6 de julio de 2017
El
anuncio del exitoso ensayo de un misil balístico norcoreano de largo alcance ha
disparado de nuevo las alarmas en Washington y en las capitales asiáticas
aliadas. El peculiar líder de Pyongyang no parece arredrarse ante las
advertencias de Donald Trump. Al contrario, se ha permitido dar el paso más
atrevido hasta la fecha, el mismo día de la Independencia de Estados Unidos.
Más allá del simbolismo, el ánimo de provocación es demasiado obvio.
CADENA DE FRACASOS
La
comunidad internacional lleva más de veinte años intentando abortar, limitar e
incluso controlar el programa nuclear norcoreano, de momento sin éxito estable
alguno. Salvo un periodo de cierta aproximación, durante el mandato de Clinton
y del padre del actual máximo dirigente norcoreano, el resto de intentos se ha
saldado con una acumulación de frustraciones, fracasos y, en el mejor de los
casos, malentendidos.
Ese
intento negociado se desarrolló de forma multilateral, con participación de los
principales actores regionales: Estados Unidos, Rusia, Japón, China y Corea del
Sur. El mayor aliciente para el oscuro régimen asiático fue cierta
respetabilidad internacional y un margen de cooperación económica que le
permitiera superar sus cíclicas crisis en el abastecimiento de la población.
Finalmente, también se malogró la ocasión.
Con
posterioridad, no se abandonó del todo la vía negociada, pero cada vez se fue
haciendo más difícil la superación de obstáculos. Incluso, surgieron otros
nuevos. El intento se arruino por completo con la muerte del Kim Jong-Il y el
acceso a la cúspide de Kim Jong-Un.
LA
LÓGICA DE LOS KIM
Como ya
había ocurrido en el proceso sucesorio anterior, la llegada del nuevo líder
cierra automáticamente la vía negociada, ya que se quiere evitar por todos los
medios que tal la apertura pueda interpretarse como un gesto de debilidad.
El
mandato del último de los Kim no es ni más radical, intransigente o belicoso
que los anteriores. Parece responder a la misma lógica. Pero, en su caso, el
ajuste interno de cuentas, registrado de forma paralela a las provocaciones
internacionales, parece haberse acentuado. Por una razón similar: no se quiere
ofrecer la imagen de que el nuevo líder flojea frente al desafío de sus enemigos.
En realidad, este aparente endurecimiento podría indicar justo lo contrario:
que el régimen se siente obligado a responder de manera expeditiva ante
cualquier sospecha de disidencia, justamente porque no se sentiría del todo
seguro.
Más
allá de estas especulaciones de coreanólogos,
persiste un consenso básico sobre la conducta del régimen. El fracaso
sucesivo de las distintas estrategias de presión (sanciones, sabotajes,
presiones diplomáticas, amenazas veladas de intervención) hace que los expertos
se muestren muy circunspectos sobre las opciones disponibles.
LA
DISTORSIÓN TRUMP
La
llegada de Trump a la Casa Blanca puede alterar estas percepciones más o menos
clásicas. A la naturaleza peculiar el actor objeto de la preocupación general,
se une el desconcierto que el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha introducido
a la hora de validar las estrategias exteriores de Washington.
Dicho
de otra manera, la pareja Trump-Kim compone un escenario preocupante. Al actual
presidente le cuesta sobremanera entender la lógica de los equilibrios y, mucho
más aún, otros intereses que no sean los de Estados Unidos. La torpeza exhibida
con Corea del Sur es un ejemplo significativo. Pretendía Trump, y quizás
todavía pretenda, revisar el marco de sus relaciones comerciales bilaterales para
hacerlo más favorable, e intentar que los surcoreanos paguen por el sofisticado
sistema de defensa antimisiles THAAD.
OPCIONES
POCO CLARAS
En un
análisis publicado nada más conocerse el ensayo del misil intercontinental, el
experto en seguridad del New York Times, David Sanger, valora las distintas
opciones que el mercurial presidente norteamericano tiene ante sí. Ninguna es
suficientemente convincente, al menos según los parámetros vigentes en la
consideración del problema norcoreano (1).
Estas
opciones serían las siguientes: sanciones adicionales, reforzamiento de la
presencia naval norteamericana frente a la península norcoreana, aceleración
del programa de sabotaje del programa nuclear (herramienta privilegiada para
durante el mandato de Obama), incremento de la presión a China para que haga
entrar de una vez en razón a su díscolo protegido y puesta a punto de la
preparación de ataques preventivos en caso de que se detecte el lanzamiento
inminente de estos misiles. Nada indica que estas iniciativas fracasadas sean
ahora más propicias
Las
sanciones tienen el respaldo bipartidista en EE.UU., tras la aprobación, hace
un año, de nuevas medidas por el Congreso. Algunos creen que Washington no ha
agotado todas las posibilidades del arsenal sancionador aprobado por el Consejo
de Seguridad (2). Además, el nuevo gobierno de Seúl, más propenso inicialmente a
la negociación que el anterior, no opondría mucha resistencia, a la vista de la
conducta de Kim.
Pero la
eficacia de las sanciones depende de China, y el resultado hasta ahora no ha
sido prometedor. Xi Jinping no quiere o no puede ejercer la influencia que se
le atribuye. Trump lo ha intentado sin éxito (3). Durante un tiempo se pensó
que Pekín no estaba sinceramente interesado en acabar con el permanente
incordio norcoreano, porque se podía reservar esa baza ante una crisis mayor en
la región, en particular las tensiones en el Mar del Sur de China. Pero crece
la impresión de que, en realidad, la capacidad china de embridar a la dinastía
norcoreana es limitada. Los Kim han demostrado más resistencia de la prevista a
las presiones de los enemigos, pero también a la de colaboradores o ambiguos,
como Rusia. Recientes informes indicarían, además, que la situación económica
de Corea del Norte está mejorando (4).
La
escalada militar es mucho más incierta. Como ha señalado ahora el Secretario de
Defensa con Clinton, William Perry, “lo que podía ser una buena idea hace dos décadas,
ya no lo es”. Sencillamente, porque el programa norcoreano ha crecido y ahora
Pyongyang dispone de muchos y muy variados misiles y de instalaciones donde
esconder la mayoría de ellos. Pero, sobre todo, por el temor a una respuesta de
represalia contra su vecino del sur, que podría ser devastadora. Con un arsenal
estimado de 20 armas nucleares, Corea del Norte cree disfrutar de una posición que
le permite evitar el destino de Gaddaffi. De ahí que Mattis, el actual jefe del
Pentágono, dijera el otro día en la cadena de televisión CBS que una guerra en
Corea sería el peor conflicto imaginable.
Así las
cosas, quizás haya que resignarse a un programa nuclear norcoreano e intentar
una salida como la iraní, como sugieren Rhodes y Shellenberger (5).
NOTAS
(1)
“What can Trump do
about Norh Korea? His options are very few and risky. DAVID E. SANGER. THE NEW
YORK TIMES, 5 de julio.
(2)
“How Trump can get
tough on North Korea”. SUN-YOONG LEE. FOREIGN
AFFAIRSE, 18 de enero.
(3)
“Trumps warns China He is willing to pressure North
Korea on his own”. THE NEW YORK TIMES, 3 de julio.
(4)
“North Korea. Why
the economy is growing. THE ECONOMIST, 28 de junio.
(5)
“Why North Korea
should have Peaceful Nuclear Power. FOREIGN AFFAIRS, 24 de mayo.
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