DRONES: LOS GAFES DE LA 'GUERRA INTELIGENTE'

26 de Abril de 2015
                
Cada guerra incuba sus héroes, fabrica sus mitos y se resume en sus armas icónicas. La verdad y la propaganda, los hechos reales y los elaborados para la aceptación del 'público' se confunden.
                
Por no remontarnos muy lejos en el tiempo, herramientas de matar como los misiles Tomahawk o Stinger, el fusil Kalashnikov, los aviones Stealth (Furtivo: elusivo a los radares) o el F-22, llamado a sustituir a los F-16, etc. se convierten en referencias que periodistas y ciudadanos mencionan en crónicas y conversaciones, con pavor o fascinación.
                
Entre todas esos cachivaches de impresionante eficacia tecnológica y abrumadora capacidad destructiva, quizás el drone sea el exponente más representativo de este momento en el que matar ha adquirido las formas más refinadas (parafraseando a De Quincy) del arte militar, en búsqueda permanente de la infalibilidad.
                
MITOS Y REALIDADES
                
El drone es un aparato aéreo pilotado a remoto. Versátil y multifuncional. Observa, procesa y mata. Presencial pero silencioso. Sus exégetas (políticos, militares, académicos, profanos) lo consideran la expresión más acabada de la llamada 'guerra inteligente'.
                
Obama es uno de sus 'admiradores' más reconocidos. No porque se trate de un dirigente belicista, aunque difícilmente puede el líder de la primera potencia política, militar y tecnológica del mundo ser lo contrario.
                
Hace unos días, el presidente pasó uno de los momentos más amargos de su mandato al anunciar que, en una operación de esos drones casi infalibles, habían resultado muertos dos personas inocentes, un norteamericano y un italiano, que permanecían secuestrados por Al Qaeda en el Valle de Salley, una zona montañosa de Pakistán fronteriza con Afganistán.
                
La muerte  no intencionada de estas dos rehenes del terrorismo, junto a sus captores, dos supuestos dirigentes de nivel medio de la organización de Bin Laden ha reavivado el debate sobre el programa de 'liquidación clandestina' que la CIA, pese a declaraciones, promesas e intentos, sigue controlando de forma celosa y férrea.
                
Como es sabido, la administración norteamericana insiste en ofrecer cifras de 'daños colaterales' (léase víctimas inocentes) por debajo de las reales, según distintas organizaciones que desde hace años realizan una imprescindible labor de rastreo, control y denuncia de este programa de eliminación de terroristas en Pakistán, Yemen y Somalia. Los datos más fiables indican que de las 3.852 personas eliminadas por los drones desde el 11 de septiembre de 2001, 476 (es decir, un 12%) no tenían relación con actividades terroristas (1).
                
Tras la liquidación del clérigo musulmán de nacionalidad norteamericana, Anwar Al-Awliki en Yemen, en 2011, que provocó una gran tormenta legal, la administración Obama puso en marcha un sistema de justificación legal para operaciones en la que el objetivo fuera identificado previamente como un ciudadano norteamericano miembro o colaborador de organizaciones terroristas y supusiera una amenaza para Estados Unidos.
                
Esta supuesta garantía, por chocante que parezca, no ampara a miembros de otros países, por una cuestión legal: la Constitución norteamericana prohíbe expresamente al gobierno atentar contra la vida de los ciudadanos propios, sin una causa justificada (lo que se resume en los procesos penales).
                
El problema es que, como ha señalado Micah Zenko, un investigador especialista en la materia, "Estados Unidos no sabe a quién está matando" (2). De los ocho norteamericanos muertos desde 2011 por este sistema de los aviones pilotados a distancia, sólo el mencionado Al Awliki había sido seleccionado de forma intencionada. Los otros no fueron identificados como miembros de Al Qaeda hasta después de ser eliminados, excepto el hijo del propio Al-Awliki, un adolescente de 16 años.
               
 'DRONE, MY LOVE'
                
Los drones han sido el 'ojito derecho' de Obama por su supuesta capacidad para hacer más limpias o menos arriesgadas las guerras que ha heredado y que, al menos según sus propias manifestaciones, ha intentado terminar desde que llegó a la Casa Blanca, sin conseguirlo. En un intento de resolver los problemas originados por la falta de transparencia, Obama anunció que el programa sería trasladado al Pentágono, revirtiendo así la política de militarización de la CIA impulsada por Bush. El tiempo ha pasado y nada de eso ha ocurrido. La Central de Inteligencia se mantiene firmemente al mando, y el historial profesional de los principales responsables del programa refuerza su naturaleza paramilitar.
                
No sólo el ejecutivo se resiste a cuestionar este instrumento de preferente de lucha antiterrorista. El legislativo le ha brindado un sólido respaldo, en el ejercicio de sus funciones de seguimiento, control y autorización de fondos destinados a su mantenimiento. Incluso algunos de sus miembros más liberales, como la Senadora demócrata Dianne Feinstein, se ha mostrado una entusiasta defensora de los drones en estas funciones (3).
                
Lo paradójico es que, como señalan algunos críticos, estas operaciones de 'guerra inteligente' contra el terror sean reivindicadas, cuando las personas que las dirigen han sido en muchos casos las mismas que diseñaron y ejecutaron el programa de interrogatorios clandestinos en los que se empleó de forma sistemática la tortura, como se denunció en el controvertido informe del Congreso (aún parcialmente clasificado).
                
Esta aparente contradicción tiene una explicación psicológica, que en realidad es política. Cualquier forma de tortura empleada para ablandar, intimidar y obtener información de un presunto 'terrorista' es no sólo inaceptable en términos morales, sino que constituye una práctica 'medieval' o 'arcaica' de la guerra (en este caso contra el terror). En contraste, la eliminación supuestamente selectiva, quirúrgica, distante, discreta y limpia que proporcionan los drones adquiere un áurea de modernidad, incluso de futurismo hecho realidad, de esa ambición de infalibilidad. Que tiene su propio componente moral: una guerra con tales métodos teóricamente mata menos, es más precisa, más eficaz, menos mortífera.  Aunque se conceda que aún no ha alcanzado el grado máximo deseado, y, por tanto,  a veces yerra, lo hace menos que cualquier otra. Cuestión de enfoque.


(1) Algunas de estas organizaciones son NEW AMERICAN FOUNDATION, LONG WAR JOURNAL y BUREAU OF INVESTIGATIVE JOURNALISM, fácilmente localizables en la web.

(2) Micah Zenko, investigador del COUNCIL OF FOREIGN RELATIONS, mantiene un blog titulado Politics, Power and Preventive Action y publica algunos de sus artículos en FOREIGN POLICY.


(3) "Deep Support in Washington for CIA.'s Drone Mission". NEW YORK TIMES, 25 de Abril.

No hay comentarios: