2 de Abril de 2014
Erdogan y Valls han ganado sus
respectivas elecciones municipales sin ser candidatos. Estos dos dirigentes,
afincados en los dos extremos del Mediterráneo, comparten ciertos rasgos. Los
dos gustan de maneras fuertes, carecen de complejos, no temen la etiqueta de
autoritarios, responden sin miramientos a sus adversarios en los pocos casos en
los que no golpean primero, subordinan la ideología a las exigencias prácticas
de la gestión diaria e interpretan con inteligencia rapaz los sentimientos más
primarios de sus ciudadanos. Les encanta mandar. En parte por eso, tienen
tantos enemigos fuera como dentro de sus 'hogares políticos'. La propaganda
vigente los presenta como los mejores dotados para estos tiempos, malos para la
lírica y los principios.
VIRTUD DE LA NECESIDAD
Repasando estos días la
trayectoria personal y política del nuevo jefe del gobierno francés,
despierta un especial interés su versatilidad, los contornos difusos de su
lealtad a los patrones de cada momento y su crudeza a la hora de labrarse su
carrera. Tipo duro, este barcelonés, hijo de exiliado y artista, al que más
parece haberle calado lo primero que lo segundo, por su instinto para adaptarse
a las dificultades y la escasa finura de sus modales. No es la sensibilidad lo que uno encuentra
cuando rastrea su pasado político sino fiereza.
Muy bragado en la lucha mediática o 'agit-prop',
le proporcionó músculo al elegante pero blando Jospin y contribuyó a dotar de
cierto tono populista a la fallida campaña presidencial de la altiva Royal. A los dos abandonó en
momentos de especial crudeza en las habituales sangrías de los socialistas
franceses. Y con los dos se reconcilió. Brevemente. Apoyó a Jospin en las
primarias, pero consumado el fracaso se buscó un lugar en el campo de Segoléne.
A pesar de la derrota frente a Sarkozy, continuó a su lado, pero no soportó un
segundo fracaso, ésta vez interno, ante Martine Aubrey, por el liderazgo del
PSF. Se separó de la mujer y su todavía marido, Hollande, no discretamente,
sino con sonoro portazo.
Con la nueva líder del partido fue
tan descaradamente áspero que se ganó una reprimenda pública de ella. Apostó entonces
por el desventurado Strauss-Khan, pero la fundición política del ex-director
del FMI puso a prueba su instinto de superviviente e intentó ser su propio
jefe. La brusquedad con que gestionó su candidatura y su extraña alianza con el
proteccionista Montebourg (percibido como izquierdista, pero tan disidente como
él), le relegó a un inútil quinto puesto. En otro de sus giros, volvió bajo el manto
de Hollande, después de todo más liberal que Aubrey, y pusó al servicio de su
campaña su lengua acerada, su espíritu depredador y sus ansias de triunfo.
En estos años de
dura labranza, Valls ha destacado por sus posiciones iconoclastas, pero siempre
inclinadas a la derecha: abandono de las 35 horas, instauración del IVA social,
reducción de las cotizaciones empresariales, entierro del apelativo 'socialista',
restricciones a la inmigración, mano dura contra la delincuencia, etc.
Hollande 'premió' su dedicación otorgándole una de las 'pommes chaudes' de su Gobierno: Gendarme mayor de la República, al frente del Ministerio del Interior (2012). Tras la herencia sarkoziana, lo que menos quería el inquilino del Eliseo es que las clases medias, pesimistas como nunca y miedosas como nadie, percibieran a los socialistas como blandos con el delito y la inmigración y temerosos con los intelectuales y los instintos 'gauchistas' del electorado progresista. ¿Quién mejor dotado para morder antes (o en vez) de preguntar? El asunto Leonarda (la gitana kosovar) confirmó que Valls sabe leer los sondeos como nadie en la Rue Solférino. Por eso es hoy el político socialista con mejor nivel de aceptación en las encuestas.
Hollande 'premió' su dedicación otorgándole una de las 'pommes chaudes' de su Gobierno: Gendarme mayor de la República, al frente del Ministerio del Interior (2012). Tras la herencia sarkoziana, lo que menos quería el inquilino del Eliseo es que las clases medias, pesimistas como nunca y miedosas como nadie, percibieran a los socialistas como blandos con el delito y la inmigración y temerosos con los intelectuales y los instintos 'gauchistas' del electorado progresista. ¿Quién mejor dotado para morder antes (o en vez) de preguntar? El asunto Leonarda (la gitana kosovar) confirmó que Valls sabe leer los sondeos como nadie en la Rue Solférino. Por eso es hoy el político socialista con mejor nivel de aceptación en las encuestas.
Ahora, en Matignon, no dejará de
mirar al Eliseo, y no sólo para esperar órdenes. De nadie más determinada la
ambición, ninguno más dotado para el combate. Hollande elige un gladiador para
acabar con los leones, propios y ajenos, que amenazan con devorar la segunda
experiencia socialista en Francia. Pero el ala más a la izquierda, y no pocos
moderados, del PSF alertan, sin embargo, del riesgo de corrosión que puede
provocar el ácido proceder del nuevo compañero primer ministro.
EL PATRÓN CONTRA EL PULPO
Al otro lado del Mediterráneo,
Recep Tayip Erdogan saborea el éxito de las municipales con un ánimo de
revancha que no se ha molestado en ocultar. Sus palabras amenazadoras y su
invitación al exilio forzado de sus adversarios, sin precisar cuáles ni de qué
condición (políticos, económicos, institucionales, ideológicos) aventuran un
periodo agitado en Turquía.
El primer ministro puede ser
candidato a Presidente de la República en agosto, pero necesita un cambio
constitucional para dotar a la primera magistratura de poderes ejecutivos que
ahora carece. No será fácil. Pero, a la postre, podría conseguir un cambio
legislativo menos profundo que le propiciara alargar su mandato en el Gobierno.
Como le ocurre a Valls, muchos
de sus enemigos se encuentran bajo el mismo techo; en el caso de Erdogan, más
ideológico que político. En su partido, el AKP, nadie le discute el liderazgo,
aunque el actual Presidente Abdullah Gul manifiesta discreta y moderadamente su
incomodidad por las exhibiciones de autoritarismo (véase el control de las
redes sociales) o los escándalos de corrupción. Pero el verdadero enemigo
acampa fuera del partido hegemónico. Es el entramado económico, educativo,
religioso, social, mediático (y tantas cosas más) que se extiende por todo el
cuerpo social y el sistema institucional y responde al nombre de Hizmet. El
gurú es un clérigo autoexiliado en Pennsylvania llamado Fetullah Gülem. Mentor
en su día de Erdogan, se ha alejado de él por razones confesables e
inconfesables.
Ambos gallos combaten a muerte
en el corral del islamismo pragmatico que impregna a la mayoría de la sociedad
turca. Del pulso político y propagandístico se pasó al juego sucio, con
espionaje, golpes bajos, investigaciones policiales y actuaciones judiciales.
Cada uno ha colocado la diana en el corazón del otro: la familia y la persona
misma del oponente.
Hay un innegable componente de
ambición en la disputa, aunque unos y otros se cruzan acusaciones de traición
ideológica y perversión política. Los gülemistas reprochan a Erdogan su
autoritarismo y su prepotencia, su codicia en el aprovechamiento de los bienes
y recursos públicos, su belicosa e imprudente política exterior. Los seguidores
del primer ministro acusan al exiliado santón de orquestar un golpe de Estado,
mediante la manipulación de los aparatos que tiene infiltrados y corrompidos,
por envidia del liderazgo de Erdogan.
En su ciega pelea, Gülem ha
seducido también a la oposición, de derechas y de izquierdas, y Erdogan ha
coqueteado con sus enemigos existenciales (militares y jueces). La guerra, esa
es la impresión, está lejos de concluir.
Gane quien gane, el segmento
mayoritario de la sociedad turca habrá perdido, según sostiene Halil Karaveli,
un profesor turco de la John Hopkins, porque la escisión en el islamismo
conservador ha producido una herida que parece duradera.
Otro intelectual turco en
residente en Estados Unidos, Soner Cagaptay, acaba de publicar un libro, en
el que expone su visión de Turquía como primera potencia musulmana del presente
siglo, pero considera condición previa una amplia reforma constitucional que,
entre otras cosas, consagre principios
liberales como la garantía de las libertades cívicas, la clara división entre
Islam y Estado (para reconciliar las dos mitades, religiosa y laica, del país)
y un modelo económico integrado en el mercado mundial.
Más cerca de este proyecto, como
en el de la regeneración de una Francia en declive, los gladiadores Valls y
Erdogan tendrán que librar combates mucho más inmediatos y de menor altura.
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