TURQUÍA: TURBULENCIAS EN EL PUENTE

29 DE OCTUBRE DE 2009

Es lugar común en el análisis geoestratégico considerar a Turquía como puente entre Oriente y Occidente. A la clase política tradicional esa figura les ha resultado siempre atractiva, aunque para los kemalistas militares, auténticos dueños de las orientaciones estratégicas del país, el compromiso férreo con Occidente ha sido innegociable.
Las cosas están cambiando, sin embargo. La guerra contra Irak, en 2003, puso en evidencia el largo proceso de erosión de la posición turca. El triunfo de los islámicos en dos oleadas –una más radical, abortada por el ejército, y otra moderada, que parece consolidarse- ha profundizado esa revisión. El debate se centra en si el cambio es de estilo o de sustancia.
Consciente de su importancia para los intereses occidentales, Obama visitó Turquía en abril y evocó la manida fórmula del puente, citando expresamente los esfuerzos de la diplomacia turca en el conflicto árabe-israelí y en el anclaje de Rusia en un sistema internacional de convivencia. Otros actores no se muestran tan comprensivos como Obama.
OTRA MIRADA A ORIENTE
Israel ha mimado las relaciones con Ankara, desde el pacto de cooperación militar suscrito en 1996. Con el triunfo del AKP, esta relación se mantuvo, a pesar del islamismo suavizado de su líder, el actual primer ministro Erdogan. Pero las cosas se complicaron con la intervención militar israelí en Gaza, a finales del año pasado. Algunos medios turcos hablaron claramente de “brutalidad israelí” y el gobierno no disimuló su malestar. En enero, durante el encuentro suizo de Davos, Erdogan chocó con el presidente israelí, Shimon Peres, a quien reprochó ásperamente la conducta del Tsahal y el maltrato de la población civil palestina. A partir de aquí, todo se torció. El último desencuentro fue negativa de Ankara a participar en las maniobras militares de este año, para no coincidir con los “aviones que sobrevuelan Gaza” (Erdogan dixit). El ministro de Exteriores suspendió su visita oficial a Israel al no permitírsele visitar la franja. El puesto diplomático turco en Tel Aviv lleva meses sin cubrir.
Los líderes turcos aseguran que no quieren romper la alianza con Israel, pero tampoco “permanecer en silencio” ante “errores” de su vecino. El jefe del Estado, Abdhullah Gull, (exministro de exteriores y sustituto de Erdogan durante la suspensión temporal de éste en sus funciones de jefe de gobierno por decisión judicial) irritó a los dirigentes israelíes al comentar que “Turquía no estado jamás del lado de los perseguidores, sino que ha defendido siempre a los oprimidos”. No hizo falta más para que se anunciara en Israel el boicot a los productos turcos. En la sociedad civil, la hostilidad hacia Israel es perceptiblemente creciente. Una serie de la televisión estatal turca sobre la tragedia de Gaza presentaba una pésima imagen de los militares israelíes. Más de la mitad de los turcos se confiesan incómodos por la vecindad judía.
En contraste, la diplomacia turca ha estrechado relaciones con Siria. Las visas han sido eliminadas. Hace unos días, se ha celebrado un Consejo de Ministros común en Alepo, donde se anunció la próxima celebración de maniobras militares conjuntas, lo que ha agudizado la desconfianza israelí y provocado cierta perplejidad occidental.

LA ALARMA IRANÍ
Pero lo que realmente ha hecho encender las alarmas en Israel y en Occidente ha sido el acercamiento de los neoislamistas turcos a los ayatollahs iraníes, precisamente en este momento de cerco internacional a la República islámica por sus ambiciones nucleares.
Erdogan acaba de visitar Irán, donde ha sido recibido como un “amigo”. Más que eso, como un socio que puede acabar siendo estratégico. En una entrevista reciente con THE GUARDIAN, el primer ministro turco defiende apasionadamente las relaciones con Teherán, califica de “rumores” los proyectos de armamento nuclear iraní, considera “irracionales” las posibles sanciones y tacha de “locura” que se este barajando la posibilidad de ataques militares contra las instalaciones iraníes de producción atómica.
El acercamiento entre Irán y Turquía es paulatino. Sus intercambios comerciales, todavía débiles, han alcanzado ya los 8 mil millones de euros, pero se espera que aumenten un 50% en los próximos dos años, según LE MONDE. Irán es el segundo suministrador de gas de Turquía. Durante la visita de Erdogan, se han revisado importantes proyectos de cooperación. La frontera entre ambos países se presenta como un espacio de encuentro, no de separación: construcción de un gasoducto de casi 2.000 kilómetros, creación de una zona franca comercial y persecución concertada de los guerrilleros kurdos del PKK.
REEQUILIBRIOS EUROPEOS
Tan importante o más que la apertura al Este resulta el descubrimiento de las oportunidades de relación con Rusia. Rivales durante la guerra fría, Moscú y Ankara encuentran cada vez más terreno de entendimiento. Rusia está por muy delante de Irán en la provisión de gas natural a Turquía, ya que le proporciona las dos terceras partes del que compra fuera. En contrapartida, las inversiones turcas en Rusia se han incrementado notablemente. A largo plazo, la visión turca es transparente: convertirse en la puerta de acceso del gas ruso a Europa.
En el espacio sumamente volátil del Cáucaso, donde antes se libraba la hostilidad rusa turca, se construye ahora un espacio de cooperación. Rusia ha facilitado el acuerdo histórico entre Armenia (su aliado cristiano en la zona) y Turquía, impensable siquiera hace poco años. El reconocimiento del genocidio armenio practicado por los moribundos otomanos (1915-1918) y el protocolo para entablar relaciones diplomáticas es uno de los acontecimientos internacionales más trascendentes del año. La iniciativa es muy rentable porque permite a Ankara demostrar que no actúa en el exterior por criterios religiosos o culturales estrechos, sino por una sincera voluntad de reconciliación con todos sus vecinos.
En reciprocidad, Turquía ha presionado a Azerbaiyán (su protegido islámico), para que no dificulte las ambiciones rusas de controlar las reservas de gas locales. Por añadidura, Rusia cuenta con que Turquía contribuya a debilitar el apoyo occidental a Georgia.
Occidente percibe turbulencias en el puente. Del lado oriental, se consolidan los pilares, mientras por este lado se amplían las grietas. El mayor disgusto turco es con Europa. La ilusión de formar parte con pleno derecho en la UE se ha tornado en desencanto. Dos de cada tres turcos piensan que nunca serán admitidos y la mitad ni siquiera lo desea ya. El rechazo expreso de Sarkozy y la frialdad de Merkel han dañado la percepción de Europa, incluso en los círculos más pacientes y favorables como el empresariado. Son cada vez más los turcos que creen que las objeciones reales no tienen nada que ver con el respeto de los derechos humanos y la situación de Chipre, sino con su condición de musulmanes. La Alianza de Civilizaciones de Zapatero apenas ha podido compensar este desánimo.
Desde Estados Unidos, esta recomposición de las alianzas de Turquía se ve también con preocupación. Los sucesivos presidentes norteamericanos se han ofrecido a defender la causa turca en Bruselas, pero el intento ha sido poco sincero o poco eficaz. Este desencuentro en el sur de Europa inquieta muy relativamente a Estados Unidos, contrariamente a sus amistades iraníes o rusas. Pero en Washington se es consciente de que la pertenencia a la UE anclaría a Turquía en este lado de orilla. Hoy en día, sólo uno de cada tres turcos considera imprescindible la vinculación con la Alianza occidental
DESMENTIDO TURCO
Los dirigentes turcos desmienten un cambio de orientación de su diplomacia y confirman su fidelidad hacia Occidente y su candidatura a la UE. La doctrina exterior turca está inspirada en los conceptos de “profundidad estratégica” (los intereses nacionales, primero) y “problema cero” con sus vecinos (o sea, diversidad de alianzas). El hombre que dirige la política exterior turca es Ahmet Davutoglu, uno de los principales ideólogos del AKP. En los últimos meses ha presentado con elocuencia los ajustes diplomáticos. Para que un puente sea estable, es preciso asegurar sus dos extremos. Muy cierto. O si se nos pide que facilitemos el diálogo con el mundo islámico a espaldas de Occidente, necesitamos afianzar su confianza. Impecable. Lo que puede resultar menos fácil a los neoislámicos turcos es sortear la dinámica de las líneas rojas. Que se dibujan no tanto en las cancillerías occidentales, cuanto en los cuarteles propios. Los militares turcos siempre han tutelado la democracia turca con la excusa de la preservación de la laicidad kemaliana. Es seguro que ahora tratarán de impedir a toda costa que se alteren los equilibrios en el puente.

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