21 de diciembre de 2016
En
el momento de escribir este comentario no hay indicios de que los atentados
Ankara y Berlín del pasado 19 de noviembre estén conectados o coordinados. Y,
sin embargo, no sería extraño que así fuese… Si no e vero…
Después de la escenificación
del acto final de la tragedia de Alepo, era de esperar una acción terrorista
singular, de gran impacto mediático, tras varios meses de relativa pausa. En
este caso, el efecto propagandístico no ha consistido tanto en la magnitud del
golpe, sino en la práctica simultaneidad de dos acciones. La primera, el
asesinato ante las cámaras del embajador ruso en Turquía, durante un acto
cultural; y la segunda, el atropello de un camión de gran tonelaje a los
visitantes de un mercado navideño en Berlín, siguiendo un patrón similar al
ejecutado en Niza el verano pasado.
Dos atentados,
tres países directamente afectados y un propósito aparentemente claro: incidir
en las tensiones que traban la lucha antiterrorista internacional y las
distintas posiciones ante la guerra en Siria. Alemania, Rusia y Turquía bien
podrían constituir un triángulo virtual en una hipotética estrategia del Daesh para contrarrestar sus derrotas
militares en Mesopotamia con acciones efectistas de pretendido valor
propagandístico.
SIRIA
COMO INSPIRACIÓN… PARA LARGO
Para el
yihadismo, Rusia se ha convertido en la potencia enemiga preferente por su
compromiso militar explícito en la defensa y recuperación del otrora
tambaleante régimen sirio. Turquía es un rival más ambiguo, con el que no se
termina de romper completamente los puentes, pieza frágil del rompecabezas
occidental en la zona y campo fértil de tensiones étnicas y provocaciones
armadas. Alemania es la líder no discutida, aunque discutible, de la apagada,
contradictoria y bloqueada Europa, pero en todo caso, país clave en el debate
sobre la acogida de refugiados, y también en la filtración de un selecto
ejército de reserva de los combatientes islamistas.
El
policía turco que ejecutó de manera tan impactante al diplomático ruso deja
bien clara la motivación que impulsó su acto criminal: “No olviden Siria, no
olviden Aleppo. Mientras allí no haya seguridad, ustedes tampoco gozarán de
ella”. Mensaje claro, acción directa, efecto garantizado.
Rusia,
principal, aunque no único, apoyo militar del régimen sirio, había asumido el
riesgo de sufrir una represalia terrorista (o varias, quizás una cadena),
dentro o fuera de sus fronteras. Que la primera de estas acciones encajadas
haya sido en Turquía puede ser casualidad. Pero el entorno estratégico
justificaría que hubiera sido seleccionado a propósito. Rusia y Turquía
mantienen una inestable y oscilante relación, porque quieren cosas distintas en
Siria y apoyan bandos enfrentados en sus empeños respectivos, pero comparten
hasta cierto punto un enemigo común. Ankara y Moscú se necesitan mutuamente
para contrarrestar la estrategia occidental, de la que Turquía forma parte,
pero con no pocas reservas, por no decir discrepancias abiertas, en particular
el rechazo frontal a colaborar con los kurdos, que son muy buenos aliados de
Washington, pero enemigos mortales del régimen turco.
Si
el atentado de Ankara hubiera estado inspirado directa o indirectamente por el Daesh, o por cualquier otra facción
islamista vinculada en mayor o menor grado de pertenencia a la franquicia de Al Qaeda, sería difícil considerarlo
como una simple acción caliente de venganza por el martirio de Alepo. Se pueden
barajar dos hipótesis.
La primera,
que golpear simbólicamente a Rusia en territorio turco, en la persona de su
embajador, tendría como objetivo humillar a los aparatos estatales de ambos
países.
La segunda,
que los autores pretendieran provocar un nuevo foco de tensión entre Ankara y
Moscú, al desencadenar una polémica por las evidentes fracturas de seguridad.
El asesino superó los supuestos filtros de vigilancia turcos, ayudado por su
condición de policía, aunque no estuviera de servicio. Pero los rusos no pueden
construir un reproche creíble, puesto que el propio diplomático asesinado había
rechazado protección específica.
En cualquier
caso, si la intención era perjudicar la relación bilateral, el resultado ha
sido el contrario. Putin y Erdogan convinieron de inmediato en rechazar la
eventual provocación y reforzar la colaboración en materia antiterrorista y en
cooperación económica (comercial y energética).
Después del
incidente del avión ruso derribado por la fuerza antiaérea turca en 2015, que
puso a los dos países al borde de la ruptura, la evolución de los acontecimientos
en Siria, el fallido golpe militar en Turquía, los reproches turcos a Estados
Unidos por el amparo al clérigo que supuestamente inspiró la intentona, las
tensiones entre Bruselas y Ankara y el empeoramiento del clima entre Washington
y Moscú se han combinado para favorecer un acercamiento entre los dos grandes
rivales de la conjunción euroasiática. A la que se ha sumado ahora Irán, justo
después de del atentado de Ankara. ¿Casualidad?
BERLÍN:
ALIENTO DEL AUGE EXTREMISTA
Sobre el
atentado de Berlín pesan más incógnitas, pese a la autoría expresa del Estado
Islámico. Hasta hace poco, Alemania no parecía un objetivo prioritario de los yihadistas. No figura en el grupo de
cabeza de la operación militar contra el Daesh;
y, en el plano diplomático, Berlín ha sido el principal agente en el alejamiento
europeo tanto de Rusia como de Turquía.
La canciller
Merkel es la principal abogada del mantenimiento de las sanciones contra Moscú
por la ocupación consolidada de Crimea y el enquistamiento de la situación militar
en las provincias orientales de Ucrania; a lo que se ha venido a añadir el
fuerte malestar germano por la responsabilidad rusa en el sufrimiento de Alepo.
Aunque otros países europeos participan de esta postura, Berlín ha asumido un
rol más protagonista, más activo.
En relación a
Turquía, la jefa del gobierno alemán no oculta su frustración por la conducta de
Erdogan. Berlín ha tenido un papel importante en el parón de las negociaciones
de adhesión de Turquía a la UE. La inmensa purga efectuada por el régimen tras
el intento de golpe militar ha hecho imposible un diálogo fructífero con
Bruselas. El acuerdo para limitar y controlar el flujo de refugiados procedente
de las zonas de guerra en Oriente Medio se está aplicando en términos generales,
aunque el flujo de huidos se haya desplazado hacia otras rutas y con menor
intensidad.
¿Por qué
entonces, esta fijación de los extremistas islamistas con Alemania? Porque los
actos de terror agudizan las contradicciones en la política alemana sobre los
refugiados. Merkel tendrá que soportar -ya está ocurriendo- nuevas embestidas
de la extrema derecha, que la hace responsable, por negligencia, de los
atentados que han sacudido Alemania durante el presente año. La canciller
defendió en su momento una política aperturista ante la demanda de asilo, pero
la presión de sus propias bases y los sucesivos actos de violencia terrorista
le han hecho adoptar posiciones más restrictivas. Cada atentado es una amenaza
para su liderazgo interno y un acicate para la crítica oportunista de los
sectores alemanes más reaccionarios.
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