UCRANIA: CIEN DÍAS DE GUERRA, ¿OTROS MIL MÁS?

 1 de Junio de 2022

La guerra de Ucrania alcanza los cien días y su resolución sigue incierta. Se hacen toda suerte de cábalas sobre cómo puede acabar esto (1). Aparte del relato interesado que ofrece cada parte, el panorama es muy sombrío para todas: Rusia, Ucrania, Occidente y también las potencias no involucradas de manera activa, como China, India. Para los más pobres, el hambre asoma con ferocidad (2).

El balance para Rusia es muy negativo: escasos logros militares (apenas avances lentos y penosos en el Donbás y en el sureste), fracasos políticos (ampliación y reforzamiento de la OTAN), penurias económicas (sanciones de enorme impacto, aunque aún no se hayan manifestado en toda su crudeza), deterioro severo de su imagen exterior y amenaza de inestabilidad interna.

En este tiempo, el Kremlin se ha visto obligado a cambiar de estrategia. Aunque siempre guardó silencio sobre sus planes operativos iniciales, Occidente le atribuyó la intención de ocupar la mitad del país y  asediar la capital para forzar la caída del gobierno. La marcha atrás en el avance sobre Kiev y Járkov no tiene una justificación militar coherente, salvo la verificación del fracaso. Bajas superiores a las admitidas oficialmente, destrucción de decenas de carros y blindados, operatividad reducida de la aviación, errores logísticos calamitosos y notable inferioridad ante las armas con que Occidente ha posibilitado de manera decisiva la resistencia ucraniana. Una mayor movilización puede quebrar un apoyo ciudadano cada vez más esquivo (3).

Ucrania es presentada en Occidente como potencial vencedora: por haber detenido la ofensiva rusa e infligido daños considerables al ejército invasor. Pero tampoco puede sentirse satisfecha. Las regiones orientales y surorientales del país están bajo dominio ruso, lo que asegura la conexión del Donbás con la península de Crimea y una amenaza persistente sobre Odessa, el principal puerto del país; el acceso al mar Negro, vital para sus exportaciones, sobre todo de cereales, se ha visto clausurado; la destrucción de ciudades e infraestructuras civiles esenciales es enorme; las bajas humanas son elevadas y significativas; y una cuarta parte de la población se encuentra desplazada de sus hogares en ruinas. La reconstrucción será larga y costosa (4).

Occidente mantiene un discurso triunfal de cara a las opiniones públicas, a las que ha movilizado de manera intensa, en contraste con la pasividad mostrada ante otros conflictos bélicos no menos dañinos y dolorosos. Se ha pasado de airear la resistencia heroica de los ucranianos a manejar la visión de una victoria del agredido y una derrota sin paliativos del agresor. El apoyo político se convirtió pronto en una participación directa en la guerra, aunque no se admita por motivos propagandísticos (temor de la poblaciones a ser arrastradas a una guerra abierta) y estratégicos (riesgo de forzar una respuesta desesperada de Moscú, en forma de ataques a centros de aprovisionamiento y distribución de armas. Que Rusia empleara armas nucleares tácticas ha sido siempre una especulación más que una opción plausible.

China ha mantenido oficialmente su posición de respaldar diplomáticamente a Rusia. Pekín ha resistido la presión occidental para que realice gestos de desagrado o distanciamiento de Moscú. La imperturbable posición de China no implica, en todo caso, que la situación no preocupe. La guerra está afectando económicamente al país, multiplicando los efectos causados por la extensión de la variante ómicron. Los altos dirigentes han reconocido que no se podrán cumplir las previsiones de crecimiento económico y de desarrollo social fijados para este año. El frenazo chino podría agravar los problemas en Occidentes, se vaticina (5). Se deslizan  rumores sobre ciertas discrepancias políticas en la cúspide, pero con escaso fundamento, por ahora. 

Así las cosas, las especulaciones sobre los espacios de negociación se han atascado o diluido en meras operaciones de propaganda. (6). Voces con cierta influencia en Washington consideran que a Ucrania le interesa ceder el territorio irrecuperable a corto plazo en el Donbás y en el sur a cambio de la paz y de unas garantías firmes y sólidas de seguridad que permitan negociar a medio plazo, en mejores condiciones, una recuperación de lo perdido. Una música semejante se escucha en ciertos ámbitos europeos, donde los efectos económicos de la guerra preocupan mucho más que la suerte de unas regiones periféricas del continente. Nunca se va a decir en público que Ucrania debe ceder provisionalmente las franjas más orientales y meridionales del país, pero ciertas señales indican que eso es precisamente lo que se intenta que entienda Kiev.

Ucrania sabe que la solidaridad y el apoyo militar y material de Europa está llegado al límite. La decisión de renunciar antes de fin de año al aprovisionamiento de petróleo ruso (con las excepciones concedidas a Hungría y, por extensión, a Chequia y Eslovaquia) se presenta como una vuelta de tuerca más para privar a Rusia de una fuente de financiación esencial de sus operaciones militares. El crudo alcanza la barrera de los 120 $. Con el gas hay más dudas. Moscú mueve ficha cerrando parcialmente el grifo del suministro. El espectro de un otoño-invierno con la inflación desbocada y unas restricciones energéticas considerables produce escalofríos en las capitales europeas. El entusiasmo de sus poblaciones por la causa de Ucrania tiene fecha de caducidad más pronto que tardía. La literatura sobre la aceleración del ingreso del país en la Unión Europea nunca tuvo mucho vuelo y ya es pasto de papelera.

También en Estados Unidos, el interés por Ucrania decaerá enseguida (lo está haciendo ya), a medida que nos aproximemos a las elecciones de mitad de mandato. La administración Biden teme menos el expansionismo ruso que un triunfo electoral de los republicanos adictos a Trump. La agenda política y social de Biden está bloqueada y el partido azul dividido.

Las emociones desatadas por la matanza de Uvalde plantea otro escenario de batalla entre el centrismo o moderantismo demócrata y el radicalismo ultraconservador republicano. Pero no conviene confundirse con esto: la indignación provocada por la venalidad de leyes y normas que rigen el uso y abuso de las armas privadas se agotará pronto, como ha ocurrido siempre. El filibusterismo legislativo sofocará cualquier intento serio de endurecer la venta casi irrestricta de esas máquinas de matar. La Asociación del Rifle y otro lobbies similares, pese a un aparente debilitamiento, permanecen en condiciones de seguir financiando carreras y campañas políticas. Los principios y derechos seguirán camuflando los intereses económicos y las percepciones manipuladas de inseguridad. América es adicta irremediablemente a las armas.

Rusia tampoco afronta con grandes perspectivas el inmediato porvenir. La conquista completa del Donbás no está garantizada a corto plazo. Y el control, mantenimiento y estabilización de estos territorios, mucho menos. No será fácil que Moscú consiga no ya el levantamiento, sino siquiera la suavización de las sanciones. El régimen puede aguantar, pero no por mucho tiempo, un deterioro considerable de las condiciones de vida. Ucrania puede ser el Afganistán de Putin y de su sistema, pero con una capacidad destructiva mucho más severa, por la cercanía del cáncer y el contraste con las previsiones iniciales. Moscú ha perdido esta guerra y ahora tiene que limitar la hipoteca que ocasione al país. Sólo la perspectiva de una deriva mucho más autoritaria y peligrosa puede sostener al actual patrón del Kremlin en su aislada y precaria situación de poder blindado. Y ni eso es seguro.

Estos cien días de guerra anuncian otros 1.000 de conflicto en intensidad decreciente, una vuelta al 24 de febrero con más territorio para Rusia pero con una OTAN más fuerte y extensa (7), justo lo contrario de lo que se pretendía con esa “operación militar especial”, inútil y catastrófica.


NOTAS

(1) “When and how might the war in Ukraine war end”. THE ECONOMIST, 26 de mayo; “How does this end? Fissures emerge over what constitutes victory in Ukraine. THE NEW YORK TIMES, 26 de mayo.

(2) “Ukraine has stoked global food supply crisis that could last years, UN says”. THE GUARDIAN, 19 de mayo.

(3) “Putin’s hard choices”. MICHAEL KIMMAGE y MARIA LIPMAN. FOREIGN AFFAIRS, 31 de mayo.

(4) “The time is now to plan for the aftermath of war in Ukraine”. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 13 de mayo.

(5) “As China’s economy falters, be careful what you wish for”. CLARK PACKARD. FOREIGN POLICY, 31 de mayo.

(6) “What hope is there for diplomacy in ending the Russia-Ukraine war? PATRICK WINTOUR. THE GUARDIAN, 27 de mayo; “Ukraine-Russia negotiations: What it is possible? MIJAILO MINAKOV e ILYA KUSA. KENNAN INSTITUTE, 11 de abril.

(7) “Comment Vladimir Poutin a ressuscité l’OTAN”. LE MONDE, 13 de mayo.

 

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