IRAK: PANES Y BOMBAS

11 de Agosto de 2014
                
Obama se fue de vacaciones cumpliendo uno de los rituales de la reciente política exterior norteamericana que más le desagradaba: ordenar ataques aéreos en Irak. Aunque las circunstancias sean muy distintas a las que determinaron las decisiones de sus antecesores (los dos Bush y Clinton), lo cierto es que el actual inquilino de la Casa Blanca se ha resistido a dar luz verde a operaciones militares ofensivas en el atormentado país del Tigris y Éufrates.
                
El presidente norteamericano anticipó cautelosamente la decisión un día antes. No es descabellado pensar que deseaba que el impacto mediático del ataque en si no desplazara el interés de sus motivaciones y, aún más significativo, el propósito de atenerse  a su doctrina de "acción limitada".
                
Los objetivos acotados de los ataques de los F-18 y los drones son dos: primero, detener el avance de las columnas de los yihadistas del Ejército Islámico (EI) hacia Erbil (la capital del Kurdistán iraquí), para poner a salvo al personal militar del consulado norteamericano en esa ciudad; y, segundo, prevenir el genocidio de miles de personas de la minoría yazidí, atrapadas en condiciones deplorables en el Monte Sinjar. De forma complementaria, y para reforzar el segundo objetivo, se han distribuido alimentos y suministros de primera necesidad a esos perseguidos para salvarles de la desnutrición y la deshidratación.  En definitiva: panes y bombas.
                
Las consecuencias han sido fructíferas, de momento, por lo que informa el Pentágono y la Casa Blanca. Los yihadistas han perdido varios vehículos blindados y varios combatientes en número no precisado han sido literalmente destrozados. Los peshmergas o milicianos kurdos han conseguido contraatacar y tomar dos localidades distantes tan sólo media hora de Erbil. Los yazidíes han disfrutado de cierto alivio y parte de ellos han conseguido pasar a Siria o evadir en buena medida el acoso (1).
               
LOS RIESGOS
                
Naturalmente, la decisión de Obama comporta riesgos y, por ello y por otros motivos más interesados, ha acarreado críticas.
                
En primer lugar, por limitada y medida que se quiera presentar y por mucho que se invoquen razones humanitarias o de autoprotección, lo cierto es que los ataques aéreos pueden significar un giro en la guerra iraquí y colocar a Estados Unidos como favorable a uno de los bandos. Los ataques favorecen de forma directa e inmediata a los kurdos, de las tres grandes que componen Irak, la más pro-norteamericana. Ya en 1991 y en 2003, los aviones norteamericanos salvaros a los kurdos del aplastamiento que intentó Saddam Hussein.
                
Algún comentarista norteamericano (2) ha señalado estos días que la intervención beneficia también indirectamente al primer ministro, el chií Nuri Al-Maliki, ya que impide el hundimiento definitivo de su gobierno "en funciones". No está claro. Obama advirtió que el bombardeo de las unidades del EI no sería suficiente para resolver la crisis e insistió en que sólo un gobierno de amplia base nacional podría conseguir ese objetivo.
                
De hecho, los chiíes no han reaccionado con satisfacción. Con cierta amargura, dirigentes chiíes próximos al primer ministro iraquí comentó que los bombardeos llegaban demasiado tarde, y sólo cuando se trataba de proteger a cristianos (objeto de expulsiones y represión de los yihadistas en las últimas semanas) o a otras minorías religiosas. Es decir, no musulmanes. Lo que Maliki y los suyos venían reclamando durante meses es que el Pentágono le proporcionara armas para derrotar a los yihadistas, en ningún caso la acción militar directa de la superpotencia a la que contemplan con una mezcla de recelo e interés.             
                
El giro militar ha coincidido con una fase más aguda de la crisis política interna iraquí. El presidente del país, Fuad Massum, un kurdo, se negó a encargar a Al-Maliki la formación de un nuevo gobierno, al constatar que la mayoría que le otorgó las recientes elecciones no resultaba suficiente para garantizar la estabilidad. Al-Maliki reaccionó como se temía: acusó al Jefe del Estado de "violar la constitución" y anunció que lo denunciaría ante el máximo tribunal del país. Algunas fuentes afirmaron horas después que se habían registrado movimientos de tropas en Bagdad y el refuerzo de la zona de protección, donde se encuentran los edificios oficiales y las embajadas, e incluso que carros de combate habrían cercado el palacio presidencial. Estas informaciones no han sido confirmadas de fuente independiente. En todo caso, el presidente Massum aguantó el pulso y ha encargado la formación del gobierno a otro chií, Haider el Abadi, actual Vicepresidente del Parlamento, que cuenta, en apariencia, con el apoyo de la principal coalición chií, pero no es de los favoritos para reemplazar a Al-Maliki.
                
Está por ver la reacción sunní, de momento no explicitada. Aunque los exponentes de esta minoría que colaboran con el sistema se han distanciado del EI, no puede descartarse que se recuperen alianzas de conveniencia si los chiíes, además de los kurdos, salen directamente beneficiados de los bombardeos norteamericanos.
                
LAS CRÍTICAS
                
Los republicanos y algunos demócratas que se han distanciado de la Casa Blanca (recuérdese: disgustados por lo que consideran falta de decisión del Presidente en Siria) reprochan a Obama que le cueste tanto afirmar el poderío militar norteamericano cuando se trata de influir en procesos que pueden ser de importancia estratégica para el país. La oposición no juega limpio, porque no ha definido una estrategia clara en Irak, pero critica hipócritamente la de su rival demócrata, más como un reflejo de revancha, ya que Obama construyó su ascenso político sobre la lanzadera del rechazo a la intervención de 2003 en Irak. En cuanto a los afines, incluidos medios y 'think-tanks' escarmentados por el fracaso de la década pasada, lo que se reprocha a Obama es que tarde tanto en adoptar decisiones, sin duda desagradables, pero al fin y al cabo inevitables.
                
Todo indica que Obama afrontará los últimos dos años de su mandato sin haberse librado del todo de la pesadilla iraquí. Puede hacer virtud de la necesidad si tiene éxito con su estrategia de acción limitada y consigue contener el avance de los extremistas islámicos. El discurso humanitario tiene cierto respaldo exterior, pero suele desvanecerse a medida que se prolonga, y el propio Presidente ya ha advertido que, una vez iniciada, la intervención no será sólo cuestión de semanas. Serán meses, anticipa los observadores. Lo que permite augurar que el apoyo inicial se irá diluyendo, si el EI se muestra correoso, inteligente y competente, como ha ocurrido hasta ahora, como se desprende de un interesante análisis del Instituto de estudios internacionales DELMA, en Abu Dhabi. (3).
               
(1) ROD NORLAND AND HELEN COOPER. Capitalizing U.S. bombings, Kurds retake iraqui towns. THE NEW YORK TIMES. 10 Agosto 2014.

(2) STEVE SIMON. Obama's Bombshells. The Unintended consequences of airstrikes in Iraq. FOREIGN AFFAIRS, 8 Agosto 2014.


(3) HASSAN HASSAN. ISIS, the jihaists who turned the tables. THE GUARDIAN, 10 Agosto 2014.

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