ELISABETH WARREN, ¿UNA PRESIDENTA SOCIALDEMÓCRATA PARA AMÉRICA?


3 de julio de 2019
                
El primer debate entre los 20 candidatos demócratas a la Casa Blanca parece haber despejado bastante un tartán demasiado concurrido. Pero más importante aún que los nombres, esta primera escenificación pública del debate interno partidario es la constatación evidente de que los demócratas se encuentran en pleno viaje hacia la izquierda.
                
Trump lo condiciona y lo contamina todo, desde luego, y quizás más que nada a sus rivales. El péndulo demócrata se mueve entre acosar al presidente visiblemente tramposo con la herramienta del impeachment (destitución) o concentrarse en seleccionar a quien mejor pueda acabar con él... en las urnas. La izquierda del Partido, cada día más fuerte y vigorosa, apuesta por lo primero; los moderados consideran que esa estrategia es arriesgada e incluso suicida, y optan por acertar con la persona que le gane votos, mensajes y designios en su propio terreno: el ciudadano blanco desasistido, perplejo y revanchista (1).
                
LA LARGA MARCHA DE LOS PROGRESISTAS DEMÓCRATAS
                
Este dilema no es sólo estratégico. Es ideológico. En el Partido Demócrata está ocurriendo algo similar, pero en inverso sentido ideológico, a lo que sucedió al Great Old Party (el Partido Republicano) hace una década, cuando emergió y se consolidó la corriente ultraconservadora conocida como Tea Party.
                
Ahora, entre los demócratas parece haberse afianzado una confluencia de corrientes claramente críticas con el sistema político, económico y social americano, abiertamente en crisis. El Partido Demócrata se convirtió en el favorito de la clase media hace décadas, pero sus dirigentes han actuado de espaldas a las aspiraciones de sus supuestos representados. Bill Clinton se dejó llevar por la corriente neoliberal, con medidas apenas compensatorias, unos modales afables con las minorías (afroamericanos y latinos), y poco más. Ocho años después, Obama abrillantó la retórica demócrata, conectó con la juventud, agrandó el sueño del doctor King e hizo creer que América cambiaría de rumbo. Es sabido cómo acabó esa mezcla de autoengaño y decepción: con un tipo como Trump en el despacho oval y con la segunda Clinton (Hillary) hundida en un jubilación política sin plan de rescate.
                
En estos mil días de shock continuo, de bochorno permanente, de honorabilidad ultrajada hasta límites nixonianos (y más aún), una corriente demócrata progresista, sin miedo ya al término S (socialista), se afianza como alternativa en Estados Unidos. Algo que resulta aún más rompedor que el personaje que ahora deshonra el cargo más notorio del planeta tierra. Es cierto que a Obama le tildaban de socialista. Y hasta de comunista. Pero como se trataba de una afirmación estúpida y falsa a todas luces, nadie se la tomaba realmente en serio. Ahora, en cambio, son algunos dirigentes políticos ya electos, no radicales minoritarios o activistas de base, quienes se definen como tal. Apelan al socialismo como ideología y proyecto de futuro de una América convertida en feudo de los ricos y poderosos.
                
En 2016, Sanders fue el primer filosocialista en alcanzar la condición de precandidato. No pudo derrotar a la favorita Hillary, pero le cargó las alas de plomo, puso en evidencia sus contradicciones y la desnudó de su armadura protectora. En 2018, esa corriente de malestar hacia la élite enquistada del partido y la irritación por el exhibicionismo reaccionario de Trump hizo posible, en 2018, la Cámara de Representantes con más presencia de críticos y progresistas en la historia política americana. Para 2020, Sanders repite como precandidato y, después de años de vacilaciones y desistimientos, se sube al vagón Elisabeth Warren, senadora por Massachussets, antes profesora de leyes en la prestigiosa Harvard y trabajadora tenaz.
               
LA DESEADA SE CONVIERTE EN MRS. PLAN
                
Warren no despierta simpatías en el establishment, ni siquiera entre los pesos pesados de su propio partido, que saben de su independencia de juicio y de sus propuestas meditadas y concienzudas. Obama contó con ella para legitimar una reforma blanda del chiringuito financiero, pero se asustó ante la radicalidad de las recomendaciones que ella presentó. Mucho antes, había trabajado en distintas iniciativas legislativas, pero siempre se encontró con la barrera de los poderosos intereses creados.
                
En el último día del pasado año, Elisabeth Warren dio por fin el paso que le imploraban desde hacía años numerosos sectores de la izquierda. Fue la primera demócrata en anunciar que competiría por desalojar a Trump de la Casa Blanca. Huyó, desde el primer momento, de la demagogia, los eslóganes y la retórica para centrarse en las propuestas. Su consigna, ya consolidada, es “tengo un plan”. En realidad, Warren ha presentado más de veinte planes para devolver a la clase media al centro del sistema social, económico y político de América: mayor presión fiscal a los más ricos, cuidado de los niños, fragmentación de las grandes empresas neotech, control y responsabilidad de las grandes corporaciones , vivienda, agricultura, terrenos y parques públicos, matriculación gratuita en enseñanza media superior y cancelación de la deuda estudiantil, cambio climático y fomento de la economía ecológica, control del gasto militar y de las contrataciones del Pentágono, uso racional de los medicamentos, garantía de libre elección para las mujeres sobre la concepción y, por último pero no menos importante, regulación de la investigación y procesamiento de un presidente en ejercicio, que ahora no es posible, constitucionalmente (2).
                
La prensa más convencional, que no disimuló gestos de disgusto o incomodidad, ha tenido que rendirse a la evidencia. Veinte candidaturas más tarde, Elisabeth Warren es la pretendiente más sólida y mejor formada, pero, sorprendentemente, para muchos, no por ello carente de energía, de punch. Siempre se pensó que esta mujer nunca daría el paso, porque podía ser apreciada por intelectuales o electores mejor informados, pero no era capaz de llegar a la gente de base. (3). No es eso lo que ha ocurrido estos meses. Warren ha llenado  cityhalls, concitado esperanza e incluso entusiasmo entre el electorado popular y parece haber roto la brecha racial. Antes del debate ya se había situado la tercera en las preferencias del electorado demócrata, según las encuestas, sólo por detrás del muy gris, convencional y veterano Joseph Biden y del mucho más cercano ideológicamente, Bernie Sanders (4).
                
Por no faltarle de nada, Warren también puede presentar tarjeta de choque frontal con Trump. El lenguaraz presidente le reprochó que pretendiera dotarse de un pedigree progre, al proclamar sus ancestros nativos (indios), y la motejó de Pocahontas. Warren entró al trapo, quizás un poco ingenuamente, y se sometió a una prueba de ADN, que resultó positiva, aunque no demasiado concluyente. Los medios aprovecharon para cuestionar su inteligencia táctica. Pero Warren resistió y se rehízo a base de propuestas programáticas y de una coherencia inhabitual en la selva política norteamericana (5).
                
En el primero de los dos debates demócratas inaugurales, Warren estuvo rodeado de pretendientes menores. Pero aún así, todo el mundo, incluso los más escépticos con ella, reconocieron que había fijado la conversación, modelado la agenda y consolidado en la discusión electoral su mensaje cardinal. Como ha escrito el columnista Dan Balz, en absoluto un fan suyo, Warren ha “encapsulado” su aluvión de planes en un mensaje ilusionante: cambiar “un sistema que funciona para unos cuantos, los más ricos y grandes corporaciones, pero no para todos” (6).
                
La emergencia de Warren parece haber debilitado al otro candidato más a la izquierda de la carrera, Bernie Sanders. Ambos son amigos. O lo eran, porque miembros de la campaña del senador por Vermont no perdonaron que su correligionaria no lo apoyara expresamente en la pugna con Clinton, en 2016. ¿Puede haber una confluencia? El tiempo dirá si es así y en qué términos.               
                
De hecho, Sanders se desempeñó bien en el segundo debate, pero con menos brillo. En esta ocasión, el gran favorito inicial de la contestación demócrata, Joseph Biden, el gris segundón de un Obama que lo acaparaba casi todo, resultó maltratado elegantemente por la otra estrella en alza de la carrera: la senadora y antigua fiscal general de California, Kamala Harris, hija de jamaicano e india. A ella, de perfil diferente a Warren, le dedicaremos un posterior comentario.

NOTAS

(1) “Liberal democrats ruled the debates. Will moderates regain their voices”. ALEXANDER BURNS y JONATHAN MARTIN. THE NEW YORK TIMES, 29 de junio.

(2) “Elisabeth Warren has a lot of plans. Together, they would remake the economy”. TOM KAPLAN y JIM TANKERSLEY. THE NEW YORK TIMES, 10 de junio.

(3) “Elisabeth Warren is completely serious. EMILY BAZELON. THE NEW YORK TIMES MAGAZINE, 17 de junio.

(4) “Elisabeth Warren gains momentum plan in the 2020 race by plan”. LAUREN GAMBINO. THE GUARDIAN, 9 de junio.

(5) “Elisabeth Warren’s rise is not surprising”. SADY DOYLE. MEDIUM, 26 de junio.

(6) “Who can beat Trump? The answer is not clearer after Miami”. DAN BALZ. THE WASHINGTON POST, 29 de junio.

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