7 de febrero de 2018
En
las guerras, la perdurabilidad es una de las condiciones esenciales del olvido.
Afganistán
es ya el conflicto bélico más prolongado librado por Estados Unidos en toda su
historia. Aún no se ha olvidado, porque, de cuando en cuando, un atentado atroz
se cuela en los minutados de los noticiarios. Esas salvajadas no son las que
más afectan a la vida cotidiana de la mayoría de los habitantes del país, pero
sí las que más interés mediático suscitan.
El
impacto, en todo caso, es efímero. Ya no hay efecto shock. Lo que predomina es
el síndrome de la fatiga, de la frustración, de la indiferencia. La guerra de
Afganistán apenas preocupa a la opinión pública: en Estados Unidos y en el
resto de los países que componen una coalición cada vez menos plural, más
exigua.
Los
dos atentados de finales de enero (de los taliban
y del Daesh) propiciaron algunos
análisis en la prensa más seria, en un esfuerzo de recapitulación, de
evaluación y de prospección. Merece la pena reseñar las conclusiones más
relevantes.
DEBILIDADES
COMPARTIDAS
La
veterana corresponsal en el Pentágono del NEW YORK TIMES, Helene Cooper, firmó
un artículo en el que desnudaba la mentira institucional asentada en el
discurso político-militar norteamericano desde el comienzo del conflicto. Un
mensaje engañoso se repite de manera invariable y tramposa: la guerra está a
punto de acabar... y, naturalmente, con éxito. Cooper desgranaba las
declaraciones más significativas y las coteja con la sostenible realidad
opuesta. La guerra ha continuado, cada vez resulta más evasivo el final, y más incierta la
victoria, si se entiende como tal el cumplimiento de los objetivos fijados, se antoja
imposible. Han muerto más dos mil soldados norteamericanos y se han gastado 100 mil millones de dólares
En
contraste con esta visión, SETH JONES, analista de FOREIGN AFFAIRS, sostenía, a
comienzos de enero, antes de los macro-atentados, que los taliban “no están ganando la guerra”, porque son muy débiles para
hacerlo”, aunque admitía también que “son demasiado fuertes para ser derrotados”.
La
debilidad de los taliban se evidencia
en cuatro factores fundamentales: son muy extremistas para una población que aspira a
una vida de libertad, educación y bienestar; su liderazgo es casi exclusivamente
pastún, la etnia mayoritaria, y ajeno a las minorías; sus tácticas de combate
son brutales y producen pánico y rechazo en la población; más de la mitad de sus recursos económicos
proviene del tráfico de droga, lo que convierte en papel mojado su discurso
crítico sobre la corrupción, innegable, del gobierno central; y, por último,
siguen siendo muy dependientes del apoyo extranjero, es decir de los servicios
de inteligencia pakistaníes (el ISI).
Otro
esfuerzo de análisis lo aporta la sección THE INTERPRETER, también del NYT, un rara avis, en el panorama mediático, por
el empeño que ponen sus autores en ofrecer las claves, las causas de los
conflictos, y no sólo la enumeración de hechos o la abusiva tendencia a contar
historias personales que ha ido colonizando el periodismo de las últimas
décadas.
MAX
FISHER ha dedicado dos entregas de esta sección a la guerra de Afganistán, algo
que se sale de las pautas actuales del seguimiento periodístico, como queda
dicho. En las dos, el informador consulta a una nómina amplia de investigadores
especializados; en la primera, acerca de la derivación del conflicto; y en la
segunda, propone distintos escenarios futuros.
LOS
RASGOS DEL CONFLICTO ACTUAL
En
la primera entrega de su interpretación,
Fisher se esfuerza por presentar los cuatro rasgos que definen el estado actual
del conflicto serían:
-
la hegemonía del caos, como consecuencia de la fallida estrategia
norteamericana de perseguir una victoria total sobre los taliban, cuando la dinámica bélica indica que ninguno de los dos
bandos locales (gobierno e insurgencia) son capaces de imponerse al otro.
-
la escalada militar norteamericana, lejos de amedrentar a los taliban, los anima a perfeccionar sus
tácticas guerrilleras, a salir de sus reductos rurales, infiltrarse en Kabul y
golpear con atentados como los de enero.
-
la venenosa relación con Pakistán, de colaboración y desconfianza a la vez, no
será resuelta, sino agravada por la suspensión de la ayuda militar, ordenada
por Trump en una de sus habituales decisiones irreflexivas.
-
la falta de interés, o de capacidad, internacional en forjar un acuerdo de paz,
que necesitaría mucho tiempo, mucha energía y mucha capacidad de resistencia a la
frustración.
ESCENARIOS
DE FUTURO
En
la segunda entrega de FISHER se dibujan las perspectivas, ninguna de ellas
idónea.
1)
Un país (o nación) escindido, con un
gobierno central que ejecutaría funciones de mediador entre distintas facciones,
señores de la guerra y cabecillas locales. Para Frances Brown investigadora del
Instituto Carnegie, ésta sería la opción menos mala (buenas, no hay).
2)
Un reseteo (‘start over’), propiciado
por la retirada norteamericana y el colapso definitivo del actual
(des)gobierno. De esas cenizas surgiría un poder fragmentado de caudillos y
jefes de bandas, de clanes o tribus que convivirían en una suerte de reino medieval,
según el investigador de la Universidad de Columbia, Dalily Mukhopadhiyay
3)
El modelo Somalia de poder compartido:
el gobierno central en las grandes ciudades y los taliban y el resto de los
actores armados (ahora también el Daesh,
que allí opera como franquicia, rival descarnado de unos y otros).
4)
Una paz nominal frágil e insatisfactoria,
que exigiría concesiones a todas las partes. Aún en el caso de que pudieran
llegarse a tal aparente solución, se reforzarían las facciones extremistas de
la insurgencia y los sectores oficiales que ahora se benefician de la
corrupción podrían conspirar para liquidar el acuerdo si pierden prerrogativas
o ganancias.
5)
El estallido de una nueva guerra interna,
a semejanza de lo que ocurriera en los noventa, tras la retirada soviética
(1992), que culminó con la victoria de un grupo de estudiantes coránicos por los
que nadie apostaba: los taliban.
6)
La persistencia del status quo actual,
una guerra de intensidad variable, estacional, enquistada y sin solución a la
vista.
En
cualquiera de los casos, y salvo las intermitentes apariciones en pantalla
cuando las salvajadas superen listones invisibles de víctimas o patrones asumidos
de brutalidad, la guerra de nunca acabar se hundirá en el abandono internacional
y el olvido.
NOTAS
(1) “Attacks reveal what US won’t: victory
remains elusive in Afghanistan”. HELENE COOPER. THE NEW YORK TIMES, 29 de enero.
(2) “Why the Taliban isn’t winning in
Afghanistan. Too weak for victory, too strong for defeat”, SETH G. JONES. FOREIGN AFFAIRS, 3 de enero.
(3) “Why attack civilian afghans? Creating
Chaos rewards Taliban. MAX FISHER. THE NEW
YORK TIMES, 28 de enero.
(4) “In Afghanistan’s unwinnable war, what is
the best loss to hope for? MAX FISHER. THE
NEW YORK TIMES, 1 de febrero.
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