UN AUTOREGALO DE DESPEDIDA PARA BUSH

30 Noviembre 2007

George Bush se ha hecho regalar la promesa del tesoro más preciado para un Presidente de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial: pasar a la historia como el forjador de la paz definitiva en Oriente Medio.

Con un triunfalismo esperable de un gobierno necesitado de buenas noticias, la Casa Blanca ha vendido los resultados de Anápolis como el paso decisivo en pos de ese objetivo.

Bush quiso vencer el comprensible recelo ofreciendo tres razones para que esta vez vaya en serio: los protagonistas están decididos, los demás lo queremos, los extremismos amenazan. En realidad, nada nuevo. De la atenta lectura de los análisis se desprende lo contrario. Hay motivos colocar entre paréntesis este optimismo:

- El escaso crédito de la administración norteamericana
- La división (con tintes de guerra civil larvada) en el campo palestino
- La falta de liderazgo sólido tanto en Israel como en Palestina
- El escepticismo entre la población palestina y el debilitamiento de la mentalidad democrática en Israel
- La proliferación de colonias judías en territorio palestino, hasta un límite de no retorno

Por todas estas razones, el NEW YORK TIMES se cuida de no hacer eco a este entusiasmo excesivo de la Casa Blanca y califica de “mínimo” el resultado, pero le concede cierto crédito a la iniciativa presidencial, con la condición de que Bush se implique a fondo a partir de ahora, sin treguas ni escapismos.

Desde Londres, FT cree que Bush ha comprendido lo delicado del propósito y asegura que ha instruido a sus principales asesores para que se “adueñen” del proceso de paz y no lo dejan al libre albedrío de sus principales protagonistas: israelíes y palestinos.

A los israelíes les gusta decir que llevan décadas “resistiendo” planes de paz norteamericanos. Los palestinos replican que llevan el mismo tiempo “padeciéndolos”.

Tal vez por eso, esta anunciada tutela norteamericana es mejor vista por la prensa israelí que por la palestina, en la que domina cierto escepticismo. No les ha gustado nada el rechazo implícito en la declaración al derecho de los palestinos al retorno. “Palestina no es parte de Texas, entonces ¿por qué se arroga Bush el derecho a negociar en su nombre?”.dice uno de los principales comentaristas del diario Al Hayat, citando una frase textual de un destacado dirigente palestino. A Mahmud Abbas se le chantajea con el derecho de retorno como se le hizo a Arafat con Jerusalén, teme el editorialista.

Desde Israel, el tono es distinto. El diario pro-laborista HAARETZ muestra un prudente optimismo. Si bien admite que se ha producido la “reactivación” del proceso de paz, asegura que la Declaración de Anápolis es un texto tortuoso y plagado de vaguedades. Y si saluda la aceptación del principio un territorio, dos Estados, advierte que la delimitación de fronteras no será tarea fácil.

Otros diarios israelíes, desde el populista YEDIOT AHARONOT al conservador JERUSALÉN POST vinculan este proceso con el peligro iraní.

Este parece ser el verdadero motor de Anápolis: construir una gran alianza contra Irán, con el lema de la ansiada paz como pretexto. Israel es el mejor cliente de esa estrategia. Pero el presidente Abbas y muchos dirigentes árabes se podrían ver arrastrados a aceptarla.

LE MONDE pronostica que si se frustran las legítimas aspiraciones palestinas de obtener un estado viable económica y territorialmente, el crecimiento de la influencia iraní en Palestina sería inevitable.

Tal vez el elemento más decisivo para avanzar es que la Bush necesita la paz para despedirse de la Casa Blanca como un triunfador y no como un fracasado. Ya se sabe que será imposible en un año enderezar la situación en Irak; ni siquiera traer a todos los soldados de vuelta. Tampoco parece probable la captura de Bin Laden. La única oportunidad es una foto para la historia –esta vez la que se presente como la definitiva- en Camp David o en los jardines de la Casa Blanca.

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