VIEJOS Y JÓVENES DE LA IZQUIERDA

30 de julio de 2025    

La izquierda crítica occidental es una fuerza política en perpetua renovación. Tanto si es tributaria del comunismo de proyecto (que no de gobierno) como si procede de las nuevas tendencias surgidas a finales del siglo pasado (ecologismo, pacifismo, feminismo, anticapitalismo, anticrecimiento económico, etc). No siempre esa renovación ha tenido efectos de anclaje social. Y muchas veces se ha visto inmersa en otro renovación posterior sin haber cuajado la anterior.

En estos tiempos, la sensación creciente (y los datos dudosos de las encuestas) nos instalan en una paradoja fabulosa: la juventud se aleja de la izquierda, se hace conservadora, se acerca incluso a la extrema derecha. En los círculos de pensamiento liberales y reformistas se rasgan las vestiduras. Y, sin embargo, no es tan difícil de comprender. Los problemas de la juventud de las clases medias no encuentran solución en las recetas clásicas del consenso centrista (de los conservadores a los socialdemócratas). Las batallas generacionales anteriores ya no movilizan a las actuales, llámese como se quieren llamar (milenials, X, Z, etc).

Con frecuencia se resalta que, salvo excepciones, la izquierda crítica organizada está liderada por veteranos... o por venerables ancianos, más bien. Los dos casos quizás más paradigmáticos son Bernie Sanders, en Estados Unidos, y Jeremy Corbin, en el Reino Unido. Ideológicamente no son exactamente lo mismo, pero representan cosas similares en sus respectivas sociedades: una conciencia crítica, una praxis política contestataria y un recorrido político ya muy corto por delante.

Pero tienen algo más en común: parecen bien escoltados por un recambio joven dispuesto a tomar el relevo, si no a compartir desde ya el liderazgo de ese sector político en perpetua renovación.

BERNIE SANDERS YA TIENE SUCESORA

Esta primavera pasada, Sanders recorrió varios estados de la Unión acompañado de la estrella rutilante de la izquierda americana, la representante por Nueva York Alexandra Ocasio-Cortez.  A sus 35 años, esta joven de origen puertorriqueño se ha convertido en una de las esperanzas más activas del ala socialista del Partido Demócrata (1).

Entiéndase bien, esta tendencia no existe formalmente: es sólo una corriente de pensamiento crítico que cuestiona la política económica, fiscal, social y exterior de un Partido firmemente anclado a la derecha con su discurso de centrismo liberal. El llamado “caucus progresista” del Partido Demócrata reúne a casi un centenar de Representantes, pero no todos pertenecen a la corriente socialista.

La dupla Sanders/Ocasio-Cortez no puede verse en clave de ticket electoral ante las próximas primarias presidenciales de 2028. Tampoco se presentan como colíderes de un nuevo partido político. El desafío al bipartidismo norteamericano siempre ha procedido de la derecha. El multimillonario Ross Perot fue el que más cerca estuvo de conseguirlo, en los primeros noventa: no le dio para voltear el sistema, pero si para dañar a Bush padre en su fallida lucha por la reelección frente a Bill Clinton. Luego lo intentaron otros tribunos como Buchanan u oportunistas como el primer Trump, pero finalmente se sometieron a la senda marcada por el rígido sistema político y canalizaron sus ambiciones, con desigual suerte, a través del Partido Republicano.

En la izquierda norteamericana hay formaciones muy minoritarias, como el Partido de los Verdes, la impulsada por el eco-activista Ralph Nader y otras de carácter marxista y/o socialista que agrupan a miles de militantes y obtienen menos del 0,1% de los votos. Los sincréticos del Partido Libertario sumaron más del medio millón de votos en las últimas presidenciales pero carecen de relevancia alguna.

Ocasio-Cortez quiere conectar con Sanders, no sólo en el plano ideológico, sino también en el táctico. No quiere romper orgánicamente con el Partido Demócrata, en el que sigue militando, pero desafía a los dirigentes de su establishment. Algunos rumores, poco fundados y quizás malintencionados, ya la sitúan en el pool de posibles candidatos presidenciales en 2028. Pero lo más probable es que intente primero asaltar el puesto de senador por NY, que detenta uno de los próceres del Partido, Chuck Schumer. Ella es parca en este tipo de quinielas y se concentra en su activismo de una izquierda crítica pero no del todo rupturista.

Algunas cosas separan a la joven representante por el distrito 14 (Queens y Bronx) de Nueva York de su veterano mentor. Se ha mostrado mucho más activa que él en la denuncia de Israel. Al cabo, Sanders es hijo de inmigrantes judíos de Europa Central y Oriental. Pero Ocasio-Cortez no ha llegado al nivel de combatividad de sus compañeras radicales del Squad (Equipo), como se conoce a las mujeres más contestatarias del PD en la Cámara Baja. Ilhan Omar (43 años, musulmana nacida en Somalia, con acta por Minnesota) y Rashida Tlaib (50 años, hija de palestinos, elegida en un distrito de mayoría árabe de la periferia de Detroit) han sido voces más sonoras en la defensa de los derechos palestinos. Ambas son mayores que Ocasio-Cortez.

El último llegado a este grupo de socialistas americanos dispuestos a imprimir un giro a la izquierda del anquilosado partido del burrito es el también musulmán. Se llama Zohran Mamdani y fue el  ganador de las recientes primarias a la alcaldía de Nueva York desde otro distrito de Queens. Es algo más joven que su correligionaria puertorriqueña, pero ha irrumpido con fuerza. Si obtiene el Consistorio de la Gran Manzana bien podría impulsar un movimiento de alcaldes contra la marea nacionalista ultraderechista mundial (2).

No está claro si esta constelación de estrellas de la izquierda socialista sistémica será capaz de aglutinar fuerzas. Más bien se puede temer que se impongan los egos a lo que debería ser un propósito común. Tampoco es seguro que Sanders consiga apadrinar un movimiento cohesionado antes de retirarse definitivamente de la escena.

LA DUPLA CORBYN-SULTANA

En Gran Bretaña también hay dudas sobre el entendimiento entre las dos figuras mediáticas más destacadas de la izquierda crítica en este momento: el veterano Jeremy Corbin (76 años) y la jovencísima diputada exlaborista Zarah Sultana (31 años). De momento, ambos han lanzado un nuevo partido político, cuyo nombre se decidirá en un congreso o convención a celebrar el próximo otoño. En la web de la iniciativa política aparece una denominación: Your Party (Tu Partido), pero ya han dejado claro que se trata de algo provisional (3).

Corbyn se fue del Partido Laborista antes de que lo echaran por unas oscuras maniobras del sector centrista, que pretendía acusarlo de antisemitismo, una etiqueta que se ha convertido en motor de una auténtica caza de brujas. Todo lo que hizo el antiguo líder laborista fue denunciar la política expansionista de Israel y el sistemático atropello de los derechos humanos, políticos y sociales de la población palestina en los territorios ocupados.  Corbyn se presentó como independiente en su distrito de Islington, al norte de Londres, y obtuvo su escaño en los Comunes. Desde entonces no ha cejado en su empeño de denunciar la deriva derechista de su expartido, con un tesón encomiable.

Sultana ha seguido el mismo camino de ruptura. Fue elegida como miembro del  Labour en un distrito del sur de Coventry, pero sus activas protestas contra las medidas de recorte de las prestaciones sociales adoptada por el gobierno de Keir Starmer precipitaron su expulsión del Partido. Su origen social y étnico es inequívoco: hija de un obrero paquistaní del área de Birmingham, la segunda ciudad más poblada del país. Es muy probable que se sume al futuro partido Leanne Mohamad, una activista de origen palestino, que estuvo a punto de derrotar a un destacado candidato laborista en las elecciones del año pasado.

Sin duda, el asunto palestino está revolviendo al laborismo. Starmer ha sido una de las voces más reticentes a condenar a Israel por el genocidio de Gaza (no admite tal término, de hecho), aunque las críticas externas e internas le hayan obligado a cambiar ligeramente su discurso. El anuncio del reconocimiento del Estado palestino en septiembre aparece en parte pactado con París, pero en su caso condicionado a que no haya un alto el fuego en Gaza. Se trata de una cláusula ambigua, ciega y sorda ante la agresividad israelí en Cisjordania, con la que se pretende apaciguar a Trump.

El laborismo oficial está preso de las falacias de las luchas contra el antisemitismo y de la paralizante dependencia del otro lado del Atlántico. La famosa “relación especial” ya hundió al laborismo descafeinado de Blair y puede hacer lo propio con esta desvaída era Starmer. La sumisión del Primer Ministro británico a los caprichos y malhumores del Presidente norteamericano no han llegado al grado de vasallaje del Secretario General de la OTAN, pero han superado el grado de lo aceptable para la base de su partido.

El nuevo partido de la izquierda británica, aparte de su nombre, debe definir su programa y su estrategia, pero en la carta de presentación de Corbyn y Sultana se expresa claramente la voluntad de luchar contra los ricos y los poderosos. “No hay dinero para los pobres, pero sí miles de millones para la guerra” es el anticipo de una divisa que suena mejor en inglés: “no money for the poor, but billions for war” (4).

En Francia, la izquierda crítica parece en condiciones de desafiar a la socialdemocracia orientada al centrismo del entendimiento con liberales y conservadores. Al norte de los Pirineos, la figura de un líder senior es también determinante (en este caso, Jean-Luc Mélenchon), pero en los últimos años han surgido políticas jóvenes  como la insumisa Mathilde Panot, de la misma edad que Ocasio-Cortez, preparadas para el relevo.

En Alemania esa confluencia de generaciones permitió el reciente ascenso electoral de Die Linke, pero se trata de un impulso confinado en el Este del país. En el resto de Europa, España aparte, el panorama de la izquierda crítica es menos halagüeño. La sombra de la ultraderecha está alentando movimientos ciudadanos de concienciación y resistencia pero no parece que se esté cerca de una respuesta orgánica sólida.

 

NOTAS

(1) “Sanders and Ocasio-Cortez Electrify Democrats Who Want to Fight Trump”. THE NEW YORK TIMES”, 16 de abril.

(2) “Mamdani may join a global trend of mayors standing up to nationalists”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 27 de junio.

(3) “What is Your Party? Confusion reigns over name of Jeremy Corbyn and Zarah Sultana’s new party”. THE INDEPENDENT, 24 de julio.

(4) “Corbyn launches new party to 'take on rich and powerful'”. BBC, 24 de julio.

EL TRIUNVIRATO EUROPEO

 23 de julio de 2025

El regreso a la Casa Blanca de un líder excéntrico y con escaso o nulo sentido de un capitalismo articulado a nivel mundial ha creado una sensación de emergencia en el sistema vigente de poder mundial. China ha roto la hegemonía occidental y el Sur global amenaza con reforzar la sensación de crisis sistémica. No se dibuja una alternativa sólida al Capitalismo, pero los actores secundarios  o terciarios de hace cincuenta años compiten hoy por papeles de primer orden.

Europa, eje débil en aquel tiempo, no ha conseguido, pese a los esfuerzos de las últimas décadas, políticos e institucionales, mejorar sus posiciones. Dependiente de Estados Unidos, como siempre, y no sólo en materia defensiva, sino también tecnológica, cultural y financieramente, la autonomía europea ha sido un asunto más bien especulativo.

Ahora que la necesidad aprieta, se han visto las costuras del edificio comunitario europeo. El gigantismo organizativo no ha proporcionado más poder, sino todo lo contrario. Las sucesivas ampliaciones fueron defendidas -inicialmente casi en solitario- por el socio que terminó por marcharse de la Unión cuando ya había conseguido su propósito. El Reino Unido llevó el Brexit hasta sus máximas consecuencias bajo unos gobiernos nacionalistas, demagogos e irresponsables que pretendían desencadenarse de Europa y reconstruir el viejo Imperio. Una década después, el Brexit ha quedado desnudado y en Londres se abre un periodo de regreso a Europa por una puerta lateral, sin institucionalismos ni retóricas, con un sentido simplemente pragmático.

Pero ese regreso selectivo no es completo. Gran Bretaña obvia a los 27 y a su congestionado edificio y se limita a entenderse con las dos plantas más nobles: Francia y Alemania. En apenas una semana, Londres, París y Berlín han establecido una serie de acuerdos bilaterales sobre lo que más les importa ahora : el control de las fronteras internas y una nueva política de defensa más agresiva y autónoma. Este triángulo europeo no pretende hacer tabla rasa de lo que existe. Simplemente lo rebasa cuando conviene, que es en todo aquello que conforma la agenda internacional del momento: Ucrania, rearme intensivo, freno migratorio y suave frente común, sin vetos, a la deriva norteamericana.

Tampoco es casual que este trío de potencias esté conformado por tres gobiernos que pertenecen a las tres familias del ‘consenso centrista’: democristianos/conservadores (Alemania), liberales (Francia) y socialdemócratas (Gran Bretaña).

LÍNEA DURA FRENTE A RUSIA

Dos de ellas poseen el principal arma disuasiva de la era actual: los arsenales atómicos. Hasta la fecha, éstos estaban sujetos a sendas estrategias de defensa nacionales, pero desde ahora, al menos sobre el papel, estarán coordinados con una perspectiva europea. Los analistas coinciden en que el acuerdo entre el premier Starmer y el Presidente Macron está aún por definir, pero se ha dado un paso inédito. Los dos países no aplicarán una doctrina de uso potencial por su cuenta; por el contrario, se comprometen a concertar una estrategia común (1).

Londres y Berlín también ha acercado sus respectivas estrategias con respecto a ese enemigo declarado que es la Rusia actual. Alemania es el país más cercano a ese foco desafiante y pese a los problemas económicos del momento exhibe aún músculo suficiente para construir una maquinaria de guerra convincente. Gran Bretaña, aunque en horas bajas, no ha perdido sus clásicas bazas en materia armamentística y de inteligencia. Sus industrias militares son complementarias. Sobre el trabajo realizado desde hace meses por sus ministros de Defensa (el llamado acuerdo de Trinity House), Starmer y Merz han firmado ahora un pacto de asistencia mutua que refuerza las provisiones del artículo 5 de la OTAN. Los viejos enemigos de los años treinta se convierten ahora en amigos no sólo bajo el paraguas de la Alianza Atlántica, sino en un abrazo bilateral (2).

El eje franco-alemán, considerado durante décadas el motor de la construcción europea ciertamente pierde protagonismo, aunque no por ello deja de tener importancia en la hora actual. El entendimiento entre los dos lados del Rhin será decisivo a la hora de ordenar el esfuerzo de rearme de los 27, con su geometría variable y sus hipotecas nacionales correspondientes.

Pero si en Defensa la cooperación se articula en bases a las especificidades geográficas, históricas y militares, en el otro gran asunto que consume los esfuerzos de los líderes europeos del momento, el control de la inmigración, las posiciones son cada vez más convergentes.

EL GIRO A LA DERECHA EN INMIGRACIÓN

Durante la época de Merkel, Alemania se posicionó en una línea más benigna y compasiva/interesada del fenómeno, con la cima alcanzada durante la crisis de los refugiados de la mitad de la década anterior. Hoy se han impuesto quienes, desde dentro de la CDU, reprochaban a la entonces canciller su política blanda. Merz era la cabeza visible de aquella contestación y hoy manda en Berlín, aunque sea en coalición con los socialdemócratas.

En el viejo partido de Willy Brandt, las corrientes favorables a un entendimiento con Moscú han quedado arrinconadas y marginadas, pero no del todo disueltas (3). La nueva dirección se ha entregado a otro ensayo más de la Gran Coalición. Eso comporta, entre otras renuncias, la apuesta por esta nueva tendencia del socialismo democrático europeo en favor de un mayor control, de una mayor dureza frente al extranjero que asoma a las puertas de casa. El referente es el gobierno danés, encabezado por una correligionaria que ha aplicado las políticas más restrictivas de cualquier ejecutivo socialdemócrata en décadas. No en vano le ha comido el terreno electoral a un nacionalismo ultraderechista que se había envalentonado hasta convertirse en amenaza para el sistema de alternancia liberal (4).

En Londres, esa nueva música que suena en el concierto continental resulta muy grata. El premier laborista asegura desechar la retórica xenófoba de sus rivales tories, pero acepta en el fondo la orientación restrictiva de su política migratoria. El supuesto centrismo de Starmer es, en realidad, una vuelta a los postulados derechistas del laborismo de la tercera vía, fundamentado en el orden y la seguridad interiores y exteriores, aunque carezca del encanto mediático y personal de Tony Blair.

Los gobiernos de Gran Bretaña y Francia no han tenido brechas ideológicas o programáticas que superar. Se han entendido muy bien. Aunque los compromisos son aún poco ambiciosos cuantitativamente en el control del Canal de la Mancha (5), lo importante es la coincidencia del enfoque. El aniversario del gobierno laborista ha transcurrido con más pena que gloria. Los sondeos ofrecen un panorama deprimente, con los xenófobos del Partido de la Reforma en el pico de aceptación popular (6). Starmer querría repetir lo conseguido por su  correligionaria Frederiksen en Dinamarca.

Para los partidos del consenso centrista, el gran enemigo es la ultraderecha, y no se la puede vencer, en cualquiera de los territorios europeos en que ha adquirido relevancia, sin privarla de la cantera de votos que le suministra el asunto de la inmigración. La política de los cordones sanitarios ha dejado de ser eficaz: hay que ganarles la batalla en el terreno resbaladizo del control migratorio. Poco importa que los discursos racistas o xenófobos sean contrarios al ideario cristiano, liberal o socialista. Son un caladero de votos que no se puede despreciar.

Este triángulo diplomático europeo se proyecta mediáticamente en su posición de vanguardia frente a Moscú, al que se pinta como amigo de los ultras europeos, con mayor o menor fundamento. Para los liberales del aliado “protector” de siempre, los Estados Unidos, esta nueva sociedad se antoja como una camaradería de “hermanos en armas”, como un gobierno de capitanes dispuestos a salvar la civilización si el general continuase adelante con sus amenazas de defección (7).

El triunvirato de líderes no quita el hipo. Macron, quizás el más brillante de los tres, es un pato cojo, cuyo proyecto ha fracasado sin ambages por errores políticos en parte autoinfligidos. Los otros dos son dirigentes grises, incapaces de dejar una impronta en sus países. Pero están al frente de los únicos países capaces de ejercer poder real . A eso se agarran para prosperar.


NOTAS

(1) “La France et le Royaume-Uni prêts à «coordonner» leurs dissuasions nucléaires pour protéger l’Europe”. LE MONDE, 10 de julio.

(2) “Britain and Germany sign a historic treaty”. THE ECONOMIST, 17 de julio.

(3) “The Russia Problem Threatening Germany’s Government”. THOMAS O. FALK. FOREIGN POLICY, 4 de julio.

(4) “Denmark’s left defied the consensus on migration. Has it worked?”, THE ECONOMIST, 10 de julio.

(5) “Migration: la France accepte un accord de retour avec le Royaume-Uni”. CÉCILIE DUCOURTIEUX. LE MONDE, 11 de julio; “Anglo-French talks over migration deal hanging in balance” THE GUARDIAN, 10 de julio.

(6) “Big pay days and top of the polls: Nigel Farage’s first year as an MP”. ROWENA MASON. THE GUARDIAN, 6 de julio.

(7) “Brothers in Arms: Macron, Merz and Starmer Plan for a Post-U.S. Future”. MICHAEL SHEAR  & JIM TANKERSLEY. THE NEW YORK TIMES, 18 de julio.

 

LOS FRACASOS EUROPEOS

16 de julio de 2025

La Unión Europea acumula fracasos y acentúa su rol subsidiario en la escena internacional. No es algo repentino ni coyuntural. Desde el final de la segunda guerra mundial, la decadencia de los antiguos imperios coloniales del continente era un hecho incontrovertible. En las décadas siguientes, los movimientos de liberación afroasiáticos, alumbrados por la cita de Bandung e impulsados por las nuevas orientaciones del capitalismo internacional, dieron el golpe de gracia a las viejas potencias.

Se estableció un equilibrio bipolar basado en el terror nuclear experimentado en Hiroshima y Nagasaki, como escarmiento, primero, como advertencia, poco después. Solo dos potencias europeas, las vencedoras en 1945 (Francia y el Reino Unido), se sumaron al pilotaje del nuevo Orden, pero en el asiento de atrás. El arsenal atómico y el privilegio del veto en el Consejo de Seguridad ofrecía una engañosa sensación de poder a los políticos europeos.

Europa se construye crisis a crisis, les gusta decir a los llamados “europeístas”. Quizás sería más atinado reformular el lema y decir que Europa sobrevive entre crisis y crisis, pero cada vez más debilitada. Los distintos pasos en la “construcción europea” fueron el fruto de procesos plagados de contradicciones, divisiones, estancamientos, retrocesos e incumplimientos. Nunca ha habido un consenso entre las élites políticas, económicas y burocráticas sobre el rumbo de esa Europa como concepto político. Los éxitos más productivos se han cosechado cuando las ambiciones han sido más limitadas, pese a la propaganda triunfalista de los partidarios de una Unión cada vez mas potente y estrecha.

Maastricht alumbró una Europa entregada ya por completo al neoliberalismo, tras la ofensiva neoconservadora de los ochenta. La Europa Social quedó relegada entonces y ya no se ha recuperado. Los países menos desarrollados aceptaron la apuesta al ser compensados con ingentes fondos con los que superar el atraso de infraestructuras de todo tipo. Pero la supuesta cohesión social como contrapeso del liberalismo sin fronteras ha sido una quimera. Las sucesivas ampliaciones han embarrado más el proceso. La Unión no se ha impuesto a los intereses de cada país. Sólo las grandes corporaciones han salido reforzadas.

En cuanto al protagonismo exterior, Europa nunca ha sido una Unión. No hay “milagros” en política, y en política exterior, ni por asomo. La UE fracasó en Yugoslavia estrepitosamente. Durante la fase inicial del conflicto fue incapaz de superar la división reinante.

Estados Unidos pasó de un papel secundario voluntario a pilotar la falsa salida de la crisis, muy a su estilo: es decir, convirtiendo una crisis en otra. En su visión binaria de la realidad, señaló a un “culpable” (Serbia y/o los serbios) e hizo la vista gorda sobre los otros abusadores. Lo mismo hizo en la Europa poscomunista: alimentó un neoliberalismo suicida que terminó engordando a las corrientes nacionalistas extremas. Europa consintió y aceptó, pensando que con dinero y propaganda se podía replicar el equilibrio del consenso centrista al otro lado del continente.

Pero esa expectativa tampoco cuajó, y ahora vemos a una extrema derecha embravecida que no sólo pivota en los aledaños del poder en Europa Oriental, sino que se asienta como desafío en el núcleo original de la idea europea de posguerra. La metástasis ultra recorre todo el organismo europeo. La pomposamente celebrada “reconciliación europea” se ha convertido en una avenida para el desarrollo de la demagogia xenófoba y racista. La noción de una Europa acogedora por encima de las diferencias nacionales es hoy una cáscara vacía.

LAS CAUSAS PROFUNDAS DEL POLVORÍN MIGRATORIO

La inmigración, fenómeno planetario imposible de resolver con las recetas actuales, ha tenido un impacto singular en Europa por la contradicción entre las proclamas liberales y la realidad socioeconómica. La Europa del bienestar social, de políticas públicas, de servicios solventes que construyó la socialdemocracia durante tres décadas fue un factor de atracción para las masas desencantadas del liberalismo poscomunistas en el Este y de los millones de personas aplastadas por la engañosa liberación poscolonial en los países en vías de desarrollo. A pesar de la implacable erosión del neoliberalismo, el mito de una Europa que no deja a nadie atrás ha seguido funcionando en el imaginario de los ajenos más necesitados.

Las explosiones racistas en toda la Europa comunitaria eran cuestión de tiempo. Los medios liberales insisten en señalar a la ultraderecha como responsable y a la desinformación como herramienta fundamental de la generación de rechazo y odio. Con ser cierta, esta explicación es claramente insuficiente. El malestar social por la inmigración y sus consecuencias no es fruto de una conspiración de fanáticos extremistas. Tiene una base social cierta y poderosa.

El debilitamiento del Estado como proveedor de soluciones frente al capitalismo triunfante, y de redistribuidor de oportunidades sociales frente al salvajismo del libre mercado en todos los ámbitos ha dejado desprotegidas a las capas sociales más expuestas. Es significativo que los defensores teóricos de los derechos de los inmigrantes suelen ser miembros de élites políticas, ideológicas e intelectuales que, en su inmensa mayoría, están libres del riesgo de quedar excluidos del mercado de trabajo y desatendidos por los mecanismos correctores de las políticas públicas. Esto da lugar a un enfoque buenista, moralista, etiológico de la inmigración, sin profundizar en las causas materiales y sociales que la han convertido en un elemento de discordia para los sectores menos favorecidos de la población.

Asombra que todavía haya quien se sorprenda del predicamento que la ultraderecha está obteniendo crecientemente en los percentiles más bajos de las respectivas rentas nacionales. Llevamos décadas asistiendo a este fenómeno sin que se hayan arbitrado medidas realmente eficaces. Por el contrario, la orientación más reciente de la estrategia europea marcha en el sentido contrario. En vez reforzar los servicios públicos (lo que la economía liberal denomina gasto público), se eleva en este tiempo una Europa asustada que decide gastar en armas, agitando el fantasma de Rusia. Las cifras inicialmente planteadas ya son mareantes; pero no serán las definitivas. Tampoco los recortes sociales. Las dos potencias nucleares poscoloniales ya han adoptado medidas de reducción de las prestaciones sociales: laboristas en el Reino Unido, liberales “centristas” en Francia. En Alemania, el esfuerzo militar queda excluido del sacrosanto cortafuegos de la deuda. Poco a poco, el edificio de esa Europa protectora se resquebraja. Y la izquierda, empantanada en discursos buenistas, no ofrece una solución alternativa. El hueco lo llena la ultraderecha con su demagogia y sus propuestas criminales.

LA COMPLICIDAD CON EL GENOCIDIO

Pero si Europa no es protectora hacia dentro, tampoco lo es hacia afuera. Con su doble rasero, sus complejos históricos, su mala conciencia arrastrada durante décadas y la falta de un mecanismo eficaz para aplicar una verdadera política exterior común está quedando una y otra vez en evidencia.

Para tapar estos fracasos se erige en adalid de la libertad de Ucrania, mientras consiente -por no decir se hace cómplice- del genocidio palestino en Gaza y la asfixia en Cisjordania. Ante la caprichosa política de Trump, demuestra una debilidad escandalosa en el órdago comercial y se convierte en un subcontratista de las decisiones de una Casa Blanca errática. A un europeo, Mark Rutte, jefe de gobierno durante una década en Holanda, una de las naciones fundadores de la idea comunitaria de posguerra, no le produce empacho adular hasta lo ridículo a un Jefe que se complace en el gusto por la humillación y la arbitrariedad. Trump decide y Europa paga. Y aplaude. Ucrania respira aliviada, porque sus dirigentes llegaron a creerse de verdad que el actual presidente era amiguete de Putin.

Y mientras esto ocurre en las puertas de la Europa fortaleza convertida ahora en una mansión con sus pilares amenazando ruina, al otro lado de la frontera suroriental se perpetra un crimen de guerra a cielo abierto ante un silencio insoportable.

Europa, con la excepción de España, Irlanda y alguna nación más a media voz, se falta al respeto a si misma al reconocer que Israel vulnera los derechos humanos (pálido resumen de lo que ocurre) y, por lo tanto, procedería suspender el Acuerdo comercial bilateral. Pero no es capaz de hacerlo. ¿Teme enfadar a Trump en un momento de presión comercial máxima? ¿Tan activos son los agentes y las conexiones de los intereses israelíes?

Los protectores de Israel (la arrepentida Alemania y sus émulos donde los nazis implantaron su maquinaria de odio racial), la diletante Francia (corroída por la sombra de Vichy) y los países temerosos restantes se limitan a declaraciones huecas de compasión por la población de Gaza y a implorar que se les deje repartir las migajas de la “ayuda humanitaria”. Muy poco para una supuesta superpotencia mundial. Fuera ahora de la UE, Gran Bretaña (potencia colonial responsable del desastre original en Tierra Santa) se apunta a esta política ambigua que consiente el crimen de guerra y conecta con los capítulos más sombríos de la historia europea.

GAZA Y LAS GUERRAS PAUSADAS

 9 de julio de 2025

Si nos atenemos a las expectativas que el consorcio norteamericano-israelí está interesado en crear, Gaza vive en una suerte de “pausa bélica” a la espera de que se sustancie una tregua, dicen que de 60 días, en la que Hamas liberara a los rehenes que mantiene en su poder (vivos y muertos) y el Ejército israelí detenga sus operaciones militares.

En realidad, no hay tal pausa, y es dudoso que la tregua sea efectiva y real. Desde finales de mayo, en que disminuyó la intensidad de los ataques, han muertos más de 600 gazatíes y cerca de cinco mil han resultado heridos, la inmensa mayoría cuando intentaban recoger alimentos que, a cuentagotas, prolongan su agonía. El genocidio es una política de Estado que no va a detenerse, adopte la etiqueta diplomática que adopte.

Cada paso, cada iniciativa que el gobierno israelí anuncia o con la que amaga camina en esa dirección. El Ministro de Defensa, Israel Katz, uno de los radicales que pueblan el Gobierno, ha propuesto la construcción de un campamento de internamiento (campo de concentración, en realidad) sobre las ruinas de la ciudad de Rafah, en el sur de la franja para alojar al mayor número posible de desplazados. Con insuperable cinismo, Katz lo ha calificado “campamento humanitario” (1). Al cabo, se trata de un mecanismo de tratamiento de la población que favorece la “limpieza étnica”: primero se les agrupa, se les marca y luego se los deporta

En su visita de coordinación a la Casa Blanca, el propio Primer Ministro israelí ha asumido el espíritu de la propuesta y su corolario, al calificar de “brillante” la “idea” de Trump de instalar a cientos de miles de palestinos en campamentos fuera de Gaza, instalados en países árabes amigos (serviles) de Estados Unidos. La guinda de la complicidad es la propuesta de que se premie a Trump con el Premio Nobel de la paz. La impunidad nunca ha mezclado bien con la discreción (2).

Miembros de la sociedad civil y exdiplomáticos israelíes ya han advertido que estas y otras ocurrencias del gobierno israelí para desembarazarse de la población palestina constituyen “crímenes de guerra”. Pero a los ejecutantes les importa una breva y el mundo se cruza de brazos, por desinterés, impotencia o temor a ser marcados con la espuria etiqueta de antisemitismo. Con Europa a la cabeza de esta inacción responsable. Ni siquiera hacen caso a propuestas moderadas de presión a Israel (3).

De esta forma, la única “pausa” en Gaza consiste en la pasividad de las grandes potencias que hacen de espectadoras (todas menos Estados Unidos, actuantes único y muy activo). Las negociaciones de Qatar, en la que Hamas no tiene más remedio que participar para salvar lo salvable de su pobrísima planificación estratégica, sirven de pantalla de humo para esconder la prolongación del crimen de Estado.

PARÁLISIS EN UCRANIA

En Ucrania, la “pausa” sólo se aplica a las conquistas territoriales. Rusia no puede avanzar en el control del territorio oriental ucrania, o no le interesa comprometer más pérdidas humanas y materiales en el empeño. Prefiere castigar con misiles infraestructuras y edificaciones de las grandes ciudades, para quebrantar la resistencia de la población, debilitar al Gobierno de Kiev y fortalecer sus opciones de una hipotética negociación que no es para mañana (4).

La caprichosa política de Trump -ora retiro la ayuda militar, ora la restablezco- no sólo desacredita a sus colaboradores y desconcierta al Pentágono (5). También refuerza la sensación de una guerra pausada, que hace tiempo ya no es de movimientos sino de posiciones, en todos los sentidos: militares, políticas, diplomáticas, propagandísticas.

Mientras Trump juega al zig-zag, habla con Putin un día y le regaña poco después, Europa intenta hace creíble su “coalición de voluntades”. La reciente cumbre de la OTAN debe de ser considerada un desastre para Ucrania, porque se concentró en un ejercicio bochornoso de sumisión y halagos a Trump y de nulos acuerdos sobre una estrategia común ante la prolongación a tempo lento de la guerra.

Esta misma semana, el Presidente francés ha cruzado el Canal de La Mancha para una visita de Estado a Gran Bretaña. La ocasión no parecía muy propicia, debido al grimoso primer aniversario del gobierno laborista anfitrión. El premier Starmer se ha visto obligado a retirar medidas de reducción del gasto público, tras la rebeldía de su bancada parlamentaria. El balance de este año no puede ser más decepcionante, incluso para sus propios elegidos (6).

Pero eso no ha sido óbice para otra de las habituales performances de Macron, fértiles en proclamas y débiles en consecuencias. Aparte de la retórica flatulenta, “poca sustancia”, como ha destacado agudamente Madeleine Grant, cronista de THE SPECTATOR, que firma su comentario con un sarcástico “Macron amaría ser Rey” (7).

Ironías aparte, en un tono más analítico, Paul Taylor, uno de los articulistas en política exterior del diario THE GUARDIAN, apunta que “pese a que Macron ha disfrutado de la recepción real, las relaciones franco-británicas seguirán siendo un asunto de amor-odio”. Por mucho que se den por suturadas las heridas del Brexit, las orientaciones estratégicas de las dos potencias (únicas con armas nucleares en Europa) siguen siendo divergentes (8). Se ha visto en la respuesta a la guerra comercial de Trump. Londres se ha avenido con apresurada pleitesía a un acomodo, mientras que París se refugia en la cúpula tecno-burocrática de Bruselas para capear las consecuencias.

Macron no ha dicho nada nuevo en Londres, ante un Parlamento que se emociona poco con estas visitas de líderes continentales. Mucha “pompa y circunstancia” y pocos acuerdos en verdad sustanciales, en efecto.

IRÁN: ¿NEGOCIACIÓN O MÁS GUERRA?

Otra guerra aparentemente pausada es la de Irán, por el programa nuclear. Sin que haya un conocimiento preciso de las consecuencias de los ataques combinados del consorcio israelo-norteamericano, la atención se ha dirigido estos días a evaluar la posible conducta inmediata del régimen islámico.

Aunque los diagnósticos difieren, parece imponerse la tesis de una evolución forzada del fundamentalismo religioso al pragmatismo nacionalista. Los daños causados han retrasado el programa nuclear, debilitado el factor disuasivo y reducido la disponibilidad de científicos y mandos militares avezados. Toca, pues, recuperarse.

Pero lo que parece preocupar más es el frente interno. El régimen ha recrudecido la política represiva, según las organizaciones de defensa de derechos humanos, pero, al mismo tiempo, ha insinuado una cierta flexibilidad para aglutinar a todas las corrientes y, en particular, a lo moderados, que habían sido marginados cuando no perseguidos en los últimos años. Algunos analistas de origen iraní residentes en EE.UU apuntan a cierta permisividad en materia de costumbres y hábitos sociales externos. El nacionalismo parece ser una receta mucho más eficaz en este tiempo de amenaza, porque atrae a sectores no afectos al proyecto religioso (9).

Analistas norteamericanos compran esta visión y, por ende, advierten que Estados Unidos y las potencias occidentales deben ajustar sus estrategias hacia el régimen iraní (10). La retirada del Tratado de No Proliferación Nuclear y, por tanto, la suspensión de las actividades de control ejercidas por la Agencia Internacional de la Energía atómica no debe ser subestimada, pero tampoco convertirse en el factor decisivo. Además, no hay que descartar que Trump quiera impulsar la negociación ahora que ha tenido su momento de satisfacción bélica.

Otras guerras pausadas merecen ahora atención menor de los medios: la que mantienen India y Pakistán por el control de Cachemira, la momentáneamente neutralizada entre Ruanda y el Congo, tras el frágil acuerdo de paz firmado en Washington; o la nunca resuelta en Sudan, entre dos facciones del Ejército, con absoluto desprecio del insoportable sufrimiento de la población civil. A estas tres, habría que añadir la guerra fantasmal en Birmania, entre un Ejército-Estado y las numerosas facciones armadas que responden a intereses y urgencias étnicas y raciales, con aparente desinterés de las potencias mundiales.

 

NOTAS

(1) “Israeli defence minister’s Gaza proposal marks escalation from incitement of war crimes to official planning for mass forced displacement”. EMMA GRAHAM-HARRISON. THE GUARDIAN, 8 de julio.

(2) ”For Netanyahu and Trump, a vision of ‘peace’ belies Gaza reality”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 7 de julio; ”Los arquitectos del caos”. BENOÎT BRÉVILLE. LE MONDE DIPLOMATIQUE Julio de 2025.

(3) “Europe Must Get Off the Sidelines in the Middle East. The EU Needs a More Assertive Plan for the Israeli-Palestinian Conflict”. JOSEP BORRELL. FOREIGN AFFAIRS, 27 de junio.

(4) “Russian Barrage of Drones and Missiles Hits Beyond Usual Ukraine Targets”. CONSTANT MEHEUT. THE NEW YORK TIMES, 29 de junio,

(5) ”Trump embarrasses the Pentagon with a U-turn on Ukraine”. THE ECONOMIST, 8 de julio.

(6) “A mess of our own making: Labour mayors reflect on Starmer’s first year”. THE GUARDIAN, 5 de julio.

(7) “Emmanuel Macron would love to be King”. MADELINE GRANT. THE SPECTATOR, 8 de julio.

(8) “Macron will enjoy his royal welcome. But the Franco-British relationship remains a love-hate affair”- PAUL TAYLOR. THE GUARDIAN, 8 de julio.

 

(9) ”The Islamic Republic’s new lease on life”. MOHAMMAD AYATOLLAHI TABAAR. FOREIGN AFFAIRS, 8 de julio; ”What the War Changed Inside Iran. The regime has been pushed to the edge of strategic pivot”. ALEX VATANKA. FOREIGN POLICY, 7 de julio.

 

(10) ”How Iran’s Turn to Nationalism Affects U.S. Policy”. PATRICK CLAWSON. THE WASHINGTON INSTITUTE OF NEAR AND MIDDLE EAST, 8 de julio.

LA FUERZA DE LA RAZÓN Y LA RAZÓN DE LA FUERZA

2 de julio de 2025

La guerra por el programa nuclear de Irán parece haberse cerrado en falso.  Desde los bombardeos norteamericanos de las instalaciones críticas ha pasado más de una semana y sigue sin saberse con precisión los daños causados. Se contaba con ello. De hecho, esta ambigüedad beneficia a todos. Al régimen de Irán, porque le permite salvar la cara ante sus ciudadanos; a Israel, porque puede seguir esgrimiendo la amenaza iraní para justificar su política de barra libre en el uso de la fuerza, incluso contra poblaciones indefensas, ante la pasividad/complicidad de la mayoría de los países occidentales; a Trump, porque su ego ha experimentado una inflación como sólo las guerras desiguales pueden provocar.

Los estrategas y comentaristas norteamericanos están sugiriendo vías y agendas de negociación con Teherán, para que el repaso militar tenga un corolario diplomático que inutilice, a efectos prácticos, lo que queda útil del programa nuclear ( ). Se trata, por los general, de recomendaciones que tienen un cargado contenido técnico, pero basadas todas ellas en la supuesta ilegitimidad de un país para decidir los medios de su defensa (2). Israel posee armas nucleares, todo el mundo lo sabe, la comunidad internacional tuvo que aceptar el hecho consumando y nadie lo cuestiona hoy en día. Pero Irán no goza ni gozará del mismo privilegio, por haber hecho de la destrucción del estado sionista una política de Estado.

Esta asimetría en la aplicación de los principios internacionales, y en concreto, en este caso, de la no proliferación nuclear, supone un profundo revisionismo de la arquitectura política e institucional del llamado Orden Liberal. La reciente guerra, contemplada como una necesidad por dirigentes, burócratas, analistas y periodistas occidentales, ha sido legitimada sin necesidad de verbalizarlo. El mantra “se ataca porque se debe”,  se ha completado con el “se ataca porque se puede”. 

EL DOBLE RASERO

Las críticas al uso de la fuerza se han hecho muy selectivas, como todo el mundo que esté medianamente informado sabe perfectamente. Resulta escandaloso que, por ejemplo, el debate público se centre en aspectos secundarios o consecuenciales de la agresión israelí en Gaza, sin cuestionar el principio de la razón que tiene un país de hacer un uso desproporcionado e ilegal de la fuerza, con la población civil como grupo más expuesto. Se critican los abusos, no el autoproclamado derecho de Israel a usar las fuerza, bajo el pretexto del dominio en Gaza de una organización armada enemiga que atacó su territorio hace 20 meses. Se saca fuera de la discusión la actuación ilegal y reiterada de Israel como potencia ocupantes y se ignora el derecho de los ocupados a resistir por todos los medios.

En cambio, el discurso en torno a la agresión rusa a Ucrania es completamente inverso. Se construye toda la política pública sobre los hechos inmediatos, mientras se ignoran los antecedentes y precipitantes. No se trata de justificar la conducta de Moscú, pero es sesgado ignorar las percepciones de seguridad de Rusia en el origen del conflicto., con independencia del uso manipulativo que Putin haya hecho de ello.

Hace unos días una profesora de Derecho de Yale y Presidenta electa de la Sociedad Americana de la Ley Internacional, Oona Hathaway, firmaba un interesante análisis sobre el deterioro del sistema normativo mundial que ilegalizó el uso de la fuerza como método de resolución de conflictos desde el pionero pacto Kellogg-Briand de 1928.  Hathaway considera que las grandes potencias militares de la actualidad exhiben un peligroso comportamiento que puede atrasar el reloj de la Historia hasta unos tiempos en que la guerra era una herramienta no sólo legal, sino deseable (3).

Curiosamente, la profesora sólo cita a Israel de paso entre esas amenazas, a pesar de que este estado ha ampliado sus conquistas territoriales y desconocido desde un principio el código de comportamiento de los países ocupantes en las zonas ocupadas. Los motivos que los dirigentes israelíes han esgrimido para justificar sus operaciones militares y represivas y sus evidentes motivaciones anexionistas son las que denuncia Hathaway en su largo y razonado artículo.

Nada hace pensar que las cosas vayan a cambiar. Poe el contrario, este recurso a la fuerza al margen de las condiciones estipuladas por la ONU (última actualización de ese esfuerzo secular por deslegitimar la guerra como herramienta de poder ) avanza hasta haberse instalado en la Casa Blanca como referencia recurrente. Con Trump,  la acción militar directa o la amenaza de emprenderla se ha convertido en política de Estado.  Más aún, como señala Stephen Walt,  profesor de Relaciones Internacionales de Harvard, el actual Presidente norteamericano hace del músculo militar una palanca preferente para aplicar su confuso y oportunista proyecto de engrandecimiento de América (el movimiento MAGA), lo que le sitúa en la senda de dictadores y ‘hombres fuertes’ que acabaron debilitando notoriamente a sus naciones (4).

Pero resultaría ingenuo -o más bien cínico- atribuir a Trump y su política de amenazas (Groenlandia, Panamá, Canadá) el motivo de este acrecentado riesgo. Los defensores del Orden Liberal han actuado con hipocresía (como admite Hathaway) al presentar operaciones militares flagrantemente ilegales como tributarias del derecho público internacional. La guerra de Irak de 2003 es el ejemplo que se invoca siempre, pero se omiten críticas sobre la multitud de intervenciones norteamericanas y de sus aliados occidentales en las últimas décadas.

EL EMPUJE MILITARISTA

Este mismo doble rasero lleva a defender políticas presupuestarias de aumento del gasto militar. Sólo los adversarios agreden y, en consecuencia, nosotros no tenemos más remedio que defendernos. Sin embargo, se omite que la desproporción entre los medios militares de Occidente y los de sus enemigos , incluso combinados, es abismal. (5). Se pone el énfasis en los esfuerzos militares realizados por China, Rusia y otros actores menores o secundarios, sobre los que pesa la sombra de la sospecha (Irán, Corea del Norte y pocos más), pero se guarda silencio sobre el que practican países vecinos que actúan por cuenta de los países occidentales en todas las zonas mundiales.

Así las cosas, esta información desequilibrada, de la que participan la mayoría de los medios liberales, genera un clima de cierto desasosiego sobre las percepciones de inseguridad. Se sigue insistiendo en la amenaza rusa sobre Europa Occidental, a pesar de que la campaña de Ucrania ha puesto de manifiesto la limitada capacidad del ejército de Putin para derrotar a un adversario sensiblemente inferior en recursos militares y económicos. 

Igual ocurre en Oriente Medio, donde la política occidental ha consistido durante décadas en presentar a Israel como un país asediado por unos vecinos belicosos y superiores en casi todo lo que influye en el arte de la guerra (población, animosidad, autoritarismo, retórica), menos en lo que importa; es decir, la capacidad tecnológica, económica y militar para imponer sus razones por la fuerza. Israel es hoy el Estado que ataca, invocando provocaciones menores, como las famosas salvas de misiles, que apenas si provocan desperfectos materiales de segundo orden y, sólo ocasionalmente, daños humanos. Ni siquiera irán, la gran potencia militar de la zona -después de Israel- ha podido, en un momento de enorme peligro para el régimen político, poner en serios aprietos esta indiscutible hegemonía militar israelí. 

Con China pasa tres cuartos de lo mismo. El programa de fortalecimiento militar de Pekín en la zona del Pacífico se contempla como una prueba inequívoca de su voluntad de imponer por la fuerza la unificación nacional, lo que implica la eliminación de la soberanía de Taiwán, la China insular, cuya legitimidad no es reconocida por toda la comunidad internacional por sus oscuros orígenes (fundada por nacionalistas extremistas contrarios al Orden Liberal). Hoy en día, Taiwán es una democracia liberal al estilo occidental, con una potente industria electrónica que le han convertido en líder en la producción de los semiconductores que mueven el mundo.

Estados Unidos ha venido apoyando el estatus quo, pero sin reconocer oficialmente a Taiwán. Esa política de “ambigüedad estratégica” se ha ido clarificando en los últimos años, para intentar disuadir a China de lanzar una invasión, a la que Washington y sus aliados de la región tendrían que responder para no perder la credibilidad como gendarme internacional de un Orden construido a la medida de sus intereses.

China afirma su compromiso con la restauración de la unidad nacional, pero desmiente continuamente que tenga la intención inmediata de lograrlo por la fuerza. A la ambigüedad occidental, Pekín replica con una estrategia simétrica basada en insinuaciones y gestos de complicada interpretación.  En cada posición que China adopta sobre las sucesivas crisis internacionales,  y en particular las bélicas, analistas y mentores del Orden Liberal ven una traslación de sus intenciones con Taiwán (6).

Mientras tanto, Occidente se afana en un rearme y una política de fortalecimiento de las alianzas contra Pekín en la zona. Estos días se celebrará en Delhi una cumbre del Quad (abreviatura de Quadrilateral),  que agrupa a Estados Unidos, India, Japón y Australia (7). Esta organización, a la que los dirigentes chinos califican como la “OTAN de Asia” se encuentra todavía en fase preliminar de desarrollo, pero ya ha colocado los asuntos militares en primera línea de prioridad, en detrimento de otros como la cooperación civil en ámbitos tecnológicos, científicos y culturales. Lo que para unos es legítima defensa frente al expansionismo chino, para otros es una palanca de cerco a China, debido a la enorme proyección de su potencial industrial y comercial.


NOTAS

(1) “Back to the table? : Recommendations for negotiations with Iran. WASHINGTON  INSTITTUTE, 27 de junio.

(2) “Iran Is on Course for a Bomb After U.S. Strikes Fail to Destroy Facilities”. JANE DARBY MENTON. FOREIGN POLICY, 27 de junio.

(3) “Might unmakes rights. The Catastrophic Collapse of Norms Against the Use of Force”. OONA HATHAWAY y SCOTT J. SHAPIRO. FOREIGN AFFAIRS, 24 de junio.

(4) “How Trump will be remembered”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 30 de junio

(5) “United States’ dominance of global arms exports grows as Russian exports continue to fall”. Informe del SIPRI (Instituto sueco para la Paz). 10 de marzo.

(6) “Would Beijing Welcome Escalation in the Middle East? China has plenty to lose from instability”. DENG YUWEN. FOREIGN POLICY, 26 de junio.

(7) “The Quad finally gets serious on security. The Indo-Pacific coalition signals a tougher approach to China”. THE ECONOMIST, 30 de junio.


LAS NIEBLAS DE LA GUERRA

26 de junio de 2025 

Es sabido que en las guerras se miente por principio. O se exagera, se deforma, se manipula. A estas alturas del desarrollo de los medios, de su dudosa fiabilidad, de sus intereses ajenos al derecho ciudadano a una información veraz, a la contaminación / colonización de las redes sociales y otras formas perversas de “comunicación desde abajo”, sólo los muy ingenuos se creen lo que proclaman los responsables de las campañas bélicas. Esta reflexión se puede extender a otros ámbitos de la vida política, social y económica. Estamos más “informados” que nunca, pero tan “deformados” como siempre.

Los recientes bombardeos de Estados Unidos sobre instalaciones nucleares de Irán han sido un nuevo ejemplo de lo expuesto anteriormente. Con sospechosa celeridad, la versión oficial del resultado de la operación fue contundentemente optimista: ataque devastador, daños “severos y precisos”. El propio Presidente, un adicto a la mentira, o a la posverdad, (que es la forma pedante de decir lo mismo), amplificó el “éxito” de la operación, afirmando que el programa nuclear había sido “aniquilado”.

Desde el otro lado de la escena, Irán hizo lo propio, pero en sentido inverso: minimizó los daños y, lo que resulta más extravagante por habitual que sea, anunció represalias alejadas de cualquier evaluación realista de sus capacidades militares. No sólo eso: antes de atacar la base norteamericana en Qatar, más por una cuestión de orgullo que de auténtica voluntad de nivelar la contienda, advirtió a las autoridades del Emirato, con la evidente intención de no provocar daños significativos. Este comportamiento, propio del arte de la propaganda más que de la guerra, diríamos en España que parece extraído del librero de Gila. Trump, con la frivolidad que acostumbra, no pudo evitar agradecer este “gesto” de las autoridades iraníes, como si se tratara de un combate de esgrima entre caballerosos contendientes.  El régimen de Teherán, obviamente, no hizo alusión alguna a este aviso previo al ataque.

Pero, y aquí está la clave de la cuestión, mientras sólo unos pocos se creen las informaciones iraníes, la inmensa mayoría de los analistas de los medios liberales aceptaron con escasa actitud crítica las primeras versiones norteamericanas e israelíes, apoyadas en imágenes, mapas y animaciones gráficas; y todo ello, bajo la cobertura de una supuesta fidelidad de las democracias a la verdad (1).

Al cabo de unos días, el Pentágono ha corregido las iniciales versiones triunfalistas de la Casa Blanca. Según el New York Times, el programa nuclear no ha sido “destruido”, solamente ha sufrido un “retraso de meses” (2). Tampoco sería recomendable prestar a esta nueva evaluación militar una total confianza. Cabe preguntarse si, al reconocer ahora que la misión no está del todo cumplida, se prepara el terreno para justificar operaciones militares ulteriores. Bastaría el incumplimiento del confuso alto el fuego para reanudar los bombardeos.

Trump tiene una ventaja en todo este caos: simplifica las cosas. No se enreda nunca en discursos legitimistas como hacían los neocon de principios de siglo o en las proclamas moralistas de los demócratas exégetas del Orden Liberal. El multimillonario Presidente bombardea porque quiere, porque considera que tal conducta encaja en la visión de grandeza que dice querer para América. Todo debe pasar por Washington, como afirma el politólogo francés Bernard Badie (3).

Las horas que Clinton, Bush, Obama, o Biden consumieron para conseguir el apoyo o al menos la conformidad de sus aliados a sus guerras, Trump se las ahorra;  ni siquiera de lo plantea. Como él mismo dijo, “le da igual” lo que le diga su Jefa de Inteligencia sobre la muy improbable capacidad o intención de Irán de fabricar bombas atómicas. Puestos a simplificar dice hoy una cosa y mañana otra y ninguna se parece a lo que dijo ayer. 

En una deriva muy propia de su forma de entender la información, Trump llegó a decir, al término de la cumbre de la OTAN en La Haya, que “hemos destruido las armas nucleares” de Irán, confundiendo programa nuclear con armas. Todo ello salpicado de comentarios jocosos sobre los periodistas que le preguntaban y de descalificaciones de los medios liberales a los que representaban.  El teatro informativo de Trump se podría encasillar en la comedia bufa.

UNA CRISIS SIN RESOLVER

Ante este estilo de dirigir la superpotencia y el mundo, resulta imposible anticipar con un mínimo de rigor lo que ocurrirá a partir de ahora. Estos días los analistas han insistido en establecer las consecuencias de las decisiones del caprichoso Presidente. Es un ejercicio de manual, racional y académico que se topa, sin embargo, con la impredecibilidad que caracteriza a los protagonistas del conflicto (4).

Si Irán realmente ha sufrido un serio revés, es poco probable que desafíe de manera abierta y directa a Israel y mucho menos a Estados Unidos, digan lo que digan sus propagandistas. La respuesta real puede ser más oscura, menos evidente (5). 

Estos días se ha publicado que, en las semanas previas al ataque de Israel, se advirtió un inusual tráfico de camiones en torno a las instalaciones iraníes de enriquecimiento y tratamiento del uranio. Esto ha disparado las especulaciones sobre un posible traslado de este material más preciado y sensible hacia otros enclaves, desconocidos o no por los servicios de inteligencia (6).  ¿Se trasladó realmente el material? ¿A dónde? ¿Trata Irán de hacer creer que aún conserva potencialmente la capacidad de amenazar con el temido material atómico, para no perder el factor disuasivo? Como sostiene Nicole Grajewski, experta de la Fundación Carnegie en el programa nuclear, tardaremos en saberlo (7).

Israel aparenta saber con más precisión el resultado de los ataques, pero no lo va a hacer público. Seguramente, ni siquiera Netanyahu se lo comunique en detalle a Trump, cuya capacidad para mantener la boca cerrada es muy limitada. Tampoco puede descartarse que el Pentágono le filtre al Presidente la información disponible, ante la aprensión de recibir órdenes extravagantes de su Comandante en Jefe. Algunos miembros del staff de su anterior mandato han reconocido que evitaban contarle cosas que no se ajustaran a su visión preconcebida de los problemas para evitarle enfados o disgustos o prevenir decisiones indeseables.

EL RESTO DEL MUNDO, AL MÁRGEN

Otro capítulo de dudosa utilidad son las especulaciones sobre las consecuencias en la región de lo ocurrido este mes de junio. El objetivo estratégico principal de Israel ha sido desde hace años neutralizar militar y diplomáticamente a Irán. Pero estos últimos días, el primer ministro ha dejado entender que estaría complacido de haber provocado un cambio de régimen en Teherán.

Sea cual sea el alcance de sus ataques, Israel parece haber reducido lo que se percibe como amenaza de primer orden. Más allá del programa nuclear, parece que el arsenal de misiles de largo alcance ha sido seriamente reducido y la cúpula militar, diezmada (esto sí reconocido por el régimen). Pero a los extremistas que gobiernan ahora Israel les interesa que se mantenga un cierto nivel de peligro. El éxito consolidaría a Netanyahu y lo reforzaría políticamente frente a las causas judiciales pendientes. Pero un margen razonable de riesgo le permitiría proclamar que necesita “permanecer vigilante”, “terminar el trabajo”; en otras palabras, seguir al frente del país (8). Ya se sabe: un potente enemigo exterior es un factor de refuerzo de los regímenes autoritarios (también de algunos formalmente democráticos).

Los países vecinos o cercanos son simples espectadores de lo que está ocurriendo. A los árabes, el debilitamiento de Irán les viene de maravilla, pero, como el caso de Israel, también encontrarían un provechoso acomodo con un cierto margen de amenaza. Las monarquías del Golfo se habían acercado a Irán en los últimos años (9), alentadas por China, que quiere hacer dinero y más dinero, como palanca primordial para agrandar su influencia internacional (10). Las repúblicas autoritarias tampoco verían con entusiasmo una “primavera persa”: ya tuvieron la suya y aún se están recuperando de los sobresaltos que provocó.

¿Y qué decir de Europa? Otra crisis internacional afincada en la irrelevancia. No están los vínculos transatlánticos para muchas consultas de peso. La rapidez y rotundidad de las operaciones, las divisiones internas y el deterioro de su posición moral por la pasividad exhibida en Gaza no han dejado espacio a la diplomacia europea. Hoy por hoy, los líderes continentales están atrapados en una dudosa estrategia de minimizar la derrota en Ucrania y de atenuar los efectos de la “guerra comercial” de Trump.

A decir verdad,  a nadie le interesa el caos en Irán. No hay una alternativa fiable, los moderados del régimen carecen de estructura social confiable, porque son tributarios de las mismas disfunciones que han corroído a los radicales. La alternativa liberal o incluso la monárquica tampoco parecen disponer de una base política y organizativa sólida (11). El cambio de sistema es sólo una teoría sobre el papel. Las bombas no echarán a los ayatollahs; al contrario, de no producirse una oleada de ataques ulteriores que destruyan realmente el país, es posible que el nacionalismo iraní visible estos días incluso en la oposición apuntale temporalmente al régimen (12). Sólo la penuria, el malestar social y la desintegración de los resortes que la jerarquía religiosa ha construido durante décadas pueden provocar una alteración profunda del sistema.


NOTAS

(1) “Trump’s Iran strike was clear and bold. The aftermath could be far messier”.  DAVID IGNATIUS. WASHINGTON POST, 22 de junio;  “With Military Strike His Predecessors Avoided, Trump Takes a Huge Gamble“. DAVID SANGER. NEW YORK TIMES, 22 de junio.

(2) “Strike Set Back Iran’s Nuclear Program by Only a Few Months, U.S. Report Says”. NEW YORK TIMES,  24 de junio; “The alluring fantasy of a quick win in Iran; Israel’s dazzling, daunting, dangerous victory”. THE ECONOMIST,  25 de junio.

(3) “Pour Trump, l’important reste de montrer que tous les chemins, la paix comme la guerre, passent par Washington”. BERNARD BADIE. LE MONDE, 22 de junio.

(4) America’s War With Iran. What Comes After U.S. Strikes”. ILAN GOLDENBERG. FOREIGN AFFAIRS, 22 de junio; “How  Iran  could escalate”. DANA STROUL. FOREIGN AFFAIRS, 23 de junio.

(5) “Iran retaliation: choreography, escalation management and the mirage of ‘all-out’ war”. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 25 de junio;  “A weakened Iran could turn to assassination and terrorism to strike back”. GREG MILLER. WASHINGTON POST, 23 de junio.

(6) “The aftermath of America’s strike”. SHASHANSK JOSHI. THE ECONOMIST, 23 de junio; “How effective was the US attack on Iran’s nuclear sites? A visual guide”. PETER BEAUMONT. THE GUARDIAN, 22 de junio. 

(7) “Why We Won’t Know for Some Time Whether U.S. Strikes in Iran Worked” (entrevista con NICOLE GRAJEWSKI). iNTELLIGENCE, 23 de junio.

(8) “Benyamin Nétanyahou conforté par la guerre avec l’Iran et les frappes américaines”. LUC BRONNER. LE MONDE, 23 de junio; “Netanyahu decided on Iran war last year, then sought to recruit Trump”. WASHINGTON POST, 23 de junio.

(9) “Arab gulf states work to contain fallout from Israel’s attack on Iran”. WASHINGTON POST, 17 de junio.

(10) “How Beijing sees the Israel-Iran conflict”. JAMES PALMER. FOREIGN POLICY, 24 de junio; “Don’t Count on China Bailing Out Iran”. JESSE MARKS. FOREIGN POLICY, 23 de junio.

(11) “What Bombs Can’t Do in Iran”. KARIM SADJADPOUR. NEW YORK TIMES, 23 de junio.

(12) “Nazanin Zaghari-Ratcliffe denounces Israeli attack on Iran’s Evin prison”. PATRICK WINTOUR. THE GUARDIAN, 24 de junio.



GUERRA ENTRE DOS TEOCRACIAS: UNA SISTÉMICA, OTRA INSTRUMENTAL

18 de junio de 2025

Según el libreto de dirigentes y académicos del Orden Liberal, la guerra entre Irán e Israel sería una suerte de “lucha de civilizaciones”. En otras palabras, Democracia vs. Teocracia. Pero esa afirmación no resiste un análisis libre de resortes propagandísticos.

Israel es sólo formalmente una democracia. Lo fue, más o menos, sin olvidar sus rasgos coloniales fundacionales. Incluso fue una democracia socialista, mucho más ambiciosa y desde luego menos represiva que las “democracias populares” de Europa Oriental y Asia. El nuevo Estado no fue apoyado por EEUU: también por la URSS, y con más entusiasmo, si cabe. Hasta 1967. 


LA DERIVA RELIGIOSA DE ISRAEL

Tras la “guerra de los seis días”, Israel se convirtió en una democracia que dejó de respetar las reglas internacionales y, lo que es más importante, los derechos y libertades de la población en las zonas ocupadas por su poderoso Ejército. 

Cuando esta hegemonía incompleta se confirmó en 1973, tras el cuarto intento fallido árabe de expulsar a la “potencia sionista” de la región, Israel inició un camino oscuro que primero enterraría el socialismo (años ochenta) y luego la democracia como sistema integral de derechos y libertades para todos los grupos de población.

La llegada de inmigrantes judíos de los países europeos orientales tras el derrumbe del comunismo reforzó el sentimiento anti colectivista.  La furibunda reacción contra cualquier forma de socialismo dejó el camino libre a todo tipo de doctrinas mesiánicas, que habían sido minoritarias en las primeras décadas del Estado.

La contradicción flagrante entre el judaísmo religioso y el sionismo político pervivió durante todo este periodo. Hoy sólo es un constructo teórico. Los designios de Dios y la voluntad política totalitaria de los partidos confesionales y sus aliados han convergido. Israel se ha convertido en una teocracia con instituciones formalmente liberales que sirven para asegurarse el apoyo de Occidente y, en particular, de Estados Unidos, otra potencia que se encuentra en un proceso de maridaje con visiones mesiánicas más radicales que las que inspiraron su nacimiento.

Durante las décadas de gobiernos laboristas (en solitario o en coalición, con liberales o incluso conservadores), los dirigentes de Israel aseguraron la permanencia del Estado a toda costa. La expansión de las colonias en territorio palestino se hizo en función de un proyecto de reequilibrio demográfico y del refuerzo de las fronteras de un territorio ampliado por sus conquistas militares. No se utilizaba, pensara cada cual lo que pensara al respecto, la noción de “mandato bíblico”.

Frente a este posicionamiento de la izquierda sionista, la derecha oponía un modelo de fortalecimiento y expansión del Estado no exclusivamente político. El objetivo consistía en cumplir con el designio bíblico y reagrupar todo el territorio del Israel del antiguo testamento. Cisjordania -núcleo fundamental de un hipotético Estado palestino futuro- no existía para los conservadores israelíes: era Judea y Samaria. 

Con el cambio generacional en la derecha israelí y la consolidación -no fácil ni lineal- de Netanyahu como líder casi indiscutible, todos los tabúes del expansionismo israelí han ido cayendo. Aun así, la voluntad del actual primer ministro, durante sus anteriores periodos al frente del gobierno, ha sido evitar la dependencia de los partidos religiosos, más allá de lo inevitable. Los casos de corrupción le pusieron entre la espada y la pared y el consenso en torno a su liderazgo se resquebrajó. El Likud, su partido, sufrió varias escisiones. Se crearon otras formaciones conservadoras pequeñas con las que había que negociar duramente en la Knesset. Al final, emergió un nuevo panorama político en el que los socios de gobierno de Netanyahu no eran los disidentes salidos de su filas, sino las nuevas formaciones religiosas que sintetizaron el judaísmo religioso y el sionismo político. 

Netanyahu ha hecho virtud de la necesidad. Se ha “convertido” a esa “teocracia” liberal (si se permite el oxímoron) con tal de cohesionar la coalición de gobierno, mantenerse en el poder y conservar la capacidad de retorcer las normas del Estado de Derecho para evitar su procesamiento y, al cabo, su inhabilitación; es decir, el final de su tormentosa carrera política.


LA OPORTUNIDAD BUSCADA

Los acontecimientos de 7 de octubre de 2023 le pusieron en bandeja una oportunidad que un halcón político como Netanyahu no podía dejar escapar. El trauma nacional ocasionado por el ataque de Hamas (comparado por muchos con el de 1973) le sirvió de excusa/motivo para lanzar una operación militar de una brutalidad sin precedentes, incluso para los estándares israelíes. Con el propósito declarado de acabar con Hamas, dueño y señor de Gaza, Israel ha perpetrado la matanza más execrable de los últimos tiempos. Incluso los países occidentales que han venido defendiendo la ficción del Israel liberal y democrático se han visto obligados a protestar (la mayoría con la boca pequeña y medio cerrada). 

La operación militar terminó convirtiéndose en un fracaso estratégico. Israel ha matado a los principales líderes de Hamas, ha desmantelado parte de su estructura militar y política en Gaza, ha asesinado a más de 50.000 civiles y ha infligido un sufrimiento inhumano a los dos millones de habitantes de la franja. Pero no ha “terminado el trabajo”, como gustan de decir los entusiastas del genocidio.

Ya no quedaban muchas opciones, salvo la más arriesgada y difícil de todas: atacar al padrino de todas las organizaciones que han venido obstaculizando la hegemonía militar de Israel en las últimas cuatro décadas y media. 


IRÁN ASUME LA RESISTENCIA ISLÁMICA

La teocracia iraní se convirtió en el gran enemigo de Israel, una vez que los Estados árabes se convencieron de que nunca podía ganarle una guerra, ni siquiera minimizar su proyecto político. La “resistencia frente al sionismo” se quedó en lo que fue siempre en realidad: un “gancho” propagandístico para ocultar o desviar la atención del fracaso de regímenes autocráticos y de sistemas sociales fallidos y perversos. 

La caída de la monarquía milenaria persa en 1979 privó a Estados Unidos de su gendarme más preciado entre el Ganges y el Mediterráneo. Pero el fin de la dinastía de los Pahlevi fue una pesadilla para Israel. Desde el principio, los ayatollahs declararon a Israel una potencia maligna por su ocupación de Jerusalén, tercera ciudad santa de los musulmanes. La política exterior iraní ha girado en torno a la “destrucción de Israel”, incluso después de que sus vecinos árabes (algunos amigables, otros adversarios, según la confesión musulmana dominante) se hubieran resignado a su existencia.

Irán construyó una red de Estados aliados (Siria y más tarde el Irak post-Sadam), partidos-milicia (el Hezbollah libanés, los hutíes yemeníes) y sectores disidentes de las franquicias terroristas sunníes (como Al Qaeda y Daesh), con la única intención de acosar a Israel, de obstaculizar su designio hegemónico. Nada decisivo, por supuesto, pero suficiente para obligar al enemigo a mantener un notable esfuerzo de defensa, a pesar de la paz fría entablada con los vecinos árabes.

Consciente de que esa hostilidad era poco más que una molestia táctica, Irán se embarcó en un programa civil y militar de largo alcance estratégico. Desarrolló sistemas de misiles capaces de golpear en el corazón de Israel y según sostiene Occidente, poner en marcha un programa nuclear militar oculto bajo la apariencia de necesidad energética civil. Para uno de los principales productores mundiales de crudo, esta iniciativa resultaba incomprensible.

Durante más de veinte años, Israel y Estados Unidos, compenetrados del todo o parcialmente, han denunciado, obstaculizado, sancionado, atacado, boicoteado, y retrasado este esfuerzo estratégico iraní. Atentados, sabotajes, asesinatos e infiltraciones a todos los niveles del Estado han sido permanentes. Pero Obama rompió con esa lógica, no por candidez, sino por pragmatismo. Intentó el engagement: la negociación. Si no se podía evitar la nuclearización de Irán, se debía intentar limitar su alcance, sus riesgos, su conversión en un recurso de guerra.

En 2015 se firmó por fin el JCPOA (Plan de Acción Integral Conjunto), para disgusto sin cuento de Israel, temor de la monarquías árabes rivales de la potencia chií y malestar de los republicanos de Estados Unidos. Trump se salió del pacto y aplicó la política de “máxima presión” contra Irán, pero los clérigos iraníes no se rindieron y aprovecharon el viraje de Washington para avanzar a toda velocidad con el programa nuclear.

Después del 7 de octubre, casi nadie en el régimen de Teherán pensaba que era posible una negociación. Los ayatollahs creyeron que su continuidad en el poder dependía de la intimidación nuclear, en un contexto de profunda crisis económica y social.


¿HASTA DÓNDE LLEGARÁN NETAYAHU Y TRUMP?

El masivo ataque Israel se esperaba desde hace dos décadas. Estados Unidos ha venido frenándolo, con el argumento de la inestabilidad que una escalada bélica podría provocar en la zona más volátil del mundo por su importancia energética.

Estos días se hacen todo tipo de conjeturas sobre el verdadero alcance de los daños infligidos a las instalaciones iraníes. La central de centrifugadores de Natanz ha sido seriamente afectada, pero la planta subterránea de Fordow al parecer sigue activa. Los expertos de la Agenci Internacional de la Energía que monitoriza el programa iraní creen que el régimen de Teherán dispone de suficiente uranio enriquecido para faricar ya 10 bombas atómicas. En tres días podría llegar al 90% para culminar el proceso. Pero hay otras tareas antes de disponer eficazmente del arma. ¿Pueden haber trasladado e uranio a otro lugar? ¿Hay instalaciones no conocidas? ¿Conoce Israel estas otras bases alternativas? Las especulaciones se mezclan con la información. (1).


A estas alturas del conflicto, parece claro que la superioridad tecnología israelí y el apoyo logístico -quizás algo más- de Estados Unidos determinan una derrota de Irán (2). Pero ¿hasta qué punto? Netanyahu ya reconoce abiertamente que su objetivo no es sólo la destrucción del programa nuclear iraní, sino el cambio de régimen. Los estrategas israelíes más radicales están persuadidos que éste es el momento propicio. Sin aliados regionales capaces de incomodar a Israel y con una Casa Blanca permisiva cuando no cómplice de las soluciones más extremistas, la suerte de Irán parece sellada.


Analistas nada sospechosos de ser antiisraelíes cuestionan la estrategia de Netanyahu. Sostiene Steven Cook, experto en la zona, que “el ataque israelí va más allá del programa nuclear” (3). Ned Price, miembro de la administración Biden, opina que “Israel debería haber dejado a la diplomacia seguir su curso” (4). El experto nuclear Eric Brewer vaticina que, si Israel no aniquila por completo el programa, “la bomba nuclear iraní es ahora más probable” (5). El analista tecnológico israelí David Rosenberg se pregunta si Netanyahu tiene una estrategia de salida (6). El experto en Irán del International Crisis Group aboga por “no abandonar la diplomacia” (7).

Sobre la posición norteamericana, David Sanger, el editor de asuntos de seguridad del NEW YORK TIMES, asegura que Israel ha puesto a Trump en la disyuntiva de una mediación in extremis o suministrar a su aliado las bombas de gran potencia que necesita para destruir las instalaciones subterráneas iraníes (8). En el mismo diario, el gurú judío para asuntos de Oriente Medio, Thomas Friedman sugiere a Trump lo que debe hacer “para acabar esta guerra”: entregar a Israel las bombas antibunkeres y reconocer al Estado palestino (9). Pero el WASHINGTON POST le reclama que piense bien lo que puede venir después (10). Después del último desaire a sus aliados en el G7, el extravagante Presidente parece excitado por los acontecimientos, presume de saber dónde está el Guía Jamenei, pone a los 40.000 soldados norteamericanos en la zona en estado de alerta, exige a Irán “rendición incondicional” y ha reposicionado la maquinaria de guerra  (11). ¿Está faroleando o ya ha decidido embarcar a su país en otra de esas guerras en la región de las que prometió alejarse? 

Los clérigos iraníes son tenaces, pero nunca han tenido un tête-a-tête tan brutal con su enemigo existencial. La facilidad con la que Israel ha descabezado a su cúpula militar debe haber provocado pánico en las alturas. Las amenazas a las bases norteamericanas no pasan de ser una retórica obligada. El ayatollah, anciano y muy enfermo, no espera más que el final. De su vida, sin duda. Pero ¿está preparado para convertirse en el sepulturero del régimen? 


Las dos teocracias no son simétricas. La iraní es tradicional, convencional y estructural. La religión permea todo el sistema político; aún más: lo condiciona, lo modela, lo determina. La israelí no es una teocracia doctrinal, sino una democracia cada vez más iliberal, una autocracia en ciernes, amparada por una retórica mesiánica. En Irán, la teocracia es sistémica; en Israel, instrumental.

Pero, a pesar de estas diferencias, hay un punto de coincidencia: la imposibilidad de la renuncia a los designios divinos. Los dirigentes iraníes no conciben una capitulación, porque sería contravenir el mandato de Alá. El actual gobierno de ultraderecha israelí no puede dejar escapar vivo al “odioso” régimen de Teherán, porque se siente obligado a defender el destino de un pueblo elegido.

Esta guerra se parece poco o nada a las guerras de religión europeas de la Edad Moderna. Entonces, protestantes y católicos compartían una fé, escindida pero perteneciente a un tronco común. Aquí se enfrentan dos concepciones radicalmente opuestas de la cosmogonía.  Las teocracias no firman la paz: se glorifican en la victoria o se inmolan en la derrota.




NOTAS


(1)Will Iran dash for nukes? SHASHANSK JOSHI. THE ECONOMIST, 16 de junio.

(2)“Israel's smaller, sophisticated military opposes larger Iran”. JONATHAN BEALE. BBC, 16 de junio. 

(3)“Israel is going for the death blow on Iran”. STEVEN COOK, FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(4)”Israel should have let Diplomacy run its course”. NED PRICE. FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(5)“Israel’s Attacks Make an Iranian Bomb More Likely”. ERIC BREWER. FOREIGN POLICY,16 de junio.

(6)“Does Israel Have an Exit Strategy?” DAVID ROSENBERG. FOREIGN POLICY, 17 de junio. 

(7)”Don’t give up on Diplomacy with Iran”. ALI VAEZ. FOREIGN AFFAIRS, 16 de junio.

(8)“Trump’s Iran Choice: Last-Chance Diplomacy or a Bunker-Busting Bomb”. DAVID SANGER & JONATHAN SWAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio

(9)“The Smart Way for Trump to End the Israel-Iran War”. THOMAS FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio.

(10)“Bomb Iran? Trump needs to think about what happens next” THE WASHINGTON POST (Editorial), 16 de junio.

(11) “Could US attack Iran’s Fordow nuclear site? Military movements offer a clue”. DAN SABBAGH. THE GUARDIAN, 17 de junio.