10 de noviembre de 2016
Después del shock electoral, se van perfilando
poco a poco las primeras tendencias del cambio político inminente en Estados
Unidos. A pesar de las apariencias, la supuesta ruptura con el pasado podría
ser no tan profunda como se espera o se teme.
1.- EL NUEVO
MAPA POLÍTICO
Los analistas
insisten en el cambio del mapa político de Estados Unidos. El triunfo de Trump
es estados industriales en crisis como Wisconsin, Pensilvania, Ohio y quizás
también Michigan (aún se desconoce el resultado al escribir este comentario)
confirma el apoyo de numerosos trabajadores blancos sin estudios superiores a
un candidato multimillonario construido con cantos de sirena populistas. Este segmento
de población se siente abandonado, cuando no traicionado, por los demócratas.
De ahí que algunos sostengan ahora que Bernie Sanders, con su mensaje
social-demócrata, podría haber obtenido un mejor resultado.
Es un cálculo
discutible. Si bien el voto obrero ha sido el talón de Aquiles de Clinton, como
se esperaba, el apoyo obtenido por ella entre las minorías demográficas y
raciales ha sido más que aceptable. Hillary ha conseguido el voto de casi 9 de
cada diez afroamericanos votantes y dos de cada tres latinos. Sanders no podía
haber mejorado estos resultados. Y, sin embargo, este flujo de votantes ha sido
menor al obtenido por Obama en 2012, debido a una abstención que, como se
temía, ha resultado muy perjudicial para los intereses demócratas, por les ha
impedido compensar la retirada del apoyo de los trabajadores blancos.
Sorprende el
caso de las mujeres. Pese a la misoginia descarada del candidato republicano,
el dominio de Hillary en este grupo demográfico ha sido menor de lo esperado.
Trump ha conseguido cuatro de cada diez votos femeninos, en el segmento de
menor nivel de estudios. Parece confirmarse que las mujeres conservadoras
mantienen su antipatía visceral hacia la candidata demócrata.
2.- EL
PRESENTIDO GIRO DEL DEMAGOGO EN JEFE
Lo primero que
hizo Donald Trump tras conocer su victoria electoral fue cambiar el tono de su
discurso. Sin renunciar a su retórica patriótica, adoptó una pose conciliadora.
Se mostró amable y hasta elogioso con su rival, a la que insultó continuamente
durante la campaña e incluso llegó a amenazar con llevarla a prisión si él
ganaba las elecciones.
Los analistas
de los programas electorales se apresuraron a destacar este cambio de
temperatura del vencedor. El Presidente Obama hizo alusión a ello en su sobrio
mensaje post-electoral en el que prometió una transición cordial y colaboradora. La derrota Clinton, más elegante que sincera,
pidió una oportunidad para su rival, ante el silencio de sus seguidores. Se
percibe una corriente de superar la división nacional y restañar heridas.
3.-RESISTENCIA
CIUDADANA FRENTE A LA TRUMPMANÍA
Miles de
ciudadanos, la gran mayoría jóvenes, no parecen dispuestas a dejarse seducir
por estas consignas interesadas En la noche del miércoles salieron a la calle,
avergonzados y preocupados por el rumbo futuro del país, para recordarle al Presidente
electo que están dispuestos a defender los valores democráticos del país. En varias
ciudades, todas ellas de mayoría demócrata, los manifestantes marcharon por las
calles (en algunos casos hacia los hoteles del magnate) para vocear proclamas
en favor de los inmigrantes, de las minorías y de los derechos civiles y en
contra del racismo y del propio Trump. “No es nuestro presidente”, proclamaban.
4.- UNA GRAN
PARADOJA EN CIERNES
La gran
paradoja del mandato de Trump es que, a pesar de haber sido elegido como
reflejo del ajuste de cuentas con la clase política, es más que probable que
los políticos conserven e incluso incrementen su control del país.
La
inexperiencia del futuro Presidente no tiene precedentes cercanos. No se puede
gobernar un país, y menos uno tan grande y complejo como Estados Unidos sólo con
eslóganes y un puñado de simplezas como las aireadas por Trump. No sólo
necesitará de rodearse de un equipo avezado y unos asesores muy influyentes.
Precisará de una estrategia muy elaborada.
Los principales
líderes republicanos, reticentes con Trump hasta el mismo día de las elecciones,
pueden convertirse de manera casi inmediata en los maestros del juego político.
Sobre todo, los aspirantes a sucederlo en la Casa Blanca, quien sabe si dentro de
cuatro años y no de ocho. La confirmación del control republicano del
legislativo refuerza esta impresión. No sería extraño que Trump se acomodara a un
papel puramente simbólico o propagandístico, muy ajustado a la vanidad
incontrolada de su personalidad, mientras otros se encargasen de cocinar las
políticas. El Presidente podría seguir en el centro de los focos, pero
permanecer bastante alejado de la sala de máquinas. De esta forma, un voto
contra el establishment puede
convertirse en el refuerzo de las élites políticas de Washington.
5.- UN
PROGRAMA DE GOBIERNO POR DEFINIR
El candidato
republicano prometió medidas rápidas en las primeras semanas (rechazo de la
reforma sanitaria de Obama, lucha activa contra la inmigración ilegal y
acciones armadas contundentes contra el Daesh,
entre otras). Más allá, el gobierno
del futuro Presidente Trump sigue siendo una incógnita, no porque carezca de
programa, sino por las dudas sobre su voluntad de cumplirlo con fidelidad.
Hay muchas
probabilidades de que Trump lime (e incluso elimine) algunas de sus recetas más
radicales y que ni siquiera intente ejecutar algunas de sus propuestas de
creación de empleo, como los programas de obras públicas e infraestructuras.
Cuando llegue la hora de hacer las cuentas, las promesas pueden desvanecerse o
encogerse significativamente. Otra cosa será la rebaja de los impuestos, que
pueden muy bien servir de anestesia cuando empiece a manifestarse la
frustración por la falta de cambios significativos.
En política
exterior, le costará muy poco desmarcarse del Tratado de Libre comercio entre
Estados Unidos y Europa, porque parecía ya arruinado antes de las elecciones.
Más difícil le será convencer a sus aliados de compartir los gastos de defensa
y otras de sus confusas visiones sobre el equilibrio internacional. La
pretendida relación constructiva con la Rusia de Putin puede ser una de sus
primeras renuncias, aunque lo enmascare con operaciones de relaciones públicas.
En definitiva,
en contra de la impresión general, la percepción de estar en puertas de un gran
cambio político puede disolverse lenta pero inexorablemente en una narrativa
más convencional. Trump no es Reagan. No hay una revolución conservadora a la
vista. Si acaso, una corrección. Otro discurso, otra retórica, otro relato. Pero
pocas novedades en la sustancia.
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