19 de febrero de 2020
Un
mundo sin Occidente. Es el título de la edición de este año de la Conferencia
de Múnich sobre seguridad internacional, el llamado Davos de la política
exterior, lugar de reflexión y codificación de los mensajes sobre el estado
del mundo. El invitado estelar ha sido el presidente francés, Emmanuel Macron,
siempre dispuesto a acaparar titulares y celoso de atraer la atención con sus
audaces opiniones y propuestas.
El
momento era especialmente propicio (en realidad, siempre suele serlo), con los
dos colosos planetarios atrapados en situaciones sensibles. En Estados Unidos, comienza
una larga, bronca e incierta campaña electoral, sin una contestación clara de
lado demócrata y un incumbent (o presidente en ejercicio) embravecido
por la impunidad de su turbios manejos políticos y el ánimo de revancha contra
quienes se permiten cuestionarlo. En China, una epidemia de oscuro origen y
dimensiones inquietantes amenaza con dificultar aún más un crecimiento económico
que ya se venía resintiendo de la disputa comercial con los norteamericanos y
de las propias debilidades estructurales del sistema.
Macron
habló en Múnich en nombre de Francia, claro, pero también pretendió hacerlo,
con el respeto que correspondía, en nombre de Europa. O, si se quiere, pensando
en Europa, en la consolidación y avance de su proyecto de integración. A él le
correspondió, en esta ocasión, marcar las diferencias con Estados Unidos con
respecto al auge de China (1).
A
Macron le rodea desde hace tiempo cierto aire de soledad. De incomprensión. O
de molestia. No es un outsider, naturalmente. Es el presidente de
Francia, el segundo país de Europa, en términos económicos. Los presidente
franceses de la Quinta República gustan de ejercer como depositarios de la esencia
del proyecto europeo, como Carlomagnos modernos. Macron luce esa
herencia con entusiasmo y dedicación, con el atropello de su juventud y la
intensidad de su ambición.
En
Múnich, el líder galo ha vuelto a predicar la necesidad de que Europa se ponga
a la altura del desafío que afronta. Ha pedido a sus líderes, pero en especial
a los alemanes, que demuestren ambición para relanzar “la aventura europea”. “No
estoy frustrado sino impaciente”, dijo en la capital bávara (2). A Macron le gusta
demostrar que él está unos pasos o unos metros, o quizás unos kilómetros por
delante de otros líderes coetáneos, y eso a veces irrita. No se ha olvidado
todavía su etiqueta de “muerte cerebral” con que diagnosticó a la OTAN el otoño
pasado, con más acierto que oportunidad.
Macron
tiene razón en mucho de lo que dice, pero genera desconfianza sobre sus
intenciones. Como les pasaba a casi todos sus antecesores, proyectan fuera de Francia
una ambición que se les complica en casa. El cuadragenario líder francés quiere
que Europa no se jubile, que no se resigne a la irrelevancia. Que no
sucumba por dejación ante ese nuevo mundo bipolar (G-2) que se dibuja entre
Estados Unidos y China. No cuestiona el vínculo transatlántico, pero insiste en
la necesidad de una alianza más europea, menos dependiente de Washington. Con
mérito, porque Estados Unidos da señales constantes e inequívocas de que Europa
ya no es su prioridad internacional. Y no solo por la desgracia de Trump. Ese
debilitamiento del vínculo ya fue visible con Obama, con Bush Jr. e incluso con
Clinton. No es una cuestión de liderazgo, sino de equilibrios inestables en un
mundo en transformación.
En
ese propósito de autonomía europea, Macron pretende contar con dos apoyos
imprescindibles: Alemania y Rusia, las dos potencias continentales de los
últimos dos siglos. Apoyos asimétricos, bien sûr.
Alemania
es el socio preferente, axioma de la reconciliación tras las dos guerras del siglo
XX y el estado de beligerancia permanente
de la centuria anterior. El eje franco-alemán ha sido un factor incuestionable
de la construcción europea en los últimas seis décadas. Ha resistido todos los incidentes
de la guerra y la posguerra fría, del nonnato nuevo orden de los noventa y de
la actual crisis del orden liberal. Oficialmente, esa relación no se
cuestiona. Pero no es un secreto para nadie que el eje está en sus horas
más bajas. En un reciente y espléndido trabajo, el corresponsal de LE MONDE en
Berlín y su principal editorialista para temas internacionales han contado los
entresijos del enfriamiento franco-alemán (3).
Macron
y Merkel (M & M) no mezclan bien. Les separa la brecha generacional (42/65
años), el estilo (audacia vs. prudencia) , sus reflejos políticos (ambición vs.
cautela), y el timing de sus carreras (cúspide y declive). También sus referencias
de origen (globalización y guerra fría) y sus designios de futuro (proyecto, para
uno; legado, para otra). Comparten una cierta idea (amplia) de Europa, pero
difieren del papel de los apoyos y de los colaboradores/rivales.
Macron
quiere una Europa autónoma, amiga pero no dependiente de Estados Unidos. Una
combinación de De Gaulle y Lafayette. Merkel entiende los fundamentos del
discurso de su amigo francés, ha admitido públicamente que Europa debe velar por
su futuro más sola que antes, pero cree que el desapego norteamericano
es remediable. La protección nuclear tiene mucho que ver con este desafine de
percepciones. Por eso Macron ha ofrecido poner el arsenal atómico francés en la
balanza de un debate general sobre la defensa europea.
Merkel
se ha inhibido pero no el Jefe del Estado, el casi decorativo Steinmeier,
que acogió la oferta con calidez, junto con otra voces políticas (4). La Canciller está de retirada y hasta sus fieles
defensores empiezan a pensar que quizás no debería prolongar su despedida, para
facilitar su sucesión tras el fiasco de Turingia y la eliminación de su elegida
(5).
El
otro colaborador necesario de la estrategia de Macron es Rusia, un tradicional
aliado de Francia antes de los soviets. Hay una línea de continuidad en las
relaciones París-Moscú, con los avatares históricos correspondientes. La Rusia
postsoviética es mucho más conflictiva para Europa de lo que fue la URSS. Las reglas
del juego están ahora menos claras. Pero en la ambigüedad surgen las
oportunidades. Macron quiere recuperar a Rusia para Europa, por un conjunto de
razones, y no es el menor el desafío de China (6). El presidente francés quiere
evitar que Moscú sea el socio menor pero necesario de Pekín. Macron cree que Putin
juega la carta preferente de Asia (versión propia del obamiano pivot
to Asia) más por necesidad que por vocación, por necesidades tácticas y no
tanto por designios estratégicos.
Merkel
tiene una visión más pragmática o recelosa del Kremlin, como sufridora que
fue del orden soviético en media Europa. Alemania hace negocios, incluso de
primer orden, con Rusia (el gasoducto), pero desconfía de sus propósitos.
Confianzas, las justas.
Macron
ha tomado las riendas diplomáticas del conflicto de Ucrania, ha promocionado
las reuniones formato Normandía, ha propiciado aproximaciones, con Merkel
a su lado, pero con menos entusiasmo, sabedor de que sin resolver esa espina no
habrá conciliación entre Rusia y Europa. Por lo demás, Macron no es ingenuo, y
sabe que hay un Mordor por debajo de la piel de Putin, un espíritu de kagebista
que obliga a extremar las precauciones.
En
la ambición de Macron hay un aire de teatralidad que conecta con sus aficiones
privadas. En su corte hay intrigantes que no comparten sus designios (un sector
de la casta diplomática refractaria a los cambios), una clase política dominada
por el reflejo de subsistir más que de innovar, una mayoría social que reclama
otras prioridades. Macron está solo.
NOTAS
(1) “Les dessacords américano-européens évidents à Munich”. COURRIER INTERNATIONAL, 16 de
febrero; “Americans urges Europe to join forces against China. But Europeans want
to steak out an independent position between the two superpowers·. THE
ECONOMIST, 16 de febrero.
(2) “Macron
exhorte a les allemands à être ‘plus ambitieux pour relancer ‘l’aventure
europénne’”. LE MONDE, 15 de febrero.
(3) “Entre Paris y Berlin, une entente sous tensions”. THOMAS
WIEDER y SILVYE KAUFFMANN. LE MONDE, 13 de febrero.
(4) “L’Allemagn doit cesser de tergiverser sur la defense
européenne”. MICHAEL THUMANN, DIE ZEIT, 14 de febrero.
(5) “Es
geht um Deutschlands stabilität”, ECKART LOHSE. FRANKFURTER ALLGEMEINE
ZEITUNG, 13 de febrero (Traducido por COURRIER INTERNATIONAL como “Et si Angela
Merkel demmissionait?” ).
(6) “La champagne russe d’Emmanuel Macron”. PIOTR SMOLAR. LE
MONDE, 14 de febrero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario