiva, lo que Putin venía reclamando desde que la mal llamada “revolución naranja” inclinó a Ucrania del lado occidental y la alejó de Moscú, a mediados de la década pasada.

Las filtraciones han sido sazonadas con algunas declaraciones públicas de los portavoces de Washington y Moscú que invitan a pensar en una convergencia de ideas y planteamientos. Los rusos han sido especialmente activos en transmitir esta orientación positiva de las conversaciones. Los norteamericanos se han dedicado a mantener un optimismo más difuso.

Pero más allá de esta aproximación coyuntural, hay factores más profundos que inquietan tanto o más a los analistas liberales. Las corrientes autoritarias que proponen una reacción nacionalista o patriótica contemplan el entendimiento creciente entre la Casa Blanca y el Kremlin como un factor decisivo de refuerzo de sus posiciones ideológicas y políticas. “Una edad autoritaria irrumpe en el foco de atención mundial”, venía a decir Ishaan Tharoor, un analista de los asuntos internacionales del WASHINGTON POST que mantiene un enfoque liberal (1). Quizás no dure demasiado en ese cometido, porque el dueño de esa publicación -que alcanzó su prestigio nacional e internacional por su investigación del Watergate, hace 50 años- dejará de ser un faro liberal, según ha ordenado su propietario actual, Jeff Bezos, dueño de Amazon, la plataforma de venta en línea más poderosa del mundo.

Ciertamente, Trump y Putin no vivirían un romance solitario. Los acompañan otros dirigentes que llevan tanto tiempo como ellos, o más, al frente de sus países, reforzando y endureciendo sus proyectos autoritarios: el turco Erdogan, el israelí Netanyahu (ambos en serios apuros internos estos días), el húngaro Orban, el serbio Vucic, el eslovaco Fico, el georgiano Ivanishvili; o recién llegados al club: el argentino Milei, el salvadoreño Bukele, el ecuatoriano Noboa; y así hasta completar un cuadro flexible e inestable, con pertenencia fluida. No se puede olvidar a quienes mantienen puentes con este conglomerado sin admitir que forman parte de él, debido a motivos tácticos o vinculaciones  geopolíticas: la italiana Meloni o el indio Modi, entre otros.

A los anteriores, hay que añadir el grupo de aspirantes, que hoy no controlan los aparatos de poder de sus respectivos estados, pero aspiran a hacerlo: la francesa Le Pen, la alemana Weidel, el holandés Wilders (éste ya forma parte del Gobierno) o el chileno Kast; y otros menos conocidos, más discretos o en potencia menos  influyentes, o quemados pero no resignados (como el brasileño Bolsonaro).

En contraste, estas posiciones nacionalistas dificultan cualquier iniciativa transnacional, aparte de ocasionales convergencias. Por naturaleza, son excluyentes, incluso de aquellos que pudieran parecerles afines. Entre vecinos, muchas veces se impone el recelo.

Alineados o no en un proyecto organizado, esta nebulosa ultra se extiende como una mancha de aceite, según distintos tanques de pensamiento liberal. Recientemente, la Freedom House publicaba su informe anual sobre la salud de la democracia mundial y el estado de los derechos humanos, con una diagnóstico pesimista: la Libertad arrastra dos décadas de declive (2).

Para volver a los supuestos fundamentos no coyunturales del eje Washington-Moscú, resulta útil identificar los agentes interesados en fomentar las conexiones. El semanario liberal británico THE ECONOMIST ha publicado la pasada semana un corto ensayo con irónico subtitulo (“A Rusia, con amor”, juego de palabras de una  película del agente 007) y un título inquietante (“Las derechas americana y rusa se están alineando”).  La tesis consiste en detectar las líneas de contacto entre el movimiento norteamericano MAGA (Make America Great Again: Hacer América Grande de nuevo) y la corriente espiritualista, antiliberal y religiosa (ortodoxa) inspirada por el reaccionario Alexander Dugin.

Los medios liberales consideran a Dugin como el Rasputin de Putin (nótese la cacofonía rentable de la construcción). Sufrió un atentado hace tres años en el que murió su hija. Los servicios secretos ucranianos son los principales sospechosos de la autoría, pero hasta la fecha no se ha podido demostrar.

Dugin ha recibido en los últimos años la visita de notables representantes del  Movimiento MAGA, que le han entrevistado (el inefable Tucker Carlsson) o promovido su pensamiento a través de la red capilla de institutos de la derecha militante. La plétora de viejos y nuevos ultraconservadores americanos que se agrupan bajo el liderazgo de Trump admiran el discurso tradicionalista y antiliberal de Dugin y su rechazo de las ideas nacidas de la Ilustración europea que inspiró a la Revolución América y el consecuente nacimiento de los Estados Unidos.

Sin embargo, el semanario reconoce que hay diferencias “irreconciliables” entre la doctrina de Dugin y el movimiento MAGA. El pensador ruso aboga por un modelo de sociedad autoritaria basado en la convergencia entre el liderazgo moral de la Iglesia ortodoxa y el poder de un Estado fuerte sostenido por una policía poderosa y sin reparos al estilo de la oprichnina zarista. En América, la deriva autoritaria se sustenta en un nacionalismo populista, con una inspiración religiosa creciente (el cristianismo más integrista), pero contrario cuando no enemigo de un Estado fuerte, salvo en lo que sea beneficioso para liquidar a sus adversarios.

El ensayo profundiza tanto en los vínculos como en las contradicciones de las corrientes autoritarias rusas y norteamericanas. Pero más allá de consideraciones intelectuales, lo que energiza este nuevo eje internacional es el oportunismo de sus cúspides políticas. Trump y Putin se parecen como un huevo a una castaña, por utilizar un dicho popular. Por origen, por trayectoria, por arquitectura mental, si al norteamericano se le puede atribuir tal condición (3).

La politóloga rusa Tatiana Stanovaya (adscrita a la Fundación Carnegie, cercana al Partido Demócratas y, como tal, liberal) ofrece una visión más prosaica, menos vaporosa del entendimiento Trump-Putin. En su opinión, el dirigente ruso pretende atraer a su colega estadounidense con aparentes concesiones sobre Ucrania con el objetivo de consolidar un nuevo marco de relaciones bilaterales que beneficien a largo plazo los intereses de Rusia. Esta visión se antoja mucho más creíble. Según Stanovaya, Putin pretendería “neutralizar a Estados Unidos en términos geopolíticos mediante la normalización de las relaciones bilaterales”. El foco principal de este designio sería la cooperación económica (4).

En ese mismo sentido circulan otros análisis de los que se ha hecho eco el corresponsal jefe del NEW YORK TIMES en Moscú, Anton Troianovski, tras asistir a una Conferencia de Seguridad en Nueva Delhi. Fuentes políticas y diplomáticas rusas encuadran el diálogo actual con Washington en dos vías paralelas: una dedicada a resolver diferencias sobre la resolución de la guerra de Ucrania y otra a diseñar el futuro de las relaciones bilaterales, con preeminencia de ésta última. Los rusos desean beneficios económicos e industriales de este cambio de rumbo y para ello están dispuestos a conceder a Trump ciertos “regalos” con los que el presidente regresado pueda engrandecer su figura internacional, al cabo lo que más le importa (5).

Estas dos últimas visiones de la pareja perturbadora cuestiona o disminuye el alcance de esa otra interpretación, favorita de los doctrinarios liberales, que ven creen ver afirmarse un eje autoritario planear sobre el amenazado orden mundial. 

 

NOTAS

(1) “Under Trump, the authoritarian age comes into focus”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 21 de marzo.

(2)https://freedomhouse.org/report/freedom-world/2025/uphill-battle-to-safeguard-rights

(3) “To Russia with Love. The American and Russian right are aligning. MAGA men are warming about to anti-liberal ideas meaning from Moscow”. THE ECONOMIST, 20 de marzo.

(4) “What’s the thinking behind Putin’s maneuvering around Trump?”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE POLITIK, 19 de marzo.

(5) “For Russia, Trump has a lot to offer, even without an Ucranian deal”. ANTON TROIANOVSKI. THE NEW YORK TIMES, 24 de marzo.

LA FATAL AMISTAD

19 de marzo de 2025

Kissinger dijo en una ocasión que “ser enemigo de Estados Unidos era peligroso, pero ser amigo podía resultar fatal”. Nunca como ahora tal aseveración parece ser tan real. En la actual descomposición geopolítica, la amistad (entiéndase: las alianzas, los compromisos suscritos y derivados de décadas de decisiones compartidas) se ha convertido en el permanente abrazo del oso (y no precisamente el moscovita).

La guerra comercial emprendida por Trump contra sus clientes preferenciales ya está empezando a ser gravosa, no sólo para los socios supuestamente desleales según el Presidente, sino para la propia estructura económica norteamericana, acorde con las primeras estimaciones académicas (aunque no está claro si éstas son fruto del estudio riguroso o del reflejo de la autoprofecía cumplida).

El juego trumpiano del flip-flop (hoy, esto; mañana, lo otro; pasado mañana, ya veremos) aconseja esperar antes de lanzarse a valoraciones prematuras. Al cabo, los destinatarios de las represalias comerciales norteamericanas han respondido lo justo para no parecer débiles o sumisos, pero se han abstenido de ponerse en traje de batalla: siguen pensando que las reglas invisibles de la globalización harán entrar en razón a Trump, más temprano que tarde. El riesgo es que la rectificación se demore lo suficiente para provocar daños de lenta y dificultosa reparación, incluido EE. UU. (1).

LA FRONTERA NORTE, MÁS VISIBLE QUE NUNCA

El nuevo líder de Canadá ha viajado a Europa para reforzar amistades secundarias con las que compensar el desengaño sufrido con el amigo preferencial, con el vecino imprescindible. Mark Caney ha sustituido a un desgastado y autoderrotado Trudeau al frente del Partido Liberal y se ha convertido, automáticamente, en Primer Ministro, debido a su mayoría parlamentaria.

En vez de cumplir con la rutina de cualquier jefe de gobierno canadiense de hacer su primer viaje exterior a Estados Unidos, Caney ha cambiado el guion y optado por una gira binaria europea Paris-Londres (2). Un mensaje simbólico, según la Radio estatal: Canadá no está sólo frente a la fatalidad apuntada por Kissinger.

Algunos comentaristas liberales han reflotado la idea no precisamente nueva de que Canadá ingrese en la UE (3). El run-run llegó a los círculos políticos de Bruselas y sus portavoces se regocijaron por el atractivo que el Club tiene para países amigos. Pero la cosa no pasará de ahí. A otros países se les ha dado con la puerta en las narices o por su ubicación continental no europea (caso de Marruecos). A Turquía (europeo y asiático), se le han puesto condiciones sistémicas para el ingreso que esconden aprensiones religiosas, culturales y geoestratégicas. En Canadá gustan denominarse “el país no europeo más europeo”, pero difícilmente puede considerarse más merecedor de ese reconocimiento que el vecino meridional de España; en cambio, se le admite como más cercano a los criterios de gobernanza que Turquía.

Pero más allá del entretenido ejercicio intelectual y diplomático del europeísmo canadiense, el país más septentrional del continente americano está condenado a la fatalidad de la amistad estadounidense. O a la vecindad, que resulta a veces fatal y peligrosa a la vez, por seguir con la paradoja de Kissinger. El 80% del comercio canadiense se realiza con EE. UU. La integración económica, social y cultural entre ambos países es profunda y, hasta hace sólo unas semana, estable (4). Pero insinuar la vulneración de la independencia nacional ha sido demasiado. Trump ha jugado con la idea de que Canadá se convierta en el 51º estado de la Unión.

El orden liberal tiene un doble componente transoceánico, a lo largo del Atlántico y del Pacífico, pero también territorial, y no solo hacia el norte (Canadá), sino hacia el Sur (México, Centroamérica y Suramérica).

LA SERVIDUMBRE MERIDIONAL

Cuando miran al Sur, las clases dirigentes estadounidenses no suelen ver un amigo sino un subordinado, un subalterno. La noción del “patio trasero” no está obsoleta. Y ahora, menos que nunca. El comienzo de la “gran deportación” iniciada por Trump se apoya en esa visión imperialista rancia que Estados Unidos mantiene con sus vecinos meridionales desde el siglo XIX. La sustitución de España como potencia colonial no ha dejado de operar en las concepciones geoestratégicas, aunque la corrección de los discursos liberales la hayan vestido de librecambio mercantil, de defensa del orden democrático frente a la amenazas revolucionarias totalitarias y otras zarandajas.

Trump quiere ahora convertir a la América hispana en recipiente de lo que considera, sin rubor, residuos humanos, criminales disfrazados de delincuentes económicos o políticos. Se apoya en gobernantes regionales no sólo autoritarios, sino directamente relacionados con esas tramas mafiosas que pretende falsamente combatir (5). La amistad que cultiva con el salvadoreño Bukele para hacer efectiva la deportación es sólo una parte de su política. Trump no entiende de los escrúpulos liberales y está dispuesto a entender con el venezolano Maduro, al que fustiga al tiempo que seduce si se aviene a colaborar son sus propuestas migratorias.

Con México, Trump lo tiene más difícil. Desde las antípodas ideológicas, la flamante Presidenta Sheinbaum ha optado por continuar la táctica suave ya empleada por su antecesor. No porque comparta el instinto populista de Obrador, sino por su espíritu científico-técnico que le aconseja no repetir permanentemente el error hasta que se convierta en acierto. Sheinbaum ha querido retrasar las ínfulas trumpianas ofreciendo ciertas concesiones en materia de control migratorio, a la espera de que su poderoso colega del Norte se entretenga en otras misiones internacionales que arrojen un mayor dividendo para su vanidad personal. Al no comulgar ni con el pseudo nacionalismo retórico del viejo PRI, ni con el neoliberalismo que lo sustituyó, desde dentro y desde fuera del partido-Estado, la nueva Presidenta tiene un margen pragmático (6). Pero no ilimitado ni permanente.

LOS AMARGORES ATLÁNTICOS

En cuanto a la fatalidad de la amistad lejana en el espacio y cercana en intereses cuál es la europea-norteamericana, Estados Unidos ha dejado de ser el indiscutible patrón. En los tiempos de la dualidad soviético-norteamericana, la noción de protección pesaba sobre las políticas europeas con distinta intensidad pero con un amplio consenso entre las élites liberal-conservadoras-socialdemócratas. En el interregno entre estas “dos guerras frías”, Europa no cuestionó el “vínculo transatlántico”, pero se aprestó a utilizar el “dividendo de la paz” para liberar parte del lastre militar.

Ahora, al adoptar la noción de Rusia como “agente perturbador” del orden liberal, Europa vuelve a tener el complejo del amigo dependiente. Sólo que, ahora, el protector se ha vuelto fatal. No sólo le regatea el apoyo, sino que además flirtea con el “enemigo” oriental. Pero en el actual discurso del “rearme de Europa” (Von der Leyen dixit) no pesa tanto el desengaño hacia el amigo americano cuánto la presión de intereses industriales vinculados a la esfera militar, eso que los expertos del sector codifican como BITD (base industrial y tecnológica de la Defensa). Para las grandes empresas del conglomerado, la guerra de Ucrania es la “gran oportunidad” para ordenar e impulsar el sector, retomar la senda de los grandes beneficios y asegurar un horizonte de negocios tan sustanciosos como el disfrutado durante la era de la “amenaza soviética”. En una serie de artículos sobre la realidad y las perspectivas de la defensa europea, el diario francés LE MONDE ha expuesto los límites pero también las ambiciones del lobby militar-industrial (7). Falta por identificar con claridad a sus agentes políticos ante el gran debate que se prepara en Europa. Eso será motivo de próximos análisis.


NOTAS

(1) “Trump’s Tariffs and the Backlash From Canada and Other Countries, Explained”. ANA SWANSON. THE NEW YORK TIMES, 12 marzo; “Is Trump driving the US into a recession? – in charts”. THE GUARDIAN, 18 marzo.

(2) “Canada’s Carney starts first trip abroad with implicit digs at Trump”. POLITICO, 17 marzo.

(3) “Why Canada should join the EU. Europe needs space and resources, Canada needs people. Let’s deal“. THE ECONOMIST, 2 enero.

(4) “‘Most European Non-European Country’: Canada Turns to Allies as Trump Threatens”. MATTINA STEVIS-GRIDNEFF. THE NEW YORK TIMES, 17 marzo

(5) “The Myth of the Hardened Border. Why Crude Restrictions Can’t Stop Migrants, Drugs, or Disease. EDWARD ALDEN Y LAURIE TRAUTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 marzo.

(6) “‘You’re Tough’: How Mexico’s President Won Trump’s Praise”. NATALIE KRITOEFF. THE NEW YORK TIMES, 14 marzo.

(7) “L’industrie de la défense européenne, un secteur encore très fragmenté face à la concurrence américaine” ( Série «L’économie de la guerre»). LE MONDE, 10-16 marzo.

TRUMP: GANANCIAS Y RIESGOS DEL FAROLEO

12 de marzo de 2025

Trump ha convertido el tablero internacional en una gigantesca mesa de póker. Las relaciones entre países, las alianzas, las reglas del juego entre adversarios se han tornado impredecibles, cambiantes a cada momento, arriesgadas. Cualquier tratado es susceptible de ser vulnerado o de ser interpretado a capricho (1). Una  decisión de hoy puede ser sustituida por otra contraria mañana. Ni siquiera en los turbulentos años 30 del siglo pasado se había llegado a tanto. Se sabía que Hitler era un tipo peligroso pero incluso los dirigentes que se engañaban a sí mismos podían intuir cuales eran sus objetivos estratégicos, aunque no alcanzaran a imaginar las barbaridades que estaba dispuesto a cometer.

El mundo occidental, aún hegemónico en el Planeta Tierra, vive un momento de desconcierto sin precedentes en los tiempos modernos. Los más cínicos entre las élites dirigentes sostienen o dejan entender que todo esto se trata de una afección pasajera que desaparecerá... o se la hará desaparecer por el “bien de la mayoría”. Puede ser, pero cabe preguntarse cuántos destrozos se pueden soportar.

No es casual ni azaroso que Trump utilizara el juego de naipes en la bochornosa escena del Despacho Oval para describir las opciones del Presidente de Ucrania. “No tienes cartas” en la guerra contra Rusia, le espetó. Es decir, hubiera sido más brutal aún, pero no inexacto, que le hubiera dicho “se te ve el farol”. Ese es el tipo de lenguaje en el que el ocupante de la Casa Blanca se siente a gusto. No en vano, el arte del faroleo es su estilo político. Con la diferencia de que él si cree tener buenas bazas en su mano. Lógicamente, para obtener el máximo rendimiento.

Los constantes cambios de opinión, las decisiones que apenas se mantienen un días o unas horas, las contradicciones incluso en la misma aparición ante los medios, la combinación de chanzas y amenazas (veladas o explícitas) responden a esa visión de los pulsos internacionales. Como soy el más fuerte  -sería su lógica-, estoy en condiciones de obtener lo que me proponga, pero el reto consiste en hacerlo con el menor coste posible.

LA CLAUDICACIÓN DE ZELENSKI

De momento, le ha dado resultado con el protegido ucraniano ahora en desgracia. El impulso de orgullo de Zelenski ha tenido un corto vuelo. La claudicación del Presidente ucraniano es evidente y se ha desplegado con un inevitable aire de humillación. La congelación sólo por unos días de la ayuda militar y de los datos de inteligencia militar le han hecho doblar la rodilla (2). Incluso rodeado de sus aliados europeos, tuvo que admitir que había sido un error llevar la contraria públicamente a Trump. Había sido advertido de que no lo hiciera, pero creyó que sus habilidades como showman televisivo le permitiría salir airoso del envite. No ha sido así.

Con Rusia, Trump también está faroleando. Una vez sometido el díscolo peón, ahora necesita que ese juego de equívocos que lleva años manteniendo con el Kremlin le reporte algún rédito sustancioso en clave personal. Hay motivos para sospechar que la paz en Ucrania le importa un bledo al Presidente regresado. Es su vanidad es casi lo único que le impulsa. En ese asunto y en todos los demás.

El trágala de Jeddah -no puede hablarse de acuerdo, en puridad- es el paso que la Casa Blanca necesitaba para escuchar la apuesta de Putin. Por la experiencia de las actuaciones del líder ruso, no cabe esperar de él actuaciones transparentes. Por el momento, sigue con su costoso esfuerzo de mejorar posiciones en el campo de batalla antes de comprometerse en una vía negociada. La leyenda de que Trump y Putin son aliados encubiertos es un elemento más del juego de propaganda que enturbia este conflicto desde el principio. Trump no tiene aliados (quizás ni siquiera entienda de verdad ese concepto), sino socios con los que hay que entenderse sin descartar engañarlos. Y a Putin le pasa lo mismo, aunque con otro estilo. Lo avala su carrera profesional, basada en la mentira y la extorsión.

En el mundo liberal, la alarma cunde. Al menos como ejercicio público. Esta visión angelical de una Europa trastornada por la deriva norteamericana es también muy difícil de creer. Los dirigentes políticos europeos son tributarios de una tradición colonial en la que imperaba siempre el espíritu del más fuerte y la retórica de los derechos humanos se sacrificaba en el altar de los intereses de las élites. Resulta candoroso escuchar las apasionadas proclamas de los líderes británico o francés, sobre el derecho a la independencia del pueblo de Ucrania. No hace tiempo que sus predecesores pactaron con Putin (los acuerdos de Minsk I y II) que sabían positivamente que no se iban a cumplir: ni por los rusos ni por los ucranianos (3).

En Europa,  la conclusión inmediata del desgarro transatlántico es esta urgencia armamentística envuelta en un paquete financiero improvisado a toda prisa, para apaciguar las primeras aprensiones sociales (4) . Los gobiernos del consenso centrista se protegen preventivamente de las críticas. Los liberales, como Macron, prometiendo que no va a ser necesario subir los impuestos (5); los conservadores, como Merz, el canciller in pectore, abjurando de sus rígidas reglas fiscales de contención del gasto y la deuda (6); los laboristas, justificando los primeros recortes en materia social (7).

El complejo industrial-militar siempre ha sido un factor de riesgo para el sistema democrático como denunció Eisenhower, cuando se despidió de la Casa Blanca a mediados de los 50. Bien lo sabía él, que era un producto de ese poder real. Durante las dos décadas siguientes, los Estados atendieron más las necesidades sociales que los escenarios de catástrofe militar. No fue casualidad que la revolución conservadora de los años ochenta se aparejara con un repunte de los gastos militares sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Y no han cesado de aumentar desde entonces. El presupuesto militar de EE.UU es mayor que el de los 15 países que le siguen.


Fuente: Instituto de Estudios Estratégicos (Universidad de Georgestwon)

Empieza a clarificarse que el debate sobre este “esfuerzo en Defensa” tiene poco que ver con las amenazas militares reales y mucho con el riesgo de perder la batalla de la competencia que algunos sectores industriales perciben ante la irrupción de rival geoestratégico del siglo XXI.

En el juego de póker de Trump con sus socios comerciales más importantes (europeos, canadiense, mexicano), la apuesta es arriesgada, pero corregible. O eso piensa él, aunque los mercados bursátiles le haya mostrado ya su malestar y los gurús económicos ya estén avisando de una recesión autoinfligida (8).

Pero la verdadera partida de Trump la tendrá que jugar con China. En esa mesa no estará sentado sólo el Presidente croupier, sino muchos políticos y agentes del capitalismo americano que creen necesario frenar como sea a China. Si ya no funcionara el desrisking (reducir riesgos sin romper la baraja), habrá que adoptar el decoupling (desvincular las economías occidentales de las cadenas de suministro chinas). Las tácticas trileras de quien se creer poseedor de la mejor mano podrían resultarles útil a quienes juegan a mucho más largo plazo. Hay una partida mucho más importante que hace tiempo se está librando en una sala trasera y no bajo los focos de este liderazgo dopado por la cultura visual.

 

 NOTAS

(1) “All of the Trump Administration’s Major Moves in the First 50 Days”. THE NEW YORK TIMES, 11 de marzo (actualizado a diario).

(2) “Visualizing Ukraine’s military aid after the U.S. freeze”. THE WASHINGTON POST, 11 de marzo.

(3) “The Minsk Conundrum: Western Policy and Russia’s War in Eastern Ukraine” CHATTAM HOUSE.

https://www.chathamhouse.org/2020/05/minsk-conundrum-western-policy-and-russias-war-eastern-ukraine-0/minsk-2-agreement

(4) “Les dépenses militaires, un levier pour la croissance… et pour l’inflation”. BEATRICE MADELEINE. LE MONDE, 10 de marzo.

(5) “Face à la «menace russe», Emmanuel Macron sollicite la «force d’âme» des Français”. LE MONDE, 6 de marzo.

(6) “A fantastic start for Friedrich Merz. The incoming chancellor signals massive increases in defence and infrastructure spending”. THE ECONOMIST, 5 de marzo.

(7) “Starmer decries ‘worst of all worlds’ benefits system ahead of deep cuts”. THE GUARDIAN, 10 de marzo.

(8) “The Incoherent Case for Tariffs. Trump’s Fixation on Economic Coercion Will Subvert His Economic Goals”. CHAD BOWNE Y DOUGLAS IRWIN (Peterson Institute). FOREIGN AFFAIRS, 11 de marzo.