6 de junio de 2018
La llamada “guerra comercial” ya
está servida. En realidad, quizás estemos ante una declaración preliminar que
pueda conjurarse sin demasiadas “victimas”. Pero, por el momento, Trump ha
tomado la iniciativa. Claro que las iniciativas del presidente hotelero valen
lo que valen y duran lo que duran.
Con todo, hay preocupación a este
lado del Atlántico. Para empezar, porque la airada respuesta oficial no se
corresponde con verdaderas intenciones de responder con contundencia. No todos
los gobiernos comparten estrategia. Ni todos se sienten perjudicados por igual.
O, mejor dicho, no todos perciben la “guerra abierta” como la mejor solución
para hacer retroceder al desbocado aliado mayor.
Dice Peter Goodman en THE NEW YORK
TIMES que “los europeos no han sido muy adeptos a superar sus diferencias
nacionales en beneficio del interés común” (1). Cierto es. Ni este asunto de la
imposición de aranceles sobre el acero y el aluminio importados por EE. UU. ni
en otros muchos asuntos.
Francia parece abanderar el enfado,
junto con la Comisión Europea. Es lícito preguntarse, una vez más, qué sacó
Macron con su muy mediático y muy insustancial viaje reciente a Washington. Ni
en el acuerdo nuclear iraní, ni en este otro dossier, y mucho menos en el pacto
climático.
En cuanto al “gobierno europeo”, de
momento hemos escuchado frases un tanto celebres, como las del Presidente del
Consejo, el polaco (el otro Donald) Tusk: “con amigos así, no necesitamos
enemigos”; o del siempre locuaz jefe de la Comisión, el luxemburgués Junker,
anunciando castigos a la importación del bourbon
o de las Harley-Davidson. Esto último
no parece dicho al tún-tún. El bourbon se produce sobre todo en Kentucky, la
tierra del jefe de los republicanos en el Senado norteamericano, y las motos de
ensueño en Wisconsin, el territorio del líder republicano en la Cámara de
Representantes, excandidato a la vicepresidente con Romney y estrella ahora en
declive del GOP.
Los alemanes, en cambio, son más
circunspectos. En Berlin se ponen de perfil cada vez que se grita revancha en
París o en Bruselas. Pasó con la ruptura del acuerdo nuclear iraní y ha vuelto
a ocurrir ahora. El ministro de economía, Altmaier, asume el discurso del mundo
de la industria germana: ¡Cuidado con las represalias… Pueden ser un boomerang!
Alemania basa la prosperidad de su modelo económico en las exportaciones. Ni
patronal ni sindicatos ven la guerra del metal con simpatía.
Una respuesta similar se produjo
tras el anuncio de la ruptura del acuerdo nuclear con Irán. Desde algunos
sectores se sugirió que Europa podría activar un mecanismo de represalia
barajado en la etapa Clinton, tras las sanciones impuestas a Cuba y Libia, que
finalmente no se aplicaron por arte de la diplomacia, entonces en mejor disposición
que ahora. En Washington se tomaron en serio las amenazas europeas y se alcanzó
un acuerdo que neutralizó la disputa (2).
Son los intereses y no los grandes
principios lo que fundamenta la estrategia europea, por mucha retórica
europeísta que se ponga en el caldero político-mediático. El exministro de
exteriores, Joshka Fischer afirma a DER SPIEGEL que “Trump está destruyendo el
orden americano” y este semanario alemán sanciona que “a Europa le ha llegado
la hora de unirse a la resistencia” (3). Articulistas norteamericanos como James Traub, redactan un epitafio sobre la tumba de la alianza (4).
Hay, desde luego, un aroma bélico en
el Atlántico. Nada que encaje peor en la celebración del día que se escribe
este comentario: el aniversario del desembarco aliado en Normandía, acontecimiento
que no sólo fue comienzo del régimen nazi en el Oeste de Europa. También ha
sido reconocido como el embrión de la Alianza Atlántica.
Es prematuro sostener que el otrora
celebrado vínculo esta roto o seriamente dañado. Algunos analistas creen que ya
a Obama, tan admirado por aquí, le importaba poco Europa y veía el futuro
norteamericano en el (lejano) Oriente (pivot
to Asia). Trump ha convertido el relativismo en confrontación y ha agriado
el mensaje hasta la saciedad, proclamando que la “sagrada alianza” está
obsoleta. El presidente hotelero ha agitado la chequera y puesto el precio del
bono más alto: ya sea en materia de seguridad o en las mercancías. Aunque sus
asesores han tratado de civilizar el mensaje del jefe, lo cierto es que el tono
conciliatorio se hace esperar.
Por el contrario, el nuevo embajador
norteamericano en Alemania parece dispuesto a romper con todos los moldes de la
diplomacia al uso. Es un ideólogo del conservadurismo de combate, que ha tomado
públicamente partido por las iniciativas más derechistas alumbradas en el
continente, incluido el país en el que ahora sirve (5). La incomodidad de la
clase política alemana no le perturba en absoluto; mas bien, le estimula, le
excita. Trump gusta de este tipo de embajadores en traje de faena: los lanza a la arena para que peleen, no para que
templen gaitas.
Aunque cierto tipo de dignidad
emerja de la desconcertada Europa ante estas provocaciones, muchos analistas,
incluso críticos con la administración, se preguntan si la UE tiene opciones
realistas de responder sin complejos. Jeremy Shapiro, director de investigación
sobre Europa en el Consejo de Relaciones exteriores (sancta-sanctórum de los think-tank internacionales en EE.UU), afirma
que los países europeos pueden hacer más, porque “combinados, tienen más peso
económico y más poder militar que Estados Unidos”, pero les falta voluntad
política; por esa razón, asegura Shapiro, “Trump puede ignorar sin riesgo a
Europa”, porque los líderes europeos “condenan, pero nunca actúan” (6).
Los más optimistas estiman que,
admitiendo que los tiempos no pueden ser peores, al final se impondrá el
compromiso, mediante negociaciones largas y tediosas, en la que se gana (o se
compensa) por agotamiento. La paciencia, en efecto, puede ser un arma muy
poderosa para enfrentarse al impaciente aliado norteamericano. En todo caso, no cabe esperar de Europa un frente
unido o un consenso de hierro. Trump dice ser más un CEO que un Presidente (¿) y
presume de ser un negociador duro. Ni Macron con su liderazgo sobrevalorado, ni
Merkel en su declive, y menos May, que ni quiere ni puede, parecen preparados
para afrontar ese desafío.
NOTAS
(1)
“For Europe, an unpleasant Question: confront
Trump or avoid a costly trade war”, PETER
GOODMAN. THE NEW YORK TIMES, 1 de junio.
(2)
“How
Europe can block Trump”. ELLIE
GERANMAYEH y ESFANDYAR BATMANGHELIDJ. FOREIGN POLICY, 16 de
mayo.
(3)
DER SPIEGEL, 24 de mayo.
(4)
“RIP
the Trans-Atlantic Alliance 1945-2018”. JAMES TRAUB. FOREING POLICY, 11 de mayo.
(5)
“The
new U.S. ambassador in Germany just made himself the least popular diplomat in
Berlin”. CONSTANZE STELZERMÜLLER. BROOKINGS
INSTITUTION, 14 de mayo.
(6) FOREIGN AFFAIRS, 15 de mayo.
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