GUERRAS DE RELIGIÓN, GUERRAS DE AMBICIÓN

 4 de Enero de 2016
                
Era uno de los asuntos anunciados que iban a dominar la escena internacional en 2016, y no se ha demorado mucho la confirmación. El año empieza con la oficialización de una ruptura entre Arabia Saudí e Irán, las dos potencias islámicas de Oriente Medio que ya era una realidad en la práctica desde hace meses. La guerra fría ha durado tres décadas y media.
                
La acumulación y el agravamiento de los conflictos entre los protegidos de uno y otro habían empujado la rivalidad hacia terrenos de confrontación directa. Sólo faltaba una chispa, una provocación o un ligero relajo de la contención para que una enemistad con raíces religiosas milenarias se convirtiera en gran amenaza para la inestable estabilidad en la región.
                
La ejecución del considerado como líder de los contestatarios chíies de Arabia Saudí, el jeque Alí Al-Nimr, anunciada en la mañana del sábado, tenía todo el potencial incendiario imaginable. Que el líder chií estaba condenado a ese destino era cosa sabida. La cuestión es por qué la Casa Real ha decidido que la ejecución se efectuara en vísperas de la importante Conferencia sobre el futuro de Siria y las negociaciones de paz en Yemen, y cuando declina claramente el poder de los sunníes extremistas del Daesh en Irak. Podemos avanzar varias hipótesis, basadas en factores internos y externos, no necesariamente excluyentes:
                
1) La ejecución de Al-Nimr tiene aires de desquite, por mucho que haya una cobertura judicial (por lo demás carente de mínima garantía, según estándares internacionales). Zahran Alloush, líder de Jaish Al Islam (Ejército del Islam), el grupo combatiente preferido por la Casa Saud en Siria, había sido liquidado hacía pocos días en su feudo de Ghutta oriental, un suburbio de Damasco, en una operación del Ejército de Bashar el Assad, aliado de Irán.
                
2) Arabia no parecía cómoda con el inicio de la Conferencia de Paz en Siria, en las circunstancias actuales.  La Casa Real siente esta iniciativa casi como una imposición de los Estados Unidos para detener la sangría. Riad ha reprochado durante años a la administración Obama que haya sido demasiado consentidora con el régimen sirio. Los saudíes siempre han preferido una solución militar, sobre todo en los momentos en que el presidente sirio se encontraba al borde del colapso. Después de la intervención militar rusa, Assad ha pasado de ser el problema a extirpar a convertirse en parte de la solución, al menos de forma transitoria. 
                
3) Desaparecido Alloush, el nuevo dirigente de Jaish Al Islam, menos fiable al parecer, necesita asentarse y demostrar su capacidad de liderazgo. Las otras facciones deudoras de los saudíes en Siria son mucho más débiles, están demasiado divididas, carecen de liderazgo sólido, o son muy cercanas a Al-Nusra, la franquicia de Al Qaeda, no admitida por nadie en las negociaciones. Lo mejor que podría pasar para los saudíes era un retraso en la reanudación del proceso diplomático, que Washington difícilmente estaría dispuesto a aceptar.
                
4) Otro motivo que puede ayudar a entender la ejecución tan 'oportuna' del jeque chií está relacionado con los equilibrios internos entre el poder político y el poder religioso en Arabia Saudí. El principal dirigente islámico del país, el Gran Mufti Abdelaziz Al-Sheikh, ya había advertido que no era aceptable ejecutar a condenados sunníes, aunque estuvieran acusados de actos terroristas y vinculados a Al Qaeda, y se hubiera sido clemente con el hereje Al-Nimr.
                
En una muestra del tono sectario que domina el discurso religioso saudí, el Gran Mufti ha manifestado que las ejecuciones suponen, en realidad, una actitud piadosa hacia los ajusticiados, porque se les había liberado de seguir cometiendo actos malignos. Lo más escandaloso es que Al-Nimr nunca había incitado a la violencia ni se le había podido probar actuación conspirativa alguna, por mucho que sus sermones y proclamas fueran altamente despectivas hacia la familia real y los chiíes de las provincias orientales del reino lo consideraran como su líder espiritual indiscutible desde las revueltas de 2011.
                
5) Finalmente, en la decisión de llevar a cabo la ejecución ha podido jugar un papel de cierta importancia la necesidad de aplacar el pulso por el poder en el seno de la familia real, no tan bien avenida como quiere proyectar la propaganda oficial.
                
El rey Salman, en el umbral de los ochenta, es una figura ultraconservadora que no renuncia a imprimir su sello en el reino, tras los años moderadamente reformistas de su medio-hermano Abdullah. Del día a día, sin embargo, se encargan los dos herederos sucesivos: el primero, su sobrino, Mohamed Bin-Nayef, ministro del Interior; y el segundo en la línea sucesoria, su hijo, Mohamed Bin-Salman, ministro de Defensa. Ambos son, por tanto, los máximos responsables de la seguridad del país.Disientan o no los dos primos en asuntos de relativa importancia política, lo que nadie duda es que compiten tanto como colaboran.
                
Bin Salman se encuentra en una débil posición por la sangría de la guerra de Yemen -otro combate interpuesto contra Irán-, que ha sido unánimemente denunciada por las organizaciones humanitarias como innecesariamente brutal, sin por ello resultar 'eficaz'. Su primo, Bin-Nayef,  'heredó' de su padre el control de los aparatos policiales y de seguridad y mantiene una sólida base de poder. Nayef Bin-Abdulaziz, que estaba llamado al trono pero murió joven, era precisamente uno de los principales blancos de las invectivas del jeque Al-Nimr. La animosidad del primer heredero del régimen saudí hacia el clérigo chií era innegable.
                
Por tanto, la ejecución del líder chií favorece una imagen de cohesión en el régimen saudí, emite un mensaje de firmeza a Irán y hace más difícil a Estados Unidos proseguir con su política de reequilibrios en la región. Un indicio adicional de que Riad había apostado por la ruptura es que no ha apreciado los esfuerzos de Teherán para contener el daño y frenar a su población más exaltada, algo que si ha hecho Washington, de manera  clara y expresa.
                
En definitiva, demasiados factores empujaban a Arabia Saudí a una línea de confrontación más directa con Irán. Los actos de violencia contra la embajada y otros edificios oficiales saudíes eran más que previsibles. EE.UU. ha intentado por todos los medios apaciguar el malestar saudí por el acuerdo nuclear con Irán y el fortalecimiento de los aliados iraníes en Irak y Yemen, aparte de los apoyos ya clásicos a Hezbollah en Líbano y a los alauíes en Siria. Otro frente inquietante se dibuja en Bahrein,  país precisamente fronterizo con las regiones orientales del reino donde los chiíes tienen más presencia y resultan ser muy ricas en petróleo.

                 
La guerra de religión, larvada y ancestral, servirá de tapadera a otra mucho más inmediata e insidiosa por el control y la influencia en una región donde cualquier factor adicional de desestabilización podría resultar insoportablemente peligroso.            

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