5 de marzo de 2025
Estas
dos últimas semanas han conmovido las estructuras internacionales. Los
comportamientos y decisiones del Presidente de los EE.UU han sacudido los
cimientos del Orden Liberal al dar alas a algunos de sus adversarios. Este juicio
es discutible, pero es un sentir general de gobiernos, políticos, académicos y analistas.
Hay una desazón perfectamente perceptible en los atlantistas militantes y una
perplejidad en los críticos de la Alianza occidental. Por motivos distintos, y
hasta opuestos, ninguno de ellos se puede creer lo que está ocurriendo. Vayamos
por partes.
Los
atlantistas consideran una tragedia el giro que ha dado Trump, por mucho que
estuviera anunciado. Nunca se creyeron que llegaría a socavar el fundamento de
la solidaridad occidental. Ese ha sido el principio rector desde 1945 y, si tomamos
en cuenta sus precursores, desde 1918.
Los
más optimistas creen que la Alianza Atlántica ha sido sacudida pero es todavía
salvable (1). Los más pesimistas consideran que el azote de Trump será tan
profundo y violento que Europa debe aprovechar el momento para hacer virtud de
la necesidad y convertir la crisis en oportunidad (2).
Atlantistas
optimistas y pesimistas convergen en este último punto: se recupere o no el
vínculo transatlántico, Europa debe caminar decididamente hacia un mayor y
mejor compromiso defensivo. O sea, debe incrementar sus gastos militares y
gastar -se proclama- de manera más eficaz e inteligente. Esta va a ser la
consigna de los gobiernos europeos anclados en el consenso centrista, que son
casi todos. Se avecinan conflictos.
EL
REARME QUE VIENE
Ucrania
va a ser el banco de pruebas de esta nueva Europa De la Defensa. De
momento, la única conclusión concreta de la cumbre europea del pasado fin de
semana con el presidente Zelenski fueron palmadas en la espalda y protestas de solidaridad. En privado se admite
que sin la cooperación norteamericana, la protección prometida a Ucrania es simple
ilusión. El escaldado Presidente ucraniano ya está dando muestras de su disposición
a pasar por el aro de Trump para negociar la paz (3).
La
Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha avanzado una cifra para
este esfuerzo militar: unos 800.000 millones de euros, cantidad similar a los
fondos de recuperación del COVID. En esa cantidad se incluiría la autorización
de deuda por un valor de 150.000 millones para que la UE preste dinero bonificado
a los países miembros que presenten planes de inversiones militares. El
problema es que no sobra el dinero. La UE aún no ha pagado la deuda contraída
por el Plan de Recuperación y los intereses subsiguientes, que alcanza una suma
equivalente al 20% del presupuesto anual del Club (4). Lo que no consiguieron las
necesidades sociales en la crisis financiera parece allanado ahora para el
esfuerzo militar. Un mensaje. Y un peligro (5).
Casi
todos los gobiernos europeos -con muy pocas excepciones- son débiles, en el
sentido de que dependen de coaliciones políticas sometidas a fuerte presión. Repasemos
el mapa político actual.
-
Alemania se encamina hacia la quinta Gran Coalición de la República Federal con
el esfuerzo bélico como supuesto factor aglutinador. Los dos partidos del
futuro gobierno han alcanzado un acuerdo de principio para que los gastos
militares que superen el 1% del PIB no computarán en el mecanismo de freno de
la deuda. Una especie de barra semilibre que atizará el riesgo de que los
costes sociales refuercen el discurso de la oposición ultraderechista alineada
con Trump y Rusia.
-
Francia sigue enganchada del decreto-ley para dotarse de las herramientas
básicas de gobierno como los Presupuestos y otras medidas esenciales, con una
ultraderecha al acecho que se ha distanciado de Putin, pero quiere aprovecharse
del tirón de Trump.
-Italia
está gobernada por una ultraderecha atlantista y claramente contraria a Rusia,
pero decididamente trumpista.
-España
depende de una coalición en la que su socio menor recela de cualquier decisión
que implique mayores gastos militares y, aunque sus simpatías prorrusas
nostálgicas del periodo soviético se van desvaneciendo, cuesta admitir, con
cierta razón, que se opte por el aislamiento de Moscú como principal palanca.
-Polonia
está en manos de una mayoría liberal-conservadora que es tan claramente antirrusa, como la oposición
ultraconservadora.
En
un panorama similar al alemán (gobierno de gran coalición o de coalición amplia
entre los partidos del consenso centrista) se encuentran Rumanía, Bélgica,
Austria (donde acaba de constituirse una coalición que aleja del poder a la
extrema derecha afín al Kremlin), Chequia (aunque quizás por poco tiempo),
Estonia (coalición social-liberal) y Letonia (coalición social-liberal-verde).
Disfrutan
de una situación como Italia, más cómoda en este asunto de la guerra de
Ucrania, gobiernos liberal-conservadores con mayoría clara (Grecia, Portugal, Irlanda
y Luxemburgo) o con la comprensión o el apoyo parlamentario de una extrema
derecha poco afín a Moscú (Suecia, Finlandia, Croacia y Lituania). A estos
habría que añadir los gobiernos de centro-izquierda, como el social-demócrata de
Dinamarca (con una extrema derecha debilitada y alejada de Moscú) y Malta y los
de coalición social liberal en Eslovenia y Chipre.
El
apoyo reforzado a Ucrania y el rechazo a un entendimiento con Rusia en las
actuales circunstancias puede provocar en los gobiernos de Holanda (formado por
una coalición en la que en este caso se
encuentra una ultraderecha, el Partido de la Libertad, poco inclinado a
hostigar a Rusia. Cercanos a Moscú son
los gobiernos de Hungría y Eslovaquia. Por tanto, la unidad es relativa, como
en cualquier asunto importante.
Pero
si se introduce la variable de las relaciones con la América de Trump, las
tensiones se incrementan exponencialmente. Los Bálticos y Polonia no apoyarán
una estrategia de confrontación con Estados Unidos.
EL
POST-BREXIT HA COMENZADO
Otro
aliado externo a la UE que puede provocar fricciones es el Reino Unido. Su
protagonismo en esta primera fase de la crisis ucraniana ha sido evidente. La cumbre
del alivio tras la bronca del Despacho Oval se celebró en Londres. No en
vano, el premier Starmer ha sido el único que ha puesto sobre la mesa el
despliegue de una fuerza europea de protección en Ucrania, cuando se acuerde un
alto el fuego. El presidente francés hizo flotar la idea hace unas semanas,
pero muy a su manera especulativa. Alemanes y mediterráneos se resistirán o
negarán a aportar botas sobre el terreno (boots on the ground).
El
Reino Unido tiene otro argumento que refuerza su posición en estos momentos:
dispone, como Francia, de arsenal nuclear propio y de una potencia militar
incuestionable, por no hablar de su experiencia en este tipo de despliegues de
fuerza.
Alemania,
entre los grandes, es el eslabón más débil. El futuro canciller es un
atlantista radical, de los que están muy afectados por este desenganche
americano de Europa. Friedrich Merz no renunciará a una reconciliación con la
administración Trump lo más pronto posible, aunque se le planteen concesiones
desde Washington. Está por ver qué piensan los socialdemócratas, cuya base
social no está del todo convencida de las bondades de la gross koalition
y más si se profundiza en el rearme.
LAS
IZQUIERDAS, ANTE LA CRISIS OCCIDENTAL
Finalmente,
conviene hacer una reflexión sobre los desgarros entre la izquierda moderada y
radical ante las nuevas perspectivas. Los socialdemócratas han abrazado la
causa de Ucrania de manera excesivamente emocional, motivados por la
repugnancia que les produce el alineamiento de Putin con la extrema derecha
europea. Es un argumento comprensible. Pero la izquierda excomunista o
comunista reconvertida se resiste a comprar la narrativa que considera a Rusia
la única responsable de la guerra. Y no les falta razón. La OTAN no tuvo en
cuenta los legítimos intereses de seguridad (o de percepción de seguridad, que
viene a ser lo mismo), al expandirse hacia el Este, contrariamente a sus
compromisos al final de la guerra fría. Ucrania era una línea roja para Moscú y
los aliados occidentales dijeron respetar esas aprensiones. La evolución de la
crisis ucraniana ha supuesto una ruptura con esos compromisos y la respuesta
contundente o brutal de Moscú (según las opiniones).
También
es discutible que Rusia represente una amenaza para la seguridad europea, como
se dice para justificar el incremento de los gastos militares. Para cualquier
gobierno en el Kremlin (el actual o uno liberal), una cosa es Ucrania y otra es
Polonia o los países bálticos. Moscú no tiene capacidad para enfrentarse a un
país de la OTAN y salir vencedor. Es el factor de las minorías rusas en los
países vecinos lo que el nacionalismo ruso, que Putin aproveche para consolidar
su base de poder. Si se le pide a la
izquierda crítica europea que sea menos complaciente o simplemente pasiva con
la Rusia putinista, también la socialdemocracia debería recuperar la visión de
Willy Brandt, que construyó la Ostpolitik en los años setenta para hacer
posible la distensión, sin por ello renunciar a los valores democráticos y a defender
a los disidentes del Este.
NOTAS
(1) “Europe’s Moment of Truth. The Transatlantic
Alliance Is Under Grave Threat—but Not Yet Doomed”. WOLFGANG ISCHINGER. FOREIGN
AFFAIRS, 2 de marzo.
(2) “Europe is running out of hope Trump is still open
to persuasion over Ukraine”. PATRICK WINCOUR (Corresponsal Diplomático). THE
GUARDIAN, 4 de marzo.
(3) “Zelensky Offers Terms to Stop Fighting, Assuring
U.S. That Ukraine Wants Peace”. MARC SANTORA. THE NEW YORK TIMES, 4 de
marzo.
(4) “‘No more excuses’: Europe under pressure on
defence spending three years after Russian invasion. JENNIFER RANKIN. THE
GUARDIAN, 24 de febrero.
(5) “La Europa marcial, una
bomba antisocial”. FRÉDÉRIC LEBARON Y PIERRE RIMBERT. LE MONDE DIPLOMATIQUE, marzo
de 2025.
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