3 de diciembre de 2025
Trump
presume falsamente de promover acuerdos internacionales de paz, mientras
práctica actos de guerra. Lo hizo la pasada primavera en Irán, sin mediar
agresión previa. Si no directamente, también apoyó en todos los aspectos el
genocidio palestino de Israel en Gaza y el acoso mortal en Cisjordania.
Ahora,
se dispone a atacar ilegalmente a Venezuela pretextando no probadas acusaciones
de connivencia del régimen político de ese país con organizaciones narcotraficantes.
El preámbulo de la enésima agresión norteamericana en su “patio trasero” ha
sido el impresionante despliegue naval en el Caribe, encabezado por el Gerald Ford, el más moderno portaaviones
de la Navy. Estos barcos de guerra no están de inspección.
Desde septiembre, han realizado veinte operaciones militares contra pequeñas embarcaciones,
con un resultado de 83 muertos, a los que se les ha colgado la etiqueta póstuma
de traficantes de drogas.
Todos
estos ataques son susceptibles de ser considerados crímenes de guerra, porque las
actuaciones militares no están sujetas a la legalidad internacional. Las
críticas han venido de fuera, pero también del propio Congreso de los Estados
Unidos, y no sólo del Partido Demócrata, sino de republicanos escarmentados por
operaciones pasadas.
Pero
como esta administración no es parca en excesos, se ha sabido ahora que el
primero de esos crímenes “justicieros” tuvo ribetes de ensañamiento que van a
engrosar la lista de barbaridades norteamericanas en la región. Después del
primer bombardeo de una supuesta lancha de narcotraficantes, se advirtió que
había supervivientes y volvió a disparar para acabar con ellos. El WASHINGTON
POST reveló que el propio Secretario de Defensa (o de Guerra, como ha bautizado
Trump el Pentágono) dio la orden de “matarlos a todos”, lo que habría
convertido a su titular Pete Hegseth en un presunto criminal de guerra (1). La
Casa Blanca salió al rescate en las últimas horas para aclarar que la orden del
segundo ataque la dio el Almirante Bradley, jefe de las operaciones, aunque
Hegseth posteriormente avaló la iniciativa.
Como
suele ocurrir en Estados Unidos, el caso particular eclipsa, siquiera por unos
días, el debate sobre la política que lo ampara. La incompetencia de Hegseth,
tantas veces expuesta y demostrada, se convierte de nuevo en la acaparadora de
titulares. El antiguo presentador televisivo ni siquiera sirve de pararrayos
para Trump, si acaso en una especie de “sparring político” que se lleva los
golpes cotidianos de la desnortada política militar de su jefe.
Pero
para centrarnos en el asunto de fondo, el acoso a Venezuela arrastra todos los
aires del rancio imperialismo norteamericano, es decir, no el blanqueado por Kennedy
a comienzos de los sesenta, enseguida ensuciado y desenmascarado por el
desastre de Bahía Cochinos, y luego rematado con la financiación, promoción y
respaldo de las dictaduras de finales de los sesenta y setenta.
¿HAY
UNA DOCTRINA ‘DONROE’?
Lo
que Trump se dispone a revivir ahora son los fundamentos de la “doctrina Monroe”,
formulada por el Presidente James Monroe en 1823, supuestamente para proteger a
los países al sur de Estados Unidos de actuaciones neocoloniales europeas. Lo
que en realidad se pretendió era reservarse ese territorio para control y explotación
de los intereses estadounidense, como pronto se demostró.
Algunos
comentaristas hablan ya de ‘doctrina Donroe’ en alusión al nombre del actual
Presidente (Donald), sonoramente más afín al original (2). Guiños verbales
aparte, el espíritu de la actuación a cámara lenta de la actual administración
dista de estar clara. No se sabe muy bien si Trump pretende intimidar al
Presidente Maduro para que deje el poder y precipite la caída del régimen o si
ya está decidido el plan de ataque.
En
apoyo de la primera tesis, Trump dice haber hablado con Maduro, aunque nada se
ha dicho del contenido de la conversación. Se especula con que se le ha
ofrecido al líder venezolano y a su familia una vía de escape, algo parecido a
lo que Rusia brindó al sirio Assad, aunque, en este caso, no es fácil saber qué
país sería el protector. Según varios medios, Donald Trump, le dio un
ultimátum a Maduro para que dejara el poder antes del Día de Acción de Gracias
y se instalara en el país que él eligiera. El mandatario venezolano habría
puesto condiciones que no fueron aceptadas por su homólogo estadounidense. Pasado
el plazo sin acuerdo, Trump decretó ilegalmente el cierre completo de espacio aéreo
venezolano: ‘doctrina Donroe’ en acción.
El
régimen venezolano no es una dictadura personalista, como algunos medios occidentales
quieren hacer creer. Ni siquiera en la etapa de Chávez lo fue, aunque el factor
del liderazgo fuera incomparablemente mayor que en la actualidad. El régimen
bolivariano, aunque corroído por el desgaste en el ejercicio del poder, sus
fracasos, acosos exteriores e interiores y la corrupción endémica y sistémica, responde
a una coyuntura histórica y política que trasciende la ambición personal o de
casta. La movilización que se ha puesto en marcha en el país para resistir a
una eventual intervención norteamericana, con el despliegue de miles de civiles
a los que se presume afectos al régimen, reproduce la mística de la resistencia cubana, modelo en el que siempre
se ha inspirado el chavismo.
A
pesar de ello, no parece que Trump esté pensando en una invasión del país a
gran escala. El NEW YORK TIMES desveló hace meses que la CIA había sido autorizada
por la Casa Blanca para realizar operaciones encubiertas. Pero es muy probable
que no se esté pensando en una reedición de Bahía Cochinos (aunque a Trump le
encanten este tipo de revanchas de la historia), sino más en bien en algo similar
a Abotabbad (la localidad pakistaní donde fue asesinado Osama Bin Laden por un
comando de las fuerzas especiales SEAL). Los analistas más serios, como el
abogado Brian Finucane, ya están
advirtiendo de los serios riesgos, legales, militares y políticos que supone
esta aplicación de la “licencia para matar” que se ha concedido el actual
Presidente (3).
LA
HIPOCRESÍA DEL MOMENTO
La
justificación en la que Trump envuelve un costoso y exagerado despliegue militar
es ridícula e hipócrita, como están denunciado congresistas de ambos lados del
espectro político y, con sordina, algunos países de la región que temen las
represalias vengativas de este Tío Sam con esteroides (4).
La
supuesta lucha contra el narcotráfico, “que ha matado a 200.000 americanos”
(Trump dixit), no se sostiene. En la propaganda de la Casa Blanca se ha
convertido a Maduro en el jefe del ‘cartel de los Soles’, una de las
organizaciones criminales del país, junto con el “Tren de Aragua’. La teoría de
la connivencia del régimen con las redes de la cocaína fue utilizada hace años
por la oposición conservadora, pero ha tardado en prender al norte de Río
Grande. Ahora ha sido apadrinada por Trump, para reforzar su discurso de
virtud, justo cuando han salido a relucir más informaciones sobre su vinculación
con las red más oscura del tráfico sexual (la trama Epstein) en Estados Unidos.
La quiebra que ha provocado este escándalo en el mundo MAGA y la constelación
de grupos cristianos ultraconservadores que apoyaron el regreso de Trump al
poder ha sido notable (5). El Presidente necesita un alarde de empeño moral
para escapar al desgaste, que se traduce en las cifras más altas de
impopularidad nunca alcanzadas.
Pero
la hipocresía diluye esta pretensión propagandística. En plena exhibición de
fuerza en el Caribe, Trump ha cometido la aparente torpeza de indultar al anterior
Presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, condenado por un juez neoyorquino
a 45 años de prisión por introducir cocaína en Estados Unidos. Esta decisión
coincide también, y no por casualidad, con las elecciones hondureñas de este
pasado fin de semana, en las que Trump ha apostado, como suele hacer, por un
candidato ultraconservador. Proyectando su victimismo en otras figuras
políticas que alardean de admirarlo, el vanidoso inquilino de la Casa Blanca
considera a sus émulos víctimas de la persecución política en sus países (6). De esta forma, un exdirigente iberoamericano
condenado por la justicia norteamericana se convierte en héroe redimido y otro en
ejercicio sobre el que no hay pruebas acreditadas de su actividad delictiva es
señalado como objetivo por la política justiciera de la Casa Blanca.
Con
esta nueva demostración de las chapuzas exteriores que caracterizan el mandato
de Trump, la actual administración se pone en curso de actuaciones similares a
la que definieron a la de G.W. Bush hace dos décadas con su igualmente falsaria
“guerra contra el terror. Al cabo, Trump es mucho más ‘mainstream’, más
convencional, de lo que sus críticos del ‘establishment’ sostienen y de
lo que él mismo presume. Pese a sus cacareos propagandísticos, a Trump, como a
sus antecesores, también le atraen esa política de “guerras sin fin” o “guerras
elegidas” (frente a las “guerras de derecho”). Toda esa palabrería de
estrategas, expertos y analistas afectos no es otra cosa que la justificación
de una vieja lógica imperialista de toda la vida.
NOTAS
(1) “Hegseth order on first Caribbean boat strike,
officials say: Kill them all”. As two men clung to a stricken, burning ship
targeted by SEAL Team 6, the Joint Special Operations commander followed the
defense secretary’s order to leave no survivors”. THE WASHINGTON POST, 28 de
noviembre.
(2) “The ‘Donroe Doctrine’: Trump’s Bid to Control the
Western Hemisphere”. JACK NICAS. THE NEW YORK TIMES, 17 de noviembre.
(3) “America Unbound in the Caribbean. The Real Costs
of Washington’s Use of Force”. BRIAN FINUCANE (Asesor legal del International
Crisis Group, professor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva
York y abogado del Departamento de Estado durante el mandato de Obama). FOREIGN AFFAIRS, 26 de noviembre.
(4) “Latin America’s Disjointed Reaction to Trump’s
Drug Boat War”. JOHN HALTIWANGER. FOREIGN POLICY, 10 de noviembre.
(5) “Trump faces heat from MAGA base on ‘America
First’ agenda, Epstein”. HANNAH KNOWLES. THE WASHINGTON POST, 13 de
noviembre.
(6) “Trump move to pardon Honduras’s ex-president
shows counter-drug effort is ‘based on lies and hypocrisy’”. TOM PHILIPS, corresponsal
en Latinoamérica. THE GUARDIAN, 1 de diciembre; “The glaring ‘hypocrisy’ behind
Trump’s war on drugs”. ISHAAN THAROOR, THE WASHINGTON POST, 3 de diciembre.

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