LA GUERRA VECINAL MÁS PELIGROSA

30 de abril de 2025

Hay vecinos que parecen condenados a enfrentarse. Por motivos territoriales, ideológicos, sistémicos, económicos, raciales, religiosos. O por un sumatorio o combinación de estos.

Sin discusión, la guerra vecinal más peligrosa (activa o latente, según el momento) es la que enfrenta a India con Pakistán. Los dos países son el resultado de la fractura de la gran colonia británica (la joya de la corona), al final de la segunda guerra mundial. Los sangrientos enfrentamientos étnicos, raciales y religiosos entre hindúes y musulmanes dieron lugar a dos Estados que nunca han sido capaces de construir una relación de mínima confianza.

UNA CONFRONTACIÓN DE NACIMIENTO

A estos problemas básicos originales se unió el contencioso territorial de la frontera septentrional en torno a la región de Cachemira, territorio dividido entre los dos nuevos Estados. En la parte india, el maharajá Hari Singh, consiguió la independencia del territorio, pero la presión de las tribus de credo musulmán en el noroeste le obligó a buscar el apoyo de la India y, al cabo, de integrarse en este país, aunque con un régimen formal de autonomía. Esta deriva contradecía la fractura racial y religiosa, ya que la mayoría de la población de Cachemira era musulmana y la India cuatro de cada cinco habitantes era hindú.

A partir de ese momento, la inestabilidad ha sido crónica. La guerra no tardó en estallar. Pakistán apoyó a los musulmanes de Cachemira y consiguió recuperar una parte del territorio. India prometió un referéndum de autodeterminación que nunca celebró. Otras dos guerras vinieron por conflictos territoriales que fueron en realidad excusas de una enemistad originaria. Tan irreconciliable llegó a ser el conflicto que ambas partes se dotaron de la mayor amenaza disuasiva posible: el arma nuclear.

Este mes de abril, Cachemira ha vuelto a ser detonante en la explosividad de las relaciones bilaterales. Un atentado cometido por un oscuro grupo musulmán partidario de la independencia del territorio se cobró la vida de 26 turistas, la mayoría indios, que visitaban aquellos bellos parajes montañosos. El denominado Frente de Resistencia parece ser un camuflaje del grupo Laskhar-e-Toiba, amparado por Pakistán y autor de la aún no olvidada matanza de Mumbai en 2008. El régimen militar de Islamabad ha utilizado esta y otras formaciones para hostigar a la India desde finales de los cuarenta.

India ha perdido ocasionalmente la paciencia con estos atentados y con el juego encubierto de su vecino. La tensión ha tenido sus picos bélicos intermitentes, que no siempre han sido satisfactorios para Delhi. La lista de incidentes es larga e inquietante.

En 2019, un atentado en Cachemira se cobró la vida de 40 agentes paramilitares indios. Delhi respondió con un ataque aéreo contra instalaciones pakistaníes. Uno de los aviones fue derribado. Islamabad en un gesto que fue más propagandístico que conciliador, entregó el piloto sano y salvo a su estado enemigo no sin exhibirlo previamente. La mediación norteamericana impidió una muy peligrosa escalada. Años después, el Secretario de Estado americano de aquel momento, Mike Pompeo, confesó que India y Pakistán estuvieron entonces al borde de una guerra nuclear (1).

La crisis no se saldó sin daño. A pesar de una retórica engañosa de normalización y promoción del turismo como factor de desarrollo económico, el gobierno indio suprimió la autonomía de Cachemira invocando un dudoso plan de integración del territorio en el sistema político nacional. Modi ha practicado una política autoritaria de control policial, restricción informativa, acoso de líderes políticos regionales y cancelación de las elecciones locales. Estas decisiones han irritado aún más las pasiones en el régimen militar pakistaní. La tensión en el disputado territorio no han cedido desde entonces (2).

Tras este último atentado, ambos estados se han infligido medidas de retorsión, como la expulsión de personal diplomático o la suspensión de los visados. Pero lo más grave ha sido la suspensión india del Tratado de utilización conjunta de los ríos que nacen en las alturas de Cachemira y cuyas aguas son esenciales para la agricultura pakistaní, siempre amenazada por la sequía. Dirigentes políticos pakistaníes han calificado esta medida de “terrorismo del agua”. Islamabad ha suspendido el acuerdo sobre las fronteras en la región de Cachemira (3). En los últimos días se han registrado intercambio de disparos en la zona (4). El riesgo de escalada vuelve a ser máximo.

EL ENTORNO GEOESTRATÉGICO

La hostilidad indo-pakistaní se ha complicado a lo largo de décadas por el efecto de otras tensiones de mayor envergadura. India y China no han conseguido resolver sus conflictos fronterizos en el Himalaya, lo que ha dado lugar a guerras de baja intensidad y duración. Esta enemistad favoreció el acercamiento de China a Pakistán, dos países que originariamente tenían muy poco en común, aparte de la hostilidad hacia la India. La cooperación de las últimas décadas ha forjado una sólida red de infraestructuras plasmada en un corredor económico que atraviesa la Cachemira pakistaní.

A su vez, la India este país estrechó relaciones con la Unión Soviética, durante décadas rival de China en Asia, tras el cisma comunista de los años cincuenta. Moscú se convirtió en el principal suministrador de armas de Delhi hasta los tiempos presentes, en que China y Rusia parecen haber recuperado su alianza de la era comunista.

Esta dimensión geopolítica regional complica el enfrentamiento indo-pakistaní, pero paradójicamente pudiera ser uno de los factores que contribuyera a su resolución. China e India no van a ser amigos seguramente nunca, pero sus ambiciones estratégicas aconsejan un nivel de entendimiento que podría favorecer la relajación de las tensiones entre los dos países nacidos de la descolonización británica en la región.

A India no le llega este nuevo episodio de tensión vecinal en el mejor momento. Los aranceles de Trump también pesan sobre la economía india. El gobierno ultra nacionalista de Narendra Modi confiaba en que su afinidad ideológica con el Presidente norteamericana le hubiera blindado de su hostilidad comercial, pero no ha sido así. Pakistán, por su parte, teme que ese potencial acercamiento entierre de una vez la alianza de conveniencia con Washington. La duplicidad de los militares pakistaníes durante la persecución y muerte de Bin Laden y la fracasada guerra contra los taliban afganos ha despertado siempre una feroz antipatía en Trump. Por eso no puede ser casual que este último atentado en Cachemira haya coincidido con la visita a Delhi del Vicepresidente D. J. Vance, una de cuyas misiones eran tranquilizar a los nacionalistas indios acerca de las  intenciones estratégicas de Trump en la región.

 

NOTAS

(1) “Kashmir Attack Shatters Illusion of Calm”. SUMIT GANGULY (Universidad de Stanford). FOREIGN POLICY, 28 de abril.

(2) “India and Pakistan Are Perilously Close to the Brink. The Real Risk of Escalation in Kashmir”. SUSHANT SINGH (Universidad de Yale). FOREIGN AFFAIRS, 29 de abril.

(3) “India must prove Pakistan’s complicity in the attack in Kashmir”. THE ECONOMIST, 29 abril.

(4) “Tensions entre l’Inde et le Pakistan: nouveaux échanges de tirs entre les soldats des deux pays dans la nuit de dimanche à lundi”. LE MONDE, 28 de abril.

TRES FRENTES DE LA LUCHA DE IDEAS

 23 de abril de 2025

La derecha reaccionaria que pretende irradiar su liderazgo desde Estados Unidos no limita su ofensiva al ámbito comercial y geoestratégico. También está dispuesta a recrudecer una batalla iniciada hace años, en los frentes ideológico, cultural y social. Esta lucha de ideas tiene su campo de acción principal en Occidente , pero se extiende también por otras partes del mundo que considera amenazadas por la hegemonía china o el revisionismo ruso.

La muerte del Papa Bergoglio ha colocado en primera línea el pulso por el control espiritual de más de mil millones de personas activa o formalmente católicos, una de las canteras esenciales de esa derecha reaccionaria.

LA CONQUISTA DEL ALTAR

El catolicismo ultraconservador ya estaba en guardia desde que la salud del líder institucional entrara en una fase irrecuperable. Su desaparición no les ha pillado desprevenidos, aunque quizás no esperaran un desenlace repentino. Hace mucho tiempo que los distintos grupos de interés del Cardenalato movían sus hilos ante un Cónclave que casi todos los observadores anticipan incierto (1).

El Papa argentino había renovado el colegio cardenalicio. Las dos terceras partes de los que decidirán ahora su sucesor fueron designados por él. Pese a priorizar a la Iglesia periférica, con inclusión de numerosos obispos asiáticos y africanos, no parece que se haya formado un lobby tercermundista en la cúspide católica. Muchos de esos nuevos cardenales ni siquiera se conocen entre sí (2).

Por el contrario, otros grupos menos numerosos parecen mejor organizados y más influyentes, entre ellos los cardenales  de EEUU, algunos alineados con la marea ultra que se ha apuntado al trumpismo  (3). El vicepresidente Vance es el exponente más visible. Que él fuera precisamente el último visitante del moribundo Francisco no deja de ser un renglón más del libro de caprichos de la Historia. Vance ha sido uno de los críticos más acervos de Pontificado de Bergoglio (4).

En Europa, Bergoglio sólo concitó las simpatías de la izquierda moderada. Socialistas liberales, ecologistas y progresistas apoyaron los discursos inclusivos y ambientalistas del fallecido. Pero hay ya pocos votantes creyentes en esas filas. Las amables palabras escuchadas estos días por los dirigentes de esas familias políticas no arrojarán un alto redito electoral. La izquierda más crítica ha hecho un balance más ambivalente del Papa fallecido. Se le reconoce su defensa de los vulnerables,  inmigrantes y refugiados, pero en esa línea de caridad cristiana que excluye cualquier veleidad revolucionaria. Bergoglio no fue nunca adepto a la teología de la liberación, la corriente más crítica de los sacerdotes católicos. En Argentina, no pocos han olvidado la actitud diplomática y moderada del entonces Superior de los Jesuitas durante la dictadura militar (5). A la postre, la llamada Iglesia de los pobres no deja de ser un oxímoron social.

LA REBELIÓN DE LAS AULAS

Otro frente muy activo en EE. UU. durante las últimas semanas es el académico. Trump se ha mostrado muy agresivo con Universidades a las que considera bastiones del liberalismo universalista. Con el mismo furor desplegado en su política comercial, el Presidente más iletrado de los tiempos recientes está dispuesto a ganar la batalla de las cátedras, bibliotecas y campus. La excusa, como en otros lugares de Europa donde se actúa de forma más discreta, es la lucha contra el antisemitismo.

Trump pretende acabar con la rebeldía de algunos sectores estudiantiles contra el genocidio de Gaza. Convertir cualquier acto de protesta contra Israel en prueba del supuesto antisemitismo creciente es una estrategia fraudulenta pero eficaz. Detrás de esta ofensiva se esconde ese combate ideológico que pretende reorientar las conciencias de las futuras élites del país y del mundo.

Harvard y Columbia han sido la más señaladas, no por casualidad. Junto a otras instituciones del noreste americano, como Berkeley, Yale, Cornell o Princeton, esos templos del saber, la investigación y la innovación se han convertido en el reducto de la resistencia intelectual a la zafiedad que se ha instalado en la Casa Blanca (6).

Las Universidades que no acepten limitar la libertad de expresión, orientar los programas y seminarios hacia la visión neonacionalista y populista de la actual administración o cercenar cualquier iniciativa crítica contra Trump y sus autoritarios amigos del planeta son amenazados con perder las subvenciones y beneficios fiscales actuales. La Universidad americana ha sido el vivero de las élites del sistema, pero ahora se les exige que eliminen todo vestigio crítico.

En Europa, la ultraderecha aún está lejos de atenazar la autonomía universitaria. Pero desde hace décadas la “lógica del mercado” ha ido permeabilizando instituciones y élites académicas y marginando progresivamente el pensamiento más crítico, con el pretexto de limitar las “derivas populistas”, a derecha e izquierda. En este sentido, la Universidad ha sido sino un reflejo del empeño centrista por acotar el ámbito de las confrontaciones ideológicas.

El liberalismo y la socialdemocracia se han diluido ideológicamente en un eclecticismo dominado por grandes principios que se vulneran con frecuencia o se aplican a conveniencia y con raseros cambiantes. Los llamados “valores universales” no salen del ámbito de la retórica y no han servido para asegurar contiendas electorales, mediáticas y, por supuesto, económicas.

Sin embargo, en los últimos tiempos, los ultraconservadores o los conservadores que ponen una vela al Dios liberal y otra al Diablo vengativo de la xenofobia, el racismo y la intransigencia religiosa, cultural  e ideológica creen haber tomado la iniciativa.

 

EL MAL USO DE GRAMSCI

Es particularmente interesante el rescate que la ultraderecha italiana lleva ya tiempo haciendo de Antonio Gramsci, comunista italiano encarcelado por Mussolini y muerto en prisión, teórico de la “hegemonía cultural” como factor decisivo en la lucha de clases. Los herederos de sus verdugos vuelven a releer sus textos, manipularlos o utilizarlos a su antojo, lo que hubiera repugnado al brillante filósofo y político sardo.

Los eurocomunistas lo rescataron como inspirador, cuando en los años setenta teorizaron su ruptura con el sovietismo estalinista, aunque Gramsci no tuviera tiempo de criticar al sucesor de Lenin, porque murió antes de la degeneración autoritaria y represiva del Kremlin. El eurocomunismo encontró en la formulación gramsciana de la “hegemonía cultural” un factor de enorme utilidad política. El materialismo histórico, que anunciaba el triunfo inevitable de la clase obrera, necesitaba la cooperación de sectores de la clase media (intelectuales, profesionales, profesores, trabajadores de los servicios públicos) muy interesados en construir un “nuevo humanismo”. Gramsci acuñó la noción de “intelectual orgánico”, complejo de pensadores activos, capaces de articular los valores y principios de la nueva sociedad, sin el cual la revolución social estaría destinada a marchitarse (7).

A Gramsci acudió también la derecha neoconservadora francesa de los años ochenta y noventa, privándole, naturalmente, de su irrenunciable base marxista-leninista y su sentido revolucionario. Lo que interesaba de su pensamiento era la lucha por esa “hegemonía cultural” que la derecha más combativa había perdido tras la segunda guerra mundial. La sensación de que el mundo de la cultura era fértil para la izquierda y yermo para la derecha radical debía de cambiar, si se quería conquistar el poder, imponerse sobre la orientación liberal y ejercer una influencia perdurable sobre las conciencias de los grupos sociales adeptos.

En esa batalla está empeñada de nuevo esta nueva derecha, más vieja que nunca. Una derecha reaccionaria que quiere pelear cada batalla, pero sobre todo aquellas que se libran en terrenos hasta ahora propicios para la izquierda liberal. Aquí en España no se cita al pensador italiano, pero se pone énfasis en el combate cultural, y no solo desde Vox. La Presidente de la Comunidad de Madrid es especialmente activa en la promoción y ejercicio de este discurso.

Tanto la inspiración católica ultra como su a veces opuesto capitalismo libertario suelen  converger cuando se trata de fustigar al liberalismo normativo o a la socialdemocracia. El consenso centrista de las últimas décadas, con expresiones distintas en Europa y en EEUU pero con identificables rasgos afines, está siendo asaltado por esta derecha radical. Se han utilizado las heridas indiscutibles de la globalización y el incremento de la desigualdad para fomentar  la percepción de intereses opuestos entre clases populares autóctonas e inmigrantes.

Pero en el campo donde está derecha ultra cree contar con bazas más eficaces para conquistar la “hegemonía cultural” es el de los valores sociales y morales. De ahí que haya emprendido una batalla sin cuartel contra la promoción de la igualdad de género, la eliminación de la identidad sexual convencional, las nuevas concepciones de la pareja y de la familia, etc. Es el conocido como universo woke, sobre todo en EEUU (8).

El Papa Bergoglio trató de ser tolerante con esas capas emergentes rompedoras de la moral burguesa, pero sin moverse de los cimientos doctrinales de la Iglesia. Eso le costó la enemistad de los ultraconservadores, sin ganarse del todo el reconocimiento de las comunidades más activas en la promoción de los nuevos derechos. La izquierda liberal se ha convertido en aliada de esos sectores sociales, a los que escucha y cuida tanto por convicción como por cálculo electoral. Pero es sabedora de que, entre sus votantes, son muy numerosos quienes, pese a su tolerancia doctrinal, consideran que lo sectorial se está imponiendo sobre lo global.

 

NOTAS

(1) “How Francis, a Progressive Pope, Catalyzed the Catholic Right in the U.S.”. RUTH GRAHAM y ELISABETH DIAS. THE NEW YORK TIMES, 21 de abril;  

(2) “Searching for the Catholic church’s centre of gravity. How has its influence changed over time? THE ECONOMIST, 17 de abril.

(3) “Who Will Be the New Pope?”. THEO ZENOU. FOREIGN POLICY, 21 de abril; “Who will be next pope after Francis? Key contenders ahead of conclave”. ANTHONY FAIOLA. THE WASHINGTON POST, 21 de abril;  “The coming struggle to choose the next pope”. THE ECONOMIST, 21 de abril.

(4) “J. D. Vance au Vatican: le choc de deux catholicismes sur fond de grandes manœuvres pour la succession du pape François”. SARAH BELOUEZZANE. LE MONDE, 19 de abril.

(5) “Dos más dos es cinco”. LEILA GUERRIERO y “Cuando Francisco era Bergoglio: un arzobispo incómodo en Buenos Aires”. FEDERICO RIVAS MOLINA. EL PAÍS, 22 de abril.

(6) “Why Authoritarians Attack Universities First”. Entrevista con Jason Stanley (profesor de Yale), autor de ‘Como funciona el fascismo: la política de ello y de nosotros’”. FOREIGN POLICY, 16 de abril.

(7) ”Entre l’Italie et la France, itinéraire du ‘gramscisme de droite’”. ALLAN KAVAL. LE MONDE, 19 de abril.

(8) ”L’internationale réactionnaire, ou comment trois familles de pensée se retrouvent dans leur détestation du progressisme”. NICHOLAS TRUONG. LE MONDE, 29 de marzo.

LAS MÚLTIPLES CAJAS CHINAS

16 de abril de 2025

La guerra comercial desencadenada por Trump -aparentemente errática o disparatada- parece haber entrado en una fase selectiva. La pausa arancelaria, sea provocada por la contundente reacción negativa de los mercados, sea supuestamente prevista como parte de una estrategia negociadora, excluye de momento a China, señalada por la Casa Blanca como la gran villana del comercio mundial.

Nadie se atreve a pronosticar los próximos pasos en un escenario alterado por un capitalista primitivo como Trump y su cohorte de asesores dispuestos a apurar su afición al gamberrismo intelectual y político. Ante la incertidumbre, los otros polos de la economía globalizada se mueven para mejorar sus posiciones, sin por ello atreverse a desafiar frontalmente al gran patrón.

REÑIDOS PERO NO SEPARADOS... AÚN

Si contemplamos el Mundo como un gran escenario donde se representan luchas de poder e influencia, descubriremos muchos actores de relevancia, pero, como en las piezas de duelo interpretativo, destacan dos actores sobre los demás: Estados Unidos y China. Y al igual que en las obras de ficción, ambos rivalizan pero se necesitan a la vez.  

A cada andanada de Trump (54%) respondido Pekín con una escalada medida, replicada a su vez replicada por otra mayor del presidente más teatrero de los últimos tiempos: las tarifas están ahora 145% (EEUU), 125% China) (1). Este aparente baile sobre la cornisa tiene cierta trampa. Se sabe que las dos partes están manteniendo contactos indirectos, más o menos discretos, para evitar derrumbes irreparables. Cuando no se activan los teléfonos rojos, se acude a técnicas menos dramáticas. En los duelos interpretativos, también los silencios resultan valiosos para mantener el clímax.

Luego están los movimientos laterales eximir de la presión a productos electrónicos chinos. Trump juega engañosamente a llevar la iniciativa y aparenta no necesitar de otros apoyos para consolidar su actuación. Después de todo, en el imaginario del Presidente MAGA la fuerza norteamericana no ha desaparecido, tan sólo se ha desaprovechado. Y ahí está él para ponerla de nuevo en valor.

LA CONVERGENCIA CHINA-EUROPA

El otro actor principal y los secundarios de peso han escenificado con claridad calculada sus movimientos. China y Europa han atenuado sus divergencias. En Pekín no se olvida que la UE ha etiquetado a China como “rival sistémico”. El déficit comercial europeo con la superpotencia asiática roza los 300 mil millones de euros, mayor aun que el norteamericano con China. No obstante, en vista de la hostilidad norteamericana, ahora se impone un giro de guion. Por eso, China y la UE se han comprometido a reanudar una senda de entendimiento, pese al desacuerdo enorme que mantienen sobre Rusia y la guerra Ucrania (2).

La prensa anglosajona ha destacado la iniciativa del Presidente del Gobierno español de viajar a Pekín para ofrecer la mano tendida. Algo similar, pero no igual, ha hecho el británico Starmer, aunque Londres sea el polo menos batido por Trump y más proclive a no romper puentes con el “aliado imprescindible”.  Sin embargo, otras potencias europeas recelan de la carta china. La Presidenta Von der Leyen lidera esa posición de vigía avezada frente a posibles maniobras orientales. En Bruselas se teme que China quiera escapar de los aranceles trumpianos, “inundando los mercados europeos con sus productos”. (3)

LA BAZA ASIÁTICA

China, por si acaso, asegura los frentes más cercanos. La gira por el Sureste de Asia (Vietnam, Malasia, Camboya) que ha emprendido esta semana el Presidente Xi es muy significativa (4). Vietnam, el vecino díscolo, es la mejor baza de Pekín. En otros tiempos muy lejanos estuvieron hermanados en un comunismo combativo. Luego se distanciaron por una rivalidad geoestratégica (Hanoi se posicionó del lado de Moscú en el cisma marxista-leninista) que los llevó incluso a una guerra fronteriza en la que Pekín salió mal parada. Ahora se encuentran de nuevo, cuando del comunismo sólo quedan las banderas y una retórica gastada. El capitalismo de Estado que ambos practican los ha llevado por caminos pragmáticos distintos.

Los vietnamitas han favorecido acuerdos escalonados con su antiguo némesis, los Estados Unidos, a los que los derechos humanos y la falta de libertades individuales ha dejado de importarles, como en tantos otros sitios. Vietnam es hoy una pieza de gran valor en la estrategia norteamericana de contención de China en Asia. Y en Hanoi no han dudado en sacar partido de ello.

Los chinos, que entienden muy bien ese juego, saben que tienen también buenas cartas en Vietnam. Trump ha amenazado con castigar al tigre del sureste asiático con unos aranceles del 46%, en castigo por un déficit comercial que ronda los 100.000 millones de $. La respuesta de Hanoi ha sido bifronte. Por un lado, han activado  canales de diálogo con Washington con promesas de comprar más productos norteamericanos, a cambio de reducir los aranceles anunciados. Y por otro, han apoyado la iniciativa del Presidente Xi, favoreciendo la firma de más de 40 acuerdos bilaterales, con el objetivo de convertirse en un socio de primera magnitud para China: primer cliente comercial en la región y cuarto del mundo.

En Washington se agarran a los límites de este acercamiento bilateral. De conseguir la indulgencia de Trump, Vietnam podría beneficiarse de la hibernación china, no sólo en Estados Unidos, sino en todo Occidente. Pero su capacidad estructural es limitada. Nunca podría llenar el hueco que dejaría China, en caso de un decoupling (desacoplamiento con la economía capitalista occidental).

 

CALIBRAR A CHINA

Así las cosas, la guerra comercial ha avivado el debate en Estados Unidos sobre la verdadera capacidad de China, presente y futura, para apoderarse del primer papel en el teatro del mundo.

En un artículo para una publicación especializada pero muy reproducido estos días por los medios generalistas, dos altos cargos de la administración Biden, Kurt Campbell y Rush Doshi, consideran que en Washington se sobreestima ahora el poder de China, después de haber pasado por épocas de visión contraria (5). Este movimiento pendular se debe a las dificultades que ha atravesado la economía china (efectos del COVID y de su rígida política de respuesta, envejecimiento de la población, inmensa burbuja inmobiliaria, disminución del consumo interno, crecimiento de la deuda pública, desequilibrios regionales y pérdida de peso del sector privado).

Para Campbell y Doshi, estas dificultades son innegables, pero, a su juicio, no se tiene en cuenta un factor que, tanto en el mundo actual como en otras épocas históricas anteriores, ha resultado fundamental: la capacidad para crear economías de escala, a base de alianzas y lazos de cooperación con otros actores internacionales.

La política de Trump ha sido justo la contraria. Con sus decisiones atrabiliarias, está poniendo en peligro las bases de lo que ha constituido el liderazgo mundial de América en las últimas décadas. Contrariamente a lo que consideran muchos de sus asesores, China no es un tigre de papel (invirtiendo el adagio de Mao), sino un rival muy considerable que, pese a sus dificultades estructurales, goza de bazas muy poderosas para convertirse en el número uno de la economía mundial a lo largo de este siglo.

De los datos aportados por Campbell y Doshi se deduce que la paridad en la cima del poder mundial es un hecho. China ya ha superado métricamente a EEUU en términos de PIB  (30 frente a 24 billones de $). China duplica el porcentaje de EEUU en la producción manufacturera mundial (30%-15%). Si ampliamos este factor en los sectores tradicionales, China produce 20 veces más de cemento que EEUU, 13 veces más de acero, el triple de automóviles y el doble de potencia eléctrica. La desventaja a favor de China se agranda en los sectores estratégicos dinámicos contrariamente a la percepción dominante: en torno a la mitad de la producción mundial  en la rama química, más de las dos terceras partes en automoción y el 90% en dos ámbitos imprescindible en la competencia futura como los paneles solares y el refinamiento de materias raras (por cierto, la exportación de estas últimas ha sido una de las represalias chinas por los aranceles de Trump).

Las debilidades de China son superables, a juicio de los dos expertos citados, y, en ciertos casos, no mayores que las que soporta Estados Unidos, tanto en el aspecto financiero como poblacional.

Otros especialistas norteamericanos, como Scott Kennedy, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, perciben en las élites chinas un ambiente de “nueva confianza” en las posibilidades de su país, para afrontar el órdago de Trump (6). Incluso otros más escépticos sobre el poderío chino, como Jude Blanchette, de la RAND (7),  creen que los dirigentes de Pekín avistan en esta crisis una oportunidad para afianzar su camino de desarrollo y de cooperación con otras regiones de mundo amenazadas por la estrechez de miras del rival americano. Aunque sea un dato menor, el índice de crecimiento de la economía china en el primer trimestre del año ha sido del 5,4%, mayor de lo esperado. Mientras, la economía norteamericana ya emite malas señales.

Al cabo, quizás los primitivos dirigentes norteamericanos actuales no han sabido entender que no se enfrentan a una simple caja china, en la que su poder comercial, juzgado por ellos ilegítimo, es la carcasa exterior que protege ambiciones ocultas. China se apoya no en una, sino en múltiples cajas, o en opciones de escala (como sostienen Campbell y Doshi) para resistir el intento de devolverles a un papel de actor secundario en la escena mundial .

 

NOTAS

(1) “A Devastating Trade Spat With China Shows Few Signs of Abating” ANA SWANSON & BEN CASSELMAN. THE WASHINGTON POST, 13 de abril.

(2) “Entre la Chine et les Etats-Unis, l’Union européenne cherche la bonne distance”. VIRGINIE MALINGRE. LE MONDE, 11 de abril.

(3) “Why Europe Fears a Flood of Cheap Goods From China”. MICHAEL SHEAR & JEANNA SMIALEK. THE NEW YORK TIMES, 14 de abril.

(4) “China’s Leader Courts Vietnam as Trade War With the U.S. Mounts”. DAMIEN CAVE. THE NEW YORK TIMES, 14 de abril.

(5) “Underestimating China. Why America Needs a New Strategy of Allied Scale to Offset Beijing’s Enduring Advantages”. KURT CAMPBELL & RUSH DOSHI. FOREIGN AFFAIRS, 10 de abril.

(6) “Why Beijing Thinks It Can Beat Trump. China’s elites have a new confidence in their own system”. SCOTT KENNEDY. FOREIGN POLICY, 10 de abril; “Why China thinks it might win a trade war with Trump”. THE ECONOMIST, 8 de abril.

(7) “China Sees Opportunity in Trump’s Upheaval”. JUDE BLANCHETTE. FOREIGN AFFAIRS, 27 de marzo.

 

 

 

 

 

 

UN CAPITALISMO PRIMITIVO ATACA AL CAPITALISMO NORMATIVO

  9 de abril de 2025

El Presidente de los Estados Unidos se comporta como un mercantilista de los albores del capitalismo. Eso es lo que se deduce de sus actuaciones impetuosas y sus pronunciamientos confusos y contradictorios. Es el suyo un capitalismo primitivo que reduce el comercio mundial a una suma cero, en el que todo lo que uno gana es siempre a costa de otro, puesto como Colbert y sus antecesores, piensa o parece pensar que el volumen del comercio global es inalterable (1). Son ideas no sólo anticuadas, sino desmentidas por la evolución del capitalismo, que ha basado su expansión en un crecimiento constante y sin fronteras, solo interrumpido por crisis coyunturales, superables si se aplican políticas correctas y oportunas.

La agria experiencia de los años 30, cuando el proteccionismo comercial e industrial alentado por naciones-estado dominadas por ideologías de combate, terminó provocando un brutal enfrentamiento entre potencias capitalistas rivales (2). Después de la II GM el sector triunfador del capitalismo estableció una serie de normas económicas y políticas que alumbraron la era liberal contemporánea. El objetivo era claro: evitar que los conflictos internos del capitalismo degeneraran en guerras entre estados-nación del núcleo central del sistema. Un sistema monetario, un marco financiero y un conjunto de normas comerciales tendentes al libre cambio y preventivas del proteccionismo mercantilista definieron el Orden Liberal que ha durado 80 años.  Para dotar ese sustrato económico de una envoltura política con pretensiones universales, se apostó por la democracia parlamentaria o presidencial, la separación de poderes y el imperio de la Ley orientada a la preservación del sistema como normas de convivencia y control social. Y ante el nuevo desafío que suponía el comunismo triunfante en Eurasia, se estableció una estructura de alianzas militares colectivas o bilaterales, bajo la hegemonía de la potencia capitalista más poderosa, los Estados Unidos de América.

Esta arquitectura del sistema capitalista contemporáneo puede resquebrajarse, si Trump se empeña en dinamitar el sustrato económico, primero mediante el ataque a los fundamentos de librecambio comercial y, luego, para corregir los efectos negativos de esas medidas, la interferencia en la aparente independencia monetaria de las entidades reguladoras y otras actuaciones de blindaje de la economía norteamericana amenazada de recesión (3)

Lo paradójico de todo este caos actual es que el agente perturbador no ha sido un revolucionario, un antisistema, un comunista o un colectivista. Trump puede ser considerado un fanático del capitalismo sin escrúpulos, que odia cualquier elemento corrector o limitador de la propiedad privada y del instinto feroz del enriquecimiento individual.

Es un ignorante, dicen sus críticos y admiten algunos de sus antiguos colaboradores. Sólo escucha a quienes alaban sus ocurrencias. De su primer mandato, plagado de barbaridades de todo tipo, sacó la lección de no dejarse engatusar por consejeros sospechosos de trabajar para un sistema que recela de estos lobos extraviados del capitalismo. Trump, ensoberbecido por un triunfo electoral menos rotundo de lo que él falsamente proclama, se considera legitimado para hacer lo que le dicte su instinto (4). No tiene ideología alguna de referencia, ni elementos teóricos en que apoyarse. Sólo su voluntad y las cuatro cosas que ha aplicado en su experiencia empresarial, basada en el tráfico de influencias, el engaño y la extorsión. Este capitalismo primitivo y salvaje del Presidente regresado arremete contra ese capitalismo normativo, estructurado, diseñado para limitar las fallas del sistema, con mayor o menor acierto.

Las superestructuras políticas o ideológicas son, por supuesto, instrumentales, pero tienen una importancia creciente en una sociedad con acceso inmediato a medios de comunicación ágiles, que transmiten un sistema de valores aparentes, a los que resulta difícil y costoso oponerse. En el capitalismo de hoy en día, la democracia es un tótem, porque, contrariamente a lo que ocurrió en otros momentos de su desarrollo, no cuestiona sino fortalece el sistema económico y social. La democracia no sólo expresa con claridad los intereses del capitalismo actual; también asimila y procesa las protestas de sectores menos convencidos y desautoriza con eficacia cualquier esfuerzo de deslegitimación exterior.

Trump se ha empeñado también en desconocer los mecanismos democráticos, pero no es casualidad que diga actuar en nombre de la Democracia, entendida simplemente como un acto electoral único, siempre y cuando le resulte favorable. Conozca o no los casos de las dictaduras de los años 20 o 30, que se apoyaron en unas elecciones iniciales para alcanzar el poder, el caso es que aplica el libreto con bastante aproximación. De ahí que empiece a dejar flotar ahora en el ambiente la idea de optar a un tercer mandato, mediante la aplicación de mecanismos legales que no ha especificado. En la sociedad, en los medios y en ámbitos académicos ya se hacen cábalas sobre las verdaderas intenciones del Presidente (5).

El otro pilar del Orden Liberal que se tambalea es la estructura de Seguridad. No es el pacifismo o cualquiera otra manifestación de rechazo del militarismo lo que inspira las maniobras trumpianas. Al revés, al Presidente le encanta juguetear con los avanzados cachivaches bélicos de que goza el Estado que dirige y representa. Simplemente, quiere desprenderse de las normas de funcionamiento y, sobre todo, del sistema de alianzas que ha convertido a Estados Unidos en la potencia indispensable del Orden Mundial. Para Trump, las únicas reglas válidas son las suyas o las que él considere útiles a sus propósitos. El Secretario de Estado, un hispano de origen cubano y anticastrista hasta la médula, ha reaccionado con intemperancia cuando se le ha reprochado a la actual administración su falta de compromiso con sus aliados en Europa. Marco Rubio repitió a sus pares del Consejo Atlántico la cantinela de siempre: que el Presidente sigue confiando en la OTAN, pero los aliados deben pagar por su defensa. Emerge de nuevo el aspecto militarista del mercantilismo. Cada cual debe procurarse su seguridad, o buena parte de ella, si quieren que Estados Unidos aporte el plus decisivo para hacer valer la disuasión final.

LA RESPUESTA DEL CAPITALISMO NORMATIVO

La reacción del capitalismo normativo en cada uno de estos ámbitos está siendo muy cautelosa, defensiva y evitadora de  una profundización del conflicto. Se percibe ciertos guiños de ‘sálvese quien pueda’, de acomodos particulares, de exploraciones de soluciones bilaterales. La Unión Europea, bloque mercantil normativo donde los haya, eleva el tono pero desliza propuestas debajo de los altavoces públicos. El instinto del capitalismo tiende a la prudencia, a soluciones carentes de dramatismo, no como el capitalismo primitivo, salvaje o desmandado de los años 30 al que Trump emula cada vez más.  Cuando ese capitalismo normativo ha tenido que emplear medios de fuerza lo ha hecho en la periferia del sistema, frente a desafíos de sectores sociales revoltosos dotados de proyectos políticos autónomos, débiles, pero aguerridos. En el núcleo del sistema los resortes socio-económicos han solido funcionar, no sin sobresaltos. El desgaste lo han pagado las envolturas políticas y sus extensiones mediáticas y culturales.

Las crisis políticas reflejan ese envejecimiento del capitalismo normativo. Trump es un síntoma descontrolado de un capitalismo que se ve amenazado no por el comunismo, sino por el capitalismo de Estado que se ha impuesto en naciones-estado dominadas durante el último siglo por sistemas comunistas. Rusia y China abandonaron su designio anticapitalista, para posicionarse de la manera más ventajosa posible en la concurrencia global, cada cual con sus recursos, su retórica y sus herramientas de control político, diplomático y militar.

EL NACIONALISMO COMO RECUBRIMIENTO

El nacionalismo combativo es el recubrimiento ideológico de quienes no se encuentran a gusto con el sustrato económico o con las envolturas ideológicas y políticas del capitalismo normativo. En el seno mismo del núcleo central de ese capitalismo hegemónico surgen manifestaciones de descontento. Trump ha supuesto un impulso enorme de la ultraderecha, pero no es su causa, ni mucho menos. La reciente polémica por la inhabilitación de Marine Le Pen es una manifestación más de esas contradicciones internas.

Las razones legales que han llevado a los jueces a dictar una sentencia que deja a la dirigente nacionalista francesa fuera de juego pueden ser sólidas y fundamentadas en derecho, pero es imposible eludir su dimensión política. Los casos particulares de corrupción se convierten en armas arrojadizas en las democracias actuales, para extender velos de sospecha, deslegitimar o arruinar carreras políticas. Es por eso que los lepenistas pueden acudir al victimismo frente a un Estado al que presentan como un conjunto de instrumentos del capitalismo normativo liberal frente a otro capitalismo nacional, primitivo y mercantilista que ellos defienden, aunque hasta ahora no hayan coinciddido con Trump, ni en los objetivos ni en las formas.

Muy raramente se aborda, en cambio, la corrupción sistémica, la que está imbricada y blanqueada en las normas legales, presentadas como criterios de actuación aceptados y reconocidos. Las tendencias monopolistas o de concentración creciente del capital en sectores estratégicos, las reglas que favorecen a los más fuertes en el diseño de los acuerdos de libre cambio comercial, la financiación opaca de los partidos políticos, la engañosa neutralidad de las instituciones, el pensamiento único derivado de la estructura mediática son factores decisivos en la hegemonía del capitalismo normativo. Cada uno tiene sus mecanismos de autonomía y desarrollo. Trump se ha atrevido con casi todos, aunque carezca de proyecto.

Para algunos economistas y pensadores políticos, Trump es síntoma y anticipo de un nuevo orden mundial post-norteamericano (6). En la Historia hay fases de demolición y de creación. Parece que estamos en una de las primeras.  

 

NOTAS

(1) “El mercantilismo: política económica y Estado nacional”. LUIS PERDICES DE BLAS & JOHN REEDER. EDITORIAL SÍNTESIS. Madrid, 1978.

(2) “Cómo la ley que EE.UU. aprobó para subir aranceles en 1930 terminó por devastar su economía y agravar la Gran Depresión”. BBC NEWS, 9 de marzo.

(3) “The Age of Tariffs. Trump is launching a turbulent new era for the Global Economy”. ESWARD PRASAD (Brookings institution y Cornell University). FOREIGN AFFAIRS, 3 de abril.

(4) “Les liens économiques entre l’Amérique et le reste du monde vont au-delà des biens, et cette myopie rend les Etats-Unis vulnerables”. Entrevista con el economista venezolano RICARDO HAUSMANN, profesor en Harvard. LE MONDE, 6 de abril.

(5) “President’s Third Term Talk Defies Constitution and Tests Democracy”. PETER BAKER (Corresponsal Jefe en la Casa Blanca). THE NEW YORK TIMES, 6 abril.

(6) “Trump’s tariffs make the ‘post-American world’ a reality”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 9 de abril.

 

ESTUDIANTES CONTRA AUTÓCRATAS EN LA PERIFERIA DE EUROPA

 2 de abril de 2025

Las protestas estudiantiles han puesto en jaque a dos de los gobiernos autoritarios aparentemente más firmes de la periferia europea: el turco, de Erdogan, y el serbio, de Vucic. Ambos sistemas son, formalmente, democracias mixtas, presidenciales y parlamentarias. Como la rusa, a la que se parecen, no sólo en el formato de hombre fuerte arropado por mayorías dóciles al líder.

Turquía y Serbia son histórica, secularmente enemigas desde la sangrienta rivalidad entre el Islam otomano y la Serbia ortodoxa de finales de los albores de la era moderna. Las guerras balcánicas y la Primera Gran Guerra Mundial, todas en el comienzo del siglo XX, consolidaron una hostilidad, que volvió a manifestarse, de forma indirecta, con las guerra en la antigua Yugoslavia a finales de esa misma centuria.

EL OCASO DEL SULTÁN

Hoy, Turquía y Serbia aspiran a integrarse en la Unión Europea, pero saben que el día en que eso ocurra está todavía muy lejano. Los turcos, de hecho, ya han eliminado ese renglón de su discurso político. Las aspiraciones de los herederos de la Sublime Puerta se orientan hacia el sueño de una potencia euroasiática, alejada de la democracia liberal, a la que considera dañina, agresiva y hostil hacia la Gran Turquía. El sultán Erdogan lleva veinte años construyendo esa ensoñación política, primero mediante la seducción, luego con recursos prácticos de una cierta prosperidad económica y, finalmente, cuando ésta se quebró, por el recurso del miedo.

El partido creado por Erdogan para revitalizar el Islam político, siempre perseguido en el país por la secularización kemalista que se impuso en el país tras el hundimiento otomano, al final de la Primera Guerra Mundial, aglutinó a las capas medias y bajas del país, en las ciudades y en las zonas rurales. Lo que sus antecesores no consiguieron, y pagaron con ostracismo y cárcel, Erdogan lo hizo posible. Durante los primeros años, el nuevo Sultán parecía imbatible. Su modelo de democracia fuerte o de autocracia blanda -según desde qué perspectiva se analice- parecía exportable a la región árabe, que los otomanos gobernaron con mano de hierro durante siglos.

Pero las rebeliones árabes de la mal denominada “primavera” privaron de tiempo a Erdogan para convencer a las élites regionales de una transformación desde dentro, como antídoto de otras soluciones menos amables. Turquía echó el resto en Siria, el país que más interés despertaba por la proximidad y el problema kurdo compartido. Ante las vacilaciones norteamericanas, Turquía se acomodó a un condominio con Rusia, que combinaba la permanencia de la dinastía Assad con un control parcial de la frontera por las tropas turcas y milicianos afines. Pero Erdogan no consiguió eliminar a los aguerridos kurdos, que Moscú llevaba años protegiendo a su manera, sin demasiado entusiasmo.

El sueño de la grandeza turca se fue extinguiendo, igual que la prosperidad de sus primeros años en el poder. La inflación, el debilitamiento de la lira (la moneda nacional), el incremento del paro y el destape de los escándalos de corrupción ya constituían un manto fértil para la contestación social.

Las elecciones municipales de 2019 confirmaron una alternativa real a Erdogan en la figura del nuevo alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu. El feudo inicial del Presidente turco había sido profanado, según sus seguidores más fanáticos. Por fin surgía en Turquía alguien capaz de poner al Sultán contra las cuerdas. Sin embargo, Erdogan resistió acudiendo a la última palanca de poder: la represión y el control de todos los aparatos del Estado, que venía ocupando desde el fallido golpe de 2016.

El terrible terremoto de 2023 fracturó definitivamente al régimen. La oposición, aun frágil hasta entonces, emergió de los escombros políticos de dos décadas de catacumbas. En las elecciones locales de 2024, el  CHP (Partido Republicano del Pueblo), la histórica organización kemalista bicha de Erdogan. ganóel 37% de los votos y ganó en 35 de las 81 provincias. Imamoglu se empezó a perfilar como un rival serio.

El régimen se asustó. La intimidación ya no parecía suficiente. Había que cortar la carrera del aspirante. Imamoglu fue detenido acusado de corrupción (cargos que no han sido detallados ni justificados aún) y su diploma universitario retirado (cualquier candidato a Presidente en Turquía debe acreditar una diploma en estudios superiores). Desde 2016, el gobierno nombra a los rectores.

La autocracia turca se ha quitado del todo la careta. Y han aparecido los estudiantes de Estambul, con una protesta que ha sorprendido, al régimen, por su amplitud y energía (1). Las calles de la principal ciudad turca se llenaron de jóvenes, pese a la contundente represión inmediata y al temor a represalias sobre sus expedientes académicos (2). El CHP apoyó enseguida a los estudiantes y se conjuró para lograr la liberación de su candidato in pectore y echar un órdago al régimen erdoganista. La protesta ha desbordado los límites de episodios anteriores, la del Parque Gezi (2013) o las que siguieron al terremoto (3).

El propio partido oficial, el AKP empieza a dar muestras evidentes de fracturación. A sus 71 años, Erdogan ya carece de la energía de hace dos décadas. Ni siquiera las simpatías de Trump, más frío con él ahora que en su primer mandato, parecen suficientes para proporcionarle apoyos internacionales. Putin, otros de sus socios intermitentes. no está ahora tan interesado en Oriente Medio (4).

La próxima argucia de Erdogan podría ser un acuerdo contra natura con los kurdos. El abandono de la lucha armada por el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) parece un primer paso para “dividir y vencer a la oposición”, como sostiene el profesor Karaveli, del Instituto Asia-Cáucaso. Pero esta maniobra se antoja muy arriesgada (5).

 

SERBIA: EL FINAL DEL CICLO NACIONALISTA

En Serbia, la emergencia de la protesta juvenil también ha barrido las luchas políticas alicortas. Otra desgracia, en este caso el hundimiento del tejado de la estación ferroviaria de Novi Sad, la segunda ciudad del país, fue la mecha que ha prendido el fuego de la contestación (6). En pocas semanas, los estudiantes se movilizaron también en Belgrado para exigir no sólo responsabilidades por la catástrofe, sino también un cambio de régimen, liderado por el Presidente Vucic. Estamos, por dimensión y ambición, ante las protestas más importantes de las últimas dos décadas (7).

Alexander Vucic es un superviviente. Fue el último Ministro de Propaganda de Milosevic, pero contrariamente a otros vástagos políticos de su antiguo patrón, demostró un mayor olfato para hacer sobrevivir la transformación de la antigua nomenklatura comunista serbia en una nueva clase política ultranacionalista. Vucic se reveló como un maestro de la propaganda, capaz de seducir el capital inversor chino, recomponer la fraternidad política ortodoxa con Rusia y mantener el diálogo abierto con la Unión Europea a base de compromisos en la lucha contra el terrorismo y la “migración ilegal” originada en áreas balcánicas.

A pesar de todos eso, Serbia aún está pagando por haber sido el villano de las guerras yugoslavas de los 90, según la lectura oficial en Occidente. Los ensayos liberales de principios de siglo acabaron mal, disueltos en el nacionalismo corrosivo que acabó con Yugoslavia. Mientras otros autócratas exyugoslavos firmaron pactos fáusticos con Europa, el neonacionalismo serbio arrastra sanciones y culpas no siempre justificadas. Pese a la ambigüedad europea, estimulada por el hartazgo balcánico, la sospecha de la complicidad ruso-serbia mantiene al régimen de Belgrado en el congelador de la ampliación europea por el sureste.

Los estudiantes serbios quieren un cambio radical del sistema, decía la escritora Sladjana Nina Petrovic, en una entrevista con la publicación francesa Courrier des Balkans (8). El pesimismo combativo ancestral de los serbios pone esa afirmación en entredicho. Pero el entusiasmo juvenil es un factor nuevo, que podría transformarse en una energía positiva de apertura política. En ello confían los sectores sociales más dinámicos de la sociedad, hartos del nacionalismo mutante.

 

NOTAS

(1) “Turquie: à l’origine des manifestations, une jeunesse étudiante qui «n’a plus rien à perdre». NICHOLAS BOURCIER. LE MONDE, 25 marzo.

(2)“Turkey’s young ‘hope of millions’ held in jail as Erdoğan cracks down on protests”. RUTH MICHAELSON. THE OBSERVER, 30 marzo.

(3) “Turkey’s Opposition Is Energized: ‘The Fire Is Already Lit’”. BEN HUBBARD & SAFAK TIMUR. THE NEW YORK TIMES, 29 marzo.

(4) “Turkey Is Now a Full-Blown Autocracy”. GONUN TOL. FOREIGN AFFAIRS, 21 marzo.

(5) “Erdogan Is Trying to Divide and Conquer Turkey’s Opposition”. HALIL KARAVELI. FOREIGN POLICY, 26 marzo.

(6) “‘We’ve proved that change is possible’–but Serbia protesters unsure of next move” JULIAN BORGER. THE GUARDIAN, 3 febrero.

(7) “Over 100,000 Protesters Flood Serbian Capital, Demanding Change”. MILICA STOJANOVIC & KATARINA BALETIC. BALKAN INSIGHT, 15 marzo.

(8) “Le réveil d’une génération” ( Entrevista con Sladjana Nina Petrovic). COURRIER DES BALKANS, 30 marzo.